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COP 30

En los caminos entre los palafitos de Vila da Barca, los niños protestan contra el racismo ambiental en obras de la COP30. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

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La marea, señora del tiempo, vio llegar las primeras familias a esta área de Belém a orillas de la Bahía de Guajará. En las primeras décadas del siglo 20, en las cercanías de una vieja barca olvidada, clavaron estacas, construyeron casas, trenzaron estibas y se quedaron sobre las aguas. La comunidad de palafitos se convirtió en Vila da Barca y hoy alberga a casi 4.000 habitantes, un pueblo-marea.

Cuando los camiones empezaron a verter el lodo de una obra de la COP30 en la comunidad y pusieron vallas que anunciaban que las aguas residuales de la parte rica de la ciudad pasarían por Vila da Barca, donde hasta la fecha se les niega el saneamiento, la gente-marea se convirtió en agua revuelta, se convirtió en banzeiro, palabra que en la región amazónica de Brasil expresa el movimiento de las aguas que agitan la superficie del río después que pasa una embarcación.

Nilson Cavalcante, de 13 años, ya nació marea. En abril, niños y adolescentes, entre quienes estaba Nilson, salieron a las calles y puentes de Vila da Barca con un cartel que denunciaba: “racismo ambiental”. Y saben lo que dicen. Lo sienten en la piel y en el gusto del agua. Sienten la desigualdad de la capital de Pará, que este año también es la capital de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima.

Nilson Cavalcante, un niño-marea, ante la Bahía de Guajará tomada por las aguas residuales. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

A menos de 2 kilómetros de Vila da Barca está la Avenida Visconde de Souza Franco, conocida como Doca, donde un apartamento de más de 600 metros cuadrados puede costar hasta 2,7 millones de dólares (15 millones de reales). Están transformando el canal de la avenida en un parque: puro maquillaje para la COP. Fue allí donde el gobierno de Pará instaló los antiecológicos árboles fake, con copas hechas de macetas colgantes y tallos de varillas de hierro.

Además del parque, la obra abarca el sistema de alcantarillado de la Doca. Se están construyendo cerca de 19.000 metros de red de cloacas, 2.300 tomas domiciliarias y 365 alcantarillas (pozos de visita). Se transportarán los residuos a la planta de tratamiento de Una, una construcción contratada en 2008, paralizada tres veces y cuya finalización está prevista para este año. Solo el 2,4% de las aguas residuales de Belém son tratadas y el 20% de la población tiene alcantarillado, según datos del Instituto Trata Brasil, que monitorea los índices de saneamiento; la mayor parte se vierte en canales, ríos y arroyos.

El gobierno de Pará decidió que, en su trayecto, el proyecto de saneamiento de la avenida Doca pasaría por Vila da Barca. Cuando las cloacas son muy profundas hay que crear una estación de bombeo para llevar los desechos a un punto más alto para que puedan seguir su camino hasta la planta de tratamiento. Y, sin consultar a los vecinos de Vila da Barca, están construyendo la estación de bombeo en la comunidad, en el terreno donde resistía la casona abandonada de una antigua curtiembre.

Vila da Barca también denuncia que la empezaron a usar como vertedero, un lugar donde se tiran los desechos de la obra de la Doca. Según la comunidad, otro terreno al lado de la casona, donde yacen tres barcos,  se ha convertido en un vertedero del lodo que extraen del canal del barrio rico. El terreno, que ya se usó como campo de fútbol, quedó invadido por camiones que van y vienen. En mayo, para evitar el tráfico pesado, el pueblo-marea bloqueó la calle que da acceso al vertedero.

En el Día Mundial del Medio Ambiente, el 5 de junio, la comunidad ocupó las calles con protesta y arte. La Cumbre de los Pueblos, una coalición de casi 800 movimientos sociales de todo el mundo que propone una agenda popular paralela a la COP30, también estuvo presente. Proyecciones nocturnas escribieron sobre las ruinas de la casona: “Vila da Barca de la resistencia”.

