Desde tiempos inmemoriales, mi pueblo —los Xipai— ha mantenido una relación íntima con el Río Irirí. Es como parte de la familia. El Río siempre ha sido Río, y los Xipai siempre han sido Xipai. Son cuerpos diferentes entrelazados como uno solo.
Pero el Río Irirí del tiempo de mis antepasados, con sus aguas cristalinas y su color marrón oscuro cuando se ve desde arriba, está cambiando. En verano, más seco, su color se pone de un verde intenso, inexplicable para nosotros. Intrigado, decidí investigar el motivo.
Para contar esta historia, necesitaba aguzar mis oídos y ojos. Necesitaba escuchar el Río.
El Irirí es el Río más grande del municipio de Altamira, en el sudoeste del estado brasileño de Pará. Nace en la Sierra del Cachimbo, en el sur del estado, y desde allí serpentea a través de la Amazonia hasta desembocar en el Río Xingú. Tiene 900 kilómetros de largo y en algunas partes alcanza los 2 kilómetros de ancho. En el área conocida como Entre Ríos, recibe las aguas del Río Curuá, cenagosas por culpa de la minería ilegal que hay fuera de nuestro territorio, la Tierra Indígena Xipaya. Nuestra área está demarcada desde 2012 y en ella viven 197 personas. Hay seis aldeas, tres bañadas por el Irirí y tres por el Curuá.
En el lecho del Irirí hay piedras de todos los formatos y tamaños y, en el estiaje del verano, emergen de las aguas. Parece una galería de arte que, en lugar de obras famosas, exhibe piedras, mostrando el arte de la propia Naturaleza.
Esta casa-Río está llena de personas-selva, personas-hongo, personas-planta, personas-bacteria y personas-fitoplancton. Tuve que silenciarme para oírlas a todas a la vez, como una enorme y poderosa orquesta. Solo se puede hablar del Río Irirí si se habla de los Irirís, los pueblos-selva y más-que-humanos que viven en sintonía con él. No solo forman parte del Río Irirí: son el Irirí.
Para contar la historia de este Río, escuché lo que todos ellos me decían. Salté al Irirí con la intención de ahogarme. Mi cuerpo se hundió como una piedra en su lecho.
Digo ahogarme y hundirme en sentido figurado, para explicar mi querer entender el Río de una forma tan profunda que quien hablara fuera el propio Irirí. Me metí en el agua hasta las rodillas y volví a las piedras. Vi una cría de Surubí y pensé que era una Anaconda por los colores y el reflejo en el agua. Percibí que todo lo que forma parte del Río tiene gestos, formas, cuerpos y costumbres diferentes y, al mismo tiempo, vive en armonía como parte de un solo cuerpo, el del Irirí.
Sigo tumbado en el fondo del Río, sigo en las profundidades mientras escribo este reportaje. No he conseguido convertirme en Río, a pesar de ser Xipai, y me siento como un intruso en este lugar tan hermoso y aterrador.
Lecho de piedra: en el estiaje del verano, cuando el agua disminuye, emergen esculturas naturales del fondo del Río Irirí
Agua más verde, tierra más seca
Biupa Xipai, de 57 años, es el vicecacique de la aldea Tukamã, donde vive desde 1994. Tukamã está a unos 600 metros de la orilla del Río. Tiene forma circular y suelo de hierba. Las casas son de madera y, en el tejado, tienen tejas onduladas de fibrocemento (una mezcla de cemento y fibras sintéticas), excepto algunas casitas que sirven de cocina en los patios traseros y están cubiertas de hojas de palmera Babasú. También es donde los lugareños producen artesanía. En el patio central de la aldea y en los patios traseros de las casas hay varios árboles frutales, como Mangos, Bananeros, Mandarinos y Yambos, entre otros.
El día a día de los Xipai gira en torno al Río. Las familias salen a pescar en las piedras que hay frente al puerto de la aldea o más lejos. A veces se pasan toda la tarde en la margen del Río. Las madres lavan ropa o se bañan. Los niños, que en su mayoría ya saben nadar, juegan en el agua. Uno de los juegos más comunes es cuando un niño finge ser un Caimán o una Anaconda y los demás huyen. Los hombres salen a pescar y las mujeres esperan a que vuelvan para preparar el pescado para la comida familiar. Por la noche, las familias se reúnen en círculo y cuentan historias de lo que han visto y vivido en el Río o en la selva. Jóvenes y niños escuchan los relatos poblados de Jaguares, Anacondas y otros animales que viven en los alrededores del Irirí.
