El gris ennegrecido de los troncos quemados ocupa muchos kilómetros del paisaje del Pantanal. El fuego consume lo que queda de las hojas de las palmeras Bacuri, convirtiendo en carbón los frutos favoritos de los Guacamayos. Desde que, a principios de agosto, un incendio destruyó más de la mitad de la Tierra Indígena Perigara, en el estado brasileño de Mato Grosso, cuatro brigadistas del pueblo Boe Bororo visitan diariamente la región para contabilizar las pérdidas.
El grupo camina hasta llegar a una zona en la que no queda ni un árbol. Todo quedó calcinado cuando el fuego apareció el 3 de agosto y dejó el lugar como si hubieran lanzado una bomba sobre la aldea Pirizal, en el municipio de Barão de Melgaço, a 200 kilómetros de la capital de Mato Grosso.
El brigadista voluntario Virgilio Kidemugureu, del pueblo Bororo, muestra las marcas de la destrucción, como las jaguas quemadas
Un trozo de tronco caído llama la atención de los brigadistas, que hablan entre ellos en boe wadáru, como llaman los Boe Bororo a su lengua original. «Es jagua. Lo usamos para hacer tinte, para teñirnos el pelo de negro. También para pintarnos el cuerpo y hacer infusiones que combaten enfermedades. Pero se ha quemado todo. Y no tendremos jugo ni este año ni el que viene», dice Valdeci Poxireuo, uno de los brigadistas voluntarios de la aldea que luchan contra las llamas sin ningún tipo de remuneración.
Sigue contando las pérdidas. «La paja de Bacuri la utilizamos para techar nuestras casas. Los brotes sirven para hacer abanicos y canastas para transportar fruta, pescado y harina de mandioca; también los usamos para hacer baquités [cesto que se lleva en la espalda] para pescar y esteras. Se ha perdido todo. No podremos restaurar los tejados antes de que llegue la lluvia», lamenta.
Los incendios y la sequía suponen un nuevo desafío para la existencia de los pueblos originarios del Pantanal: además de los Boe Bororo, también están los Guató. Perigara es la punta de lo que fue el territorio ancestral de los Boe, que se extendía desde Bolivia hasta el Río Araguaia, cerca del estado de Goiás, bajando por el Río Taquari, en Mato Grosso del Sur, según el mapa etnográfico del alemán Curt Nimuendajú y estudios posteriores de los antropólogos Claude Lévi-Strauss y Renate Brigitte Viertler.
Divididos en grupos, como los Bororo de Campanha, los Cabaçal, los Porrudo, los Coxiponé o Araripoconé y los temidos Coroado, los Boe sufrieron la sangrienta «pacificación» forzada de los blancos a partir de 1719, según cuenta el historiador Paulo Pitaluga en su artículo «Ata de Fundação de Cuiabá: uma análise crítica» (1993). El bandeirante (pionero) Pascoal Moreira Cabral vio que los Indígenas Coxiponé llevaban pepitas de oro en el cuello y los masacró, como relata el antropólogo y sacerdote salesiano Mário Bordignon, miembro del Consejo Indigenista Misionero y autor de varios estudios sobre el pueblo Boe.
Fue el primer fin del mundo de los Boe.
Desde entonces, han sido innumerables las matanzas en la historia de estos guerreros de casi dos metros de altura, que se adornaban con coronas de plumas de Guacamayo, una de las artes plumarias más admiradas de la etnología. La última masacre de la que se tiene constancia se produjo en 1976, según la antropóloga Renate Brigitte Viertler, que en su libro A Duras Penas (1990) estudió el borrado cultural de los Boe, un pueblo relatado en los escritos de antropólogos como Karl Von Den Steinen y Claude Lévi-Strauss.
Los últimos Boe del grupo Útugo Kúri Dóge —que significa ‘los que usan flechas largas’— viven en la Tierra Indígena Perigara, donde emigraron en la primera década del siglo XX, cuando se construyó el Puesto Indígena Couto de Magalhães, del Servicio de Protección a los Indios y Localización de Trabajadores Nacionales, organismo que precedió a la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas y fue abolido en 1967 después de una serie de denuncias de violaciones de los derechos humanos. Tras casi cien años siendo una de las Tierras Indígenas más aisladas del Pantanal, Perigara saltó a los titulares en 2020 cuando fue azotada por el incendio que consumió más del 30% del bioma. Dispersos en menos de ocho pequeñas Tierras Indígenas, los que quedaron de los Boe Bororo y de los Guató resisten en un territorio que aún no se ha recuperado de los incendios de 2020 y que ahora se enfrenta a una segunda y amenazadora oleada de fuego.
Para los Boe, es el segundo fin del mundo.
Banquete en un funeral del pueblo Boe e Indígena Bororo: el cuadro es atribuido a Wilhelm Kuhnert (1865-1926) e la foto, de 1946, es de autor desconocido. Fotos: dominio público/Wikimedia y Acervo del Archivo Nacional
«Es como si fuera otro choque del contacto. Y los incendios siempre proceden de propiedades privadas. No hay constancia en el Pantanal de ningún incendio que se iniciara en Tierras Indígenas», afirma Jorge Eremites de Oliveira, arqueólogo y antropólogo de la Universidad Federal de Pelotas, que lleva tres décadas trabajando con los pueblos del Pantanal.
Cuando el fuego invade una Tierra Indígena, en la inmensa mayoría de los casos la ayuda llega tarde o es insuficiente. «Pedimos que nos enviaran tractores y el avión que lanza agua, pero no vino nadie. Las llamas estaban cerca de las casas y solo los brigadistas Indígenas vinieron a ayudarnos. Niños, ancianos, todos tuvieron que correr con bidones de agua en la cabeza para salvar sus casas», cuenta el cacique Roberto Maridoprado Bororo, de la aldea Pirizal.
Vida y muerte lado a lado: en la Tierra Indígena Bahía de los Guató, una carretera vecinal separa la zona que se salvó del fuego del cementerio de árboles
Durante la estación lluviosa, Perigara queda aislada y solo se puede llegar en barco por el Río São Lourenço, afluente del Paraguay. Por tierra, el viaje dura casi un día desde Cuiabá, la capital del estado de Mato Grosso, a través de un laberinto de caminos arenosos. Con los incendios, el camino actual incluye zonas de bosque y de sabana en llamas.
«Fui al río y me llevé un susto. Vi un montón de Coatíes quemados flotando en el agua. Nunca había visto tantos muertos de esa forma», cuenta la profesora Rosinete Marido, mirando hacia un horizonte gris con árboles ennegrecidos en Perigara. Los niños son la principal preocupación de la profesora. «Este incendio nos ha enfermado a todos, a los niños y a los ancianos. Hasta hoy, el fuego no ha cesado. Desde que empezó el incendio, los niños no quieren venir a clase. Se quedan en casa, con miedo de que el fuego vuelva», dice Rosinete.
VIDEO: JULIANA ARINI/SUMAÚMA
Un bioma rodeado por el fuego
El fuego, utilizado para despejar zonas naturales y limpiar pastos, es el principal enemigo del Pantanal. Casi el 95% de los incendios que afectaron a la región en el primer semestre de 2024 se produjeron en propiedades privadas, según los datos del Instituto Nacional de Estudios Espaciales que están registrados en la plataforma BDQueimadas. Por los relatos de los Indígenas, el incendio de Perigara procedía de otra zona protegida, la Estancia Ecológica SESC Pantanal, una Reserva Privada del Patrimonio Natural.
Según informó a la prensa el propio SESC Pantanal, una institución privada brasileña, la administración de la unidad realizaba desde junio de este año, como en años anteriores, un experimento de gestión de incendios con el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad. Puede que fuera una decisión equivocada. «Una de las hipótesis es que quedó algún foco sin apagar y, con el cambio de vientos, se extendió. La última quema fue el 15 de julio y el fuego volvió en menos de 20 días. Pero hay que esperar a los análisis forenses», explica Carlos Avallone, diputado estatal y presidente de la Comisión Estatal de Medio Ambiente. El político cuestiona que la dirección del SESC Pantanal no respetara el Decreto Estatal 927, que desde el 17 de junio prohíbe cualquier uso del fuego en Mato Grosso debido al estado de emergencia ambiental.
Según declaró el gabinete de prensa de la Estancia Ecológica SESC Pantanal a SUMAÚMA, al cierre del reportaje el equipo de brigadistas estaba trabajando para controlar el incendio y aún no había fecha para la divulgación de los resultados de la investigación forense. La Secretaría de Medio Ambiente del Estado de Mato Grosso afirmó que la Estancia está bajo jurisdicción federal.
El Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad, por su parte, informó que la quema que se hizo en la Tierra Indígena Perigara en julio de este año estaba autorizada por la ordenanza 1.150 de 6 de diciembre de 2022. Sin embargo, el organismo no respondió sobre la falta de consulta libre, previa e informada con los pueblos Indígenas Boe Bororo y Guató, tal y como establece la propia ordenanza, que sigue el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, del que Brasil es signatario, y exige que los pueblos Indígenas concuerden con las acciones que se hagan en su territorio.
Los incendios catalizan la sequía histórica que asola toda la cuenca del Río Paraguay. Según la Agencia Nacional de Aguas y Saneamiento Básico, desde mayo el Pantanal sufre la escasez cuantitativa de los recursos hídricos de la región hidrográfica del Paraguay. La sequía genera un proceso de destrucción que se retroalimenta, ya que induce a nuevos incendios. La falta de zonas inundadas deja al descubierto vegetación antes sumergida, como los Camalotes y los Carrizos, lo que aumenta considerablemente la materia orgánica para el fuego.
El Pantanal es el bioma más pequeño de Brasil, con una superficie de 150.355 kilómetros cuadrados. En él aún pueden encontrarse animales que en otros territorios ya están extinguidos o en peligro, como el Tuyuyú coral —una cigüeña de casi tres metros de envergadura y cuello rojo— y el Jaguar, la única pantera de las Américas. La región, reconocida internacionalmente como Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es Patrimonio Nacional de Brasil desde la Constitución Federal de 1988 y alberga unas 263 especies de peces, 41 de anfibios, 113 de reptiles y 1.682 de plantas, según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático.
El vuelo de las Espátulas rosadas en la Tierra Indígena Bahía de los Guató: el Pantanal, el bioma más pequeño de Brasil, alberga al menos 463 especies de aves
Aunque para la legislación el Pantanal es un bioma único, para la ciencia es un complejo de humedales, regido por el pulso de inundación de los ríos. La vegetación alterna entre sabana tropical, bosque tupido, bosque inundado, capões (pequeños bosques aislados en medio de un descampado), palmerales de babasú y campos de murundum (montículos con vegetación diferente a la circundante), entre otros.
«Es un territorio diverso, un complejo de ecosistemas, una reunión de 74 macrohábitats identificados y dispersos entre varios tipos de suelo, influidos por zonas inundables. Es una región única, que surgió del contacto entre el Cerrado, la vegetación del Chaco boliviano, la Amazonia y el Bosque Atlántico. En su territorio se pueden encontrar especies de estos otros biomas. En el Pantanal, todo depende de la cantidad de agua y de la calidad del suelo», explica Cátia Nunes da Cunha, bióloga, doctora en ecología e investigadora del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología en Humedales.
Esta complejidad hace que los incendios se comporten de forma casi impredecible en el Pantanal. A menudo el fuego parece controlado, pero, debido a la gran cantidad de vegetación acuática que está seca durante el estiaje, puede convertirse en un incendio subterráneo y, entonces, el fuego sigue ardiendo durante mucho tiempo bajo tierra, en silencio, sin llamas ni mucho humo. «Por la noche parece que el fuego está controlado, pero durante el día, cuando vuelve a subir la temperatura, reaparecen los focos», explica Carolina Joana da Silva, bióloga y directora de la Reserva de la Biosfera del Pantanal.
La resistencia a los incendios también difiere según el bioma. «La región de sabana del Pantanal se recupera bien del fuego, pero si los incendios entran en los bosques, donde los árboles son más altos y grandes, estos tienden a no resistir porque tienen la corteza más fina. Tras el incendio de 2020, estas zonas se han convertido en enormes vacíos de biodiversidad», advierte la investigadora. La situación es tan grave que el 4 de septiembre, en una audiencia pública en la Comisión de Medio Ambiente del Senado, la ministra Marina Silva advirtió del riesgo de que Brasil pierda el Pantanal.
En Barão de Melgaço, un brigadista voluntario combate el fuego que ha avanzado por la tierra Indígena: la ministra Marina Silva advirtió del riesgo de que Brasil pierda el Pantanal
Los rituales de vida y muerte, amenazados
Los Boe creen que su pueblo comparte el alma con los animales y que muchos se convierten en Guacamayos cuando mueren —por eso prohíben que estas aves sirvan de alimento—. El Aroe, el alma de un Boe, puede vivir en el cuerpo de un Jaguar, de un Murciélago o de un Gavilán. Cuando muere un Boe, el funeral dura meses, un ritual que incluye cantos, caza y exhibición de los huesos del difunto. Por último, se sirve la comida de las almas. «Pero aquí ya no hacemos funerales», explica Virgílio Bororo, historiador y uno de los brigadistas Indígenas voluntarios de Perigara. «Los ancianos desaparecieron en la pandemia de covid. No tenemos Bari (chamán) ni Aroe Etawarare (maestro funerario) para cantar», añade. En la sociedad Bororo, la muerte es un momento de reafirmación de la vida. El ritual funerario es una venganza contra el bope, el espíritu que consume la vida. Los Boe creen que, ocupando los cuerpos de otros animales, siguen viviendo. Los incendios en el Pantanal, al diezmar animales como los Ocelotes y algunas aves, están destruyendo esta posibilidad de conexión tras la vida terrenal.
La presencia Indígena en el Pantanal data de hace milenios. Pueblos como los Boe y los Guató habitan el Pantanal desde antes de la aparición de las grandes ciudades europeas. Fueron ellos quienes construyeron los fértiles terraplenes hace 8.000 años y sembraron el Pantanal de palmeras Bacuri, Tucum y Coyol. Utilizando una elaborada técnica de superposición de conchas, restos de huesos, cola de pescado y arcilla, crearon importantes refugios para la fauna, la flora y los humanos. «La naturaleza en el Pantanal se sembró, igual que en la Amazonia. Los Indígenas fueron y son los grandes jardineros», explica el arqueólogo Eremites de Oliveira.
Con el avance del fuego, los Boe solo no perdieron toda su aldea porque recibieron la ayuda de los brigadistas voluntarios de los pueblos Indígenas vecinos, como los de la Brigada Bakairi. Procedentes de la aldea Pakuera, de la Tierra Indígena Bakairi, en Paranatinga, en el Río Xingú, son considerados los más experimentados en la lucha contra incendios en zonas Indígenas.
Aldea en Perigara: los estudios demuestran que los Indígenas ocupan el Pantanal desde hace unos 8.000 años
«Estaban desprotegidos y nunca habían recibido formación en la lucha contra incendios. Para colmo, cuando llegamos, el fuego ya había saltado el río [São Lourenço]. Lo cruzamos y conseguimos controlarlo. Nos levantábamos a las cuatro de la madrugada y nos íbamos a dormir casi a medianoche», cuenta Alain Katavga, de la etnia Bakairi, mientras se seca el sudor con el uniforme amarillo cubierto de hollín.
Desde 2013 es brigadista de Prevfogo, una profesión sin muchas regulaciones laborales y con un sueldo que difícilmente supera dos salarios mínimos. Estos agentes, junto con los bomberos, son los que realizan el trabajo de campo más peligroso y agotador. «Necesito irme a casa, ya estoy muy cansado», dice Alain, que apenas puede cargar los equipos, como la bomba de mochila de 20 kilos.
Los ‘Argonautas del Pantanal’
En contra de sus deseos, el brigadista Alain Katavga no pudo volver a casa. Tras conseguir controlar el fuego en Perigara, los cinco brigadistas Bakairis tuvieron que dirigirse a la Tierra Indígena Bahía de los Guató, que fue afectada una semana después por el mismo incendio.
Con los ojos enrojecidos y el semblante cansado, Alain llevaba más de 30 días en campo luchando contra los incendios del Pantanal cuando se reunió con el equipo de SUMAÚMA en la aldea Coqueiro, del pueblo Guató, el 24 de agosto. Hasta el 16 de septiembre, el incendio arrasó la bahía de los Guató, entre los ríos Cuiabá y São Lourenço, una región conocida por albergar Jaguares. «Los Tuyuyús coral llevaban tres años sin anidar. Solo este año he visto nuevos polluelos, pero ahora que el fuego se vuelve a acercar, puede que no resistan», dice Carlos Guató, el jefe de la Tierra Indígena Bahía de los Guató, que nos guio a lo largo del Río Cuiabá.
Durante la expedición por el río el cacique habla más de su pueblo, que lucha contra la invisibilidad étnica desde la primera mitad del siglo XX. Expulsados de sus tierras y con la prohibición de hablar su propia lengua y llamarse a sí mismos Guató, en la década de 1950 fueron declarados extinguidos por el gobierno brasileño y, desde entonces, han permanecido casi invisibles. Gran parte de lo que se conoce como cultura del Pantanal procede de las tradiciones Guató, como los ritmos cururu y siriri, las técnicas de pesca con flecha y la canoa tallada en un solo tronco. En su libro de 1996, el investigador Jorge Eremites de Oliveira se refiere a ellos como los «Argonautas del Pantanal», debido a su antigua presencia y por ser una civilización acuática.
Rescoldo de los incendios: brigadistas Bakairi en la Tierra Indígena Bahía de los Guató. A la derecha, el voluntario Alain Katavga: «Necesito irme a casa»
Según la organización MapBiomas, el Pantanal es, proporcionalmente, el bioma que más ha ardido en Brasil: el 59% de su territorio fue afectado por el fuego al menos una vez entre 1985 y 2023. Este año, entre enero y septiembre, ya se ha quemado cerca del 10% de la superficie. En términos proporcionales, es cuatro veces lo que perdió la Amazonia en 2007, uno de los años más intensos en incendios, cuando el 3,7% de su territorio quedó devastado.
La Federación de Pueblos y Organizaciones Indígenas de Mato Grosso afirma que a principios de octubre los incendios ya habían afectado a casi la mitad de las 86 comunidades Indígenas del estado. Para ayudar a reparar los daños se ha puesto en marcha una campaña de emergencia. Los líderes de las Tierras Indígenas Perigara y Bahía de los Guató afirman que, en cuanto los forenses indiquen el origen de los incendios, iniciarán una demanda para que se reparen los daños.
A finales de agosto, el presidente del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables, Rodrigo Antonio de Agostinho, declaró a SUMAÚMA que se habían enviado dos aviones y brigadas para combatir el fuego en las dos Tierras Indígenas. SUMAÚMA entró en contacto con la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas y el Ministerio de los Pueblos Indígenas entre el 15 de septiembre y el 8 de octubre por correo electrónico y WhatsApp. Hasta ahora, ninguno de los organismos ha hecho comentarios sobre la lucha contra el fuego en Tierras Indígenas y la reparación de los daños.
En la Tierra Indígena Bahía de los Guató, la vida insiste: nido de Tuyuyú coral con un polluelo y nidos de pájaros en un árbol alcanzado por el fuego
Navegar por lo que antes era una inmensa bahía es ahora una tarea difícil. Grandes ríos como el São Lourenço y el Cuiabá han visto reducido su tamaño por la falta de lluvias, convirtiéndose en estrechos canales. El motor del barco se engancha en los bancos de arena. El cacique señala un pedazo de vegetación flotante formada por Camalotes y Carrizos. Suspira en un lamento: «Hace cuatro años que apenas hay agua. Antes, perdías de vista el margen». Un grupo de Arucos —aves guardianas del Pantanal— anuncia nuestro paso.
Una intensa humareda borra la línea del horizonte sobre el agua y los animales se protegen como pueden. Cientos de Caimanes, Capibaras y Nutrias gigantes anidan en las playas de arena blanca. Un banco de Pirañas salta casi dentro del barco.
Carlos, el cacique Guató, y el Río Cuiabá: «Antes, perdías de vista el margen», dice. «Hace cuatro años que apenas hay agua»
Junto a la zona Guató se encuentra el Parque Estatal Encuentro de las Aguas, hogar de una de las mayores poblaciones de Jaguares del mundo. A los pocos minutos de navegar por la Tierra Indígena, avistamos cuatro Jaguares en los barrancos de los márgenes. Primero apareció una hembra naranja con el pecho blanco, que cazaba saltando entre la vegetación. Dos cachorros adormilados aparecieron caminando por las orillas del Río Cuiabá.
El último animal es una sorpresa. Un gran macho nada y se zambulle, luego salta a la playa y se sacude para secarse. Con el semblante enfadado, tras fracasar en su intento de atrapar a un Caimán, se sienta en un tronco de higuera caído. Un collar de seguimiento aparece alrededor del cuello.
«Es Ousado», dice Carlos Guató al reconocer al Jaguar macho rescatado del fuego en 2020 y devuelto a la Naturaleza tras pasarse meses en un centro de tratamiento para felinos en Goiás. Muchos barcos turísticos se acercan para filmar al animal que vive en los límites entre la Tierra Indígena y el Parque Estatal.
Los Guató son excelentes pescadores y cazadores. En el pasado, la única amenaza para los Jaguares eran sus azagayas. La peculiar lanza de tres metros, con un gancho en la punta, se utilizaba en la lucha corporal contra el Jaguar, apuntando a los ojos del animal. Carlos Guató mira a Ousado y se lamenta. «Ahora nosotros y los Jaguares estamos en el mismo barco, todos huyendo del fuego».
A pocos kilómetros de Ousado se ve un nuevo frente de incendios. Una columna de humo blanquecino se adueña del horizonte. Al igual que el mayor felino de las Américas, los Guató son un pueblo que resiste en el Pantanal. Y esperan evitar el próximo fin del mundo.
Rodeado por el fuego otra vez: a Ousado, el Jaguar macho rescatado de los incendios en 2020, en el pasado solo lo amenazaban las lanzas de los cazadores
Reportaje y texto: Juliana Arini
Edición: Fernanda da Escóssia
Fotografía: Rogério Florentino
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al ingles: Sarah J. Johnson
Traducción al spañol: Meritxell Almarza
Infográficos: Rodolfo Almeida
Coordinación de flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum
Guacamayo azul, pájaro al que los Boe consideran su hermano del alma: los Indígenas creen que muchos se convierten en Guacamayos al morir y por eso tienen prohibido alimentarse de estas aves