¿De verdad Luiz Inácio Lula da Silva se va a perder la oportunidad de llevar a cabo un gesto decisivo en contra del racismo en el primer año de su tercer mandato como presidente de Brasil? Parece que sí. ¿De verdad Lula se va a perder la oportunidad de hacer un movimiento de impacto real a favor de la igualdad de género y de raza en un momento en que reanudar el camino de los derechos es tan urgente? Parece que sí. Lula podría, ya en su primer año de gobierno, garantizar la presencia de dos personas negras en la Corte Suprema de Brasil, preferiblemente dos mujeres negras –o una mujer negra y una persona indígena–, lo que sería un gesto histórico que también significaría una enorme diferencia en la calidad de las decisiones de la Corte. Es imperdonable que no lo haga.
Parece que todo indica –especialmente el mismo presidente– que Lula cometerá la irresponsabilidad de poner al segundo hombre blanco en la Corte Suprema en tan solo un año. Pero no es Lula quien pierde una oportunidad, es Brasil, que en lugar de refundarse como prometido, refuerza una vez más sus cimientos sobre los cuerpos de negras y negros, apilando ladrillos sobre las ruinas de un país en el que crece el número de violaciones y feminicidios.
Es importante recordar. El lunes (25/9), arrinconado por la presión de la sociedad a que nombre a una mujer o una persona negra –preferiblemente una mujer negra– para reemplazar a la ministra de la Corte Suprema, Rosa Weber, que se jubilará el 2 de octubre, cuando cumple 75 años, el presidente hizo dos afirmaciones que podrían haber salido de la boca del expresidente Jair Bolsonaro o de cualquier otro extremista de derecha:
“El criterio ya no será este [refiriéndose al color y al género]. Estoy muy tranquilo, por eso digo que elegiré a una persona que pueda responder a los intereses y expectativas de Brasil. Una persona que pueda servir a Brasil. Una persona que tenga respeto por la sociedad brasileña. Una persona que le tenga respeto, pero no miedo a la prensa. Una persona que vote adecuadamente sin votar a través de la prensa”, declaró. A continuación, añadió: “No hay que preguntar sobre este tema del género o del color, ya he pasado por todo esto. En el momento justo van a saber a quién nominaré”.
El comentario de Lula es peligroso en varios sentidos. Para empezar, muy poco (o quizás nada) es más importante para “responder a los intereses y expectativas de Brasil” que enfrentar la brutal y vergonzosa desigualdad racial y de género del país. Y esto solo se hace con la división del poder, esto solo se hace designando a mujeres y a personas negras para puestos estratégicos, esto solo se hace dando paridad a las mujeres y a las personas negras –que es el género y el color de la mayoría de la población–, pero que ni de lejos tienen la misma representación y acceso que los hombres blancos, que dominan las posiciones de poder y la toma de decisiones.
Recuerdo una conversación con un brillante abogado negro, en un café después de horas de discusión en un instituto cultural en São Paulo para debatir cómo ampliar el acceso de las personas negras. Cuando todo terminó, concluyó que la larga reunión podría haberse reducido a una frase/a una acción: “Es obvio que el racismo solo puede combatirse dividiendo el poder, poniendo a negras y negros en posiciones de poder en todas las esferas del país”.
Sí, es obvio. Pero al indicar a Cristiano Zanin, hombre y blanco, para reemplazar a Ricardo Lewandowski, Lula traicionó su compromiso no solo con las minorías, sino también con todos los sectores de la sociedad brasileña comprometidos con un país más justo y menos desigual. Por no hablar de la flagrante mezcla de lo público y lo privado por el hecho de nombrar a su abogado personal. Esta segunda nominación sería –y aún podría ser– la oportunidad de no equivocarse de nuevo y, al mismo tiempo, respetar los compromisos éticos que lo eligieron. Todavía hay tiempo para que Lula haga lo que el momento histórico exige de un presidente demócrata.
La imagen simbólica vuelve como un boomerang cada vez que el gobierno se aleja de ella. El 1 de enero Lula subió la rampa del brazo del cacique Raoni Metuktire y acompañado por representantes de minorías para señalar que Brasil retomaba el camino hacia el respeto a los derechos humanos, Brasil se refundaba. Si Lula deja el país con una Corte Suprema más masculina y tan blanca como el día de su investidura, la imagen simbólica de su tercer mandato, en una victoria que solo fue posible con el apoyo de amplias capas de la sociedad que querían –y todavía quieren– derrotar al fascismo, se convertirá simplemente en marketing político, algo inaceptable en este momento tan grave, en el que Brasil experimenta un retraso humanitario enorme.
En sus dos primeros mandatos, Lula tomó medidas importantes para reducir la desigualdad racial y de género. Creó los Ministerios de la Mujer y de la Igualdad Racial, y ahora los ha recreado, con la incorporación sin precedentes del Ministerio de los Pueblos Indígenas, con una mujer indígena, Sonia Guajajara, a la cabeza. También eligió a una mujer, Dilma Rousseff, para sucederlo. En las gestiones del Partido de los Trabajadores se consolidaron el Estatuto de la Igualdad Racial y las cuotas raciales en las universidades. Fue Lula quien nominó a la tercera persona negra, Joaquim Barbosa, para la Corte Suprema después de 66 años de una total blanquitud. Todo esto fue decisivo para que una parte de la sociedad brasileña lo apoyara en las elecciones para un tercer mandato y señalaba la reanudación del proceso de escuchar, reconocer y acoger las presiones de los movimientos negros, feministas, de derechos humanos y socioambientales, brutalmente atacados durante el gobierno fascista de Bolsonaro. Que Lula retroceda tanto antes de terminar el primer año del actual gobierno preocupa a mucha gente.
El 19 de septiembre Lula hizo de la desigualdad el tema de su discurso en la inauguración de la 78ª Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). Pero no se puede combatir la desigualdad sin enfrentar las cuestiones de género, raza y clase. No hay manera de hacerlo sin aumentar la presencia negra en la Corte Suprema –actualmente inexistente, a pesar de que los negros son la mayoría de la población brasileña–, y sin la presencia femenina, que con la jubilación de Rosa Weber se reducirá a solo una mujer (Cármen Lúcia) entre diez hombres.
En toda la historia de la Corte Suprema solo ha habido tres mujeres, todas blancas, y tres negros, todos hombres, lo que demuestra cómo persiste la lógica del patriarcado, así como el racismo estructural de Brasil. Esto sin contar la necesidad nunca antes considerada de incluir a los pueblos indígenas y a las personas LGBTQIAPN+. Ninguna Corte, en un país como Brasil, es capaz de juzgar con competencia sin representar a la población en su composición. La representación de las identidades y las experiencias mejora radicalmente la calidad de la Justicia.
Lula en la ceremonia de investidura de Cristiano Zanin, su abogado, a quien nominó para el cargo de ministro de la Corte Suprema; Rosa Weber, la última presidenta de la Corte Suprema se jubila ahora, al cumplir 75 años. FOTO: Sergio Lima/AFP
Hoy, la composición de la Corte Suprema es insostenible, precisamente porque tiene un solo color –el blanco– y mayoritariamente un género –el masculino–. Si Lula está tratando de mantener contentos a los parlamentarios y senadores del Congreso más depredador y moralmente conservador desde la redemocratización, es lamentable, porque combatir el racismo y la desigualdad de género son principios de base, y los principios no se negocian. Si realmente cree en lo que dijo, acabamos de descubrir que el que logró avances significativos en sus dos primeros mandatos, al regresar al poder 12 años después defiende que los temas de raza y género son algo menor. Y esto en un país donde el 83% de las víctimas de muertes en intervenciones policiales son personas negras; en un país donde, en los últimos siete años, al menos 616 niños y adolescentes, en su mayoría negros, murieron por balas solo en la región metropolitana de Río de Janeiro, el 48% de ellos en acciones de la policía. Y esto en un país donde las estimaciones indican que 822 mil personas son violadas cada año, más del 80% mujeres.
SUMAÚMA defiende desde el primer día lo que está explícito en nuestro manifiesto: la democracia tiene que ser para todas, todos y todes o no lo es. Solo entendemos y somos capaces de afrontar el colapso climático si enfrentamos las cuestiones de género, raza, clase y especie, que determinan la destrucción de la Amazonia y de los demás biomas, la corrosión de la vida en nuestra casa-planeta.
Cada evento extremo nos muestra cuáles son el género, el color y la clase social de los más afectados, de los que pierden hogares y territorios: vidas. Nuestra cobertura desde la Amazonia y de sus pueblos señala el género de quienes hacen la resistencia a la destrucción de la naturaleza, cuál es el color de las personas que mueren por defender la vida en la línea de frente. Esta comprensión determina nuestro periodismo, como está explícito en todos los reportajes y artículos de este boletín.
En la afirmación de Lula solo hay un acierto: “el color y el género ya no son criterios [de elección]”. Son imperativos. Para defender lo contrario, no nos hace falta Lula: ya los tenemos a Bolsonaro y a los golpistas del 8 de enero.
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria Della Pozza
Traducción al español: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página: Érica Saboya