Periodismo desde el centro del mundo

Transformado en propaganda por la dictadura, Juarez aún se pregunta qué es verdad y qué es mentira en su pasado. Fotos: Reproducción de la revista Realidade

Juarez nació al revés. Vino al mundo con un futuro antes incluso de tener un pasado. Era 30 de enero de 1971 y Brasil también estaba del revés. El país vivía los momentos más sangrientos de la dictadura militar-empresarial (1964-1985). El nordeste, la tierra de sus padres, sufría el segundo año de una brutal sequía. Y llovía de forma inusual en Altamira, en el estado de Pará, adonde su familia se había trasladado hacía poco. Aquella mañana, mientras el calor arreciaba y el cielo se desplomaba, Maria da Glória Furtado de Araújo dio a luz a su décimo primer hijo, el primero en la Amazonia.

Aquel bebé recién desembarcado fue también el primero, según celebraron los periódicos de la época, en nacer a orillas de la nueva promesa de progreso de la dictadura: la Transamazónica, una carretera de 8.000 kilómetros que planeaba cortar la selva por la mitad. Y como toda promesa necesita una buena propaganda para convencer, Juarez Furtado de Araújo pronto se convirtió en Juarez Transamazónico, símbolo del proyecto de la dictadura para la «conquista de este gigantesco mundo verde», como rezaba la placa de la ceremonia de inauguración de las obras en Altamira, a la que asistió el general-dictador Emílio Garrastazu Médici.

«¡Dios te bendiga, Transamazónico!», celebraba la constructora Queiroz Galvão en un anuncio de media página en la revista Realidade, una de las más populares de la época. Juarez, un bebé desnudo que aún ensayaba sus primeras respiraciones, aparecía cabeza abajo en una foto junto al mensaje. La empresa, responsable de ese tramo de la obra que pasaba por Altamira, vendía al «primer niño que había nacido en ese mundo feliz» que ella estaba ayudando a «crear dentro del mayor espacio verde del planeta. Donde solo había vegetación. Y leyendas. El mito y el miedo». La vida-propaganda también fue celebrada por la prensa. Cualquiera que abriera el periódico Jornal do Commercio de Manaos el 31 de marzo se encontraría con Maria da Glória acunando a su hijo, una imagen que evocaba a la María más famosa de la Biblia: «Nace un niño en la carretera de la esperanza», anunciaba el texto.

El nacimiento de Juarez se utilizó para legitimar la ideología del «Gran Brasil». Fotos: Reproducción de la revista Realidade y video del Archivo Nacional/YouTube

Apenas un mes antes de que Juarez se hiciera famoso, Maria da Glória, una agricultora del estado de Río Grande del Norte, había abandonado su tierra, asolada por la sequía, para emprender una nueva vida con su familia en Pará. Seguía la promesa del dictador-presidente Médici (1905-1985), que había lanzado un programa para llevar a miles de campesinos del sur y del nordeste a «colonizar» la mayor selva tropical del planeta. Recibirían zonas para plantar y apoyo para ayudar a construir la que sería la mayor carretera del país, que uniría el norte y el nordeste de Brasil con Perú y Ecuador.

Cuando nació Juarez, los colonos recién llegados aún estaban eufóricos ante aquella posibilidad de futuro. El suelo que empezaba a pavimentarse materializaba el encuentro de dos Brasiles: el de la miseria, que quedaría en el pasado, y el del progreso y el desarrollo, que empezaba a cobrar vida. Eso era lo que creían.

A Juarez le dieron una promesa de futuro. Pero el niño no podía saber que ese futuro era imposible. La Transamazónica expresaba la ideología de los militares: la selva era un cuerpo que había que usurpar, invadir, explotar y convertir en materia prima. Sus pueblos humanos, como los Indígenas, no eran considerados personas. Sus pueblos más-que-humanos eran salvajes cuyos cuerpos destrozados se exhibían en fotografías junto a los «heroicos pioneros». La mayor selva tropical del mundo, así como sus habitantes milenarios, eran cosas que había que subyugar.

Los periódicos y las revistas de la época explotaron la imagen de Juarez para justificar el proyecto de destrucción de la selva. Foto: Reproducción del Jornal do Commercio/D.A Press

El proceso colonialista fue violento y diezmó a muchos pueblos. Se calcula que en toda la Amazonia se asesinaron a más de 8.000 Indígenas, algunos durante la construcción de la Transamazónica. La carretera principal y sus carreteras vecinales no pudieron pavimentarse en varios tramos, que quedaron intransitables. Trasplantadas de sus geografías de origen, sin el prometido apoyo de la dictadura, muchas familias se limitaron a intentar repetir lo que solían hacer en su tierra, pero en un clima y una región radicalmente distintos, y se vieron condenadas al hambre y la pobreza. Otras se dejaron contaminar por la propaganda oficial, amplificada por la prensa, y se arriesgaron a poblar el «desierto verde» incluso sin ninguna promesa de apoyo oficial.

El gobierno y la prensa no tardaron en olvidar la Transamazónica. Y al apagarse los focos, Juarez Transamazónico dejó de ser noticia. Durante décadas, investigadores, historiadores y periodistas han intentado sin éxito descubrir su destino.

Hasta que se convirtió en ficción.

La leyenda

Era principios de 2024 cuando la bióloga y escritora Nurit Bensusan decidió lanzar el libro Las siete vidas de Juarez Transamazónico en Altamira. Curiosa por el destino del bebé-propaganda de la dictadura, imaginó a lo largo de 108 páginas cómo habría sido su futuro real. En los ensueños de Nurit, Juarez se convertía en sicario, buscador de oro y cocinero. Poco podía imaginar que el día en que presentaba al mundo sus versiones de la historia, también se presentaría la realidad.

«¡Juarez Transamazónico, esta leyenda viva! Yo soy su hermano», anunció una voz en el auditorio del campus de Altamira de la Universidad Federal de Pará, donde tenía lugar la presentación del libro. Era Mair de Araújo, un hacendado de 59 años. «¡Él y yo tenemos mucho que contar!».

El silencio inundó la habitación durante unos segundos. Nadie pudo ocultar su desconcierto. Pero el susto fue pronto interrumpido por aplausos. Ese día, la carretera y su niño-propaganda, por primera vez, tenían la oportunidad de ser protagonistas de sus historias. Pero si al hormigón le falta vida para reclamar un destino, a Juarez le sobra.

En la presentación del libro que imagina siete destinos para Juarez Transamazónico, la autora Nurit Bensusan (centro) vio la realidad materializándose en la presencia de Mair (derecha) y Radson, hermano y sobrino de Juarez. Fotos: Archivo personal y Editorial Mil Folhas del Instituto Internacional de Educación de Brasil

2024 (mayo): Tieta, Tiazinha y muchas dudas

Es 27 de mayo de 2024. Sentado en una de las dos sillas de su casa, Juarez espera la llegada de Francisco, uno de sus hermanos, que lo visita a menudo. Situada al final de una pequeña calle de la ciudad de São Tomé, en el interior de Río Grande del Norte, la vivienda del niño del futuro está hecha de cemento agrietado, tuberías a la vista, tabiques sin puertas, una cocina sin nevera y un fregadero sin encimera. En el salón, un vacío solo interrumpido por una mesita de noche rota. No sirve para apoyar nada. En el dormitorio, una cama y un armario comparten la habitación y no dejan espacio para moverse. Juarez parece cómodo allí, con sus chanclas, bermudas vaqueras y camiseta negra. No nació con vocación para grandes carreteras. Sus hermanos le ofrecen más ayuda, pero a él le gusta el espacio que ocupa, solo, en la pequeña ciudad del interior de unos 10.000 habitantes, de donde sus padres salieron en la década de 1970 con una promesa de futuro llamada Transamazónica y volvieron dos años después con otro hijo en brazos y la frustración en el pecho.

El niño que nació bajo los focos vive ahora solo en el interior del estado de Río Grande del Norte. Foto: Brenda Alcântara/SUMAÚMA

Todos los días, Juarez recorre a pie un camino de tierra hasta llegar a la propiedad de Juari, otro hermano, que tiene algunas plantaciones. Tarda una hora en ir y otra en volver. Suele pasar allí las tardes cuidando de sus dos yeguas, Tiazinha y Tieta, y de una pequeña zona de la propiedad que le han cedido para plantar frijoles y maíz. Es el lugar, dice Francisco, donde su hermano aquieta su mente y se siente en paz. «Esto de la riqueza, de los ricos… no me gusta mucho. Me gusta la gente sencilla, pequeña, como yo», dice Juarez.

Nunca ha podido trabajar. No sabe leer ni escribir y está parcialmente sordo. Perdió la audición tras un sarampión mal tratado en su primer año de vida, resultado de la exposición a las frecuentes visitas de periodistas y autoridades al «bebé Transamazónico», según cree su madre. La escolarización que le prometieron ministros y autoridades nunca se le proporcionó adecuadamente. Las constantes mudanzas de la familia a otras regiones de Brasil tampoco facilitaron que el niño recibiera una educación completa.

