El encuentro no se iba a poder hacer en la Amazonia, pero, aun así, Araquém Alcântara encontró la manera de que fuera en un rincón de la Naturaleza que respira acorralada en São Paulo. En el Parque Burle Marx, zona sur de la capital de São Paulo, sobreviven algunos ejemplares que quedaron de la Mata Atlántica y al menos 164 especies de animales. Al principio de la charla con SUMAÚMA, el fotógrafo que desde hace casi cinco décadas registra la Amazonia brasileña, vestido con bermuda, sombrero, chaleco, camiseta de camuflaje y su antigua compañera Leica colgada al cuello, hace una ofrenda a Oshosi con la frente apoyada en el tronco de un árbol.
La escena es un retrato verosímil de Araquém y de su trabajo. En el candomblé, la religión que le presentó su padre, Oshosi es el orisha que enaltece la Naturaleza. “Recién supe que era hijo de Oshosi y todo lo que yo tenía que ver con la Selva mucho después de ya estar en la Selva. Como mi padre era del candomblé, empecé a ocuparme más de eso. Cada vez que entro al bosque hago una pequeña oración a Oshosi y Obatalá”.
Monos ardilla fotografiados por Araquém, en 2016, en el estado de Acre. El fotógrafo, que tiene influencias del candomblé, hace una ‘ofrenda a Oshosi’. Fotos: Araquém Alcântara e Lela Beltrão/SUMAÚMA
Este ritual obligatorio para quienes respetan la grandeza de la Selva y de las vidas más-que-humanas forma parte de una larga carrera que le ha valido numerosos premios, 61 libros publicados y reconocimiento nacional e internacional como uno de los fotógrafos de la Naturaleza más importantes de Brasil. Araquém, que hoy tiene 73 años, es un contador de historias. De manera frenética y superlativa —“soy exagerado y mentiroso”—, dice que casi se murió cinco veces: una canoa fuera de control, una casi caída de avión, un secuestro, el rifle de un hacendado en la cara y el paso por un “precipicio” en el Pico de la Neblina. Pero a los animales a quienes logra capturarles el alma nunca les ha tenido miedo. Les tiene respeto. Interacción. El fotógrafo, que se considera “completamente desequilibrado”, afirma tener una conexión mística y centrada cuando entra en el bosque. La Selva. La Amazonia. La oración antes de iniciar cualquier jornada por los biomas brasileños enclaustra un mensaje de respeto hacia les más-que-humanes: “Estoy aquí, trabajando: así que aparezcan”.
En el contacto con los animales, dice, se puede ver a Dios. “Veo el Tao. Veo el alma. Y tomo fotos”. En 2006, el libro Amazônia, de Araquém, obtuvo el segundo puesto del Premio Jabuti en la categoría Fotografía. Años después, en 2020, la publicación Brasileiros, en la que retrata a los humanos que protegen y viven en simbiosis con la Selva, también fue finalista del premio Jabuti en la categoría Ensayos/Artes. El libro Araquém Alcântara: Fotografias le dio al fotógrafo el premio conocido como “Benny”, el Premier Print Awards, de Chicago, en 2012.
A las enseñanzas religiosas de su padre se sumaron cuatro años de estudio en una escuela católica, de la Orden Carmelita, en Itu (estado de São Paulo). La espiritualidad y la intuición son, por lo tanto, características distintivas de la personalidad del fotógrafo, que dice haber desarrollado la capacidad de meditar y el respeto por lo divino. “Mi predilección es ver”.
Niños y Ceiba, Barcelos, 2018. Foto: Araquém Alcântara
No hay lugar para el sosiego en el alma de Araquém. Inquieto, ya prepara el libro “seminal” que pretende lanzar hasta 2030 para celebrar los 60 años de su carrera y más de medio siglo de cobertura fotográfica de la Amazonia. Inexplicablemente, ya sabe incluso el número de páginas: 432. “Tengo esto en mente y uno de los nombres de mi próximo libro puede ser ‘Amazonia en Transe’”.
“Agradezco todos los días haber encontrado la Selva y la fotografía. Pero no me digas que soy un tipo realizado”. Ante tanto desasosiego, su propio nombre —Araquém es una palabra de origen Indígena que significa “pájaro que duerme”— es un contrasentido. “No me gusta dormir, lo mío es estar en movimiento. Hay que vivir. Esta sed de vivir me acompaña, este es mi ritmo vital”. Su padre le puso este nombre al fotógrafo inspirado en la novela Iracema, de José de Alencar, en la que Araquém es el padre del protagonista.
El primer Yaguareté
La primera foto de la Naturaleza la tomó en 1979, “con una Pentax de rosca, teleobjetivo 300”, en la isla Xiborena, entre los ríos Negro y Solimões, cuando descubrió un Yaguareté que jugaba en un arroyo. “La primera foto de un Yaguareté o la primera foto realmente de la Naturaleza en la Amazonia fue esa, en 1979. Allí sentí un encantamiento, la seguridad de que iba a hacer muchos Yaguaretés, la seguridad de que iba a ser fotógrafo. Allí se carismó, se consagró”.
El primer yaguareté, Igarapé do Guedes, Manacapuru (Amazonas), 1979. Foto: Araquém Alcântara
El viaje a Manaos no tenía ninguna relación con la fotografía de la Naturaleza. Araquém había sido contratado para documentar un evento corporativo, la inauguración de una revendedora de llantas Goodyear en la capital del estado de Amazonas. Sin embargo, escuchó una conversación de un mesero, en un bar, sobre un Yaguareté que aparecía diariamente en el arroyo que llamaban “Igarapé do Guedes”. Era lo que hacía falta para que el fotógrafo cambiara radicalmente sus planes.
“Fui con el tipo, no llegábamos nunca a la isla… Porque allí nunca se llega. En la Amazonia siempre estás al borde de lo inalcanzable, de la utopía total. Las distancias son impresionantes”, recuerda. El Yaguareté no apareció el primer día. Hubo que tener persistencia, resiliencia y paciencia. Y, finalmente, después de horas de espera y búsqueda, lo vieron: “De repente, veo una cabeza enorme en el arroyo. Agarra una rama, la levanta y la muerde. Felicidad”.
Cuando la esperada foto se produce, Araquém dice que siente “un raro e indefinido placer”. “Yo la llamo fotanga, que es una foto alucinante. Tarda en pasar, pero te das cuenta en el momento, es impresionante”. En la profunda conexión con la Selva, añade el fotógrafo, se puede comprender que la Naturaleza se presenta como un regalo. “De repente escucho un sonido, miro y es un balé de una hoja que cae, mucho más que Baryshnikov [el bailarín letón Mikhail Nikolaevich Baryshnikov]. Estoy seguro de que eso se está haciendo para mí, es para ti, toda esta belleza, y entonces comulgas”.
Araquém camina por los bosques y senderos del Parque Burle Marx con un vigor que impresiona. Identifica los cantos de los pájaros, explica su fascinación por los árboles y por la luz del atardecer —“el cielo plomizo, esa cosa doradita, ese azul fantástico”— y cuenta cómo siempre obedece a su intuición. Ve una puntita de luz que atraviesa las ramas de los árboles y señala: “Mira eso qué bonito, una luz perfecta para el fotógrafo; ahora imagínate allí una Harpía, dos Tucanes, y yo con mi 600 [teleobjetivo] aquí. Hago un lío con esta luz. Vas aprendiendo a entender la luz con el tiempo”.
Pato aguja americano, Estación Ecológica de Juréia/Itatins, Peruíbe/Iguape (São Paulo), 1979. Foto: Araquém Alcântara
Encantamiento en la sociedad perfecta
Araquém nació en Florianópolis, pero empezó a trabajar como periodista y fotógrafo en Santos, en el estado de São Paulo. Eligió la ciudad en la que empezó su carrera para la exposición “50 años de Fotografía“, abierta hasta el 21 de julio en la Pinacoteca Benedicto Calixto. Su padre, grumete, nacido en Araranguá, estado de Santa Catarina, y su madre, que trabajaba en la cosecha en la región serrana de Vacaria (Rio Grande do Sul), se conocieron en Florianópolis. La fuerte relación con su figura paterna, Manoel Alcântara Pereira, tiene intersecciones profundas con la carrera que siguió Araquém.
