Periodismo desde el centro del mundo
Coluna liternatura

El río que muere en el Mar Negro: la imagen de satélite muestra los contornos y laberintos del delta que la novela El Danubio, de Claudio Magris, perfiló en la literatura de filosofía y Naturaleza. Foto: Agencia Espacial Europea

Para entender la idea que la mayoría de humanos tenemos de un delta hay que remontarse a la letra donde empieza todo, que es la D. La cuarta del alfabeto griego, a la que se conoce con el nombre de Delta y en la que pensó Heródoto al contemplar el triángulo arqueado que formaba la desembocadura del Nilo. Además de pensarla, la escribió, D, y, sin saberlo, legó la imagen y el nombre a la posteridad.

Delta.

Hoy, la palabra se escribe igual en muchísimas lenguas del mundo, desde el portugués al kurdo, el tagalo o el yoruba. En cualquier caso, un delta es una confluencia, de modo que los cruces y las paradojas abundan. Un lugar donde el final (del río) y el inicio (del mar abierto, lago o laguna) se amalgaman en un lodo pletórico de vidas a menudo anfibias, capaces de adaptarse a situaciones diversas entre el agua dulce y la que lleva sal. Morir, renacer. Andar. Nadar. Volar.

Ahora que tanto se habla sobre la necesidad de hallar espacios de diálogo, los deltas emergen como una realidad ideal, porque contienen la mezcla fértil en su propia naturaleza. ¿Qué se ha escrito sobre ellos? La respuesta es: más bien poco. El bosque, la selva, la montaña, incluso el desierto o, en algunas culturas, el mar, ocupan miles de páginas, pero los deltas, esos espacios intermedios hechos de humedales, pantanos y enormes masas de agua, disponen de escasa LiterNatura pese a la biodiversidad y el misterio que los definen.

Teniendo en cuenta que contar más deltas significa contar (muchas) más vidas, acudamos al que dio nombre al resto, el del Nilo. Entre los campos de maíz, arroz y algodón destaca Lejos del Egipto (Libros del Asteroide, traducción de Celia Filipetto), las memorias en las que el egipcio André Aciman –autor de la aclamada novela Llámame por tu nombre (Alfaguara, traducción de Guillermo Díaz Ceballos)– describe su vida en aquella Alejandría que fue vergel y donde hoy conviven con unos 2.200 habitantes por kilómetro cuadrado. Las urbanizaciones zigzaguean entre invernaderos y fábricas petroquímicas que semibloquean la llegada del río al mar, aunque también resisten cultivos y algún rincón asilvestrado donde aún asoman cobras o Varanos del Nilo.

La de Aciman es una visión de otro siglo, romántica como las de E. M. Forster, Lawrence Durrell o el griego Constantino Cavafis. Y, también como la de aquellos extranjeros, marcada por el cosmopolitismo y la cultura. Aciman pertenece a una familia de judíos sefarditas de raíces turcas e italianas en la que también se habla griego, árabe, ladino y francés, mucho francés. Él mismo creció creyendo que era francés. Pero, en 1965, los Aciman fueron expulsados de Egipto como antes lo fueron franceses e ingleses, estos después del conflicto del Canal de Suez, en 1956. La historia de la familia sintetiza la encrucijada cultural que supone este delta marcado, además, por el terremoto y el tsunami que arrasaron la mítica Biblioteca de Alejandría el año 365.

En 2002 se inauguró la nueva Bibliotheca Alexandrina. Sus estanterías guardan mucha literatura que narra fascinantes historias de individuos, pero escasea la que concede un protagonismo estelar a las naturalezas no humanas. Como si el delta original considerara que el río, el mar, la tierra o los Ibis no son “cultura”. Da que pensar.

Bañistas en el Nilo, el ‘delta original’: en la Biblioteca de Alejandría abundan las historias de humanos, pero el protagonismo de la Naturaleza es escaso. Fotos: Mahmoud Elkhwas/Nur Photo vía AFP y Manuel Cohen/AFP

En la costa opuesta del Mediterráneo, el Río Danubio muere formando lo que el biólogo y ecólogo Ramon Folch afirma que es el mayor delta de Europa, en su libro El vicio de mirar (Planeta). Claudio Magris firmó una obra magna, El Danubio, donde la filosofía combina con varias especies de Esturiones, el de Beluga incluido, y con los zíngaros y los pescadores lipovenos que llevan a sus hijos en barca a la escuela. Orientado por la monografía sobre el Danubio que escribió Alexander F. Heksch en 1881, Magris transmite la experiencia física que supone navegar por un espacio donde “no hay límite entre la tierra y el agua”, al tiempo que se pregunta por los finales. ¿Dónde termina el Danubio? En este incesante acabar no existe final, se responde. De modo que lo mejor es olvidarse de preguntas vanas y dejarlo morir en paz.

Algo que se antoja cada vez más difícil en el Mediterráneo, donde varias costas enfrentan una recesión vertiginosa debido al cambio climático y la llegada de un nuevo fenómeno: el ciclón. Para esperar uno, me instalé durante un año en la última casa antes del mar de la isla de Buda, en el delta del Ebro, la primera que inundará el agua salada en los próximos años. Tras la experiencia escribí Delta, que recoge La Gran Conversación que mantienen allí desde los Flamencos a los Caballos, pasando por los arroceros, pescadores, cazadores, ecologistas, ornitólogos…

Durante las estaciones frías, me instalaba a diario en una duna a observar la transformación de las lagunas, de la playa. Con el calor, me bañaba justo en la desembocadura del río en unas aguas cada vez menos turbias, debido a la falta de sedimentos que retienen los embalses y canales –el Ebro es el segundo río más intervenido del mundo después del Nilo, según los científicos que trabajan en la región–. Los Chorlitejos, la Gaviota de Audouin, las Libélulas, la Enea, los Toros, las Anguilas o los invasores Cangrejos rojos y azules son algunos protagonistas de una historia en la que, “gracias” a los destrozos provocados por la borrasca Gloria, gente de muy diversa sensibilidad emprendió el diálogo para acordar formas de actuar ante las nuevas crisis costeras.

La Isla de Buda, un lugar de diálogo: Gabi Martínez vivió en el delta del Ebro y el resultado es un libro que recoge una  ‘gran conversación’ entre los seres que lo habitan. Fotos: Archivo personal

La verdad es que, de los alrededor de 11.000 deltas fluviales planetarios estudiados por la revista Nature, solo el 9% padece regresión. De hecho, hay más ríos que se expanden: un 12%. Si bien esto ocurre por la histórica deforestación que se está llevando a cabo en países como China o Brasil, y que ha convertido al Amazonas, el Huang He o el Mekong en emblemas de la tala insensata. Toneladas de vegetación, ramas y maderas descartadas son vertidas a los cauces y arrastradas hasta deltas que se ensanchan y crecen debido a esos depósitos.

Muchos de los deltas en retroceso son los de mayor caudal, y con ellos se esfuman humedales magníficos. Los humedales de la Tierra desaparecen a un ritmo tres veces superior al de los bosques. La mitad de las zonas húmedas del mundo se ha volatilizado en el curso de un siglo, mientras las administraciones casi se limitan a contemplar el declive como si obviaran que esos espacios son capaces de almacenar 50 veces más CO2 que las selvas tropicales, un valor fundamental para combatir la crisis climática.

En ocasiones, sucumben inundados, aunque también hay muchas zonas aniquiladas por complejos industriales. Elizabeth Rush aborda ambas casuísticas en su Elevándose (Tusquets, traducción de Felipe Escobar), el libro finalista del premio Pulitzer que la llevó por las costas más amenazadas de los Estados Unidos. Tras indicar que el 40% de la población mundial vive en zonas costeras, Rush detalla los beneficios de los manglares, destaca las marismas como excelentes secuestradoras de gases invernadero o señala que, de las 400 especies amenazadas en su país, más de la mitad depende de humedales.

En el Misisipí, el problema de los vertidos químicos se suma al de la vertiginosa regresión, combatida a fuerza de dragas que excavan sin descanso para desplazar toneladas de arena que eviten inundaciones en el litoral de Luisiana, uno de los más amenazados del mundo. El caso de Edgard, en la parroquia de San Juan Bautista, es ejemplar. En una región situada sobre arenas prácticamente movedizas, la mayoría de los habitantes de la ciudad sopesa emigrar tras conocer que las empresas de extracción de metano, petróleo y sal han erosionado el ya ultrafrágil subsuelo convirtiéndolo en un gruyer contaminado donde el riesgo de morir de cáncer es 800 veces superior a la media nacional estadounidense.

Por eso, Rush presenta ejemplos de vecinos organizados que defienden su comunidad: si es necesario desplazarse a otro enclave, será a un sitio no muy lejano, manteniendo más o menos el paisaje de su vida, y todos los vecinos juntos. Para Rush, “aprender a retirarse juntos” resulta clave en este momento crítico en el que Nueva York, la ciudad que fue posible tras rellenar y endurecer el 90% de humedales, ha anunciado un muro de por lo menos 7 kilómetros de extensión para intentar defender a Manhattan de los embates del mar.

En su El mar que nos rodea (Crítica, traducción de Rubén Landa), Rachel Carson (1907-1964) indica que los algonquinos de la tribu Maliseet llaman Wolastoq al Saint John, el río que experimenta las mareas más intensas del planeta. Wolastoq significa “río bueno y bello”. Un reflejo de la calma con la que los Maliseet asumen la voluntad de las fuerzas naturales que inundan con exactitud relojera los aledaños de la bahía de Fundy. Lo que los Maliseet no aceptaron tan bien fue que la construcción de dos grandes presas disminuyera la migración de salmones atlánticos. El ecoturismo, las embarcaciones de recreo y el cultivo de patatas son ahora la fuente de ingresos allí.

Competitividad asiática

Un cuento tradicional hindú dice que cada 4.000 millones de años, una inundación arrasa la Tierra. De momento, el delta del Ganges, el mayor del mundo, está experimentando una de las regresiones costeras más rápidas del planeta, comparable a la del Misisipí. Bangladesh es un punto cero de las cosechas malbaratadas y la expulsión de personas convertidas en refugiadas climáticas. Drama que subrayan las aguas emponzoñadas por los cadáveres y las basuras que se lanzan al río. En The Ganges Delta and Its People (El delta del Ganges, sin traducción publicada en español), David Cumming indagó en las soluciones que han ido encontrando los habitantes para superar ciclones, mareas y sequías, reubicando cultivos y viviendas manglar adentro, en los dominios de los tigres come-hombres. Y en To the mouths of the Ganges (A las bocas del Ganges, sin traducción publicada en español) Frederic C. Thomas realiza una inmersión también cultural que expone el daño causado por la pesca de camarones a la vez que destaca cómo las necesidades han incitado a la estrecha colaboración entre hindúes y musulmanes.

Ganges, el mayor del mundo: ‘Cuesta encontrar un gran delta asiático con una literatura atenta a su majestuosidad natural. Foto: Martin Bertrand/AFP

De todas formas, cuesta encontrar un gran delta asiático con una literatura atenta a su majestuosidad natural. En China, la competencia entre ciudades ha provocado que el delta del Río Huang He –donde hace 4000 años se fundó la civilización china y donde se gestó la base del Yijing o Libro de los Cambios (Atalanta, traducción de Jordi Vilà y Galvany Albert)– se haya exprimido como área productiva entregada a las refinerías y la producción de acero, petróleo… y algunos melocotones. El ansia extractivista también empapó a los pescadores, que exterminaron la pesca del vecino Mar de Bohai. Resultado: la desembocadura del Huang He, símbolo del despotismo hidráulico, posee tan poca LiterNatura como peces, pese a las singulares posibilidades narrativas de su delta móvil, que con el paso de los años va desplazando su desembocadura kilómetros y kilómetros, provocando el literario efecto de “los deltas abandonados”.

