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La ceiba de Belém, que se ha caído esta semana, tenía buen aspecto el verano pasado. Foto: Celso Rodrigues/Diário do Pará

No se ha decretado luto en el municipio, ni las banderas han ondeado a media asta, pero Belém ha vivido esta semana una conmoción colectiva por la caída de gran parte de una ceiba en el centro de la ciudad, frente a la Basílica de Nuestra Señora de Nazaret, donde todos los años termina la procesión del Cirio. Se calcula que el árbol tenía casi 200 años y era famoso por su tamaño y belleza, por ser el hogar de los periquitos que pasan todos los años por la capital del estado de Pará en su migración estival y por haber sido testigo de muchas historias y vidas.

La mayoría de las ramas cayeron durante la madrugada del 6 de febrero, lo que podría haber evitado daños graves, ya que se encuentra en una zona céntrica y concurrida de la ciudad. En otro momento del día, muchos seres humanos podrían haberse visto afectados. En las redes sociales, una vecina dijo: «De madrugada, generoso, no hirió a nadie. Nosotros lloramos». La cámara de vigilancia grabó el momento, en una secuencia que se difundió varias veces por televisión y las redes sociales. Al amanecer, la noticia y el revuelo ya se extendían por la ciudad y los vecinos, primero los cercanos, después los lejanos, no dejaban de acercarse a mirar los restos del árbol, entre tristes y asustados, como si estuvieran yendo al velatorio de alguien famoso y querido. Y era lo que hacían.

Ramas caídas de la ceiba que cayó en el centro de Belém, capital del Estado de Pará. Foto: Celso Rodrigues

La Secretaría de Medio Ambiente de Belém envió equipos al lugar para retirar las enormes ramas, una operación que solo concluyó tres días después, tal era el tamaño de la ceiba. Y los ciudadanos que asistieron a esta peculiar despedida pedían a los trabajadores un trozo del cuerpo del árbol para llevárselo a casa. Pronto se difundió la noticia de que se estaban distribuyendo pedacitos de la ceiba. Muchos se iban como si se llevaran un trofeo, un trocito de la memoria de la ciudad y algo concreto que representaba sus propios recuerdos de una persona-árbol tan entrañable. Hubo incluso quien fue allí a recoger no uno, sino varios trozos para regalar a familiares y amigos. En medio del revuelo, también circuló la información de que se estaban vendiendo, y el ayuntamiento de Belém reaccionó diciendo, en su perfil oficial de Twitter, que la venta ilegal de madera es un delito medioambiental y que la distribución se hizo de forma gratuita en respuesta a las «súplicas de personas que querían conservar un trozo de la planta como recuerdo».

Reproducción: Twitter

Dibujos, fotos y recuerdos de la ceiba inundaron las redes sociales. Algunos compartieron la litografía del pintor italiano Giuseppe Righini, una imagen de 1867 que demuestra que la persona-árbol tenía más de 150 años. El artista visual Lucas Negrão compartió imágenes en Twitter e Instagram que muestran a personas tocando los trozos de las ramas y escribió: «Madre ceiba, tus venas en nosotros». La periodista Fátima Gonçalves publicó un dibujo de Sérgio Bastos, famoso artista de la ciudad, que muestra la vieja ceiba en pleno vigor, y lamentó que, ahora, «solo nos queda recordarla por fotos o dibujos».

SUMAÚMA trató de entender por qué un árbol, el mismo que da nombre a nuestra plataforma periodística (ceiba es sumaúma en portugués), también inspira tanto afecto. Con el nombre científico de ceiba pentandra, se llama comúnmente ceiba, ceibo, pochote o huimba, pero también reina, madre y abuela. En la selva tiene una esperanza de vida media de 500 años, la edad de lo que llamamos Brasil. En un contexto urbano, 120, pero se calcula que uno de los ejemplares más famosos de la Amazonia brasileña, la Abuela, que vive en la Selva Nacional del Tapajós, al oeste de Pará, tiene unos mil años.

El de Belém todos lo conocían como la ceiba del Can (acrónimo de Centro Arquitectónico de Nazaré, como se llamaba la zona, más tarde rebautizada como Plaza Santuario de Nazaré). Pero este gigante no era ni la única ni la mayor ceiba de la zona. En total, hay cuatro. La que cayó el día 6 quizás era la más famosa, porque estaba situada justo detrás de la concha acústica de la plaza, un lugar destacado hacia donde todas las miradas se volvían en cada actuación o espectáculo que se desarrollaba en el escenario. La bióloga Flávia Araújo Lucas, profesora de la Universidad del Estado de Pará especializada en plantas, dio una clase a sus alumnos sobre lo que ella llama «afectos de la vegetación» y poco después contó la afectividad que rodea a esta persona-árbol en particular.

«Solía ir mucho por allí. Estaba en una escuela de danza y actuábamos en esa concha acústica, así que con esa plaza desarrollamos afectividad. Afectividad con las plantas, con los entornos que conocemos, que eran de nuestra infancia, donde jugábamos», dice. «La ceiba del Can, eso fue doloroso para mí. Parecía un pariente mío, de mi familia, y esa sensación la tuvo mucha gente. Son seres vivos. No es solo un componente del paisaje, es lo que hace que nos sintamos naturaleza».

Reproducción: Twitter

Flávia trabaja revitalizando patios traseros en la región metropolitana de Belém, incluidas las numerosas islas que componen el territorio municipal (más de la mitad de la capital es insular). Explica que la ceiba, aunque no solo existe en la Amazonia brasileña, es un árbol icónico de la región, presente en zonas de tierra firme, pero sobre todo en las zonas inundables de las riberas de los ríos. «Son icónicas porque son árboles que cuentan historias, nuestras, pero también la propia historia de Sudamérica», afirma. «Existen muchos mitos y ritos en torno a la ceiba, es una planta cargada de simbolismo y con la que los pueblos indígenas y ribereños se identifican mucho».

Glenn Shepard, antropólogo e investigador del Museo Paraense Emílio Goeldi que trabaja en el área de la etnoecología, lo confirma. Es uno de los organizadores de la exposición virtual Selva Sensible, que propone una «inmersión en los saberes de la selva» al reunir contenidos científicos, cosmológicos y mitológicos sobre las especies forestales presentes en el parque zoobotánico del Museo Goeldi, un paseo online para conocer mejor las plantas del lugar. La ceiba, para él, atrae las miradas y a los visitantes por su majestuosidad, resultado de su colosal altura, de hasta 60 metros, de la vasta y extensa copa y, sobre todo, de las raíces llamadas tabulares o contrafuertes, tan grandes que parecen abrazar a quien se acerca. «Parece un portal, con los contrafuertes y la copa que se expande. Las ramas son tan grandes que las arpías [las aves amazónicas más grandes] las utilizan para hacer nidos. Así que es un árbol que da cobijo».

Los significados de la ceiba no se limitan a su imponencia y belleza. Para varios grupos indígenas, desempeña un papel fundamental en los mitos de origen. «Para muchos grupos amazónicos, en tiempos mitológicos, el cielo estaba más cerca del mundo, se podía subir a él por un árbol y ese árbol que sostiene el cielo en muchos casos es la ceiba», cuenta Glenn. En otras tradiciones, la ceiba representa los ríos, la estructura de los grandes ríos de la Amazonia con sus decenas de brazos y ramificaciones, como el árbol.

La Secretaría de Medio Ambiente de Belém envió equipos para retirar las enormes ramas, una operación que solo concluyó tres días después. Foto: Sandro Barbosa

La ceiba representa la conexión entre la tierra y el cielo y también entre el mundo de los vivos y el mundo espiritual, por lo que es un importante canal de comunicación en el chamanismo amerindio. La exposición virtual cuenta la historia de los chamanes de la Amazonia peruana que mezclan la corteza del árbol, al que llaman lupuna, con ayahuasca para recibir sus poderes. «En Pará, los Gavião Parkatêjê utilizan troncos de ceiba para las carreras de troncos, un juego que constituye un importante rito de iniciación de los nuevos guerreros, junto con los juegos de flechas. En Acre, la ceiba también aparece en las cosmologías de los Arara Shawãdawa, como parte de la narrativa del origen del pueblo. En una gran ceiba vivía un gavilán que cazaba niños. Tras la muerte de este gavilán a manos de un humano, el pueblo habría surgido de sus plumas», dice la exposición Selva Sensible.

Para los Ticuna, del estado de Amazonas, «al principio del mundo, una ceiba gigante (wotchine) cerraba el mundo y por eso no había luz. Cuando los hermanos Yo’i e Ipi lanzaron un hueso de araratucupi (tcha) a la copa, observaron que un gran perezoso de dos dedos aguantaba las ramas de la ceiba contra el cielo. Siguieron lanzando huesos y fueron apareciendo las estrellas, pero aun así no había claridad en el mundo. Intentaron derribar el árbol con la ayuda de todos los animales de la selva, pero no lo consiguieron ni con la ayuda del pájaro carpintero. Los hermanos decidieron entonces ofrecer a su hermana Aicüna en matrimonio a quien consiguiera arrojar hormigas de fuego a los ojos del perezoso que cubría el cielo con las ramas de la ceiba. Una pequeña ardilla gris (taine) consiguió trepar, lanzar las hormigas y hacer que el perezoso soltara el cielo. El árbol cayó y así apareció la luz en el mundo. Del tronco caído se formó el río Solimões y de sus ramas surgieron otros ríos y arroyos».

A la vez que tiene tantos significados cosmológicos, las monumentales raíces de la ceiba, plantadas en las zonas inundables, son capaces de succionar y almacenar cientos de litros de agua al día, tomándola de la capa freática y liberándola a la atmósfera, un proceso que la ciencia denomina ríos voladores y al que se atribuye la humedad que se extiende por todo el territorio brasileño. «Así que, desde el punto de vista ecológico y científico, tiene la función de conectar los ríos, la tierra y el cielo, literalmente, a través de este ciclo del agua», explica Glenn. La ceiba está emparentada con otro árbol cargado de simbolismo y significado, originario del continente africano, el baobab. Pertenecen a la misma familia botánica y tienen una estructura similar, ambos con raíces tabulares. Y el baobab también desempeña el papel, en África, de establecer la conexión entre la tierra y el cielo y entre el mundo de los vivos y los demás.

El científico cuenta que ya ha visto cómo se utilizan los contrafuertes —las raíces— como medio de comunicación en la selva. Cuando se golpean, producen vibraciones sonoras que alcanzan grandes distancias y sirven, por ejemplo, para avisar de la llegada de visitantes. Pero esa no es la única razón por la que la ceiba es el internet de la selva. Las semillas se dispersan porque están envueltas por una fibra que parece algodón o paina y flotan durante muchos kilómetros, asegurando la reproducción de la especie. Para evitar que las constantes lluvias de la selva amazónica derriben las semillas, las fibras son hidrófobas, no absorben agua. Debido a esta característica, los pueblos indígenas utilizan la fibra de la semilla de la ceiba para envolver las cerbatanas que emplean para cazar. Los no indígenas incorporaron esta tecnología ancestral y hoy en día se utiliza para proteger equipos sensibles a la humedad o para absorber petróleo en zonas de catástrofe: al tiempo que repele el agua, la fibra absorbe los aceites.

Tras la caída en la madrugada del 6 de febrero, la ceiba tuvo que ser talada por la municipalidad. Aún no se sabe si el árbol, que puede tener 200 años, volverá a crecer. Foto: Sandro Barbosa

Rebrotar

Son tantos los significados que la ceiba tiene en toda la llanura aluvial amazónica, que es fácil comprender por qué es tan importante para los habitantes de Belém, una ciudad que está en una llanura aluvial, pero que ha olvidado la naturaleza de la que procede. El director del Departamento de Áreas Verdes Públicas de la Secretaría de Medio Ambiente del municipio, Kayan Rossi, inspeccionó el día 9 lo que quedaba de la ceiba del Can. En los trabajos participaron expertos de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) y de la Universidad Federal Rural de la Amazonia (UFRA). Se recogieron muestras de la planta, que los investigadores analizarán para determinar su edad exacta y, lo que es más importante, diagnosticar si hay alguna posibilidad de que el árbol rebrote.

Aunque el destino de este árbol aún está por definir, los otros cientos que componen el paisaje de Belém también inspiran cuidados, especialmente los mangos que dan fama a la ciudad. Se plantaron hace más de 120 años y no pasa un invierno sin que alguno caiga. Antes de la ceiba del Can, en enero ya había caído un mango, afortunadamente sin víctimas humanas. Kayan Rossi explicó que el ayuntamiento está realizando un inventario de los árboles de Belém a través de un acuerdo con la UFRA. El inventario ya ha catalogado todas las personas-árbol de los barrios de Marco y Fátima. Está previsto que los trabajos en el barrio de Nazaré, donde cayó la ceiba, comiencen esta semana. A partir de la catalogación, se podrán evaluar los riesgos y planificar mejor los cuidados.

«La arborización de Belém la hizo en buena parte la propia población y de forma desordenada, por eso el poder público no tiene tanto control sobre el paisajismo arbóreo. Se utilizaron especies inadecuadas para las zonas urbanas, como es el caso de la ceiba y todos los mangos. Se plantaron sin estudios aéreos ni del suelo, por eso caen tantos. El mango, por ejemplo, es una especie inadecuada para arborizar una ciudad, pero eso no se evaluó en el momento en que se plantaron, hace 120 años, así que ahora tenemos que afrontar los riesgos», explica Kayan. El principal problema, en el caso de los mangos, es que el suelo de Belém es poco profundo, inadecuado para esta especie que necesita raíces profundas. En el caso de las ceibas, están adaptadas al tipo de suelo de la capital de Pará, pero son de madera blanca, más del agrado de insectos como las termitas. Pero quizás no sean los árboles los que se plantaron en lugares inapropiados, sino la ciudad la que cimentó la naturaleza a su alrededor.

La última evaluación de la ceiba la había hecho en 2012 la Secretaría de Medio Ambiente, que la rodeó con rejas, porque el árbol tenía una gran lesión causada —fíjense— por orina humana. Los humanos orinaban en el árbol y le provocaron una herida enorme. Era tan grande que cabía una persona dentro. «Es como una herida abierta. Se trató y se regeneró. Y se lo consideró un árbol en regeneración a partir de ese momento. Desde entonces, lo vigilábamos periódicamente y también a otras tres ceibas de la zona», garantiza Kayan.

Como estaban situadas en una zona de intenso movimiento y donde tiene lugar el Cirio de Nazaré, las ceibas también las observaba la Dirección del Festival, que organiza los actos oficiales de la manifestación religiosa. Durante esta semana de conmoción con la caída de la ceiba, ha circulado por las redes sociales un montaje en el que se acusaba al ayuntamiento de Belém de no haber respondido a una petición de la Dirección del Festival para podar el árbol. En un comunicado a SUMAÚMA, el coordinador del Cirio 2023, Antônio Salame, ha informado de que no se observó ninguna anomalía importante en los árboles de la Praça Santuário ni en el recorrido de la procesión y que, todos los años, se envían peticiones al ayuntamiento para que se revisen y se poden para la seguridad de los peregrinos.

Sin embargo, a pesar de que todos los responsables garantizaron que lo habían hecho todo bien, la ceiba se vino abajo.

Quizá lo que ha faltado en estos 200 años es pensar en la seguridad del árbol, y no solo en la de los autos, los edificios, los transeúntes, los peregrinos. Ha faltado pensar en cómo proteger a la ceiba de los humanos.


Traducción de Meritxell Almarza

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