La tranquilidad que Juarez encuentra cada día en medio de la Naturaleza suele dar paso a la angustia al final del día, cuando regresa a casa, empieza a toquetear el celular y a remover el pasado. Hace décadas que busca diferentes formas de entender su historia. «¿Cómo he acabado aquí? Durante mucho tiempo oí decir a papá que yo fui un niño importante, pero cuando crecí y quise saber más, solo me decían «déjalo estar», «eso es cosa del pasado»», cuenta. «También me dijeron que los periódicos de la época anunciaban que el gobierno me había dado un premio, que le habían dado a papá una propiedad con toda la maquinaria. Nunca nadie vio nada de eso. Por eso sigo preguntándome: ¿qué es mentira y qué es verdad en mi historia, en mi vida?». La emoción le embarga la voz cuando empieza a recordar, pero el blanco de los ojos de Juarez es naturalmente rojizo, lo que hace difícil distinguir cuándo los tiene llorosos.

Infográfico: Ariel Tonglet

La dificultad para conocer su pasado radica también en los recuerdos que cada persona trae de aquella época, a menudo confusos y diluidos por el paso de los años. La familia guardaba incluso una caja con recortes de revistas y periódicos de aquellos años, pero todo se perdió durante una de las muchas mudanzas que hicieron en la década de 1970. «Ah, pero recuerdo lo bien que se estaba allí, todo el mundo tenía de todo. Solo no me gustaban las moscas negras, había un montón. Médici fue una bendición, fue un padre para nosotros», dice Maria da Glória, la madre de Juarez, de 92 años.

Sus recuerdos a menudo son desorganizados e imprecisos. Algunos los refuerza Maria de Lourdes, Lourdinha, una de las hijas, que entonces tenía 18 años y le tomó cariño al lugar. Otros los corrige su hijo Francisco, que en aquella época tenía 8 años. «La tierra que nos dieron allí no era muy buena. Y no había agua. Mamá tenía que pedirla a los vecinos y caminar un kilómetro al día para traernos agua. Recuerdo que sufrió mucho allí», contrapone Francisco, que ahora tiene 62 años. «Pero fue bueno, ¿sabes? Aquellos tiempos fueron buenos», replica Lourdinha, ahora con 72. Navegando por estas historias, que a veces construían un pasado feliz y otras un recuerdo de sufrimiento, Juarez intentó durante décadas recomponer el rompecabezas de su infancia. Hasta que llegó internet.

Un nuevo frente de descubrimientos se le abrió hace unos ocho años, cuando empezó a navegar por las redes sociales y se dio cuenta de que allí podía encontrar más información sobre su pasado. Como no sabe leer, le pidió ayuda a una de sus hijas, fruto de un matrimonio de 14 años. La chica, que vive en Natal, hizo una búsqueda detallada y empezó a enviarle mensajes de WhatsApp con copias de páginas de periódicos de la época y otras referencias que encontró en la web. La imagen de Juarez recién salido del cuerpo de su madre con el cordón umbilical aún pegado al cuerpo, estampada en el anuncio de Queiroz Galvão, nunca la había visto nadie de la familia. Tampoco recuerdan haber tomado la foto ni haber autorizado el uso de la imagen —la constructora declinó hablar del asunto cuando me puse en contacto con ella—. Mucho de lo que apareció en esta búsqueda agarró por sorpresa a la familia, pero confirmó lo que sospechaban: antes incluso de abrir los ojos, Juarez ya se había convertido en el protagonista de ese nuevo Brasil, el mismo en el que se secuestraba, torturaba y ejecutaba a civiles. El país donde el hormigón importaba más que la Naturaleza. Donde el sonido de las máquinas era más deseable que el canto de los pájaros. Donde la vida del hombre blanco valía más que la del Indígena y el pasto, más que la selva. Pero solo lo descubrirían más tarde.

«Tenía muchas ganas de saber qué ocurrió realmente en aquella época, entender por qué, si tenían un proyecto tan grande y prometían tanto, no hicieron nada por mi familia. ¿Por qué solo me utilizaron? ¿Mintieron? ¿Fui realmente un niño importante? ¿Puedes averiguar en qué museo de Río de Janeiro está mi traje de bautizo? Me gustaría tanto ir a verlo…».

Su madre, Maria da Glória, cuenta que el padrino de Juarez era el dictador Emílio Garrastazu Médici, pero que no acudió al bautizo

 

1970: El leño del presidente, un sueño imposible

Fue durante el gobierno de Médici (1969-1974) cuando la Transamazónica empezó a cortar la selva más biodiversa del mundo. Era 9 de octubre de 1970 y el presidente estaba en Altamira, en el interior de Pará, para inaugurar oficialmente las obras de la carretera. Ya se habían abierto algunos tramos en otras regiones del bioma, pero para semejante «obra faraónica» —como decían entonces los periódicos— se necesitaba una ceremonia a la altura. Ese día, el dictador se reunió con un séquito de ministros, funcionarios y periodistas en una zona situada a 7 kilómetros de la ciudad para encabezar el gran acto de inauguración: la tala de un árbol de más de 50 metros de altura y la exhibición de una placa, tallada en un Castaño, en la que se leía: «En estas orillas del Xingú, en el corazón de la selva amazónica, el presidente de la República da inicio a la construcción de la Transamazónica, en un comienzo histórico para la conquista y colonización de este gigantesco mundo verde». El lugar donde está la placa se convirtió en un monumento que aún se conoce como el «leño del presidente».

«Traigo a la Amazonia la confianza del gobierno y la confianza del pueblo en que la Transamazónica puede ser por fin el camino para encontrar su verdadera vocación económica y para acercarse y abrirse al trabajo de los brasileños de todas partes», pronunció Médici en la ceremonia.

El dictador Médici, con traje negro y gafas de sol, llega al lugar de la inauguración del primer tramo de la carretera Transamazónica, en 1972. A su lado, la placa que marca el inicio de las obras. Fotos: Folhapress

La idea de construir la carretera había surgido unos meses antes, tras un viaje del presidente al nordeste de Brasil. En aquella época, la región sufría una sequía extrema y, según los registros oficiales, Médici pensó que sería una buena idea trasladar a miles de familias campesinas empobrecidas del norte y del sur para «colonizar» la Amazonia, promoviendo el desarrollo agropecuario de la región a partir de núcleos construidos por el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra), las llamadas agrovillas. «Una tierra sin hombres para hombres sin tierra» era el eslogan del proyecto, en referencia a una tierra habitada durante siglos por caucheros, Quilombolas y Ribereños, y durante milenios, por pueblos Indígenas. La idea, repetida exhaustivamente, de que la Amazonia era un gran vacío demográfico daba al proyecto gubernamental la legitimidad para defender que era necesario «integrar para no entregar».

Una película institucional de la Presidencia de la República, difundida por el Archivo Público Nacional en 1970, muestra cómo se derribaron los árboles para construir la carretera Transamazónica. Al final, el narrador dice: «Carreteras, ocupación, riqueza e integración. Amazonia: un desafío que, unidos, venceremos». Foto: Reproducción YouTube/Archivo Nacional

El objetivo del dictador era asentar a 100.000 familias, la mayoría en los alrededores de Altamira, municipio de Pará que pasó a denominarse «capital de la Transamazónica». El Incra daría a cada cabeza de familia, además de los gastos del viaje, un lote de 100 hectáreas, una casa y un salario mínimo durante seis meses. Según los planes del gobierno, «el 75% de los colonos deberían proceder del noreste y el 25%, de los estados del sur; […] a cada 5 kilómetros habría carreteras vecinales, que cortarían la carretera principal; a cada 15 kilómetros habría una agrovilla, con pequeños servicios y mercados para que los productores vendieran sus productos; a cada 50 kilómetros, una agrópolis, con un centro médico y escuelas […]; y a cada 100 kilómetros, una ciudad con hospitales y estructuras urbanas más desarrolladas».

De la idea a la ejecución, todo fue muy rápido. Pocos días después de este viaje al nordeste de Brasil, se firmó el Decreto-Ley n.º 1106, que creó el Programa de Integración Nacional, principal instrumento de la intervención federal en la Amazonia en aquel período. El programa dio el pistoletazo de salida a la carretera que pretendía conectar toda la Amazonia, pero que pronto se redujo y nunca llegó a completarse.

Fue por la misma época, entre agosto y octubre de 1970, cuando, a 2.400 kilómetros de Altamira, el pequeño agricultor Joaquim Félix de Araújo recibía una invitación insólita en el centro de São Tomé, en el estado de Río Grande del Norte: ser una de las primeras familias del nordeste en colonizar el «infierno verde», como los militares llamaban entonces a la Amazonia en los anuncios. «Algunas personas de la ANCAR [Asociación Nordestina de Crédito y Asistencia Rural], aquí en Río Grande del Norte, invitaron a papá y le preguntaron si tendría el valor de ir a la Amazonia. Le explicaron que recibiría 100 hectáreas de tierra, un salario mínimo durante seis meses y un montón de cosas más», cuenta Francisco. También estaba la promesa de que los colonos recibirían financiación del Banco de Brasil, principalmente para cultivar café y cacao, con un plazo de ocho años para saldar la deuda.

Joaquim, que entonces tenía 45 años, dudó un poco, pero firmó un documento expresando su interés. Propietario de una pequeña finca de unas 50 hectáreas en las afueras de São Tomé, ese año sufría la sequía y temía por la vida de sus diez hijos; el décimo primero, Juarez, ya estaba en el vientre de su mujer, Maria da Glória Furtado de Araújo. A ella tampoco le entusiasmaba la idea de mudarse, no quería estar lejos de su anciana madre. Pero ni siquiera tuvieron tiempo de pensarlo.

Juarez visita la casa (izquierda) donde vivió con sus padres (derecha) en São Tomé, Río Grande del Norte. Fotos: Brenda Alcântara/SUMAÚMA y archivo personal

Todo, desde las promesas a las familias hasta la destrucción de la selva para despejar el camino, se hizo a toda prisa, sin ningún informe ambiental ni estudio de viabilidad económica. La tarde del 12 de diciembre de 1970, un auto del Incra aparcó delante de la casa de Joaquim y su familia y los sorprendió con la noticia de que tenían que ir hasta Natal, ya que el avión a Pará saldría a la mañana siguiente. «Tuvimos que ir deprisa y corriendo. Agarramos algo de ropa y nos pusimos en marcha. La maleta era un saco y el candado era un nudo. Nosotros y otras cuatro familias partimos hacia Altamira», recuerda Maria da Glória.

El viaje duró varios días: primero fueron en auto hasta Natal. Allí tomaron un avión de la Fuerza Aérea Brasileña hasta Belém. Al llegar a la capital de Pará, subieron a un auto que los llevó a Altamira y, luego, por un camino de barro hasta el asentamiento instalado a orillas de la carretera, a unos 20 kilómetros de la ciudad. Cuando llegaron, las casas que les habían prometido ni siquiera estaban listas. Se pasaron algunas semanas compartiendo un cobertizo con los demás colonos recién llegados, hasta que finalmente los llevaron a una gleba en la que había una casa de madera pintada de blanco y una zona ya desbrozada y lista para la siembra. Aún no existía una estructura comunitaria. La escuela, el centro de salud y las zonas de ocio estaban a kilómetros de distancia. A la familia ni siquiera le importó, ya que las promesas de futuro eran buenas. Joaquim se centraba en plantar las 100 hectáreas de una tierra que prometía ser fértil, los niños empezaban a aclimatarse al entorno y Maria da Glória esperaba la llegada de Juarez, aún sin saber que sería recibido con pompa y circunstancia por los ministros de Transporte de Brasil, Mário Andreazza, y de Alemania, Georg Leber, que se encontraba en el país de visita. Varios periódicos de la época informaron del nacimiento y de las numerosas visitas de autoridades que el niño recibió en sus primeros meses. Antes incluso de abrir los ojos, Juarez ya se había convertido en el protagonista de aquel nuevo-viejo Brasil.

Mientras Juarez Transamazônico fue útil a la dictadura, ministros y otras autoridades visitaron a su familia. Foto: Reproducción del Diário de Natal/D.A Press

Las visitas llegaban sin avisar. Eran miembros del Incra, autoridades que aterrizaban en la región para supervisar las obras, periodistas y médicos que necesitaban asegurarse de que el niño estaba bien. «Parece que el segundo bebé que nació allí murió. Así que querían conservar a mi hermano como símbolo del éxito de aquel proyecto, para utilizarlo como reclamo para que otras familias vinieran a colonizar», recuerda Francisco.

A las pocas semanas de vida, invitaron a Juarez, junto con sus padres, a participar en el Programa Flávio Cavalcanti, el principal programa de auditorio del país, que se emitía los domingos por la noche por la cadena de televisión Tupi. La familia se desplazó, emocionada, hasta Belém, pero allí les dijeron que tendrían que regresar. La entrevista se había cancelado y se sigue desconociendo el motivo. El 1 de abril de 1971, cuando el bebé cumplía dos meses, un artículo del periódico Diário de Natal informaba de que «Padre, madre e hijos viven tranquilamente. Les encanta la región» y que «seguía con entusiasmo el paso de los camiones, las máquinas pesadas, los aviones, los trabajadores, las autoridades».

Maria da Glória, con Juarez en brazos, y Joaquim (a su derecha) en el aeropuerto para grabar un programa de televisión. Foto: Archivo personal

No era exactamente así. La tierra que le habían concedido a Joaquim era accidentada e inadecuada para el cultivo al que estaban acostumbrados, la atención médica estaba lejos y, aunque el gobierno había cumplido algunas de sus promesas, muchos colonos no estaban satisfechos. Los recuerdos de algunos hermanos de Juarez sobre las dificultades que atravesaron en aquella época coinciden con otros muchos relatos recogidos posteriormente por periodistas e investigadores.

Décadas más tarde, se reveló otro lado aún más oscuro de la Transamazónica. El volumen II del informe de la Comisión Nacional de la Verdad, que tenía por objeto investigar las violaciones de los derechos humanos que se habían producido durante la dictadura, detalló en 2014 cómo el proyecto que pretendía llevar desarrollo e integración a la Amazonia tuvo, en realidad, consecuencias devastadoras para los pueblos de la selva, que sufrieron con la violencia y la deforestación, y sus reacciones fueron «duramente reprimidas por los militares y enfrentadas con extrema violencia por los esbirros de los nuevos empresarios y hacendados que ocupaban esas tierras». El documento también mostró que, desde el inicio de la construcción, las mujeres Indígenas fueron violadas por obreros y empleados de la entonces Fundación Nacional del Indio y actualmente Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas, y se produjeron muertes masivas de diversos grupos étnicos a causa de enfermedades que el hombre blanco había traído a la región.

Joaquim empezó a molestarse cuando se dio cuenta de algunos indicios de estas prácticas. «Un día, un caboclo [mestizo de Indígena] llamado Zé de Wilson se presentó ante papá y le explicó que parte de la tierra que el Incra había demarcado para nuestra familia era, en realidad, la parte trasera de sus tierras. A papá le indignó mucho aquello, así que tomó un dinero que tenía y se lo dio al hombre. No aceptaba quedarse con las tierras de otros de esa manera. No le gustó lo que se había hecho», recuerda Francisco. Las enfermedades que habían afectado a tantos Indígenas pronto llamaron también a la puerta de Joaquim. Nadie está seguro del origen del sarampión que estuvo a punto de provocar la muerte de Juarez cuando tenía ocho meses, pero su madre sospecha que tanto la enfermedad como su empeoramiento se debieron a las constantes visitas de autoridades y periodistas. Su estado era tan grave que la familia decidió bautizar a Juarez a toda prisa. No querían que su hijo muriera pagano.

De izquierda a derecha, la escuela donde se bautizó a Juarez en Altamira; la familia llevando al bebé al bautizo; y el certificado de nacimiento. Fotos: Archivo personal

1985: las promesas y las ausencias

«Juarez, escucha, tu padrino ha muerto», anunció Maria da Glória a su hijo el 9 de octubre de 1985. Estaba sentada en el salón de su casa en São Tomé cuando escuchó la noticia en una pequeña radio de pilas. El locutor informaba de la muerte del dictador Emílio Garrastazu Médici, de 79 años, por insuficiencia renal aguda e insuficiencia respiratoria, debidas a un derrame cerebral. Moría exactamente el día en que se cumplían quince años de la tala de un Castaño para celebrar el inicio de las obras de la Transamazónica. Juarez recuerda que la noticia le desconcertó. «Me dejó un poco triste. Me gustaba verlo en televisión, me llenaba de orgullo. Pero tampoco me gustaba lo que hicieron con mi familia. Se fueron después de conseguir lo que querían. Y nunca conocí a mi padrino en persona», dice Juarez.

No fue por falta de oportunidades. El 6 de octubre de 1971, mientras el niño ardía de fiebre por el sarampión, Médici aterrizó en Altamira. Visitó incluso a algunos colonos, pero no fue a casa del niño que estaba al borde de la muerte y que había servido de propaganda gubernamental durante tantos meses. Por razones que hasta hoy nadie puede explicar, en aquella ocasión se decidió que Médici sería el padrino del bebé transamazónico. Pero no acudió al bautizo, que tuvo lugar una semana después de esa visita. La madre quiso apresurarlo porque no sabía si el niño sobreviviría. Lo celebró el padre Corrado Falter en la escuela local, recién inaugurada. El padrino que consta en el documento de la iglesia es Hudson Costa, un ingeniero que trabajaba allí y que supuestamente fue el «padrino por poderes» de Médici. Maria da Glória recuerda que, tras la ceremonia, se llevaron la ropa de Juarez para exponerla en un museo de Río de Janeiro. No recuerda quién se la llevó ni de dónde procedió exactamente la petición. En aquel momento, la principal preocupación era la supervivencia de su hijo, que acabó siendo hospitalizado y pasó algún tiempo ingresado hasta que se recuperó.

Médici volvió una vez más a Altamira. Fue en septiembre de 1972, cuando, una vez más, trajo un séquito de autoridades y periodistas para inaugurar el primer tramo de la carretera, de 1.253 kilómetros, que unía Estreito, en el estado de Maranhão, e Itaituba, en Pará. De nuevo, el presidente-dictador visitó a algunos colonos y acudió a la escuela de la agrovilla, donde Lourdinha trabajaba como profesora. Allí saludó a algunos de los hermanos de Juarez, pero no visitó a su ahijado.

Joaquim no tardó en llevarse a su familia de allí. Un reportaje publicado en el periódico O Estado de São Paulo el 4 de febrero de 1973 cuenta un poco de aquel período. Titulado «La epopeya apenas salió del papel», relata los dos primeros años de tres familias de colonos en los alrededores de Altamira. La de Joaquim era una de ellas. El pasaje que narra su saga empieza así: «Transamazónico se ha ido, dicen los funcionarios del Incra». Continúa relatando que la familia de Juarez fue una de las que más sufrió las enfermedades y la falta de crédito para comprar comida, y que antes de finalizar ese año ya habían regresado a São Tomé. Hay un punto del reportaje que tal vez describa bien aquella situación: «Ir a la Amazonia les dio a los agricultores, especialmente a los nordestinos, la oportunidad de cambiar la miseria por la pobreza».

De hecho, Joaquim y su familia volvieron a São Tomé cuando Juarez estaba a punto de cumplir 2 años. Durante la década siguiente, migraron por varias regiones del país hasta que decidieron establecerse en su ciudad de origen. Durante ese período también se hizo evidente tanto la insostenibilidad como la incompetencia del proyecto de la dictadura para la Amazonia. A finales de 1978, cuando menos de 8.000 familias se habían asentado, se interrumpieron los Proyectos Integrados de Colonización. Muchos de los colonos, descontentos, ya habían regresado a sus ciudades de origen. De la carretera solo se abrió la mitad del trazado original, y la mayor parte aún no se ha asfaltado, lo que la hace intransitable en época de lluvias y facilita la entrada de ladrones de tierras públicas y deforestadores en la selva. Fue también durante el proceso de colonización de la selva alrededor de la Transamazónica cuando se consolidó y expandió el robo de tierras públicas, que sigue existiendo y hace que la región sea una de las más violentas del mundo para los defensores del medio ambiente.

La ciudad de São Tomé, en Río Grande del Norte, que la familia abandonó para probar suerte en la Amazonia y a la que regresó años después

En el interior de Río Grande del Norte, Juarez llevó una vida discreta. Tuvo un total de 14 hermanos. Cada uno trazó un destino diferente. Algunos, entre los que se encuentra Mair, que asistió a la presentación del libro, siguen viviendo en Altamira. Otros se mudaron a ciudades más grandes. Juarez y otros seis hermanos prefirieron quedarse en São Tomé. Él fue el único que vivió en casa de sus padres durante la mayor parte de su vida. La familia cree que, junto con los problemas de audición, el sarampión mal tratado también le dejó secuelas psicológicas. Únicamente vivió solo dos veces. La primera fue en 1994, a los 23 años, cuando se casó y tuvo tres hijos. En la rutina que estableció con su mujer, que ya tenía dos hijos anteriores, ella salía a trabajar mientras Juarez se quedaba en casa para cuidar a los niños. Se separaron unos años más tarde y Juarez volvió a casa de Joaquim y Maria da Glória por otro largo período. Su exmujer y sus hijos, con los que Juarez apenas tiene contacto, viven en Natal desde entonces. Solo se volvió más independiente en 2020, cuando empezó a recibir un subsidio de la Seguridad Social por los problemas de salud que había acumulado a lo largo de los años. Fue entonces cuando compró la casa donde vive hoy, a pocas cuadras de su madre. Su padre murió en 2009.

Aquella tarde de octubre de 1985, cuando Maria da Glória se enteró de la muerte de Médici, recordó la aventura de la familia y sintió que toda aquella historia se había quedado en el pasado. Pero no para Juarez.

 

Las paredes de la casa de Maria da Glória están decoradas con fotos de sus 14 hijos; en la imagen, está con cuatro que viven cerca de ella

2021: Los desvíos pavimentan un camino

En 2021, Juarez y la Transamazónica compartían medio siglo de existencia entrelazada. A lo largo de los 5.251 kilómetros de carretera que hoy atraviesan siete estados (Paraíba, Pernambuco, Piauí, Maranhão, Tocantins, Pará y Amazonas), la deforestación, la contaminación de los ríos, la pobreza, el robo de tierras públicas, el crimen organizado y la violencia generalizada son moneda corriente. Los periodistas que recorrieron partes transitables de la carretera revelaron que la extracción ilegal de madera y oro se adentra en la selva desde las carreteras vecinales, que la mayoría de los pueblos construidos durante la dictadura a orillas de la Transamazónica tienen un índice de desarrollo humano inferior al promedio brasileño y que el proyecto sigue exterminando a las comunidades Indígenas y tradicionales.

A la izquierda, la Transamazónica en construcción en la década de 1970; a la derecha, la carretera actual, entre Itaituba y Jacareacanga. Fotos: Folhapress y Michael Dantas/SUMAÚMA

Ajeno a las noticias, Juarez intentaba reconciliarse con su pasado. Tardó un poco, pero en mayo de 2024 le sorprendió un mensaje de audio de Mair: «Hermano, han publicado un libro en el que imaginan tu futuro. Creo que ahora tienes la oportunidad de contar tu verdadera historia».

Unas semanas antes, Mair buscaba información sobre la Transamazónica en YouTube cuando apareció un anuncio sobre el lanzamiento del libro de Nurit. Inmediatamente, se puso en contacto con su sobrina, abogada, que envió un mensaje a la autora a través de las redes sociales. «Casi me caigo de culo cuando leí el mensaje y descubrí que Juarez estaba vivo», contó Nurit. La conversación fue amistosa e invitó a la familia a la presentación del libro. No recibió confirmación de nadie. El acto de aquel 5 de mayo estaba casi terminando y la autora ya había perdido la esperanza de encontrarse con los personajes reales de su ficción. Fue entonces cuando Mair levantó la mano y pidió la palabra.

Aquel encuentro aclaró uno de los grandes misterios sobre Transamazónico. Hasta entonces, nadie había podido encontrar al niño porque su madre, al inscribir su nombre en el registro civil, prefirió omitir el nombre de la carretera. Pensó que sería demasiado largo y que sus amigos podrían burlarse de él. El niño del futuro nunca se llamó Transamazónico. Es, y siempre ha sido, Juarez Furtado de Araújo.

Juarez tardó más de cinco décadas en ver la foto de su nacimiento estampada en el anuncio de la constructora Queiroz Galvão

2024 (junio): Tieta, Tiazinha y algunas respuestas

Es junio de 2024, aún estoy intentando recomponer el pasado de Juarez, semanas después de visitarle en São Tomé, cuando suena el teléfono: «Hola, señorita. ¿Ya averiguó en qué museo está mi traje de bautizo?». Unos días antes, el Núcleo de Control y Registro de Acervos del Museo Histórico Nacional había buscado y comprobado que no se había registrado ninguna entrada en 1971 o posteriormente. «Asimismo, se han buscado en la colección de indumentaria todas las prendas relacionadas con «bautizo» y en ninguna se menciona esta donación», decía el correo electrónico. La museóloga y profesora Thainá Castro, que también se había implicado en la búsqueda, tuvo una respuesta similar. «Todas las personas a las que he preguntado en los museos me han dicho que no conocen la trayectoria de este objeto. No hay muchos más caminos. La única posibilidad es que se haya quedado en algún punto del trayecto».

El traje de bautizo perdido simboliza perfectamente el pasado que tanto busca Juarez. La dictadura invadió el hogar y la vida de las personas, a menudo las violentó y de algunos miles solo quedan fragmentos, algunos aún desaparecidos, insepultos. La historia de Juarez, sin embargo, se centra mucho menos en ese pasado brutal y más en el futuro que se ha labrado. Un futuro sin afición por las grandes obras, sino con vocación por la Naturaleza.

Es en sus paseos diarios por la espesura, en el cuidado meticuloso de Tieta, Tiazinha y sus frijoles donde Juarez teje su destino. «Esto me da paz. Mi mente está tranquila», dice mientras se acerca a las yeguas. Parece que se alegran de verlo. Se revuelven en el granero. Juarez olvida por un momento su traje de bautizo. Allí, abrazado por la vegetación, por fin se da cuenta de que es un niño importante, como anunciaron en el pasado. Pero no por la dictadura. Juarez es importante a pesar de ella.

Hoy Juarez se siente en paz cuando se encuentra en la Naturaleza


Reportaje y texto: Jaqueline Sordi
Edición: Talita Bedinelli e Eliane Brum
Edición de fotografía: Lela Beltrão e Soll
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Infográficos: Ariel Tonglet
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Jefa de reportage: Malu Delgado
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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