Al sur, los deltas del Yangtsé y el Río de las Perlas conforman superlativas concentraciones humanas en las que el resto de la Naturaleza, de nuevo, parece no tener lugar. El Yangtsé se derrama a lo largo de varias provincias, si bien Shanghái despunta como su moridero más renombrado. Shanghái significa “sobre el mar”, un engaño, porque la ciudad crece “sobre” el río. Ese error sintetiza la desconexión entre aquellos chinos y su delta natural. Alejamiento que se sublima en el Río de las Perlas, en torno al cual se expande una megaconurbación donde los edificios parecen emerger de las aguas. El dinero es el objetivo. Hong Kong es una capital de las finanzas, en Shenzhen incluso se creó una zona económica especial para facilitar los ingresos a destajo, y en territorios como la ludópata Macao pueden verse tubos y palas gigantes vertiendo arena en la costa para edificar nuevos casinos y hoteles. Se calcula que, pronto, unas ciudades unidas a otras sumarán unos 120 millones de personas en la Región de la Gran Bahía, pensada para disminuir el poder referencial de Hong Kong, que quedará económicamente diluida entre las metrópolis que siempre fueron chinas. La pregunta es: ¿cuántas de esas personas escriben sobre el agua que las rodea, que las baña e incluso beben? Hay algún ensayo político, económico, social, pero… ¿y la geología de las islas? ¿Y el Colirrojo dáurico, el Vinagrillo o la Araña seda de oro gigante? Los analistas suelen decir que estas ciudades son megalópolis en las que el componente agrícola y económico ha borrado el geográfico o biológico, y los relatos se construyen a partir de esa mirada ultrahumana que ha convertido este delta fluvial en uno de los más contaminados del mundo.

En el lado de los deltas más fecundos, la marisma aluvial donde confluyen los deltas del Tigris y del Éufrates cuenta con un libro formidable de Wilfred Thesiger, Los árabes de las marismas (Península, traducción de Gracia Rodríguez). El británico nacido en Abisinia vivió siete años con la civilización acuática de los Madán, pescando y navegando con ellos, entre búfalos que pastaban sobre islotes. La fusión de las personas con el medio se traduce en los propios nombres de los Madán: Janaish (burrito), Chilaib (perrito), Bakur (cerda), Khanzir (cerdo), Kausaj (tiburón), Dhauba (hiena)… Se trata de un libro absorbente del que se sale aprendiendo a hacer balsas con espadañas, a sacudirse las moscas o a pescar empleando estramonio mezclado con bolitas de harina y excrementos de gallina.

Y este espectáculo incita a echar de menos algún volumen que refleje íntimamente las naturalezas del Okavango, uno de los deltas más particulares: porque está tierra adentro, cuenta con una de las mayores poblaciones de elefantes de sabana en peligro de extinción y con los únicos leones nadadores de la Tierra. En El mundo perdido del Kalahari (Península, traducción de Miguel Martínez-Lage), el controvertido Lauren van der Post dedicó un capítulo entero al delta del Okavango. Los Bosquimanos, el hilo que devana el libro, pensaron que Van der Post iba en busca del árbol fantasma del pantano, porque no era normal que un viajero se adentrara en el delta cuando el calor apretaba. En cualquier caso, le advirtieron que los cocodrilos e hipopótamos, hartos de ser cazados, habían multiplicado los ataques a humanos; y que los remolinos se sucedían. A su modo aventurero, el autor sudafricano narra cómo llegar al agua alivió sus sentidos después de semanas de polvo y desierto, y ofrece una sensual incursión al Okavanago salvaje, lleno de papiros, garzas gigantes, lirios o insectos traslúcidos entre mansas aguas color plata.

Naturaleza interior: el escritor y aventurero Laurens van der Post (1906-1996) escribió un capítulo entero sobre el delta del Okavango, que no tiene zona costera. Foto: Markus Mauthe/Greenpeace

En el Tigre

Entre todos los deltas, el del Paraná es uno de los más literarios del planeta, donde disidentes, bandidos, bohemios, intelectuales y millonarios llevan décadas refugiándose del aliento de la cercana Buenos Aires. Y el Tigre es el delta dentro de aquel delta, una reserva de la biosfera con más de 350 ríos y arroyos. Allí transcurre Sudeste, la novela protagonizada por el Boga, el solitario pescador que construye un pequeño barco y acepta la intermitente compañía de un cariñoso vecino de pocas luces y su perra. El Boga interioriza la cadencia del delta fundiéndose con el paisaje hasta la aparición de un fugitivo que cambia la atmósfera.

Con los años se ha sabido que el Boga existió de verdad, puede que incluso se llamara así, y que Haroldo Conti se limitó a insuflarle otra vida desplegando su conocimiento del delta, donde se había instalado en 1949. El escritor argentino alquiló una cabaña en el arroyo Gambados y empezó a recorrer los ríos de la región. Se hizo socio de un club de remo. En 1954, compró la cabaña y un bote que preparó para llamarlo como a su hija, Alejandra.

Rodolfo Walsh fue un buen amigo de Conti, a veces se reunían en la cabaña. Walsh también exploró y escribió sobre el delta y los cauces limítrofes, distinguiendo que los mosquitos le picaban en el Tigre, Corrientes y Mercedes, pero en Iberá, no. Por él sabemos que la Palometa, la Piraña de vientre rojo con habilidades descuartizadoras tipo Cangrejo azul, puede atacarte si estás quieto, aunque se abstiene si percibe movimiento. Y conoció a Bernardino Díaz, un gaucho que hacía camas con juncos, se guiaba por la sombra de palitos y estrellas y, cuando se perdía, se paraba, olvidaba, y, al borrar de su mente lo que lo había confundido, lograba reorientarse. Bernardino demostraba que vale la pena detenerse y confiar para caminar en la dirección adecuada.

La intuición importa. “Parece que hay un rumbo”, señaló Rodolfo Walsh, y, pese a la dictadura, pese a los riesgos abismales que amenazaban su vida, la intuición le dijo que el camino era escribir sobre los “analfabetos de rapiña” ocupados en “amontonar tierras, riquezas y aristocracia pueblerina”. Los militares lo desaparecieron. Pero hoy Walsh es Walsh.

Domingo Faustino Sarmiento fue el primero en escribir sobre este delta del Tigre, y también tuvo casa allí, como Manuel Mújica Laínez, Juan Carlos Moretti o Leopoldo Lugones, que se suicidó con whisky y cianuro en la hostería El Tropezón, muy cerca del agua que había descrito “color de león”. Las cenizas de Roberto Arlt se lanzaron al río que homenajea, precisamente, a Sarmiento.

Pero, además de en el final trágico y en su relación con el delta, hay un punto en el que estos escritores y personajes reales o de ficción coinciden con otros de varios países, y es en cuánto les influye el río. “No aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él”, resumió Conti.

Al final, la vibración poética vincula a estas obras capaces de recoger como pocas la tensión entre la tierra, el agua, el sol y los seres que respiran los deltas. Capaces de expresar el potencial de la intersección y lo híbrido. En esta época en la que las encrucijadas se multiplican, los deltas emergen como fuente de soluciones, lugares donde aprender formas de vivir en común. ¿Por qué no escribirlos más?

En el Mediterráneo, las zonas costeras han retrocedido por el cambio climático. La isla de Buda, en el delta del Ebro, será la primera en ser engullida por las aguas saladas en los próximos años. Foto: Archivo personal


Gabi Martínez ha escrito sobre desiertos, ríos, mares, montañas, deltas y todo tipo de seres vivos. Vivió un año con pastores en la dehesa (La Siberia) y otro en la última casa de la isla de Buda antes del mar, la primera que se tragarán las aguas en los próximos años. Tras esas experiencias escribió Un cambio de verdad y Delta. Su obra incluye 16 libros y está traducida en diez países. Es impulsor del proyecto Liternatura, miembro fundador de las Asociaciones Caravana Negra y Lagarta Fernández; de la Fundación Ecología Urbana y Territorial; y codirector del proyecto Animales Invisibles. En SUMAÚMA escribe para el espacio LiterNatura.


Reportaje y texto: Gabi Martínez
Edición: Viviane Zandonadi
Colaboración: Meritxell Almarza (español)
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al portugués: Paulo Migliacci
Traducción al inglés: Charlotte Coombe
Montaje y finalización: Natália Chagas
Coordinación del flujo de edición: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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