En el Día Mundial del Medio Ambiente, la gente-marea iluminó las ruinas de la curtiembre donde instalarán una estación de bombeo de aguas residuales. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

El 11 de julio, la Asociación de Vecinos de Vila da Barca hizo ondear su movimiento popular en los tribunales. Presentaron una medida cautelar colectiva pidiendo la suspensión de la obra, una consulta a la comunidad en audiencia pública, la presentación de un estudio de impacto socioambiental detallado y la reformulación del proyecto para que incluyan al pueblo-marea como beneficiario: un clamor por lo mínimo indispensable.

Tres días después, el gobierno de Pará, de Helder Barbalho (del partido de centro Movimiento Democrático Brasileño ), recapituló, al menos en parte, como hizo a principios de año durante la revuelta indígena en la Secretaría de Educación del estado de Pará. Debido a la presión, anunció que ampliará el suministro de agua hasta octubre y que implantará una red de alcantarillado en Vila da Barca en un plazo de ocho meses. SUMAÚMA ha seguido durante cuatro meses esta lucha de décadas por el derecho a ser gente y a ser marea, lo que seguirá acompañando.

Enfrentando la presión inmobiliaria

Bañarse en la marea siempre ha sido un pasatiempo para la gente de la comunidad. En el documental Vila da Barca, de 1964, dirigido por Renato Tapajós, ya se pueden ver la vida cotidiana y los problemas del lugar. Los niños surgen saltando, zambulléndose en el agua, pero ahora se están alejando cada vez más de la bahía. Porque allí se vierten las aguas residuales de Vila da Barca y, mezcladas con la basura, exponen las vidas a enfermedades. Los niños-marea terminan separados de una parte de sí mismos.

La sensación en Vila da Barca es que Belém quiere expulsar al pueblo-marea no solo de las aguas, sino también de la tierra. La especulación inmobiliaria que se apoderó del barrio vecino de Umarizal, donde se ubica la Doca, invadió más recientemente el barrio del Telégrafo, la parte de la ciudad que alberga Vila da Barca. Y avanza por las orillas de la capital.

A principios del siglo 20, el canal de Doca era un arroyo, el Arroyo de las Almas o de las Armas —no hay consenso sobre el nombre—, una zona de tierras bajas con viviendas populares. El curso de agua empezó a transformarse en un canal y en la década de 1950 empezaron a rellenar sus márgenes con tierra. Se concluyó el macrodrenaje y luego la construcción de la Avenida Visconde de Souza Franco, que estuvo lista en la década de 1970. Terminaron expulsando al pueblo ribereño de sus casas. Lo que vino después fue la furia del mercado inmobiliario.

Hoy hay un edificio de lujo a unos 500 metros de Vila da Barca. La educadora y lideresa comunitaria Inêz Medeiros, de la Comisión Solidaria de Vila da Barca, cree que la exclusión de quienes viven en la comunidad no es fortuita. “Este abandono es intencional. Cuando el poder público no está presente, quiere hacernos renunciar a vivir aquí, para que la especulación inmobiliaria avance en la zona. Nos están sofocando”.

La educadora Inêz Medeiros representa a generaciones de mujeres que lucharon por el derecho a una vida digna en Vila da Barca. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

Vila da Barca se formó en la primera mitad del siglo 20, habitada por quienes venían de las islas de Belém y de los interiores de la Amazonia por las aguas. Los extractivistas y pescadores traían lo que la Selva y el Río les daban para sustentar a sus familias vendiéndolo en ferias como la de Jenipapo, que estaba en otro tramo del margen del río y que ya no existe.

El poeta Bruno de Menezes, oriundo del estado de Pará y modernista de los tambores, publicó en su libro Lua Sonâmbula, de 1953, el poema “Velha Barca” (Vieja Barca, en español), cuyos versos cobraron vida ante una visión nocturna de la barca “casi fantasma” y de la villa de “varios callejones que conducen a un laberinto de caminos sobre estibas”. Este es un fragmento del poema traducido al español: 

Y tú, como otras “Villas”, donde todo es pobreza, que duermen sin tener aire respirable y humano, alzarás tu grito, entrarás en la lucha 

Entre los palafitos, el complejo y la pavimentación

En Vila da Barca son las mujeres-marea quienes lideran las luchas. Hasta los años 80 no había agua corriente. La comunidad se las arreglaba con un grifo público. Y las mujeres andaban por los puentes llevando latas de agua en la cabeza. Gracias a su lucha, llegó el agua, pero vino débil y sucia. Fueron las mujeres quienes hicieron nacer la Asociación de Vecinos de Vila da Barca en 1985. Son ellas quienes siguen organizando la resistencia.

