Periodismo desde el centro del mundo

Por segunda vez en una COP sobre biodiversidad, Carlos Nobre subraya la importancia de conectar los debates de la conferencia con la emergencia climática. Foto: Christina Noriega/SUMAÚMA

«¿Por qué no le hicimos caso a Vespucio? Todo habría sido diferente», bromea el científico Carlos Nobre, arrancando las risas de un grupo de empresarios que lo escuchan en una de las salas de la 16.ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad, la COP16. Nobre se refiere a la visión del navegante italiano Américo Vespucio, quien, al desembarcar en la costa brasileña de la Bahía de Guanabara en 1502, contempló la belleza natural del Bosque Atlántico y vio valor en las costumbres y los hábitos locales sin pensar en el potencial mercadológico del bioma. Su visión, que no prosperó, contrastaba con la del escribano Pero Vaz de Caminha, que dos años antes había llegado a la costa sur del actual estado de Bahía con Pedro Álvares Cabral y había alertado a la Corona portuguesa del gran potencial comercial de aquellas tierras. Sin embargo, las risas del público dan paso a los ceños fruncidos cuando Nobre, uno de los mayores expertos del mundo en el cambio climático y la Amazonia, sigue hablando. «Hoy en día, de los 6,5 millones de kilómetros cuadrados originales de selva amazónica, lo que tenemos es un 18% deforestado y otro casi 17% en varias fases de degradación. Es muy preocupante, porque en una hectárea de la Amazonia hay unas 350 especies de árboles, más que en todo el continente europeo», afirma ante un auditorio impresionado.

A sus 73 años y con más de media vida dedicada al estudio de las repercusiones de la acción humana en el clima y en uno de los bosques con mayor biodiversidad del mundo, Nobre parece acostumbrado a tener un público atento y participativo. Desde hace algún tiempo, el investigador se ha convertido en una especie de estrella de rock en el mundo científico y un breve paseo junto a él por los pasillos de la COP16, que se celebra en Cali, Colombia, lo deja claro. Cada dos por tres alguien interrumpe sus pasos para pedirle un selfie, hablarle de un proyecto, invitarlo a una conferencia o simplemente decirle que admira su trabajo. Nobre no deja de atender a nadie. Escucha con atención e incluso sonríe brevemente para las fotos, pero enseguida vuelve aparecer el semblante preocupado que le acompaña desde hace décadas.

Autor y coautor de más de 150 artículos científicos que muestran en imágenes, cálculos y proyecciones el impacto de la acción humana sobre el clima y la Amazonia, tiene el ceño marcado por líneas profundas de preocupación, porque sabe que cuando el tema son las matemáticas de la crisis ambiental, las cuentas no salen. Nobre fue uno de los primeros investigadores en advertir, allá por los años 90, del riesgo de que la Amazonia alcanzara el punto sin retorno, es decir, cuando la selva pierde su capacidad de regenerarse tras una perturbación. Desde entonces, ha seguido publicando estudios que demuestran que este punto está cada vez más cerca. «Tenemos proyecciones recientes que no dejan lugar a dudas de que la Amazonia está al borde del abismo», afirma.

Exmiembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y primer científico brasileño en formar parte del selecto grupo de la Royal Society, la sociedad científica más antigua aún en funcionamiento, el investigador fue recientemente portada de los periódicos de todo Brasil tras afirmar en una entrevista que estaba aterrorizado. «Lo dije porque estoy realmente aterrorizado por la crisis climática y el rumbo que estamos tomando. El mundo ya está alcanzando un aumento de temperatura de 1,5 grados centígrados en comparación con la temperatura del período entre 1850-1900, antes incluso de lo que preveía la ciencia, que era 2028. Si nada cambia, en 2050 alcanzaremos un aumento de temperatura de 2,5 grados [respecto a la era preindustrial] y eso es un suicidio planetario. Vamos a perder la Amazonia, provocaremos una enorme extinción de especies, será un ecocidio», dice el investigador, mientras se toma un café y espera la siguiente conferencia. «Pero no estaría trabajando 12 horas al día, todos los días, si no creyera que aún tenemos una oportunidad de revertir este escenario».

Para entender las indagaciones y las motivaciones de un científico del clima «aterrorizado» en una conferencia sobre biodiversidad, SUMAÚMA acompañó a Carlos Nobre durante una jornada completa —e intensa— en la COP16.

Nobre, que participa activamente las dos semanas que dura la conferencia, cree que aún hay una oportunidad para que los países cambien de rumbo con relación a la destrucción de la biodiversidad y el calentamiento del planeta. Foto: Christina Noriega/SUMAÚMA

Cuando se conecta el clima con la biodiversidad

No son ni las 6 de la mañana del 25 de octubre, quinto día de la conferencia, y Carlos Nobre ya está de pie, preparándose para otro día con la agenda abarrotada. Su atuendo, que repite a diario con sutiles cambios de color, consiste siempre en un traje oscuro, camisa de rayas y zapatos de vestir. En la muñeca, un reloj digital que pita a menudo para avisarle de nuevos mensajes, llamadas y correos electrónicos. A la espalda, una pesada mochila con una computadora, libros y documentos. El hotel donde se aloja junto a un equipo de más de diez personas está a unos 45 minutos de Cali, la ciudad que acoge la conferencia de la ONU. No hay agua caliente en varias habitaciones y el alojamiento es muy sencillo, pero Nobre no se queja. Está centrado en avanzar en las conversaciones sobre las formas de garantizar un futuro posible para sus dos nietos, que ahora tienen 12 y 13 años, y los demás jóvenes del mundo. Pero se molesta cuando sube a la furgoneta diésel que lo lleva a la conferencia. «Estamos en una furgoneta que ahora mismo está lanzando al aire unos 2 kilos de CO2. Permanecerán en la atmósfera una media de 150 años, el 15% quizás hasta mil años. Si las cosas siguen así, será un planeta casi inhabitable a finales de siglo».

Es la segunda vez que Nobre participa en una conferencia sobre biodiversidad. Asiduo desde hace tiempo a las COP sobre el clima, recientemente empezó a considerar estas cumbres como una oportunidad para incluir en las negociaciones multilaterales una cuestión sobre la que la ciencia lleva tiempo alertando: la estrecha relación entre clima y biodiversidad. «En los años 90 la Amazonia retiraba de la atmósfera más de 1.500 millones de toneladas de dióxido de carbono al año y hoy la selva se está convirtiendo en una fuente de carbono. Si el clima sigue calentándose y la degradación continúa al mismo ritmo, en 50 años podríamos perder hasta el 70% de la selva. Esto acabará con la mayor biodiversidad del planeta y además arrojará a la atmósfera entre 250 y 300 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo que hará mucho más difícil mantener el aumento de temperatura en 1,5 grados centígrados, por no decir prácticamente imposible», asegura.

Además de decenas de diálogos sobre el clima y la biodiversidad, la COP16 trae a las negociaciones cuestiones clave para que se implemente de forma efectiva el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, que se firmó en la COP de 2022 y estableció cuatro objetivos para 2050 y 23 metas para 2030. Entre las principales metas figuran la conservación de al menos el 30% de la superficie terrestre y marina y la restauración del 30% de los ecosistemas degradados para 2030 y la movilización de recursos financieros para que los países con mayor biodiversidad, la mayoría en América Latina, África y Asia, puedan ponerlo en práctica. Respecto a este último punto, los pueblos Indígenas y las comunidades tradicionales también se están movilizando intensamente durante las dos semanas que dura la conferencia para que se les incluya efectivamente en los debates y tener acceso directo a los recursos para la preservación. «Me ha impresionado mucho la cantidad de Indígenas que hay en esta conferencia, y esto es fundamental porque las mujeres Indígenas son las verdaderas científicas. Son ellas quienes conocen la biodiversidad de la selva. Es de suma importancia que se tenga en cuenta a los pueblos originarios y las comunidades tradicionales en estas decisiones, ya que desempeñan un papel central en el ciclo global del carbono, la hidrología y el mantenimiento de la diversidad cultural y étnica», afirma el investigador.

Públicos como el de la COP16 siempre están atentos a los discursos de Nobre sobre la Amazonia. El investigador es una especie de estrella del mundo científico. Foto: Christina Noriega/SUMAÚMA

Nobre asiste a la COP16 en representación del Panel Científico para la Amazonia, una iniciativa de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, de la que es copresidente desde su fundación, en 2019. El grupo, que hoy cuenta con 288 miembros, el 68% procedentes de países amazónicos y 13 científicos Indígenas, se centra en evaluar la ciencia sobre toda la cuenca del Amazonas y sus biomas. Este es solo uno de los varios proyectos amazónicos en los que participa el científico.

Graduado en ingeniería electrónica por el Instituto Tecnológico de Aeronáutica y doctor en meteorología por el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Nobre afirma que su pasión por la selva comenzó a una edad temprana, influido por su padre, exfutbolista profesional. «A mi padre le encantaba el fútbol y también la Naturaleza. Despertó en mí estas dos pasiones desde pequeño. Recuerdo que, cuando tenía 12 años, me llevó durante unas cuatro horas por la Selva Atlántica, cerca de la ciudad costera de Itanhaém, en el litoral sur del estado de São Paulo, que ya había sido destruido casi un 80% en todo Brasil. Fue un hito en mi vida», cuenta. Sin embargo, en aquella época, Nobre creía que su destino sería seguir la carrera profesional de su padre: «Desde que tenía 5 años me entrenaron para ser futbolista y estaba destinado a seguir esa carrera. Me encantaba y era muy bueno en el deporte, pero la vida es curiosa y me hice científico por casualidad. Menos mal», recuerda, cuando lo interrumpe, aún dentro de la furgoneta, la investigadora que lo acompaña. «Hemos llegado al primer evento».

Delincuencia, conservación y esperanza en la COP

Son las 8 de la mañana y una sala con espacio para unas 40 personas se prepara para la llegada de científicos, miembros del gobierno colombiano y de la sociedad civil para un panel que debatirá sobre Delitos Ambientales y Biodiversidad. Es un acto paralelo a las negociaciones oficiales de la COP y Nobre está allí como oyente. A pesar de las decenas de invitaciones para dar una ponencia y reunirse con autoridades durante la conferencia, aprovecha los pocos huecos de su agenda para asistir a estos actos paralelos. Está ávido de conocimientos y siempre le acompaña algún miembro de su equipo para organizar su agenda y ayudarlo a moverse por el pabellón de la COP16. Ya en los primeros minutos del panel, uno de los ponentes, que presenta datos sobre el papel del narcotráfico en la destrucción de la Amazonia, cita las investigaciones de Nobre como referencia para los estudios sobre la delincuencia en la selva. Todos se vuelven a mirarlo, pero él no da ninguna muestra de sorpresa. Sus estudios se mencionan constantemente, incluso en eventos en los que no está presente.

Cuando terminan las presentaciones y se abre el turno de preguntas, Nobre es uno de los primeros en levantar la mano. «El consumo de drogas ilegales está aumentando en todo el mundo, incluso el de cocaína. Todos sabemos que esto está interconectado con los delitos contra el medio ambiente. ¿Qué soluciones hay? ¿La legalización de la cocaína?», provoca, suscitando un importante debate sobre la conexión entre el narcotráfico, el mercado ilegal de tierras, la minería y otros delitos que se producen dentro de la selva más biodiversa del mundo. «No tengo respuestas para esa pregunta, pero creo que debemos debatirla. Es un gran problema para la Amazonia y para el mundo. Es un debate difícil, pero necesario», concluye, abandonando la sala. Son las 11 de la mañana y tiene que llegar a una charla programada con financiadores interesados en apoyar un proyecto de «sociobioeconomía de la selva en pie» que lleva varios años desarrollando en la Amazonia, llamado Amazonia 4.0. «La idea es poner a disposición de los pueblos Indígenas y las comunidades locales tecnología industrial para que puedan transformar productos primarios, basados en conocimientos tradicionales, en productos de alto valor añadido. Así evitamos el proceso de destrucción que se produce, por ejemplo, con la conversión de grandes extensiones de selva pública en tierras de producción agropecuaria de propiedad privada», explica a los financiadores. La reunión se celebra en una zona abierta y el intenso calor hace sudar a todo el mundo. Pero ni siquiera el fuerte sol entorpece la conversación. Las cuatro personas que lo escuchan toman notas frenéticamente y sonríen cuando vislumbran la posibilidad de colaborar con el investigador.

La agenda preveía una hora de conversación, pero a las 12:15 Nobre continúa la reunión contando anécdotas de su vida. El segundo de seis hermanos habla con orgullo de sus carreras, que también son —la mayoría— científicos. Da la impresión de que le gustaría quedarse allí toda la tarde contando historias sobre ciencia, familia y su relación con los pueblos Indígenas, pero su equipo lo llama para almorzar, ya que no tiene mucho tiempo antes del siguiente compromiso de la agenda, un debate en línea previsto para las 12:45. Nobre se dirige entonces a una especie de plaza de alimentación instalada en medio del pabellón de la cumbre. Hay seis restaurantes, pero él siempre va al mismo, donde encontró una opción vegetariana el primer día. «Solía hacer una parrillada todos los domingos. Pero un día, en 2007, estaba dando una conferencia en la Universidad Federal de São Carlos sobre la degradación de la Amazonia cuando un estudiante levantó la mano y me preguntó si comía carne. Le dije que sí, y me preguntó: «¿Conoce la procedencia de esa carne? ¿Proviene de una zona deforestada?». No supe qué responder y empecé a investigar. Hablé con el gerente del supermercado, con los proveedores, investigué mucho hasta que me dijeron que el producto no era trazable. Desde entonces, no he vuelto a comer ningún tipo de carne», cuenta mientras hace cola para servirse la comida.

Las interconexiones y el azar

Fue a los 13 años cuando se empezó a trazar el destino de Carlos Nobre como científico. El hasta entonces aspirante a futbolista tuvo que interrumpir los entrenos —que ya le habían valido una plaza en el equipo infantil del São Paulo Fútbol Club— por culpa de una lesión en la rodilla. «Crecí muy deprisa durante ese período, unos 13 centímetros en un año. Mi cuerpo no lo aguantó y me lesioné. Tuve que dejar de jugar. Como era muy bueno en matemáticas y en física, fue natural que entrara en la carrera de ingeniería. Es lo que hacían muchos en aquella época. Pero yo sentía que no quería exactamente aquello, y entonces conocí la inmensidad de la Amazonia. Hice un sobrevuelo y ya no volví, metafóricamente», cuenta.     

Carlos Nobre decidió estudiar la Amazonia cuando aún estaba en la universidad, en los años 70, tras sobrevolar parte de la selva por primera vez. Foto: Pablo Albarenga/SUMAÚMA

Fue un profesor de la carrera de ingeniería quien le presentó a Nobre la selva, una de las más biodiversas del mundo. Interesado en atraer a futuros investigadores a la región, subió a un grupo de estudiantes a un avión que sobrevoló parte del bioma. Era principios de los 70, Nobre acababa de cumplir 20 años y la inmensidad verde le consolidó el deseo de dedicar su vida a estudiar no solo la ciencia de aquel lugar, sino las interconexiones con los millones de vidas humanas y más-que-humanas de la Tierra.

«Una o dos pandemias por década. Eso es lo que podría ocurrir si no protegemos la Amazonia y todas las selvas tropicales del mundo. Tenemos que añadirlo a la cuenta. La gente lo olvida, pero es otro costo ligado a la destrucción de la biodiversidad», afirma durante una reunión en línea con otros investigadores brasileños; el día anterior había hecho el mismo recordatorio a un grupo del gobierno de Brasil que anunciaba un nuevo fondo para salvar las selvas tropicales. Apenas termina de almorzar, Nobre se traslada a un rincón más tranquilo del pabellón para participar en la reunión virtual programada previamente. Sentado en un banco bajo y sin apoyo, con la espalda encorvada, está visiblemente incómodo, pero eso no le impide escuchar atentamente la conversación que tiene lugar a miles de kilómetros de distancia. El tema es el costo y las recompensas económicas de una selva preservada y, entre los muchos cálculos y argumentos que presenta, sorprende la carga para la salud pública que menciona. «Fíjense que más del 85% de la energía que utilizamos en el mundo procede de la quema de combustibles fósiles. Esta quema genera una contaminación urbana que provoca 6,7 millones de muertes al año. Todo está interconectado y tenemos que considerar todos estos puntos cuando pensamos en el costo del desequilibrio de los ecosistemas a gran escala», concluye, agradeciendo la oportunidad de participar en la reunión.

Con el teléfono en el bolsillo y un café en la mano, es hora de pasar a las siguientes reuniones. Durante las dos horas siguientes, Nobre mantiene rápidas conversaciones, de 15 a 30 minutos, con miembros de organizaciones no gubernamentales, empresarios y representantes de gobiernos. Con miles de personas reunidas en el mismo lugar y por la misma causa, las conferencias de la ONU sobre biodiversidad son también una oportunidad para hacer contactos profesionales, firmar colaboraciones y desarrollar nuevos proyectos. Por eso la demanda de estas conversaciones rápidas con el científico es intensa. «Todo el mundo quiere unos minutos con Nobre», bromea un investigador que espía la sala donde se celebran estas reuniones.

Carlos Nobre conversa con la diputada brasileña Célia Xakriabá antes de participar en un panel sobre la Amazonia en la COP16, en Cali, Colombia. Foto: Christina Noriega/SUMAÚMA

Recalcular la ruta

Cuando el sol empieza a ocultarse en el horizonte, tiñendo de naranja el cielo de Cali, el semblante de cansancio de quienes recorren los pasillos de la COP16 es evidente. Pero no para Nobre. Tras una breve pausa para comer un trozo de tarta de chocolate y tomar otra taza de café, se dirige entusiasmado hacia el penúltimo acto del día: un panel organizado por la delegación colombiana titulado «Amazonia a Contrarreloj». En la tarima, además del científico brasileño, hay Indígenas y otros investigadores latinos para hablar de los obstáculos y los posibles avances que se lograrán en la COP16. Durante su intervención, Nobre es enfático: «Tenemos que proteger todas las selvas tropicales del planeta si queremos un futuro. Debemos disponer de más de 100.000 millones de dólares, quizá 200.000 millones, al año para acelerar la restauración de todos los biomas degradados y deforestados, y con eso también podremos combatir la emergencia climática. Para no dejar que la temperatura se dispare, tenemos que restaurar unos 7 millones de kilómetros cuadrados de todos los biomas, y esto tiene un costo muy elevado. Por eso es tan esencial el fondo de financiación que se está negociando en esta COP. Y no solo es importante que el dinero esté disponible, sino también que una parte se destine directamente a las comunidades Indígenas, a las tradicionales y a todas las que protegen la biodiversidad del planeta», dice el científico, que recibe los aplausos del público.

El discurso de Nobre se suma a la demanda de los representantes de varios países en desarrollo, que exigen, tanto dentro como fuera de las salas de negociación, un avance en las conversaciones sobre financiación para la biodiversidad durante la COP16. En 2022, cuando se firmó el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, las 196 partes se comprometieron a crear un fondo para los países en desarrollo que debía acumular 20.000 millones de dólares anuales hasta 2025 y 30.000 millones de dólares anuales hasta 2030. Sin embargo, de momento solo han contribuido siete países desarrollados, con un total de menos de 250 millones de dólares. Durante los primeros días de la conferencia, muchas naciones en desarrollo argumentaron que dependen de ese dinero para elaborar y presentar sus planes nacionales de conservación y alcanzar los objetivos acordados. Los planes deberían haberse presentado al inicio de la conferencia de Cali. Por ahora solo lo han hecho 36 países. En esta COP, los pueblos Indígenas y los miembros de las comunidades tradicionales también piden acceder directamente a parte de este fondo, sin tener que pasar por las burocracias de los países.

A la salida del acto, un Indígena angustiado le pregunta a Nobre sobre el punto sin retorno de la Amazonia. El científico pone la mano en el hombro del joven, le dedica una breve sonrisa y le dice: «Aún da tiempo. No será fácil, pero se puede. Tenemos dos grandes desafíos: el primero es no dejar que el aumento de la temperatura supere los 2 grados centígrados en comparación con la era preindustrial y el segundo es reducir rápidamente a cero la deforestación, la degradación y los incendios, restaurando además un millón de kilómetros cuadrados de selva de aquí a 2040. Estas dos cosas tienen que suceder a la vez. Es nuestra única oportunidad». Antes de despedirse, el científico añade: «Por eso estoy aquí y creo que tú también. Ustedes tienen que seguir alzando la voz, porque son los que protegen gran parte de la biodiversidad del planeta».

Al dejar la sala, Nobre y la investigadora que lo acompaña se dirigen al aparcamiento, donde los espera la misma furgoneta para llevarlos a una cena. La idea es descansar un poco y disfrutar de la velada, algo que parece imposible para el investigador. Por el camino, con la mirada fija a través del cristal, mientras sigue la ciudad que pasa a toda velocidad por la ventanilla, reflexiona: «Durante muchos años fui pesimista sobre el futuro de la Selva Amazónica, pero hay estudios que dicen que a partir de los 65, 70 años, uno se vuelve optimista sobre el futuro. Es lo que me pasa», bromea. «Pero este optimismo no es ingenuo, se basa en la ciencia. Hoy, por el camino que vamos, las cuentas no salen. Pero aún tenemos tiempo de recalcular la ruta».


La cobertura de SUMAÚMA de la COP16 es una colaboración con la organización internacional Global Witness (@global_witness), que lleva desde 1993 investigando, denunciando y criando campañas contra los abusos ambientales y de los derechos humanos en todo el mundo.

Este artículo se ha realizado con el apoyo de Climate Tracker América Latina y FES Transformación.

Entre los temas que el investigador ha llevado a la conferencia figuran la proximidad de que la Amazonia alcance el punto sin retorno y la necesidad de financiación para proyectos de reforestación. Foto: Christina Noriega/SUMAÚMA


Reportaje y texto: Jaquele Sordi
Edición: Talita Bedinelli
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al ingles: Diane Whitty
Traducción al spañol: Meritxell Almarza
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Coordinación de flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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