“Recuerdo que navegué con él —mira lo que hizo por mí— cuando tenía 4 o 5 años. Hicimos un viaje largo, de dos meses, hasta la costa de João Pessoa, en Paraíba. Esos peces enormes que saltaban y que ellos pescaban atrás. Me llevó a la proa. Y esa bola de sol… Es el encantamiento surgiendo en mí, esa bola de sol y esos pájaros que le pasaban por adentro. Después vi eso en el Pantanal, pero empezó allí, con mi padre, estoy seguro, este encantamiento por la grandiosidad, por lo sagrado”.
El retrato de su padre, que hizo en 1980 en una protesta contra la instalación de centrales nucleares en Iguape, São Paulo, es también una de las referencias de la carrera de Araquém. “Aceptó caminar conmigo unos 33 kilómetros en una peregrinación en contra de la instalación de las plantas. Él iba llevando el cuadro [con los esqueletos insepultos de Hiroshima], nos turnábamos, parecía el pagador de promesas. Todos los niños de la zona salían corriendo, porque él tenía esa barba y esa melena enorme y yo era un ‘hippie’. Cómo me gustaría tener una foto con él de ese día…” Antes de fotografiarlo, Araquém le pidió a su padre que se quedara desnudo sosteniendo el cuadro. “Solo tomé tres o cuatro fotos. Esa imagen representa mi carrera. Creo que es una de las más significativas, más que las de animales. Nos abrazamos y mi padre dijo: ‘Aquí no van a construir nada’”.
La foto de su padre, Manoel Alcântara, tomada en 1980, es una imagen que, según Araquém (à dir.), representa su carrera. Fotos: Araquém Alcântara e Lela Beltrão/SUMAÚMA
Uno de los hitos de la “búsqueda obsesiva, apasionada, incansable de interpretar Brasil” fue el libro TerraBrasil (1997), la publicación de fotografía más vendida en el país. “Ya tenía 15 años de documentación, de la Amazonia, la Pampa, el Cerrado, la Caatinga… Mi aporte a la fotografía brasileña es unir los ecosistemas en el libro y su gente, aunque fragmentadamente, superficialmente, porque Brasil, como dice Tom [Jobim], es para profesionales. La biodiversidad de este país es una locura”, afirma.
La experiencia le hizo creer que “la Selva es realmente una sociedad perfecta”, cuenta Araquém. “Te sientes presente cuando eres la tierra. Yo soy muy loco. A veces estoy caminando por el bosque y siento que estoy caminando con la tierra”. Hay anécdotas para cada encuentro con los animales que fotografió, Yaguaretés, Lobos, Tamanduás, Serpientes, Zarigüeyas, Cucos. El fotógrafo dice que siente una magia cuando el animal que quiere fotografiar acepta su presencia.
Ciervo de los pantanos en una quemada, Poconé, 2021. Foto: Araquém Alcântara
Como sabe leer el alma de la Selva, Araquém se rebela ante la destrucción instantánea de lo que tarda siglos en construirse. En 2020 pasó semanas en el Pantanal registrando la destrucción del bioma por las quemadas. Le preocupaba especialmente registrar el sentimiento de desesperación de los animales mientras huían, tratando de escapar del fuego abrasador. En ese momento dijo que había visto “la cara del horror” y no se cansó de denunciar la “brutalidad y la ignorancia” de los humanos. “Aquí no merecemos ser huéspedes. Deberíamos tratar al árbol como un ser sagrado y punto. Y está ahí en la Constitución. El nombre de este país es Palo Brasil”.
Araquém Alcântara se reconoce, hoy, como dos paisajes: “el poético y el político”. Como hijo de Oshosi, un combatiente, sigue indignado por lo que ve y documenta en la Amazonia, especialmente porque ha acompañado la destrucción gradual de la Selva a lo largo de sus 50 años de carrera. Insiste en creer en una reversión de este escenario. Dice que pone esperanza en las generaciones futuras y cree en la posibilidad de una vida más feliz y más sana”, a pesar de los eventos extremos y de estos cataclismos que se vienen”. “Es la utopía lo que me mantiene como fotógrafo. Porque, ¿cómo pueden en tan poco tiempo destruir tantas cosas? Si no fuera por esta utopía no seguiría fotografiando. Pero voy a fotografiar hasta morir, si puedo”.
Edición: Talita Bedinelli
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes e Douglas Maia
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum