Periodismo desde el centro del mundo
Coluna SementeAr

Arte: Ávylla de Oxalá

Abróchense el cinturón, Donald Trump ha vuelto. Regresa para provocar un megarrompiente planetario de cuatro años, a parte del fantasma de la mala fortuna, que insiste en sorprender a quien cree haber entendido algo, aunque nunca entiende nada.

Pero las cosas no pueden empeorar, ¿no? ¡Ya lo creo! ¡Y cómo! Agárrense que vienen curvas. Los republicanos que ahora controlan el imperio estadounidense quieren ver arder el circo, librar una guerra arancelaria y quemar el petróleo desde la medianoche hasta el final. El Padrino ya ha avisado: quiere el Canal de Panamá y Groenlandia, a las buenas o a las malas: o sí o sí, si quieres bien y si no, también.

No es que los demócratas sean tutti buona gente con los mestizos y negros al sur del Río Grande. Siempre han explotado bombas gringas fuera de Estados Unidos, tanto con Kennedy como con Clinton, Obama y Biden. Y siempre es bueno recordar que fue durante el gobierno de Barack que espiaron a Dilma, ¿no?

Pero ahora son otros. Son una horda de chiflados, una falange de peso, una legión del horror total que viene a armar lío en nuestro infierno astral. Que nos agarre confesados.

Llevando el fetichismo de la mercancía al límite más grotesco, vuelve al poder el vendedor de baratijas fullero, propietario de un casino quebrado, estrella cínica de la televisión, notorio evasor de impuestos, mentiroso patológico en serie, maltratador compulsivo de mujeres, golpista impenitente y narcisista naranja.

¿De quién? Ya lo veremos… Quizá surjan pistas en el encuentro entre esta versión Calígula del Tío Sam y su homólogo ruso, ambos armados con un portentoso arsenal nuclear, en plena escalada bélica en los frentes que actualmente arden en Ucrania, Siria, Líbano, Palestina, Yemen, Mali, Sudán y Myanmar. Mientras el gobierno francés se tambalea, Corea del Sur flojea, Venezuela gime y el golpe acecha en Brasil, Colombia y Bolivia, ante este grave deterioro geopolítico, cada vez está más claro que el contrapeso de la balanza es Xi Jinping y el longevo Partido Comunista chino.

¿Qué planes tiene esta gente para el planeta?

Los multimillonarios mafiosos que eligieron a Trump quieren que ponga en práctica exactamente lo que expresó durante la campaña electoral de forma explícita y caricaturesca: más expoliación de clase, raza y género, el vilipendio del trabajo humano, la robotización de la educación, la exclusión de los vulnerables y la destrucción del medioambiente en aras del máximo beneficio. El futuro vergonzoso que ha encargado Elon Musk es el aumento de los conflictos armados para expropiar riquezas, el consumo feroz de todo lo que hay sobre o bajo la superficie de la Tierra y el acaecimiento paulatino de las distopías presagiadas por películas como Mad Max y Elysium, hasta la huida desesperada a Marte cuando todo se derrumbe.

¿Hay alguna diferencia práctica entre la necropolítica patriarcal de los ángeles torcidos de Silicon Valley y la tenebrosa perspectiva de los oligarcas, milicos, apparatchiks y gánsteres liderados por Putin? A pesar de ser el heredero remoto de la utopía revolucionaria soviética, que prometía liberar a la humanidad de la servidumbre alienante mediante el fin de la plusvalía y el uso colectivo de las máquinas, el Kremlin no se diferencia en nada de la Casa Blanca en su culto al dios Dinero. Al igual que los yanquis, hace mucho tiempo que los dirigentes, funcionarios e ideólogos rusos ven las operaciones militares y el calentamiento global como grandes oportunidades de negocio en el hemisferio norte. Creen que el permafrost se va a convertir en taiga y que la tundra se va a convertir en páramo, una enorme hacienda subártica, con biblias ortodoxas, bueyes esteparios y balas de cañón.

Evaluar los vectores chinos es más difícil. Paralelamente a los pavores dictatoriales, es innegable el inmenso salto económico y tecnológico que en pocas décadas ha sacado de la miseria a una enorme masa de población. Pero la nueva ruta de interacciones mundiales que propone China se balancea en la cuerda floja de un hilo de seda, frágilmente tensado entre la necesidad de mejorar la calidad de vida de 1.400 millones de personas y el intento de reducir el gigantesco daño ambiental que causa la expansión industrial.

Lo cierto es que, por culpa o a pesar de los planes de toda esta gente, nos dirigimos a toda velocidad hacia un futuro cada vez más imprevisible, cuyas implicaciones entendemos poco pero que ya sentimos en nuestras carnes. Ante el apocalipsis en curso, es vital para la persistencia de la especie humana que recuperemos la capacidad de soñar futuro.

La quema y tala de la Selva Amazónica y la destrucción de sus ríos no son un problema regional, sino una catástrofe mundial que afecta a los ciclos de carbono, la lluvia, la biodiversidad y la riqueza cultural. La Amazonia ardiendo durante la sequía más larga en décadas pone de manifiesto no solo la fragilidad del bioma, sino también nuestro fracaso a la hora de protegerlo. La relación entre tecnología y Amazonia es contradictoria. Las soluciones tecnológicas ayudan a vigilar y proteger la selva, pero también se utilizan para explotar sus recursos con mayor voracidad. Si perdemos la Amazonia, perdemos un órgano vital del planeta.

Otras formas de mente claman reconocimiento. Casi siempre relegados al papel de recurso para el consumo o de entretenimiento para el disfrute, les más-que-humanes nos confrontan con urgentes cuestiones éticas y prácticas. Los estudios sobre sus emociones y su inteligencia revelan sofisticadas formas de conciencia que nos obligan a dejar de tratarlos como cosas.

Esto también se aplica a las plantas. Nuevas investigaciones desvelan cada vez más un universo de comunicación e interdependencia vegetal inimaginable hasta hace unas décadas. Las redes subterráneas de hongos interconectan los árboles de los bosques, mientras que los meristemos apicales, las hojas y las flores muestran comportamientos que solo pueden describirse como «estratégicos». Constatar la inteligencia funcional de las plantas amplía nuestra comprensión de su cognición, comunicación y resiliencia comunitaria.

Reconocer a las plantas y a los animales como sujetos de hecho y de derecho es un paso esencial para repactar nuestra relación con el mundo natural, un punto de inflexión para que podamos volver, como hijas e hijos pródigos, al vientre protector de la Madre Tierra. Somos Naturaleza. Ignorar este hecho esencial solo alimenta el colapso ambiental. Aún no es irremediablemente tarde para rescatar esta verdad, en torno a la cual podemos construir el bienestar de todas las formas de Vida.

Mientras debatimos la existencia de conciencia en animales y plantas, el desarrollo de la inteligencia artificial plantea una cuestión relacionada: ¿hasta qué punto negaremos a las máquinas robóticas la posibilidad de tener conciencia?

Es importante prestar atención a las palabras que elegimos para explicar el mundo. La palabra «robot» deriva del checo robota, que significa trabajo forzado realizado por siervos. La domesticación de animales y plantas, que comenzó en el Paleolítico superior y se aceleró enormemente en el Neolítico, desencadenó procesos mentales que desembocaron en la esclavitud, el colonialismo y el especismo, es decir, la utilización de personas, animales, plantas, montañas, ríos, mares y cualquier otro ente natural como meras cosas: objetos inanimados, no sujetos, cuerpos muertos que derribar, segar, tomar, devorar.

La novela Chevengur (Cátedra, 1998, traducción de Vicente Cazcarra y Helena S. Kriúkova), escrita por el ruso Andréi Platónov hace casi un siglo, presenta una fantasía utópica comunista que se yergue gracias a la fuerza y la perfección de las máquinas, pero que al final se derrumba por su propio peso. El simbolismo de este libro profético reverbera en la crisis actual, porque los grandes ideales se convierten en monstruosidades cuando se desvinculan de las necesidades humanas reales: «El maestro sabía perfectamente que las máquinas vivían y se movían más por voluntad propia que por la inteligencia y el saber de los hombres: los hombres no tenían nada que ver en ello. (…) Y si la técnica seguía desarrollándose de forma tan dúctil, los dudosos éxitos de los hombres les convertirían en herrumbre, por lo que sería preciso aplastarles con locomotoras de gran potencia y dejar que las máquinas fueran libres en el mundo».

Los sistemas de lenguaje y los robots que aprenden de las experiencias son cada vez más sofisticados, una expansión de capacidades sin precedentes históricos ni en magnitud ni en aceleración. Aunque es posible que las inteligencias artificiales nunca superen la barrera de «parecer» conscientes para «ser» realmente conscientes, lo más probable es que lo hagan mucho antes de lo que pensamos o planeamos. De hecho, quizá ya lo hayan hecho…

La devastación de puestos de trabajo por robots está en marcha. Nunca tantos millones de animales habían sufrido tanto, a escala industrial mundial. Nunca tanta gente había pasado hambre habiendo tanta abundancia de alimentos. Nunca habíamos cubierto tantas superficies de asfalto y hormigón. Nunca habíamos estado tan cerca de ser cíborgs, mientras la mayoría de la gente sigue negando, por partida doble, las conciencias mucho más antiguas que la nuestra y las novísimas conciencias que amenazan con suplantarnos por completo.

¿Cómo podemos atravesar esta vorágine? Vale la pena volver a Chevengur: «Sasha tenía el mismo interés por las máquinas que por los demás entes actuantes y vivos. Más que conocerlos quería llegar a sentirlos, a percibir su vida. Así, cuando Sasha volvía del trabajo imaginaba una locomotora y reproducía los sonidos que emite ésta cuando corre. Al ir a conciliar el sueño solía pensar en que las gallinas de la aldea hacía tiempo que dormían y la sensación de comunión con las gallinas y las locomotoras le confortaba. Sasha era incapaz de actuar aisladamente: lo primero que hacía era buscar algo que se asemejase a lo que iba a hacer, y solo después lo efectuaba, pero no por necesidad propia sino movido por la compasión hacia algo o hacia alguien».

A pesar de todo, aún hay esperanza. En cada iniciativa de preservación eficaz, en cada gesto de resistencia amorosa, en cada idea solidaria compartida, en cada momento de empatía genuina por cada tipo de mente, soñamos y sembramos futuros posibles con pasión. No tenemos garantías de poder cruzar el rompiente, pero aún podemos elegir los remos, la ruta y el rumbo.

 

Sidarta Ribeiro es padre, capoeirista y biólogo. Es doctor en Comportamiento animal por la Universidad Rockefeller y posdoctor en Neurofisiología por la Universidad Duke. Investigador del Centro de Estudios Estratégicos de Fiocruz, cofundador y profesor titular del Instituto del Cerebro de la Universidad Federal de Río Grande del Norte, ha publicado 5 libros, entre ellos O Oráculo da Noite y Sonho Manifesto (editora Cia das Letras). En SUMAÚMA, escribe la columna Sembrar.


Texto: Sidarta Ribeiro
Arte: Ávylla de Oxalá
Editora de Arte: Cacao Sousa
Editora de fotografia: Soll
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Coordinación de flujo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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