Los niños de la aldea viven el Río Irirí: juegos, pesca, lavado de ropa. El día a día de los Xipai gira en torno de este cuerpo de agua
Biupa Xipai sabe muy bien lo que le ha ocurrido al Río Irirí en los últimos años.
«A partir de junio, el agua se va poniendo verde. [Entonces] ya no tenemos más agua original», explica mientras charlamos en el patio de su casa, yo en una silla y él tumbado en una hamaca roja. Prepara un cigarrillo que sostiene con la punta de los dedos, el brazo caído fuera de la hamaca. Yo me angustio porque, de vez en cuando, cuando se emociona con sus historias y sacude el brazo, casi veo caer el cigarrillo al suelo.
En la Amazonia, la lluvia define las estaciones. El llamado invierno amazónico, el período lluvioso, va de noviembre a abril. El verano amazónico, de mayo a octubre. Biupa Xipai cuenta que, en invierno, el agua del Irirí es más oscura, de un marrón oscuro, cuando se ve desde la superficie. Cuando te sumerges, el agua es clara, casi cristalina. Se pueden ver los peces entre las rocas y la fina arena que se agita suavemente en el fondo del Río. El color del agua en invierno aún es como antes, pero, en verano, está cambiando. A partir de junio, se vuelve verde pantano y permanece así durante todo el mes.
Cuando el verde se apodera del Río, las cosas se ponen más difíciles. Ver lo que hay bajo el agua o incluso en la superficie es un desafío incluso para los entrenados ojos de los Xipai, que a veces salen a pescar de noche a causa del calor. Con poca visibilidad en el agua, es más difícil ver a los peces o desviar las embarcaciones de las rocas para no encallar.
En julio, agosto y septiembre, en pleno verano, la temperatura sube. El agua se vuelve aún más opaca. Y el verde, más intenso.
Es entonces cuando los peces empiezan a morir.
Biupa ha observado que los primeros en morir son los peces que no tienen escamas, como el Surubí, la Raya y el Pez gato sierra. Tres días antes de la entrevista con SUMAÚMA, vio un Pez gato sierra muerto en la superficie del agua. Miró a ver si había marcas de depredadores, pero el pez no tenía arañazos en el cuerpo. Probablemente fue la primera víctima del reverdecimiento del Río que Biupa vio este año.
No sabe exactamente qué está volviendo verde al Irirí, pero sí sabe que ha ido empeorando en los últimos años. «Ha cambiado mucho en los últimos cinco años, el agua está muy diferente. También está el cambio de clima, estamos en julio, pero parece agosto», dice Biupa.
En octubre, el agua del Irirí aún está verde. Debería volver a su color marrón natural en noviembre, al comienzo del invierno.
Pero debido al cambio climático, el invierno ya no llega en noviembre.
El año pasado, las lluvias no empezaron hasta diciembre. Fue entonces cuando el agua del Río volvió a oscurecerse.
Kamadï Xipai, de 45 años, y Kawhe de Jesus Paz, de 50, llevan casados más de 27 años. Ambos viven en la aldea Tukamã. Kamadï es cocinera en la escuela y artesana, y Kawhe es agente Indígena de saneamiento y también artesano. Para este reportaje, conversé con ellos en el patio trasero de su casa, bajo un Mango.
Me contaron que en 2024 el Río Irirí no se llenó como de costumbre. En Tukamã, desde la orilla del Río hasta la aldea hay 600 metros y en la crecida el agua cubre todo el bosque inundable. Eso es más de la mitad del camino desde la orilla del Río hasta la entrada de la aldea.
Kawhe de Jesus Paz y Kamadï Xipai, de la aldea Tukamã: en 2024, el Río Irirí no se llenó lo suficiente para la gente, los peces y los bosques inundables
Este año, nada estaba cubierto de agua. Llovió menos y el Río Irirí no tenía agua suficiente para los Xipai, los peces, los bosques inundables y todo un ecosistema que necesita la crecida.
El agua tampoco cubrió el bosque inundable en el camino que va de la orilla del Río a la aldea Yupá. Es una aldea pequeña, de 13 habitantes. Los árboles están muy cerca de las casas, que están rodeadas de madera y cubiertas de tejas u hojas de palma Babasú. La aldea está a 300 metros de la orilla del Río y todo el camino queda bajo el agua en invierno. Pero este año el agua no inundó ni 4 metros de los 300.
