Debajo de un estrecho puente de madera, con las manos en el vientre, el ceño fruncido y una expresión tensa como de quien siente dolor, el carpintero Gelson Fonseca da Silva, de 43 años, mira el horizonte de basura y agua contaminada en el Arroyo de Educandos, un brazo del Río Negro en el municipio de Manaos, capital del estado de Amazonas. Su casa, construida sobre pilotes dentro del Arroyo, está cubierta por el agua hasta más de la mitad. Con tablas viejas de madera hizo lo que los Ribereños llaman maromba, una estructura improvisada encima del piso inundado, que crea una especie de entrepiso sobre el agua. En la cocina con el suelo elevado, la cabeza casi le roza el techo.
Los palafitos, casas sobre estacas, son construcciones tradicionales de la cultura amazónica, normalmente levantadas en zonas ribereñas o inundables. Un relato del navegante Américo Vespucio, de 1499, ya mencionaba su existencia entre los Indígenas Warao, en el Delta del Orinoco, Venezuela. Pero en las ciudades contemporáneas, bajo la presión de un crecimiento urbano desordenado, muchas han terminado transformándose en viviendas precarias.
En el barrio Educandos no es diferente. La comunidad tiene 1.338 casas, casi todas palafitos, a orillas o sobre el Arroyo del mismo nombre, 31% del total de viviendas del barrio, según datos del Censo 2022 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). La mayoría de ellas no tienen agua corriente ni acceso al sistema de alcantarillado. En los cinco sectores que pasan por el censo de la región del Arroyo viven 3.571 personas.
Sin trabajo, entre el hambre y la basura, Gelson cuenta lo que vivió en los últimos cinco años en la comunidad de Educandos, en la región central de la ciudad de Manaos. Su casa quedó debajo del agua dos veces seguidas: en 2021, cuando el Río Negro subió a 30,02 metros y tuvo la crecida más grande desde 1902; y en 2022, cuando el río subió a 29,75 metros, registrando la cuarta crecida más alta de la historia. Los años siguientes, 2023 y 2024, fueron años de una sequía histórica, y la casa amarilla número 136 fue testigo de cómo el Río Negro se convertía en un arroyo.

Gelson y la maromba: el carpintero usó tablas viejas para elevar el piso de la casa y proteger sus pertenencias del agua. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
Este año, el río creció 29,05 metros, por encima del nivel de inundación severa del Río Negro, de 29 metros. La crecida de 2025 está entre las 20 más grandes de la historia, según datos de la Superintendencia Regional de Manaos del Servicio Geológico de Brasil. Afectó directamente a más de 559.886 personas y a 139.976 familias, según el Comité Permanente de Enfrentamiento a Eventos Climáticos y Ambientales creado por el gobierno del estado de Amazonas. Los datos no indican cuántas personas perdieron sus casas o tuvieron que abandonarlas temporalmente. Según el boletín del 7 de agosto, de los 62 municipios del estado, 43 se encontraban en estado de emergencia, 12 en alerta, uno en atención y seis en condiciones normales. No se registraron muertes.
La casa de Gelson se inundó hasta la mitad. “Todo cambió, principalmente cuando bajó el nivel del río. Este año la inundación llegó temprano. Con el cambio climático no solo sufre más la gente de aquí, sino también de todos los barrios de la zona inundada. Esta área aquí en Educandos, la Cuenca Educandos, se está yendo al fondo”, cuenta Gelson.
A medida que sube el sol, el calor va tomando la casa del carpintero, que sigue con la mano sobre el vientre, quejándose de dolor de estómago. En la cocina, empieza a cocinar cuatro huevos, pero no se va a comer ninguno. Es la comida que les llevará a sus nietos de 4 y 5 años, que viven con Gelson y su mujer, pero, por la subida del río, los niños y su abuela tuvieron que mudarse a una casa cercana, más alta y protegida del agua. Gelson todavía no sabe qué va a almorzar, está pensando en comer una sardina que vino en la canasta básica de alimentos distribuida por la municipalidad de Manaos dos días antes. Había conseguido comprar gas para cocinar unos días antes, después de haber estado dos meses sin gas.
