Cuerpos enfilados de delfines rosados, cuerpos en sufrimiento por el calentamiento de las aguas de los ríos, cuerpos de quienes no pueden hacer nada contra nuestro deseo de destrucción. La sequía extrema en la Amazonia se debe a la superposición de El Niño al calentamiento global producido por la acción humana. La muerte sin precedentes de esta cantidad de delfines, cuyas causas aún se están estudiando, podría haber sido provocada por el colapso climático. No es algo repentino, sino algo que previeron los indígenas y los científicos hace décadas. Lo previeron, advirtieron, gritaron, pero nadie lo escuchó. Pero no, no se trata de un apocalipsis ni de una tragedia, ni mucho menos de una fatalidad. Las personas humanas no están solo expuestas a fuerzas naturales mucho mayores, como en el pasado distante. Las imágenes que vemos en las pantallas de nuestros aparatos tecnológicos son espejos, el reflejo de la producción de violencia contra la naturaleza, de la acción extractiva de la selva y otros biomas. Es la obra que una minoría de personas humanas ha sido capaz de hacer en poco más de dos siglos, cuando la «Revolución Industrial» (nombre que aprendimos en los libros y en las clases de historia) empezó a arrancar de la tierra combustibles fósiles —carbón, gas y petróleo— en proporciones crecientes. Y lo que debería haber continuado bajo tierra, al ser extraído de las profundidades se transformó en un emisor de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero. Y así, nosotros, los humanos, empezamos a generar el calentamiento del planeta, a alterar el clima y la forma de la Tierra, la única casa que tenemos y que compartimos con todos los otros millones de especies. Y entonces llegamos a este momento y nos encontramos con los cuerpos de los delfines.
Los delfines pueden ser solo la parte más visible del horror. Millones de personas no humanas, desde abejas a pájaros, desde peces a sapos, desde jaguares a monos, están sufriendo ahora mismo, y muchas ya han muerto o morirán. Miles de indígenas, ribereños y quilombolas, pueblos tradicionales de la selva, sufren intensamente, algunos exiliados por los ríos secos. En la naturaleza se vive en conexión y se muere en conexión, porque todo es interdependiente. Si queremos que estas escenas no se repitan, cada vez con más horror, cada vez con más dolor, cada vez con más muertos, tenemos que mirar a los responsables del calentamiento global. Y luchar para detenerlos. No mañana: ahora.
Eso es lo que hace el periodismo de SUMAÚMA.
En este boletín publicamos nuestro primer reportaje de la serie INSUSTENTABLES: cómo las corporaciones transnacionales se aprovechan de la impunidad para violar la Amazonia. La serie es una colaboración entre el Transnational Law Institute, del King’s College de Londres, y SUMAÚMA – Periodismo desde el Centro del Mundo. En esta primera pieza, coordinada por la editora de investigación, Ana Magalhães, con el reportaje de Isabel Harari y las fotos de Alessandro Falco, mostramos cómo Cargill, la «peor empresa del mundo» según la organización Mighty Earth, pretende construir un tercer gran puerto en la selva. En las próximas semanas y meses publicaremos reportajes de investigación en profundidad sobre otras corporaciones transnacionales que, a pesar de la catástrofe que producen, siguen violando la selva y a sus pueblos.
Terminal de Cargill en Santarém, en el estado de Pará: no hay estudios sobre los impactos en las poblaciones indígenas y quilombolas. Foto: Alessandro Falco/SUMAÚMA
Es mucho más fácil denunciar a los mineros y a los madereros que a los que están en la cima de la cadena, lejos de la Amazonia, en las capitales del Sudeste, Sur y Centro-Oeste de Brasil, con más lucros y menos riesgos, sin tener que meterse nunca en el barro. Denunciar a las empresas transnacionales, algunas con banderas de países que suelen pronunciar discursos hermosos sobre la conservación del medio ambiente, es esencial. Al igual que es esencial entender cómo estos gigantes privados avanzan, a menudo con la complicidad de agentes públicos, a pesar de la ley o beneficiándose de sus lagunas.
Pese a toda la ciencia producida y todo el activismo mundial —aun el creciente número de refugiados climáticos desesperados, los cuerpos de delfines enfilados—, las empresas transnacionales siguen engullendo mundos en la Amazonia. INSUSTENTABLES observará con lupa las empresas que devoran el futuro de las nuevas generaciones de personas humanas y no humanas.
No se pierdan el primer reportaje de la serie, sobre la empresa estadounidense Cargill. A continuación, la periodista y bióloga Jaqueline Sordi muestra las conexiones entre las aguas abrasadoras de la Amazonia y los ciclones que devastaron el sur de Brasil. En esta edición, Jaqueline también firma una entrevista con la científica Miriam Marmontel, líder del grupo de investigación sobre mamíferos acuáticos amazónicos del Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá. Miriam relata las horribles escenas que presenció en el lago Tefé, en la Amazonia, y detalla el trabajo realizado para descubrir la causa de la muerte de los delfines —ya han muerto al menos 139— y proteger las especies.
El 3 de octubre Petrobras celebró su 70.º aniversario. Natalie Unterstell, presidenta del Instituto Talanoa, dedicado a las políticas de cambio climático, ha escrito un artículo muy esclarecedor sobre el impasse en que se encuentra el petróleo. La idea de que el petróleo es sinónimo de riqueza alimentó al mundo y a Brasil hasta hace muy poco, a pesar de todas las advertencias de la mejor ciencia del clima y de la Tierra. Ahora, en el tercer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva, aun con todos los fenómenos extremos que ha vivido el país este año, Petrobras, con el apoyo de gran parte del gobierno y del propio presidente, quiere abrir un nuevo frente de exploración de petróleo en la cuenca de la desembocadura del Amazonas, en el llamado margen ecuatorial.
SUMAÚMA lucha por que se respeten todas las vidas, las de las personas humanas y las de las personas no humanas. Como los humanos se ponen en el centro, en la cima de la jerarquía, cuanto más diferentes de nosotros sean nuestros vecinos, mayores serán el desconocimiento y la indiferencia con relación a su destino. Como si del destino de uno no dependiera el destino de todes. En esta edición los invito a leer mi reportaje sobre los hongos de la Amazonia, en coautoría con la científica académica Noemia Kazue Ishikawa y el científico de la selva Francisco Marques Bezerra. Es un reportaje que exige entrega: no porque sea difícil o complicado, sino porque nos llama hacia otro mundo que nos hilvana sin que nos demos cuenta, nos abre otra capa de percepción de la Tierra y de nuestra propia vida.
También queremos compartir el cuarto premio de SUMAÚMA este primer año de vida: el reportaje «Los defensores no defendidos», de Catarina Barbosa y Talita Bedinelli, ha recibido una mención de honor en el Premio Vladimir Herzog de Derechos Humanos. Las periodistas documentan la indignidad que viven quienes, amenazados de muerte por poner su cuerpo en la primera línea de la guerra contra la naturaleza, se ven obligados a abandonar sus territorios en el estado de Pará y a enfrentarse a todo tipo de dificultades y humillaciones en los programas que se supone que deben protegerlos.
Son diferentes los reportajes que reunimos en esta edición, pero están conectados. Tenemos que volver a leer el mundo estableciendo conexiones, de lo contrario no entenderemos qué y quiénes arrasan nuestra vida. Sin entenderlo, no podemos defendernos de los ataques. Sin poder defendernos, ya no es solo el futuro próximo el que estará amenazado, sino el presente, como denuncian los cuerpos de las víctimas de los ciclones en el Sur y los de la sequía extrema en la Amazonia. Ahora es el momento. Tenemos que detener a las empresas nacionales y transnacionales que destruyen nuestra casa, antes de que el rostro de los delfines sea el nuestro.
Verificación: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Flujo de edición, estilo y montaje: Viviane Zandonadi
Hongos encontrados en un tronco caído en la selva, en el municipio de Altamira, en la Amazonia brasileña. Foto: Alessandro Falco/SUMAÚMA