Brenda Souza tiene 17 años. Cuando habla del futuro, la joven-marea se imagina defendiendo la comunidad, siguiendo los pasos de quienes la precedieron. Hablé con Brenda y Nilson a orillas de la Bahía de Guajará, frente a la marea. Los dos forman parte de realidades distintas en Vila da Barca. Él vive en la zona de palafitos donde todo comenzó. Ella, en el complejo de viviendas que nunca se terminó.

El palafito es la vivienda típica de la gente-marea. Una casa ribereña hecha de madera y construida sobre estacas, que respeta la inconstancia de las aguas. Suele ser aireada y se adecua a la adaptación climática. Se trata de una arquitectura e ingeniería de las zonas inundables amazónicas, de un conocimiento tradicional de los pueblos de la Amazonia. Pero la Belém colonizada densificó y sofocó las tierras bajas, haciendo que los palafitos de Vila da Barca se convirtieran en viviendas precarias.

Brenda Souza y el mensaje de la comunidad donde la casa ribereña se convirtió en una vivienda precaria y el complejo habitacional sigue sin terminar. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

Luego vino la promesa de casas de albañilería. Se aprobó la construcción de un complejo de viviendas en la comunidad en 2003. En 2006, comenzaron las obras. Casi 20 años después, aún quedan por entregar 76 casas y 20 comercios. En una acción civil pública de 2019, el Ministerio Público Federal y la Defensoría Pública Federal pidieron a los tribunales que todas las unidades de vivienda estuvieran terminadas en un plazo de dos años. El caso espera sentencia y las familias, sus casas.

Por los puentes de tablones de la zona de palafitos, la policía transita en moto sin ni siquiera fijarse en quién pasa por delante. Así trata el Estado a la gente-marea que vive allí. Para que el agua llegue a los grifos, los vecinos ponen bombas en sus casas. Cuanto más hacia adentro de la zona de los puentes está el palafito, es más difícil que haya agua en la ducha. No hay sistema de alcantarillado y los desechos de las casas se vierten directamente en la bahía.

El complejo de viviendas cuenta con una pequeña estación de tratamiento de aguas residuales, la ETE Vila da Barca, pero no se han terminado todos los módulos previstos. El plan de saneamiento básico de Belém, en 2020, señaló la mala conservación del lugar y el tratamiento inadecuado de los residuos. Según el pueblo-marea, la estación sigue sin funcionar correctamente. Las aguas residuales vuelven a la calle o fluyen hacia la bahía, sin tratamiento. La Compañía de Saneamiento de Pará (Cosanpa) afirma que equipos técnicos encontraron puntos obstruidos y “están realizando las diligencias necesarias para restablecer el pleno funcionamiento del sistema”. Cosanpa considera que la estación de tratamiento “está operando normalmente”.

Además de los palafitos en las estibas y del complejo de viviendas, otra parte de la comunidad está formada por casas sobre el asfalto. “Tenemos distintos niveles de pobreza dentro de Vila da Barca. Es más fácil para quienes viven cerca de la calle tener acceso a los servicios públicos”, cuenta Inêz Medeiros. Y recuerda que cuando era niña-marea la gente de la calle decía que los niños de los puentes tenían que jugar en los puentes, porque la calle no era su lugar.

Durante la pandemia de covid-19, Inêz presidía la Asociación de Vecinos de Vila da Barca y dirigió un censo en la comunidad yendo de puerta en puerta para organizar las donaciones de canastas de alimentos. Ahora, como militante de la Comisión Solidaria, otra organización de la comunidad, pasó un sábado invitando a la gente-marea a una gran reunión pública contra la estación de bombeo de aguas residuales, mientras se escuchaban viejas canciones que invadían el final de la tarde.

La especulación inmobiliaria avanza sobre las aguas y las tierras de Vila da Barca, una zona de Belém que resiste desde hace casi 100 años. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

Una decisión ‘técnica’ mantiene la exclusión

El 24 de marzo, recibieron a líderes de Vila da Barca en la Secretaría de Obras Públicas de Pará (Seop). Hasta ese momento la única información que tenían sobre la obra eran las vallas que decían “sistema de alcantarillado de la Doca”. El secretario adjunto Gilmar Mota llegó en medio de esa primera reunión, a la que SUMAÚMA asistió, y admitió que no escuchar a Vila da Barca había sido un error del gobierno de Pará: “En nuestro afán por poner las cosas en marcha, terminamos pecando en ese momento por no haber programado una reunión con ustedes”.

Como la consulta no se había realizado antes, la comunidad tomó la palabra y convocó a una segunda reunión, esta vez más amplia y en el mismo territorio. El lunes 7 de abril un vehículo con altavoces hizo la última convocatoria. Y por la noche, el pueblo-marea llenó el anfiteatro del Núcleo de Talleres Curro Velho, una institución estatal de cultura ubicada cerca de Vila da Barca que ofrece talleres populares de iniciación a las artes y es una casa para el pueblo-marea.

Tanto en la primera como en la segunda reunión, el gobierno intentó justificar el paso de las aguas residuales de Doca por Vila da Barca como una decisión técnica. “El diseño hidráulico dice que solo se puede hacer por esta ruta”, alegó Lia Pereira, ingeniera sanitarista de la secretaría.

Juliano Ximenes Ponte, profesor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Pará y coordinador regional del Observatorio de las Metrópolis, afirma que esta decisión del gobierno muestra su desprecio por los espacios que ocupan las viviendas precarias. Según él, la municipalidad de Belém y el gobierno del estado de Pará, con las obras de la COP30, incentivan la especulación inmobiliaria.

“Están creando frentes para la valorización inmobiliaria. Estos gobernantes sienten que tienen que expulsar a los pobres de los lugares centrales donde todavía viven. Tratan Vila da Barca como un estorbo, en vez de urbanizarla y garantizarle derechos a su población. Es más fácil, según la lógica elitista, arrojar los residuos de la obra y ubicar allí la estación de bombeo de aguas residuales, un elemento indeseable”, evalúa el profesor.

En abril, los vecinos llenaron el centro cultural Curro Velho para exigirles explicaciones a las autoridades sobre la obra de la COP30. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

Mientras tanto, la nueva Doca, un proyecto de la COP30, recibe recursos de Itaipú Binacional, la central hidroeléctrica que comparten Brasil y Paraguay. Se prevén 57,9 millones de dólares (316,2 millones de reales) para el parque en la avenida Visconde de Souza Franco y 9,1 millones de dólares (49,6 millones de reales) para el saneamiento, que incluye la estación de bombeo.

Itaipú Binacional le contestó a SUMAÚMA que “la planificación y los lugares donde se implementarán las infraestructuras no los define Itaipú”. La Secretaría de Obras Públicas dijo que los “estudios técnicos” presentados por la Compañía de Saneamiento indicaron la ubicación ideal para la estación de bombeo y que “no se retendrá ni arrojará ningún material en la comunidad”.

El 11 de abril, la misma semana de la reunión popular, la empresa Aegea Saneamento e Participações ganó la subasta que privatizó la Compañía de Saneamiento de Pará (Cosanpa). El nuevo marco legal de saneamiento, sancionado en 2020 por el entonces presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro, favoreció la privatización de los servicios. SUMAÚMA le preguntó a Aegea cuáles son los planes para el saneamiento de Vila da Barca. En junio, la empresa se posicionó con un informe genérico celebrando su victoria en la concesión, pero sin decir cuáles eran sus planes para la comunidad.

‘¿Ustedes beben esta agua?’

Fue Inêz Medeiros quien dirigió la reunión en el territorio. La gente-marea le exigió a Cosanpa que mejore la calidad del agua que llega a Vila da Barca. “¿Ustedes beben esta agua?”, les preguntó el historiador Kelvyn Gomes, vecino de la comunidad. “Por supuesto, amigo”, contestó Antonio Crisóstomo, director de operaciones de Cosanpa. Entonces fueron a buscarle una botella. “¡Bebe, bebe, bebe!”. Crisóstomo no tomó el agua.

Mota, el secretario adjunto de la Secretaría de Obras Públicas, le pidió a la comunidad que no faltara el respeto. La activista Suane Barreirinhas le replicó: “Nuestros niños beben esta agua diariamente. ¡Los irrespetuosos son ustedes!”. Suane es educadora de ciudadanía climática en una biblioteca y proyecto social, que acoge a unos 60 niños y adolescentes de Vila da Barca, que se llama Barca Literaria.

Un vecino de Vila da Barca le ofreció agua del grifo al director de la Compañía de Saneamiento de Pará, pero se negó a beberla. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA

En alusión a la Zona Azul y la Zona Verde, zonas oficiales de la COP, se definió la Barca Literaria como una Zona Amarilla, una zona de participación comunitaria propuesta por el movimiento COP das Baixadas para incluir a las periferias y descentralizar el debate climático. La Barca Literaria nació de un pedido de los niños, en 2019, contra el desmantelamiento que se cernía sobre Curro Velho, institución vinculada a la Fundación Cultural de Pará (FCP).

El gobierno de Hélder Barbalho, uno de los nombres que se consideran para la vicepresidencia de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones presidenciales del año que viene, intentó extinguir la fundación en diciembre de 2024. La presión contra su proyecto de reforma administrativa hizo que el gobernador diera marcha atrás, pero el intento de acabar con el instituto Curro Velho sigue adelante: el presidente de la fundación, Thiago Miranda, le reconoció a la comunidad de Vila da Barca que los recursos para Curro Velho se han reducido. La manifestación del 5 de junio también fue contra esta amenaza.

Brenda Souza y Nilson Cavalcante se han criado en Curro Velho y son protagonistas de la Barca Literaria. Vieron surgir la Barca Literaria como una biblioteca itinerante durante la pandemia, con una lona extendida en el suelo, y luego cuando obtuvo una casa para actividades educativas y el cineclub. Uno de los educadores de la Barca Literaria es tío Rafa, el fotógrafo y educador Rafael da Luz, que firma las imágenes de este reportaje.

El gobierno promete saneamiento para 2026

Gilmar Mota, de la Secretaría de Obras Públicas del estado, prometió tapar los baches que los camiones cargados de lodo abrieron en las calles, instalar una tubería para mejorar la presión del agua y evaluar la situación del alcantarillado en el complejo de viviendas. “En cuanto a los palafitos, técnicamente no tengo cómo hacer un tratamiento [de las aguas residuales]”, alegó. En la reunión pública, Hélio Brazão, director de expansión y tecnología de Cosanpa, dijo que la empresa estudiará alternativas para instalar el alcantarillado en el área de los puentes.

En otras palabras: a quienes viven en palafitos, como ha sido a lo largo de toda la historia de Vila da Barca, se los sigue excluyendo, aunque haya experiencias que demuestran que hay soluciones técnicas posibles. En la comunidad Beco Nonato, en Manaos, por ejemplo, un proyecto piloto adaptó el sistema de alcantarillado a los palafitos. Cuestionada por SUMAÚMA, la Secretaría de Obras Públicas considera que el modelo de Manaos no “se adaptaría necesariamente a las condiciones locales de las estibas de Vila da Barca”.

El pueblo-marea de Vila da Barca sueña con el día en que se le garantice el derecho al saneamiento. Quizás a través de una red de alcantarillado hecha con cajas de almacenamiento, como en los barcos. Con los residuos convertidos en abono. En este sueño soñado por los líderes de la comunidad, el terreno utilizado como depósito de lodo sería una agroselva: allí se vertería el abono. En contrapartida, el terreno de la antigua casona se convertiría en una guardería o en un centro de servicios sociales.

Pero durante la preparación de la COP no se está discutiendo nada de esto y lo que importa son las aguas residuales de la Doca. “Esto se llama racismo ambiental. ¿Sabe dónde todo esto está pasando en 2025, el año de la COP30, el mayor evento climático del mundo? En Vila da Barca, secretario. Aquí es donde hay racismo ambiental. Aquí es donde estamos recibiendo la basura y las aguas residuales de la Doca”, protestó Suane Barreirinhas en la reunión pública. Sin saneamiento, los territorios están más expuestos a eventos extremos, como deslizamientos e inundaciones. El agua de lluvia no tiene por dónde escurrir. Esta injusticia climática, consolidada durante décadas, agrava todavía más la crisis que las COP tendrían que remediar.

Obras de la COP30 en la Doca, el área que albergará un parque y donde se ‘plantaron’ árboles fake. Foto: Rafael Neddermeyer/COP30

Al final de la reunión en el territorio, Inêz Medeiros consultó a la gente-marea: “¿Quién de la comunidad está de acuerdo con esta obra?” El veredicto llegó a coro. “¡Nadie!”.

Desde abril, el Ministerio Público Federal les pide a las secretarías del gobierno de Pará copias de las licencias ambientales de la estación de bombeo, de los estudios de impacto ambiental, de las medidas de mitigación y compensación ambiental previstas, de las audiencias públicas e iniciativas de diálogo con la comunidad. También le pregunta a la municipalidad cómo está la fiscalización de la obra y cuáles son los impactos en el plan municipal de saneamiento. La Secretaría de Medio Ambiente, Clima y Sostenibilidad del estado de Pará y la municipalidad de Belém no contestaron.

La respuesta de la Secretaría de Obras Públicas llegó el 26 de junio. Entre otros documentos, enviaron una licencia de instalación, con fecha de octubre de 2024, para la “red de alcantarillado, colectores troncales, estaciones de bombeo de aguas residuales y Estación de Tratamiento de Aguas Residuales de la Cuenca del Río Una”, y una nota técnica del mes pasado en la que la secretaría asigna a la Compañía de Saneamiento de Pará la responsabilidad de elaborar estudios ambientales. En un informe ambiental preliminar de la compañía de saneamiento de 2019, también a pedido de la secretaría, una de las alternativas para transportar las aguas residuales a la estación de tratamiento incluye la construcción de una estación de bombeo en Vila da Barca. El Ministerio Público está analizando el material.

En un comunicado a SUMAÚMA, la Secretaría de Obras Públicas de Pará destacó que “la red de recolección de aguas residuales que se está construyendo traerá una mejor calidad de vida a la población”, que la obra “no causa riesgos ni daños al lugar” y cuenta con “tecnología que no produce ruido ni malos olores”.

La secretaría niega que se esté vertiendo algún excedente o residuo procedente del saneamiento de la Doca, “como tierra, escombros o materiales no deseados”, en Vila da Barca. Pero, durante la reunión con los líderes en marzo, el secretario adjunto Gilmar Mota admitió: “Hoy estamos utilizando un área de allí como vertedero de la obra. Vamos a ver qué podemos hacer para que las cosas estén más ordenadas y crear el mínimo trastorno posible”.

Después de más de cuatro meses de movilización popular, el gobierno del estado de Pará cedió en al menos un punto. El 14 de julio, en el acto de firma del contrato con la empresa Aegea, anunció un plan de inversiones para el saneamiento en Vila da Barca, que incluye los palafitos, en el que se prevé la entrega de un nuevo sistema de agua hasta octubre, antes de la COP, y el sistema de alcantarillado en un plazo de ocho meses. Esta es una respuesta a la protesta de la comunidad.

En medio de la lucha contra el racismo ambiental, los vecinos ponen en acción esfuerzos y abren frentes para crear y preservar memorias. Suane, Inêz y Kelvyn, entre muchos otros, están juntos en el proyecto de darle vida, sobre un palafito, al museo conmemorativo de Vila da Barca. Como dice una canción que anima las rondas de la Barca Literaria, la comunidad se aferra a raíces firmes. Cuando hace falta, la gente-marea ondea y el movimiento popular nunca se detiene.

En el terreno donde se desecha el lodo de la Doca, Vila da Barca sueña con una huerta para realizar el futuro. Foto: Rafael da Luz/SUMAÚMA


Reportaje y texto: Guilherme Guerreiro Neto
Edición: Fernanda da Escóssia
Edición de arte: Cacao Sousa
Edición de fotografía: : Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al castellano: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: James Young
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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