La alimentación es una preocupación constante. Es difícil conseguir pescado, incluso viviendo frente al río, que está lleno de basura y aguas residuales. “Comemos una salchicha, un huevo… Pescado cuando hay. La canasta básica incluye sardinas, arroz y frijoles”.
Gelson, que vive en la región desde hace 23 años, dice que a veces piensa que su vida podría ser distinta. ¿Y si limpiaran el Arroyo? ¿Y si tuviera trabajo? ¿Y si pudiera construir una casa más alta? Pero todos estos “si” quedan eclipsados por la urgencia del presente. En un momento tenemos una sequía extrema, en otro humo, de repente una crecida, nos cuenta. Llega al punto en que Gelson quiere que la situación empeore, porque es así cuando llega la ayuda del gobierno.
“Ya no tengo miedo. Cuanto todo empeora, por lo menos llega más ayuda, y quiero que llegue más todavía, porque todos los años pasamos por este sacrificio, esta lucha nuestra”, explica.
Gelson está a orillas del agua desde que tiene memoria, navegando y pescando. Su vida no ha cambiado, pero el paisaje sí. Donde antes había árboles, ahora hay botellas de plástico. Los peces se transformaron en envases de fideos instantáneos que flotan y el agua pura, que antes se usaba para bañarse e incluso para beber, se convirtió en un arroyo-cloaca. La calma de la vida en la orilla se ha desvanecido.
“Esta era una buena zona para vivir, siempre estuvo bien, cerca del trabajo, cerca de todo, no estaba contaminado. Nos bañábamos en el río porque el agua era muy limpia. Ahora no, vean qué negra, sucia y maloliente está el agua. Era oscurita, pero limpita y no olía mal”.

El avance de la basura: los canales entre las casas están llenos de todo tipo de residuos, lo que aumenta el riesgo de enfermedades. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
Gelson tenía una casa más grande, de donde se tuvo que ir porque no podía mantenerla durante la temporada de las crecidas del río. Como la casa nueva es más pequeña, creyó que iba a ser más fácil hacer la elevación del piso con las maderas improvisadas. “Gracias a Dios este año no ha llovido mucho, porque, si no, yo ni siquiera estaría aquí. El agua ya había llegado hasta por aquí [señaló hacia una altura en las tejas de la casa]”.
Carpintero, ya trabajó refaccionando barcos y como cargador en el Puerto de Manaos. Sabe hacer todo lo que tenga que ver con carpintería y mano de obra física: su dificultad es encontrar a alguien que pague, y pague lo justo, por el trabajo.
“Es difícil, muy difícil. No te llaman para trabajar. Mi hermano se queda todos los días allí en la orilla para ver si surge algún trabajo. A veces consigo que me paguen unos 500, 600 reales [entre 90 y 100 dólares] por un trabajo de 20 a 30 días”, afirma. Por lo general, vende su mano de obra por 10 o 20 reales (entre 2 y 3 dólares) en trabajos físicos en el Puerto de Manaos, como descargar equipaje y mercancías. A veces, cuando le pagan bien, se puede ganar unos 100 reales (18 dólares) en un día.
Los nietos de Gelson son beneficiarios del plan social Bolsa Familia, que les garantiza 600 reales (110 dólares) al mes. Ahora está esperando que les den una casa en un complejo de viviendas del programa social Mi Casa, Mi Vida o de un proyecto similar.
Según la municipalidad de Manaos, se les paga anualmente 12 cuotas de 110 dólares (600 reales) de subsidio a los habitantes de las zonas afectadas por inundaciones para que paguen un alquiler, como prevé la Ley Municipal nº 1.666/2012. Este pago puede extenderse por otros seis meses, según las necesidades de la familia. Pero este año, ni Gelson ni su vecina Maria Raimunda do Nascimento Ribeiro, de 41 años, vieron el dinero del subsidio en su cuenta. Por eso, no pudieron alquilar una vivienda temporaria para alojarse hasta que el agua baje o que puedan comprar madera. Gelson consiguió unas tablas viejas e hizo la maromba, el arreglo improvisado con las tablas, en la cocina. “Ellos [la municipalidad] vienen, miran, nos dejan esperando. A mí me registraron, vinieron dos veces, filmaron, tomaron fotos y hasta el día de hoy todavía no he cobrado nada, ya se está secando”, reclama Maria.
Al ser consultada, la municipalidad de Manaos informó que atendió a 2.283 familias con canastas básicas de alimentos, kits de higiene y limpieza, tanto en zonas ribereñas como en barrios afectados por las crecidas del Río Negro. También dijo que la Defensa Civil municipal construyó 3.000 metros de puentes, incluso en el barrio Educandos y mapeó 2.264 familias en situación de riesgo, coordinando acciones de apoyo con otros organismos municipales. Según el gobierno municipal, en los primeros seis meses del año se retiraron casi 5.000 toneladas de desechos de los arroyos y se destaparon 4.890 alcantarillas para reducir los lugares inundables.
En los barrios bañados por el Río Negro, entre los que se encuentra Educandos, la municipalidad de Manaos computa 1.363 familias beneficiadas con ayuda humanitaria. En las áreas metropolitanas más aisladas, el Fondo Manaos Solidaria, en alianza con organizaciones de la sociedad civil, apoyó a 920 familias en 37 comunidades a lo largo de los ríos Negro y Amazonas. El gobierno de la ciudad no contestó sobre la existencia de alguna ayuda de emergencia para familias como las de Gelson y Maria.
La Secretaría Municipal de la Mujer, Asistencia Social y Ciudadanía afirmó que 10.994 familias recibieron el subsidio de alquiler este año, entre las que se encuentran solo diez de las áreas inundadas de Educandos. Sobre los casos de Gelson y Maria Raimunda, la Secretaría informó que atendió a los dos en años anteriores (entre 2022 y 2023), hasta que alcanzaron el límite de 18 meses recibiendo el beneficio, por lo que no fueron ni serán contemplados este año.
Natural del municipio de Iranduba, donde vivió hasta hace cinco años, Maria, después del fin de su matrimonio, se fue a Manaos en busca de trabajo solo con una mochila en la espalda. La suma que obtuvo de la repartición de bienes solo le alcanzó para comprarse una casa en el Arroyo de Educandos y fue allí donde fijó su residencia.

Lo que Maria tenía quedó bajo el agua: ‘No tenemos cómo prepararnos para una inundación’. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
Sin dinero, Maria no pudo hacer la estructura improvisada con tablas para proteger sus pertenencias. Durante la mayor parte de la crecida del río, su cama, la heladera y la cocina quedaron dentro del agua. Después, sus hijos le trajeron unas tablas viejas del interior, que pudo usar para proteger algunos objetos. Un día, se vio sorprendida por una Anaconda que trepaba por el inodoro. Otros animales, como los Yacarés, también deambulan por los alrededores.
“Es muy complicado. Hay que comprar madera, porque la Defensa Civil solo nos da madera para los puentes [que se construyen entre las casas y que permiten la circulación de los vecinos]. Todas mis cosas estaban dentro del agua y les pedí dos tablas para poder poner al menos mi heladera, pero me dijeron que no podían darme ninguna, que eran solo para el puente, porque, si no, todo el mundo iba a querer una”, explica Maria.
Equilibrarse sobre las tablas en el suelo mojado es un reto y la hija de Maria, una joven de 25 años que vive en la casa de al lado, se había caído y lastimado minutos antes de que SUMAÚMA llegara al lugar. Maria siempre convivió con el ir y venir del río, pero dice que en los últimos años las cosas han cambiado. “Hace mucho calor, está muy distinto, algunas veces la sequía es demasiado fuerte, otras, la crecida es demasiado grande. Al principio todo era más equilibrado, ni demasiado seco ni tampoco crecían mucho las aguas. No tenemos cómo prepararnos para una inundación como esta, no hay manera, solo nos queda aceptarlo y rezar para que una buena alma llegue y nos ayude”, concluye.
Desde hace dos meses, Maria y su hija Natacha, que vive en la casa de al lado, trabajan en el Servicio de Atención de Urgencias que mantiene el gobierno en el barrio. Con contrato formal y salario mínimo, este es su primer trabajo desde que llegaron a Manaos, hace unos cinco años. Maria dice que “se las arregla” con lo que cobra del subsidio Bolsa Familia y se equilibra como puede, dividiendo el dinero entre comprar comida, pagar las cuentas o acceder a productos básicos, como toallas sanitarias. “Soy el padre, soy la madre, soy la lideresa, me toca ver si falta algo y arreglármelas para conseguirlo. Nos hacen falta muchas cosas, por eso, mucho no logramos comprar”.
Consultada por SUMAÚMA, la Defensa Civil informó que el gobierno del estado de Amazonas inició la Operación Cheia 2025 (Operación Crecida 2025, en español) el 16 de abril, enviando ayuda humanitaria a los municipios que declararon estado de emergencia, como Humaitá, Manicoré y Apuí. También afirmó que a estos municipios se enviaron “720 toneladas de canastas básicas, 3.150 tanques de agua de 500 litros, 57.000 vasos de agua potable de la compañía de saneamiento de Amazonas, 10 kits de potabilización del programa Água Boa y una Estación Móvil de Tratamiento para los municipios afectados”. La Secretaría de Salud del estado de Amazonas confirmó que había enviado 72 kits de medicamentos a siete municipios.
SUMAÚMA consultó a la Defensa Civil sobre acciones específicas en la zona de Educandos, pero no obtuvo ninguna respuesta. Tampoco contestaron preguntas sobre los puentes, las estructuras improvisadas con tablas ni sobre la protección dentro de las viviendas afectadas por la subida de las aguas en la comunidad. La Secretaría de Asistencia Social y Combate al Hambre del estado de Amazonas, al ser consultada sobre sus acciones de apoyo a las familias, informó que su función incluye “brindar información sobre el Registro Único y el subsidio Bolsa Familia, así como orientar a los municipios sobre el acceso a los recursos federales ante la situación de emergencia y calamidad pública”. Y dijo que es la municipalidad de Manaos, no el gobierno del estado, la que se encarga de distribuir el subsidio para el alquiler temporario.

Caminos posibles: para facilitar el paso de los habitantes, la Defensa Civil improvisó puentes con tablones. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
La ‘nueva normalidad’
Las áreas inundadas por el Amazonas, el río que más influye en los niveles de agua de la región, se concentran en la parte más baja de la cuenca e incluyen Manaos y municipios del interior como Itacoatiara y Parintins.
Ante la escasez de agua en 2023 y 2024, la inundación de 2025 le devolvió a la zona un escenario de abundancia hídrica. Al mismo tiempo, es una advertencia sobre el aumento de la frecuencia de eventos extremos asociados al cambio climático, analiza André Martinelli, investigador en geociencias y gerente de Hidrología y Gestión Territorial de la Superintendencia Regional de Manaos del Servicio Geológico de Brasil.
“Lo que se nota es que la amplitud entre un evento y otro está creciendo. Esto no es algo positivo, todo lo contrario, señala un desequilibrio de la cuenca. Ya se observa escasez hídrica en las estaciones de monitoreo que pasaron por el nivel máximo de subida de las aguas hace más tiempo (entre abril y mayo), en las regiones de Alto Purus y Alto Juruá. Tenemos que prepararnos para esta ‘nueva normalidad’”, enfatiza Martinelli.
En Manaos, por ejemplo, siete de las diez mayores crecidas de la historia desde 1903 se produjeron en los últimos 16 años, según datos del Servicio Geológico de Brasil. Contrariamente a lo que se piensa, no toda anomalía hidrológica puede atribuirse a los fenómenos climáticos de El Niño y La Niña, relacionados, respectivamente, con el calentamiento y el enfriamiento anormal de las aguas del Océano Pacífico.
Según Martinelli, la mayoría de los modelos climatológicos relevantes muestran que este año, por ejemplo, las temperaturas de la superficie del mar del Pacífico Tropical están en una etapa de neutralidad. El investigador evalúa que los eventos extremos de los últimos años son un indicio de cambios climáticos.
Al margen, desplazada y abandonada
Al otro lado del Río Negro, cruzando el Puente Jornalista Phelippe Daou, una voz llama incesantemente al equipo de SUMAÚMA. Yone Vasconcelos Soares, de 36 años, pasó toda la mañana en la puerta de su casa en la comunidad de Cacau Pirêra, distrito de Iranduba, región metropolitana de Manaos.
Yone tiene piel rojiza, pelo oscuro y lacio y una mirada de desesperación. En una de las piernas tiene un fijador externo, un hierro que le atraviesa la piel, el músculo y el hueso, que le pusieron después de que la atropellaran hace un año. El accidente la dejó sin poder doblar la pierna izquierda, que no cicatrizó completamente y tiene parte del hueso expuesto. El único lugar por donde consigue circular es dentro de su propia casa, arrastrándose con los brazos. No puede bajar las escaleras ni arrastrarse por el fino tablón que lleva hasta la calle por encima de las aguas. “Hay momentos en que aquí adentro me desespero”, se desahoga.

La desesperación de Yone: con la pierna herida, sin dinero ni comida, grita pidiendo ayuda a quienes pasan frente a su casa. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
La parte de la cocina es casi inaccesible: hay maderas podridas que amenazan con caerse y el suelo está cubierto de basura y espinas de pescado. En un rincón hay un pequeño brasero improvisado. En algunas partes del suelo faltan tablas porque Yone fue arrancando las que pudo para usarlas como leña para cocinar. No hay heladera.
“Es una situación muy difícil porque no puedo caminar, dependo de la ayuda de la gente. En mi caso, bajar a hacer fuego se me hace muy difícil, me duele mucho la pierna, no se dobla, está así todo el tiempo”.
Para conseguir agua potable, al menos para beber, Yone, a gritos, se la pide a quienes pasan por la calle. La casa, un palafito, no tiene agua corriente, solo un grifo en el suelo del terreno, ahora sumergido. “No hay tubería, no hay nada. Arranqué dos tablas de ahí [del suelo], es de donde recojo agua y la pongo en el balde para bañarme y lavar la ropa. Y hago otras cosas, ¿sabes? Como lavar los platos, lavar aquí [el suelo] que estaba muy sucio”. El agua a la que se refiere está estancada, es turbia por la contaminación y está llena de caracoles.
La historia de Yone se suma a la de otras 13.916 personas que, según la Defensa Civil de Iranduba, se vieron afectadas por la inundación en el municipio. Natural de Caapiranga, estado de Amazonas, Yone tiene un bebé de 1 año que vive con su hija mayor en Manaos. Esta es su primera inundación como persona con discapacidad. Cuando cuenta su historia de vida, llora. No sabe cómo va a pagar los 37 dólares (200 reales) de alquiler de la casa ni qué va a comer. O si tendrá algo para comer. “Mi situación es difícil, cuando puedo le compro un café, un almuerzo a doña Negona. Por la mañana me trae café y pan. A veces tengo muchísima hambre, le pido comida a alguien, pero la gente dice que me va a traer y no lo hace, así que me quedo con hambre nomás”.
Antes cobraba el plan Bolsa Familia, pero le bloquearon el beneficio hace seis meses por inactividad. Yone no pudo salir de su casa para ir a retirar el dinero. Por eso, vive de donaciones. Según ella, la falta de accesibilidad la mantiene encerrada y como rehén, sin poder resolver problemas como la falta de documentación. Yone tiene una silla de ruedas vieja y rota, pero si quiere usarla, también tendrá que pagarle a alguien para que la empuje.
“Cuando todo estaba seco aquí, yo iba a la comisaría, la señora Ana me ayudaba a pagar el alquiler, a hacerme un ranchito. Durante la crecida, mi situación empeoró porque no podía salir a buscar nada”, relata.
Aunque Yone no ha cobrado ningún beneficio público relacionado con la crecida del río, la Defensa Civil de Iranduba informó que, a lo largo de 2025, monitorea constantemente el nivel del agua y actualiza los registros de los habitantes afectados. Asimismo, destacó que, entre sus acciones, están la construcción de puentes, la donación de madera a algunas familias, la entrega de canastas básicas en las comunidades y la distribución de materiales como sulfato y cloro para el mantenimiento del Proyecto Água Boa.
En el distrito de Cacau Pirêra, la Defensa Civil municipal de Iranduba informó que “se construyeron más de 4.300 metros de puentes”. Respecto a las canastas básicas, el gobierno municipal explicó que se está realizando la entrega a las comunidades ribereñas, con canastas que tienen 15 productos, aunque no detalló cuáles.
Consultada sobre el subsidio para el alquiler temporario, la Defensa Civil del municipio dijo que este beneficio le corresponde al área de asistencia social. SUMAÚMA cuestionó a la Secretaría de Acción Social y Combate al Hambre del estado de Amazonas sobre las acciones en Iranduba, pero el organismo se limitó a reiterar que asesora a los municipios sobre el Registro Único y el plan Bolsa Familia, sin mencionar esta región en sus respuestas. También nos comunicamos con la Secretaría Municipal de Asistencia Social de Iranduba (Semas), pero no obtuvimos respuesta hasta la publicación de este reportaje.

La ‘nueva normalidad’: siempre ha habido crecidas del río, pero con el cambio climático son cada vez más frecuentes. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
Al margen del río en busca de respuestas
Mientras trabajaba vendiendo pescado en la Feria de Panair y en Cacau Pirêra, Adelmo Rodrigues, de 70 años, más conocido en la región como Amazonino, vio material de construcción desechado entre la basura que flotaba en el río. A mediados de 2005, se puso a calcular cuánto peso podría soportar una botella de plástico vacía de 1,5 a 2 litros antes de hundirse. Después de muchas pruebas, llegó a la conclusión de que soportaba alrededor de 2 kilos y entonces comenzó un proyecto de construcción de una balsa sostenible.
“En ese momento, en la orilla de la playa había unos 5 o 6 metros solo de botellas. Caminábamos por entre las botellas. Entonces me dije: ‘Dios mío, aquí se está desperdiciando tanto material con el que se podría hacer algo…’. Me quedé pensando. Cuando llegó el invierno y terminó el movimiento, me quedé allí mucho tiempo juntando un montón de cosas”, cuenta.
Con tantas botellas PET que juntó, Adelmo hizo una balsa flotante de 2 metros de ancho por 3 de largo, cubierta con madera y pedazos de plástico más grandes. Hoy tiene tres balsas que guarda en su terreno. Este año, se utilizaron para proteger del agua animales como patos y gallinas, así como los plantones de todas las hortalizas y frutas que suele cultivar.
Cuando subió el agua, Adelmo puso en una de las balsas plantones de cebollín, yuca, bananos y algunas de las plantas que tiene en su terreno, que le garantizan ingresos extras además de su jubilación. “Si pudiera, haría algunas de estas balsas para venderlas como artesanías. Pero no tengo condiciones para hacerlo”, explica. Cree que el mismo gobierno podría invertir en balsas sostenibles para generar ingresos para la población local, pero para él es una realidad lejana.
En la televisión, Adelmo ya escuchó hablar sobre el cambio climático y las soluciones sostenibles. También ya escuchó hablar de la COP30, la Conferencia del Cambio Climático que se celebrará en Belém en noviembre, pero se siente excluido del debate y de la búsqueda de estrategias de adaptación ante las crisis climáticas. “Creo que es algo muy cerrado, porque no llaman a la población en general para que pueda reclamar algunas cuestiones. Allí lo tratan como quieren y listo, se acabó, todo queda así”, concluye.
Mientras habla, acomoda una vez más los plantones que sacó de su terreno sobre la balsa. Su estrategia es la de salvar al menos un plantón de cada especie. Ese pedazo de verde sobre las botellas es todo lo que quedó de la plantación sumergida. El 29 de julio, el nivel del agua del Río Negro en Manaos se había reducido a 28,55 metros, solo 50 centímetros por debajo del máximo registrado este año, pero, aun así, por encima del promedio histórico del período, según el Boletín de Alerta Hidrológica de la Cuenca del Amazonas del Servicio Geológico de Brasil.
Adelmo no se desalienta. Va llevando la balsa, lleva la vida y mira los plantones. Va a esperar que baje el río. Cuando todo vuelva a la normalidad tendrá lo necesario para recomenzar la plantación. Y la vida seguirá así hasta la próxima crecida del río.

La balsa de Adelmo: construyó una estructura flotante con botellas PET que encontró en la basura del Río para proteger sus hortalizas. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA
Reportaje y texto: Wérica Lima
Edición: Fernanda da Escóssia
Edición de arte: Cacao Sousa
Edición de fotografía: : Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al castellano: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum