Periodismo desde el centro del mundo

Las inundaciones que azotaron el sur de Brasil en mayo afectaron más de 470 municipios y dejaron a más de medio millón de personas desalojadas. Foto: Maí Yandara/Mídia Ninja

En diciembre de 1995 un grupo de científicos de renombre, convocados por las Naciones Unidas, publicó un documento histórico que confirmaba que los cambios climáticos eran un problema real y afirmaba también que había “una influencia humana discernible” sobre el clima. Al poco tiempo, más del 99% de los estudios sobre el tema en el mundo estarían de acuerdo en que la quema de combustibles fósiles estaba calentando el planeta y haciendo que los fenómenos climáticos extremos, como las lluvias, sequías y huracanes, fueran cada vez más frecuentes e intensos. Aun así, en mayo de 2024, casi tres décadas después, cuando el sur de Brasil quedó sumergido por la peor inundación de su historia, otra inundación también azotó a la gente de Rio Grande do Sul y se extendió por todo el país: la del negacionismo climático.

De acuerdo con un informe elaborado por el Instituto Democracia em Xeque, aliado de la Fundación Heinrich Böll, solo entre el 7 y el 13 de mayo el tema de las inundaciones en Rio Grande do Sul originó 7,7 millones de publicaciones en las redes sociales (Facebook, Instagram, YouTube, X y TikTok), de las cuales, 4,3 millones, es decir, más de la mitad, involucraban desinformación. Entre estas predominaron las que contenían teorías conspirativas y negacionismo de la crisis climática, además de narrativas polarizadoras, que son las que intensifican las disputas políticas en medio de la tragedia. Los autores del documento también identificaron que el 75% de estos contenidos procedían de la extrema derecha.

Conclusiones similares también aparecieron en un documento producido por NetLab –como se le conoce al Laboratorio de Estudios de Internet y Redes Sociales de la Universidad Federal de Río de Janeiro–, que evaluó cualitativamente las principales fake news (mentiras) que circularon desde el 27 de abril de 2024, cuando las lluvias empezaron a azotar Rio Grande do Sul, hasta el 10 de mayo. Una de las autoras del estudio, la investigadora y directora del NetLab, Marie Santini, señaló entre las principales narrativas difundidas por los propagadores de desinformación las que negaban la relación entre las precipitaciones extremas y los cambios climáticos; las que atribuían a la tragedia agendas morales y teorías conspirativas; y las que indicaban que la respuesta del gobierno había sido insuficiente. El informe también confirmó que “influencers, páginas web y políticos de extrema derecha están utilizado la conmoción generada para autopromocionarse y difundir desinformación con el objetivo de atacar y desacreditar al gobierno”.

Se compartieron videos sobre donaciones que estarían supuestamente bloqueadas por falta de factura, lo que dificultó los rescates y la distribución de donaciones para las víctimas. Fotos: Reproducción

Uno de los videos que se compartió miles de veces, por ejemplo, mostraba una fábrica en China produciendo granos similares al arroz y estaba acompañado de un texto que afirmaba que el gobierno Lula había decidido importar un alimento hecho de plástico para satisfacer la demanda del mercado brasileño. La publicación fue desmentida por diversos servicios de verificación, como el de la agencia de noticias Reuters. Otro video que también se volvió viral, grabado por un médico defensor del expresidente Jair Bolsonaro en las redes, afirmaba que la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) había impedido la llegada de aeronaves privadas con medicamentos en más de tres aeropuertos de la capital. La información fue pronto refutada por la misma agencia. Muchas de estas noticias falsas llegaron a dificultar incluso el envío de ayuda para las víctimas. Entre ellas, publicaciones que afirmaban que se estaban impidiendo las donaciones porque no tenían factura, que se estaba multando a los vehículos que venían de otros estados para transportar suministros y que se estaba sacando de circulación las embarcaciones y jet skis que usaban en los rescates personas sin licencia.

Entre los posts que negaban la influencia de los cambios climáticos en las inundaciones estaba el que atribuye la catástrofe a la Agenda 2030 de las Naciones Unidas (ONU), con la idea de que se trataría de un movimiento para implementar un “gobierno global y totalitario”, que estaría controlando el clima. Además, las publicaciones atribuyeron las inundaciones a las antenas Haarp, que forman parte de un proyecto de investigación estadounidense. Según la teoría conspirativa, este proyecto, que estudia la ionosfera, una capa atmosférica alta, alejada de las capas donde se forman las nubes y los fenómenos climáticos, estaría causando las lluvias en el sur del país para provocar miedo, confusión e indignación, y así poder instituir los intereses de “grupos de mucho poder”. Ya se ha usado el proyecto Haarp para justificar otros eventos climáticos extremos e incluso lo acusaron de mandar lluvias para sabotear los campamentos de seguidores del expresidente Jair Bolsonaro (Partido Liberal) que se habían instalado frente a los cuarteles.

En las redes se propagaron teorías conspirativas como la de que el proyecto Haarp sería responsable de las lluvias en Rio Grande do Sul. Foto: Reproducción

La relación entre la intensidad del desastre y el crecimiento de la desinformación, lo que sorprendió a mucha gente e incluso dificultó los rescates y la distribución de suministros en Rio Grande do Sul, no es una novedad. Solo se trata de un capítulo más de una larga, compleja e intrincada red de negacionismo climático que desde hace décadas se aprovecha de momentos delicados, cuando las poblaciones están más vulnerables, para reforzar narrativas que benefician a determinados grupos políticos y económicos. El modus operandi de esta “máquina negacionista” es sencillo: mantener en circulación y repetir indefinidamente alegaciones cuyos fundamentos han perdido hace mucho tiempo su validez a la luz de la ciencia. Y la extrema derecha brasileña, que aparece como protagonista en el capítulo más reciente, es solo una pieza de este rompecabezas.

“Cada vez que vemos un desastre climático, eso le recuerda a la gente que el cambio climático es real, que está sucediendo aquí y ahora, que hace daño y mata personas. Precisamente por esta razón, las fuerzas de extrema derecha y favorables a los combustibles fósiles de todo el mundo surgen inmediatamente para generar el caos. Esto sucedió después del huracán Katrina, en Estados Unidos, y está pasando ahora en Brasil”, afirma la historiadora de la ciencia y docente de la Universidad de Harvard Naomi Oreskes.

¿Pero por qué la negación de la crisis climática todavía cuenta con tantos adeptos, incluso a pesar de las tantas pruebas que presenta la ciencia? ¿Qué estrategia mantiene viva esta narrativa? ¿Y qué intereses están por detrás? Oreskes, que también es una de las autoras del libro Merchants of Doubt (Mercaderes de la Duda) –una obra que explica la historia de la máquina secreta de la negación climática– afirma que para entender el escenario actual hay que retroceder un poco en el tiempo. Más precisamente al 15 de diciembre de 1953.

La duda es nuestro producto

Era una tarde helada de diciembre y ejecutivos de las cuatro mayores compañías tabacaleras del mundo (American Tobacco, Benson & Hedges, Philip Morris y U.S Tobacco) se reunían, angustiados, en un bar del lujoso Hotel Plaza. Les preocupaba la publicación de estudios científicos recientes que empezaban a señalar hacia un consenso sobre la idea de que fumar causaba cáncer. A pedido de los ejecutivos participó en la reunión John Hill, de la empresa Hill & Knowlton, a quien entonces se lo consideraba uno de los gurús americanos en el campo de las relaciones públicas. Fue Hill quien anotó los detalles de la reunión que luego se hicieron públicos. La angustia de los empresarios era legítima: estos estudios se estaban difundiendo en revistas populares de la época y amenazaban su negocio rentable.

Hill se dio cuenta de que no había manera de luchar contra los hechos, pero sí se podía sembrar la duda sobre ellos. La idea era sencilla: cuestionar las investigaciones que señalaban la relación entre el tabaco y el cáncer y producir nuevas evidencias “científicas” que relativizaran estos hallazgos. Estas nuevas evidencias, sugirió Hill, saldrían de un comité de expertos que traerían estas visiones opuestas al debate público. Los ejecutivos apostaron en la idea y durante las subsecuentes cinco décadas siguieron el manual propuesto: crearon un “Comité de Investigación de la Industria Tabacalera” (Tobacco Industry Research Committee), que recortaba resultados de investigaciones (seleccionando solo lo que les convenía) y los usaba en campañas millonarias y engañosas que sembraban dudas entre la población. Además de esto, usaron a la prensa como aliada. Con el argumento de que el periodismo serio siempre debe escuchar “los dos lados de la historia”, insistían en la participación de los investigadores y médicos que la industria pagaba para fomentar debates en vivo, creando una sensación falsa de que la relación entre el cigarrillo y el cáncer todavía era controvertida. Fue así como se creó una de las estrategias de marketing más exitosas de la historia. Durante décadas, ninguno de los procesos judiciales contra las empresas tabacaleras logró avanzar y las primeras regulaciones para la industria tardaron casi cincuenta años.

La estrategia que había adoptado la industria tabacalera se repitió muchas veces, en distintas versiones del negacionismo. Se usó para cuestionar sobre los orígenes de la lluvia ácida, sobre la existencia del agujero en la capa de ozono… Y se usa hasta hoy para negar los cambios climáticos, sus causas y consecuencias.

Las propagandas antiguas de cigarrillos desinformaban a la población sobre los maleficios del producto, lo que la ciencia ya había comprobado. Fotos: Reproducción

Mantener viva la controversia

El siguiente capítulo de esta historia empieza a finales de la década de 1970, cuando los estudios sobre los cambios climáticos y sobre la influencia humana en este proceso empezaron a adquirir relevancia y a preocupar a las grandes industrias petroleras. La idea de que las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la quema de combustibles fósiles estaban provocando el calentamiento del planeta –y que las consecuencias de esto podrían ser graves– representaba un riesgo para los negocios de las grandes corporaciones petroleras, como las estadounidenses Exxon y Mobil (que luego se fusionaron para formar Exxon Mobil Corporation).

Preocupadas por la posibilidad de una regulación estatal que controlara las emisiones y les impusiera gravámenes, estas empresas empezaron a buscar estrategias para engañar a la opinión pública. Fue entonces cuando encontraron un plan ideal en el manual de la industria tabacalera.

Al igual que los ejecutivos de Philip Morris y otras grandes empresas del sector, representantes de los gigantes de los combustibles fósiles crearon comités y think tanks (instituciones que se dedican a producir conocimiento sobre temas políticos, económicos o científicos), cuyo objetivo era producir informes y acreditar a expertos para cuestionar los cambios climáticos. Para hacerlo aprovecharon una característica importante del proceso científico: los consensos en el campo de la ciencia resultan de un conjunto de estudios, que a menudo tardan años o incluso décadas en traer respuestas claras y definitivas sobre un tema determinado. Fueron estas “lagunas temporales” o, mejor dicho, los puntos que todavía no estaban del todo aclarados sobre el calentamiento del planeta, lo que los negacionistas aprovecharon para sembrar la duda.

No solo las tácticas eran las mismas que las que habían usado los gigantes del tabaco, sino que algunos de los personajes se repetían. Dos de los científicos que habían protagonizado los debates que cuestionaban los maleficios del cigarrillo, Fred Singer y Frederick Seitz, reaparecieron unas décadas después liderando los encuentros que negaban la crisis climática. Cada vez que salía un nuevo estudio sobre el tema, estos investigadores entraban en acción ocupando espacios en los principales periódicos y programas de televisión para reavivar la duda.

Además, aprovechándose del momento histórico en el que Estados Unidos vivía bajo la sombra de una amenaza comunista, estos científicos empezaron a asociar a los ambientalistas con los comunistas. El argumento era: quienes defendían la ciencia climática tenían una agenda oculta para destruir el modelo económico del país, que lo sostenían las grandes empresas de combustibles fósiles. Se veía la idea defendida por los ambientalistas de que se debían regular las emisiones de gases de efecto invernadero como una amenaza al libre mercado y a este modelo de desarrollo. Los argumentos le quedaron como anillo al dedo a la extrema derecha, que empezó a adueñarse del discurso del negacionismo climático y a defenderlo.

A medida que la ciencia climática avanzaba y llenaba lagunas que todavía generaban debates entre los científicos, los negacionistas también adaptaron las narrativas. “Primero decían que los cambios climáticos no existían, luego afirmaron que las variaciones de temperatura eran un fenómeno natural y después se pusieron a argumentar que, si los cambios se producían, aunque fuera culpa nuestra, no importaba porque siempre podríamos adaptarnos a ellos”, afirma Oreskes.

En 1995, cuando el grupo de científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) lanzó el informe que afirmaba que había una influencia humana “discernible” en el clima, los negacionistas publicaron sus propios informes cuestionando lo que ya era un consenso sobre el tema, denunciando supuestas conspiraciones que involucraban a miembros del grupo e intereses turbios e incluso ataques ad hominem (críticas a los autores, no a sus estudios) a científicos acreditados o figuras públicas comprometidas con la mitigación de los cambios climáticos. Muchas de estas estrategias se intensificaron en momentos clave de las negociaciones climáticas mundiales, perjudicando los avances en los compromisos climáticos entre países.

Durante décadas, las grandes empresas aprovecharon y alimentaron a los grupos que negaban la ciencia climática para, en palabras de un memorando interno de Exxon (hoy ExxonMobil) de 1988, “enfatizar las incertidumbres en torno a las conclusiones científicas sobre el potencial de calentamiento de los gases de efecto invernadero”. Esto, de por sí, ya se consideraría extremadamente grave, pero fue mucho peor. Un artículo publicado en la revista Science en enero de 2023 mostró que, desde 1977, ExxonMobil ya realizaba investigaciones internas que proyectaban trayectorias de calentamiento del planeta consistentes con las que habían previsto los estudios académicos. Es decir, sus propios científicos confirmaban que los cambios climáticos provocados por la quema de combustibles fósiles configuraban un escenario peligroso y, aun así, la empresa invirtió millones en anuncios, propagandas y debates que ponían en duda esta realidad. En reportajes que denunciaron el caso, la empresa negó las acusaciones.

Se registraron protestas después de que se difundiera que Exxon sabía desde hacía décadas que los combustibles fósiles impactaban sobre el clima. Foto: Spencer Platt/Getty Images vía AFP

Una táctica que Brasil importó

El modelo de negacionismo climático instaurado por las grandes corporaciones estadounidenses no tardó en alzar vuelo y encontrar adeptos en otros países. En Brasil, aterrizó con más fuerza en los años 2000, con adaptaciones a la realidad local y personajes propios. Brasil está entre los cinco principales emisores de gases de efecto invernadero del mundo, pero aquí, a diferencia de otros grandes emisores, el principal responsable no es el sector de energía, sino la agropecuaria y la deforestación, según indica el informe más reciente del Observatorio del Clima que monitorea las emisiones de gases de efecto invernadero en Brasil. Por eso, no sorprende que los sectores más conservadores del agronegocio, alentados por la extrema derecha que propaga el terror del “comunismo ambientalista”, estén jugando un rol importante en este proceso de desinformación.

En un artículo publicado en la revista Sociedade e Estado, de la Universidad de Brasilia, el sociólogo Jean Miguel, docente asociado al Departamento de Política Científica y Tecnológica del Instituto de Geociencias de la Universidad de Campinas, afirma que en 2007 empezaron a adquirir relevancia los primeros argumentos contra el consenso científico sobre la crisis climática en el país y se intensificaron con la acción de un pequeño, pero ruidoso, grupo de académicos, que empezó a desempeñar un rol similar al de los investigadores Fred Singer y Frederick Seitz en Estados Unidos. Los de aquí fueron Ricardo Felício, profesor de geografía de la Universidad de São Paulo, Luiz Carlos Molion, meteorólogo y docente jubilado de la Universidad Federal de Alagoas, y el agrónomo Evaristo de Miranda, quienes ocuparon el escenario en eventos promovidos por sectores del agronegocio y participaron en debates en el Congreso Nacional sobre legislación ambiental, muchas veces invitados por la bancada ruralista, según denunció un reportaje del medio brasileño Agência Pública. La línea que defendían era la misma: la mentira de que no hay consenso sobre los cambios climáticos y no hay evidencias de que el hombre sea el principal responsable, lo que contraria la ciencia. Se usa este argumento falaz para justificar la inacción, en base al cual los parlamentarios afirman que no tiene sentido implementar leyes que regulen la emisión de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, perpetúan la tragedia.

Una investigación realizada por periodistas del brazo brasileño del periódico alemán Deutsche Welle, publicada en 2023, mostró, por ejemplo, que investigadores de Brasil cuestionaron los datos e informes generados por Evaristo de Miranda y su equipo de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) que eximían a los grandes productores de la responsabilidad por la destrucción de la Amazonia, mientras que análisis científicos publicados en revistas de renombre demostraban lo contrario. “Los sectores más conservadores del agronegocio vieron esta estrategia de desinformación como una fuerte aliada para flexibilizar las normas de protección de las selvas y debilitar los compromisos del gobierno brasileño con acuerdos internacionales que refuerzan la necesidad de políticas más severas para controlar la deforestación”, explica Miguel.

Evaristo Eduardo de Miranda, en ese entonces jefe general de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria, fue consejero de Bolsonaro. Foto: Marcos Oliveira/Agência Senado

La actuación de estos tres académicos negacionistas empezó a cobrar aún más relevancia durante la gestión de Bolsonaro (2019-2022), cuando Evaristo de Miranda se convirtió en una figura relevante y consejero del entonces presidente. La extrema derecha brasileña, que ya hacía mucho tiempo que se había apropiado de este discurso contrario a la ciencia climática para alimentar teorías “anticomunistas”, empieza a alentar y a distribuir las narrativas negacionistas en las redes sociales y en los discursos oficiales del gobierno. “El expresidente no inventó el negacionismo climático, pero fue terreno fértil para que crecieran las iniciativas negacionistas. Apalancó el negacionismo a una política de Estado y todavía hoy sentimos las consecuencias de eso”, resume Miguel.

Por más que esté fuera de la Presidencia, Jair Bolsonaro y su familia siguen actuando activamente en el campo de las narrativas negacionistas. En el reciente caso de Rio Grande do Sul, las redes sociales del diputado federal Eduardo Bolsonaro (Partido Liberal) cobraron protagonismo por ser importantes agentes en la propagación de desinformación sobre las inundaciones, según un informe elaborado por el Laboratorio de Estudios de Internet y Redes Sociales de la Universidad Federal de Río de Janeiro. El hijo del expresidente de extrema derecha, que estuvo en el sur –donde apareció en videos en los que manejaba una jet ski para mostrar los estragos causados por las inundaciones– fue uno de los que compartió noticias falsas de que el gobierno federal estaba impidiendo la entrada de camiones con donaciones. “Aunque se haya desmentido la noticia, el diputado insistió en que la izquierda y la TV Globo estaban propagando fake news al intentar ‘encubrir la realidad’ del impedimento de donaciones», señala el informe de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

SUMAÚMA intentó entrar en contacto con Ricardo Felício, Luiz Carlos Molion, Evaristo de Miranda y Eduardo Bolsonaro. Solo Molion contestó, quien afirmó que no existe “consenso” en la ciencia, que los informes del IPCC solo incluyen trabajos científicos en pro de su objetivo y que “es mucho más probable que se produzca un enfriamiento global fuera de los trópicos”.

En 2023 Bolsonaro tuvo que presentarse ante la Policía Federal para testimoniar sobre las ‘fake news’. Este año su hijo Eduardo propagó noticias falsas sobre las inundaciones. Fotos: Valter Campanato/Agência Brasil y reproducción

Cómo vacunarse contra la desinformación

Como si perfeccionar las estrategias de desinformación no fuera suficiente, las narrativas que niegan la crisis climática han alcanzado recientemente un nuevo nivel con la popularización de las redes sociales. En un artículo publicado en la revista Science en 2018, investigadores del Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) demostraron que la desinformación online tiene más alcance y se difunde más rápido que la información verdadera, y una de las razones es la falta de modelos tradicionales de moderación. “Las redes sociales contribuyen significativamente con el fortalecimiento del negacionismo climático, actuando como plataformas que intensifican y difunden narrativas ya arraigadas en ciertos sectores de los medios y la cultura”, explica la investigadora Lori Regattieri, miembra de la Coalition for Independent Technology Research. Por eso, desde hace años los investigadores también se dedican a desvelar las mejores estrategias para combatir estas narrativas.

John Cook, investigador senior de la Universidad de Melbourne y fundador de la página web Skeptical Science, uno de los principales vehículos de combate al negacionismo climático en el mundo, lidera las investigaciones en este sentido. En la Guía sobre las teorías de la conspiración, un informe escrito en colaboración con el psicólogo e investigador Stephan Lewandowsky, docente de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, defiende la idea de si las personas conocen las principales estrategias de desinformación, pueden volverse inmunes a esas fake news. “Es como si te vacunaras contra la desinformación. Cuando entiendes el razonamiento erróneo y lo puedes identificar, te vuelves menos vulnerable a esa mentira”, dice Cook.

Naomi Oreskes corrobora esta idea y añade que “la mejor manera de combatir la desinformación es nombrarla y exponer a quienes la difunden. Cuando la gente entiende que algo es una desinformación, eso tiene un efecto inoculador, funciona como una vacuna. Es un paso importante, pero identificar quién propaga estas noticias falsas y denunciar a la persona como deshonesta también ha resultado eficaz”, explica.

En un esfuerzo por educar a la población sobre el tema, Cook sistematizó un método para identificar los cinco primeros elementos que caracterizan el negacionismo y que se hizo conocido por las siglas Flicc (en inglés), en referencia a las iniciales de cada una de las estrategias de desinformación (lea en el cuadro a continuación). La técnica de “vacunar” a las personas contra estas narrativas fue probada y documentada en un artículo publicado en Plos One, una revista científica de acceso abierto de la Public Library of Science. En el estudio, los autores demostraron que la inoculación, es decir, el reconocimiento de la estrategia de desinformación, fue capaz de “neutralizar la influencia negativa de esta desinformación”.

Para Oreskes ya ha habido avances en la comprensión de la población sobre lo que dice la ciencia climática y sobre la necesidad de implementar medidas urgentes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La experta afirma, sin embargo, que esta concientización no evoluciona a la misma velocidad que el problema. “Hizo falta casi medio siglo para que la industria tabacalera fuera desenmascarada. Pero cuando se trata de cambios climáticos, no tenemos el mismo tiempo”, concluye.


Las 5 tácticas de la desinformación climática

F: FALSOS EXPERTOS (FAKE EXPERTS)

Esta estrategia se refiere a científicos o investigadores que hablan con supuesta autoridad sobre temas que no son de su dominio. Muchos se manifiestan públicamente para adoptar una postura contraria a temas que ya cuentan con consenso científico, como los cambios climáticos, creando una falsa sensación de que el tema todavía está en debate. Generalmente, los falsos expertos negacionistas atacan a los verdaderos expertos, a quienes acusan de que los compran o que se venden a determinados grupos o empresas.

L: FALACIAS LÓGICAS (LOGICAL FALLACIES)

Son patrones de razonamiento erróneos, que consisten en argumentos inválidos que, a primera vista, pueden parecer persuasivos. Algunos ejemplos comunes son el argumento de que el clima siempre cambió por causas naturales a lo largo de la historia y que los cambios actuales también se deben a causas naturales; o que el efecto invernadero es fundamental para la vida en la Tierra, que el aumento de gases que causan este efecto no puede ser malo. Esta técnica también se conoce como “sacar conclusiones precipitadas”, es decir, relacionar una causa y un efecto sin saber si de verdad hay una relación.

I: EXPECTATIVAS IMPOSIBLES (IMPOSSIBLE EXPECTATIONS)

Es la idea de que a la ciencia se le deben exigir verdades absolutas, lo que es totalmente inviable, ya que es una especie de libro abierto. Cada estudio científico aporta nuevos elementos que ayudan a orientar, confirmar o refutar una teoría. Cuando gran parte de las investigaciones apuntan hacia el mismo camino, como es el caso de los cambios climáticos, se dice que existe un consenso científico sobre el tema. Sin embargo, los negacionistas usan planteamientos como “los científicos ni siquiera pueden acertar el pronóstico del tiempo para la próxima semana, ¿cómo podrán predecir el clima dentro de una década?» para generar duda y confusión. La meteorología clásica siempre presentará incertidumbres, pues depende de mediciones complejas, pero no tiene nada que ver con las metodologías que se usan en los estudios de los cambios climáticos.

C: SELECTIVIDAD SESGADA (CHERRY PICKING)

Es un tipo de falacia que difunde solo la información favorable a la tesis que se defiende, ocultando otros datos que forman parte de esa realidad. El resultado es un escenario muy distinto en el contexto más amplio. La traducción literal del término en inglés, “recolectar cerezas”, lo ilustra bien. Cuando un recolector va al campo para mostrar cómo está la cosecha de cerezas, puede seleccionar deliberadamente solo las frutas más maduras y saludables. Quienes ven solo esta muestra tienden a deducir que toda la cosecha es buena. Sin embargo, esta selección no siempre se puede considerar representativa, es decir, no es necesariamente un retrato de la situación real de esa cosecha.

C: TEORÍAS CONSPIRATIVAS (CONSPIRACY THEORIES)

Es la estrategia de crear la idea de que detrás de los consensos científicos hay un interés oculto, como con los cambios climáticos. Un ejemplo es la afirmación de que la causa ambiental es una herramienta que usan los líderes comunistas para derrocar el sistema capitalista. Otra, bastante común y que ha vuelto a circular durante las inundaciones en Rio Grande do Sul, es que un proyecto científico estadounidense llamado Haarp, que estudia los fenómenos físicos que se producen en las capas superiores de la atmósfera terrestre, sería el responsable de las lluvias en el sur del país. Esta teoría afirma que el episodio fue provocado por “grupos de mucho poder” con el objetivo de causar miedo y, a partir de la vulnerabilidad provocada, instituir sus propios intereses.

Eventos extremos vinculados al cambio climático son cada vez más frecuentes en el mundo. En 2023 Manaos sufrió con las sequías. Foto: Michael Dantas/AFP


Reportaje y texto: Jaqueline Sordi
Edición: Talita Bedinelli
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Coordinación de flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Jefa de reportage: Malu Delgado
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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