La sequía es tan grave que, el pasado 30 de septiembre, la Agencia Nacional de Aguas y Saneamiento Básico declaró una situación crítica de escasez de agua en el Río Xingú y en el Río Irirí, su afluente. El objetivo es alertar a la población y permitir que las instituciones y empresas radicadas en la región tomen medidas.
En la aldea Yupá, piedras donde antes había agua: la situación de los Ríos Irirí y Xingú se considera crítica
Pero ¿por qué el agua está verde?
Para este reportaje, entrevisté a dos biólogos para entender qué está pasando con el agua del Río Irirí: Dilailson Araújo de Sousa, técnico del Laboratorio de Ecología de la Universidad Federal de Pará en Altamira, magíster en recursos acuáticos continentales amazónicos y doctorando en ecología por la misma universidad; y Daniela Santana Nunes, profesora de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Federal de Pará en el campus de Altamira, magíster en ecología de ecosistemas acuáticos estuarinos y doctora en desarrollo socioambiental.
Ambos analizaron fotos del Río en distintos puntos. También escucharon el relato de todo lo que vi, viví y oí sobre la muerte de los peces, el color del agua y el aumento de la temperatura en la región. Llegaron a la misma conclusión: al igual que ha ocurrido en otros ríos y lagos que han estudiado en los últimos años, la causa del enverdecimiento del Irirí parece ser la proliferación descontrolada de cianobacterias, seres microscópicos que componen el fitoplancton y viven flotando en la superficie del agua.
Según los biólogos, aparte de las cianobacterias no hay muchos microorganismos capaces de predominar en agua dulce, como está ocurriendo en el Río Irirí. Todo ello es señal de un proceso de desequilibrio ambiental en la región, agravado por el cambio climático. «La proliferación de cianobacterias demuestra que existe una desarmonía en las interacciones ecológicas de un sistema determinado. Porque cuando se produce un crecimiento exagerado de un grupo de organismos en ese entorno, significa que algo va mal, que se está favoreciendo a ese grupo», afirmó Dilailson en una entrevista en línea. A sus 40 años, lleva 16 estudiando el fitoplancton. Y 11 investigando específicamente la acción de las cianobacterias.
Detalles del Irirí: baño en el Río, una rutina para los Xipai, y un rincón de aguas verdosas
Algunos factores favorecen esta multiplicación y el primero es el aumento de materia orgánica en el agua, especialmente de nutrientes como el nitrógeno y el fósforo. Es lo que en biología se conoce como eutrofización. En la Amazonia, eso está directamente relacionado con la minería ilegal, cuyas actividades remueven la tierra y el agua. Los sedimentos resultantes de la minería son ricos en nutrientes como fósforo, nitrógeno y calcio. Todo esto se arroja a los ríos y se convierte en alimento para las cianobacterias.
En la aldea Tukamã, la artesana Kamadï aún recuerda bien la primera vez que el Río Irirí se tiñó de verde, allá por 2003. «Era la primera vez que había esa agua [verde] y murieron muchos peces», cuenta. Hubo una mortandad de peces. Pescadores y vecinos denunciaron el problema al Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama).
El organismo envió a un equipo a analizar el agua y los peces con el apoyo de la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas (Funai) y de Eletronorte, además de investigadores del Instituto de Biofísica de la Universidad Federal de Río de Janeiro, de la Universidad Estatal Paulista y del Instituto Evandro Chagas. Los informes laboratoriales demostraron que la causa era una floración de cianobacterias de géneros potencialmente tóxicos. Se elaboró un documento en el que se informaba de lo ocurrido y se advertía de la necesidad de un plan de monitoreo constante en los Ríos Irirí y Curuá, ya que la floración de cianobacterias podría repetirse en los años siguientes. El plan de monitoreo del Irirí nunca llegó a ponerse en marcha.
El documento elaborado por los científicos hablaba de planes para construir una central hidroeléctrica en el lugar: Belo Monte. Y uno de los riesgos ambientales del proyecto era la floración de cianobacterias, que suele ser más grave en los embalses, donde el agua permanece estancada. La central hidroeléctrica de Belo Monte, que empezó a funcionar en 2015, construyó una represa en el Río Xingú, que tiene al Irirí entre sus afluentes.
Preguntamos a Norte Energia, concesionaria de Belo Monte, si la empresa está al corriente de lo que ocurre en el Irirí o si monitorea el agua del Río. Norte Energia respondió que no monitorea el agua del Irirí porque el Río no está en la zona de influencia de la central.
En 2017, la Funai recibió noticias de que los Indígenas Panará, que viven en la cabecera del Irirí, y luego los Kayapó, que viven más abajo, se habían encontrado mal tras beber el agua del Río. También hubo relatos de la muerte de peces. El Ibama y la Universidad Estatal de Mato Grosso, bajo la coordinación de la Secretaría Especial de Salud Indígena, realizaron pruebas que confirmaron la presencia de bacterias y toxinas en el agua.
Uno de los problemas de la proliferación de cianobacterias es la liberación de toxinas en el agua, como las hepatotoxinas, que afectan el funcionamiento del hígado y también pueden afectar las funciones renales; las neurotoxinas, que afectan al cerebro, y las dermatotoxinas, que irritan la piel. Pueden ser mortales para los animales e incluso para los humanos. En 1996, más de 60 personas murieron en una clínica de hemodiálisis de Caruaru, en el estado de Pernambuco. Las investigaciones detectaron la presencia de microcistina, una toxina también producida por cianobacterias, en el agua utilizada para el tratamiento de hemodiálisis de los pacientes.
Este año se han repetido los relatos de personas que se encontraron mal tras beber el agua del Irirí. Los vecinos de la aldea Yupá sufrieron náuseas, vómitos, malestar general y diarrea.
La salud de la Naturaleza y de los que viven en ella: tras beber agua del Irirí, los Indígenas dijeron haber sufrido náuseas, vómitos, malestar y diarrea
El Río que no es de nadie
En septiembre de 2024 me puse en contacto con el coordinador regional de la Funai en Altamira, Luis Gonzaga Xipaia de Carvalho. En un mensaje de WhatsApp, le pregunté si la Funai tenía conocimiento de que el Irirí se estaba poniendo verde y de que los peces se estaban muriendo. También si se había previsto analizar el agua del Río o crear un plan de emergencia para las etnias que viven en la región en caso de que el estado del Irirí empeore. El coordinador contestó que la Funai no sabía del enverdecimiento del Irirí.
También me dirigí a la Unidad Técnica del Ibama en Altamira. Por correo electrónico, pregunté si el Ibama conocía el estado del Río Irirí y si había elaborado algún plan para analizar y monitorear sus aguas. El Ibama respondió que no tenía conocimiento de lo que ocurre en esta época del año en el Irirí. En cuanto a las pruebas, dijo que en los ríos federales quien las realiza es la Agencia Nacional de Aguas y Saneamiento Básico en colaboración con el Servicio Geológico de Brasil, pero que el Irirí está clasificado como río estatal y, por lo tanto, quien tiene la responsabilidad de monitorear la calidad del agua es la Secretaría de Medio Ambiente y Sostenibilidad del estado de Pará.
Al ser contactada, la Secretaría respondió que las Tierras Indígenas son responsabilidad federal y no hizo ninguna mención al monitoreo del agua del Irirí. Insistimos en que no queríamos información solo sobre los aproximadamente 30 kilómetros del Irirí en el territorio Xipai, sino sobre todo el Río, cuyos 900 kilómetros recorren casi en su totalidad el territorio del estado de Pará. No hubo respuesta.
¿Por qué mueren los peces?
Las cianobacterias figuran entre los primeros seres vivos del planeta: aparecieron hace unos 3.500 millones de años. Con tanto tiempo en la Tierra, desarrollaron una gran capacidad de flotación, que aumenta aún más con la temperatura y la densidad del agua. Así, suben a la superficie, reciben más luz solar y se reproducen aún más rápido.
Mientras tanto, el lodo de los sedimentos acumulados (como los procedentes de la minería ilegal, por ejemplo), a la vez que alimenta a las cianobacterias impide que la luz solar llegue a aguas más profundas.
Es entonces cuando los peces empiezan a morir.
La profesora Daniela Nunes explica que, en los lugares donde florecen las cianobacterias, la mortandad de peces está asociada a dos factores: primero, las bacterias consumen y agotan los nutrientes del agua; segundo, la floración extendida por la superficie impide que la luz solar llegue a las partes más profundas del Río. Y otros fitoplanctons de agua dulce, que normalmente hacen la fotosíntesis en el fondo del Río, no consiguen hacerla. Con menos fotosíntesis, hay menos oxígeno en el agua.
«Se produce un proceso de pérdida de oxígeno en los niveles inferiores del agua, lo que puede provocar una mortandad de peces», explica Daniela, que lleva 24 de sus 47 años estudiando la diversidad de algas en los ríos amazónicos. El año pasado trabajó en la elaboración de una lista de las cianobacterias presentes en Pará.
El Irirí visto desde la aldea Yupá: los organismos federales dicen que el Río es de responsabilidad del estado, mientras que el gobierno de Pará dice que, como pasa por Tierras Indígenas, es de responsabilidad federal
El biólogo Jansen Alfredo Sampaio Zuanon, de 60 años, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia, ayuda a entender por qué los peces sin escamas son los primeros en morir. Cuando los nutrientes que alimentan a las cianobacterias se agotan, la floración se detiene. La biomasa de esa floración acaba hundiéndose en el lecho del Río. Allí ya hay materia orgánica, restos de animales muertos, plantas acuáticas, follaje, así como todo lo que arrastra la lluvia: es el ciclo natural del Río.
Toda esta materia orgánica acumulada inicia entonces el proceso de descomposición, y las bacterias implicadas en la descomposición consumen más oxígeno en el fondo del Río. Y eso afecta primero a los peces sin escamas que viven allí, como los Bagres.
Cuando el oxígeno se agota en el fondo del Río, los Bagres u otros peces suben a la superficie para respirar, pero gastan mucha energía haciéndolo. En lugar de alimentarse, se concentran en buscar oxígeno. «Gastan aún más energía y, al no poder reponer fuerzas, acaban muriendo de agotamiento», resume Jansen Zuanon, doctor en ecología y uno de los mayores expertos brasileños en peces de agua dulce.
Para el Río y los Xipai, una época de incertidumbre
La época en que un Río de aguas marrones se vuelve verde es una época de incertidumbre para los Xipai. El pueblo ya no sabe si podrá mantener su modo de vida y su más que íntima relación con el Río Irirí. Esta sensación estremecedora, que no me atrevo a llamar miedo, pude comprobarla por mí mismo, tanto en mi propio cuerpo naufragado en el Río como en las lágrimas que corrían por el rostro de Biupa Xipai cuando hablaba del Río de entonces y del de ahora.
Para los ríos de la cuenca del Amazonas, es una época de sequías aterradoras, lluvias que no llegan en el momento adecuado y no son suficientes para llenar los ríos ni para que la gente plante sus cultivos. La temperatura sube año tras año y los estudios demuestran que el cambio climático crea las condiciones perfectas para que proliferen las cianobacterias. El Río Irirí corre el peligro de volverse cada vez más verde, lo que amenaza aún más la existencia de quienes lo necesitan para vivir.
El Irirí es el Río donde las cascadas y los vientos cuentan historias de quienes han vivido y viven en él y a su alrededor. Es el Río donde los peces hacen cosquillas en el cuerpo de los que nadan, y el ruido de miles de vidas provoca banzeiro (ondas) en el agua y reverbera en la selva.
El Irirí es el Río de mi pueblo, de mi infancia, de mis sueños y de mis antepasados. Es el Río al que pertenezco y donde permanezco sumergido.
Pero para los Xipai del futuro, el Río de aguas marrones puede convertirse en solo un recuerdo.
Familias Xipai se bañan en el Irirí: la íntima relación con el Río se ve amenazada por el cambio climático
Este reportaje, fruto de la colaboración entre SUMAÚMA e InfoAmazonia, ha contado con el apoyo del programa Voces para la Acción Climática Justa (VAC), que trabaja para amplificar acciones climáticas locales y pretende desempeñar un papel central en el debate global sobre el clima. InfoAmazonia forma parte de la coalición «Fortalecimiento del ecosistema de datos e innovación cívica en la Amazonia brasileña» con la asociación de Afro Envolvimento Casa Preta, el Colectivo Puraqué, PyLadies Manaus, PyData Manaus y Open Knowledge Brasil.
Reportaje, texto y fotos: Wajã Xipai
Edición: Fernanda da Escóssia
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Gustavo Queiroz e Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al ingles: Diane Whitty
Traducción al spañol: Meritxell Almarza
Infográficos: Rodolfo Almeida
Edición de arte: Cacao Sousa
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Coordinación de flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum