A la científica Luciana Vanni Gatti le indignan la destrucción de la Amazonia y quienes se niegan a ver sus consecuencias, para Brasil y el mundo, de destruir la selva. “Mi motor número 1 es intentar abrirle la mente a la gente sobre esto”, dice la coordinadora del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) de Brasil. Gatti lidera un grupo de investigadores que fueron los primeros en demostrar que la selva tropical más grande del planeta ya no es capaz de eliminar de la atmósfera todo el dióxido de carbono –principal causante del efecto invernadero– que se echa en el aire de la Amazonia por actividades humanas como la deforestación y los incendios. Ahora acaba de publicar en la revista Nature el resultado del más reciente estudio que dirigió, que mapea el “efecto Bolsonaro” de aumento de la destrucción de la selva en la zona. A pesar de los datos desalentadores que encontró, la científica afirma que todavía hay tiempo para revertir este proceso. “Si hoy tuviéramos cero incendios, cero deforestación, la Amazonia se convertiría en un sumidero de carbono”, dice, refiriéndose a la capacidad de la selva de absorber más gases de efecto invernadero de los que se emiten en la zona.
Una primera versión del artículo ya se había publicado en septiembre del año pasado en preprint –un texto que todavía no ha sido evaluado por otros científicos– y ahora recibe el respaldo de una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo. El estudio analiza las emisiones de gases de efecto invernadero en la Amazonia en 2019 y 2020, los dos primeros años del gobierno del extremista de derecha Jair Bolsonaro. Durante ese período, las emisiones se acercaron mucho a las registradas durante el peor El Niño que ya se ha conocido, entre 2015 y 2016. Este fenómeno de calentamiento de las aguas en el océano Pacífico provoca sequía y reducción de las lluvias en el norte de Brasil, lo que favorece la propagación de los incendios en la selva. Y cuando se queman árboles se libera carbono en la atmósfera. “Bolsonaro y Ricardo Salles merecen el apodo de ‘El Niño brasileño’”, dice Gatti, refiriéndose también al que fue ministro de Medio Ambiente de enero de 2019 a junio de 2021.
Los datos recopilados por el Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero mostraron que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de monóxido de carbono (CO) –gases causantes del efecto invernadero que tienen carbono en su composición– aumentaron un 89% en 2019 con respecto al promedio registrado entre 2010 y 2018, y un 122% en 2020 si se compara a los mismos nueve años. De modo general, esto significa que durante los primeros dos años del gobierno de Bolsonaro a la selva le costó más absorber el carbono liberado en el aire por acciones humanas, como la deforestación y la degradación de la selva, cuando se tala solo una parte de los árboles para la venta o cuando el fuego alcanza la selva en pie, quemándola solo en parte.
Las plantas de la selva almacenan carbono en la fotosíntesis, el proceso a través del cual se alimentan. Absorben dióxido de carbono y lo almacenan en sus hojas, troncos y raíces. Cuando se las arranca, quema o se mueren, ese carbono vuelve a la atmósfera. “La selva no está compensando la destrucción humana”, afirma la científica.
Ante la ausencia de una sequía extrema que pudiera explicar el aumento de los incendios y, en consecuencia, de las emisiones en 2019 y 2020, en el estudio Gatti buscó relacionar ese incremento con las políticas del gobierno de Bolsonaro. Para ello, contó con la colaboración de compañeros del Proyecto de Monitoreo de la Deforestación en la Amazonia Legal por Satélite (Prodes) y del Programa Quemadas (BDQueimadas), ambos del Inpe; del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden); y del equipo de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) que monitorea las políticas públicas para el control de la deforestación. En total, 30 investigadores firman el estudio, titulado: Aumento de las emisiones de carbono en la Amazonia debido principalmente a la reducción de la aplicación de la ley.
La investigación hace hincapié en la reducción de la aplicación y cobro de multas a los deforestadores por parte del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama). Bajo el mando de Bolsonaro, un decreto presidencial –el 9.760, de abril de 2019– y varios despachos del Ibama dificultaron poder iniciar procesos contra crímenes ambientales y facilitaron la prescripción de penas. El resultado es que las multas aplicadas en la Amazonia se redujeron en un 30% en 2019 y un 54% en 2020, en comparación con el promedio de los años 2010 a 2018. La reducción de multas pagadas fue del 74% en 2019 y del 89% en 2020. Por otro lado, en los mismos dos años, la deforestación aumentó un 82% y un 77%, respectivamente, y las áreas quemadas crecieron un 14% y un 42%.
Un hito simbólico de la destrucción fue el llamado “Día del Fuego” en 2019. Entre el 10 y el 11 de agosto de ese año, el Inpe encontró 1.457 focos de calor en el estado de Pará, con epicentro en la ciudad de Novo Progresso, en el sudoeste del estado. Esto representó un incremento del 1.923% en comparación a los mismos días del año anterior, según estudio de Greenpeace. Solo el día 10 hubo 715 focos de incendio, un 707% más que el día anterior, 9 de agosto, cuando hubo 101 incendios. Las investigaciones de la policía mostraron que los agricultores de Novo Progresso habían hecho una vaquita para recaudar fondos, comprar combustible e incendiar la selva. El estudio de Greenpeace, sin embargo, revela que solo el 5% de las 207 propiedades en la que se produjeron incendios fueron multadas.
Imagen aérea de los incendios en la región de Altamira, municipio del estado de Pará, en 2019, durante el mandato de Jair Bolsonaro. Foto: Victor Moriyama/Greenpeace
Cuando se realizó el Día del Fuego, Bolsonaro enfrentaba críticas internacionales por el aumento de la deforestación. Había entablado una discusión pública con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y Alemania había suspendido las donaciones al sector ambiental brasileño. Los incendios serían una manifestación de los ruralistas en apoyo al presidente. En enero de 2022, en un evento de lanzamiento de crédito agrícola del Banco do Brasil, Bolsonaro celebró la caída del inicio de procesos durante su gobierno. “Dejamos de tener grandes problemas con el tema ambiental, sobre todo en lo que respecta a las multas. ¿Tienen que existir? Sí. Pero conversamos y redujimos en más de un 80% las multas en el campo”, dijo. Siete meses después del discurso de Bolsonaro, el 22 de agosto, los focos de incendio superaron los del Día del Fuego: hubo 3.358 en toda la Amazonia, de los cuales 1.126 en el estado de Pará.
El estudio publicado en Nature constató que en 2019 y 2020 la mayor parte del aumento de las emisiones se debió a la quema de selvas todavía en pie, lo que genera un efecto persistente de degradación de la vegetación; lo más común es que primero se talen los árboles y luego se quemen. “La degradación en 2019 y 2020 fue gigantesca”, comenta Gatti. “[Los criminales] entraron en tierras protegidas, en tierras indígenas, para tomar tierras públicas y quemaron la selva viva”, dice. “Como el fuego entra por debajo de la selva, el satélite no lo capta bien. Cuando el fuego se apaga, sigue habiendo emisiones de carbono porque el árbol se está muriendo, se está descomponiendo. Las emisiones de descomposición superaron las emisiones de los incendios”, explica. La dificultad de capturar este tipo de destrucción en tiempo real ayuda a entender por qué el crecimiento de los focos de incendio detectados en los primeros dos años de Bolsonaro fue inferior que el de las áreas quemadas: un 3% en 2019 y 22% en 2020.
El artículo también contiene datos que indican para qué se usaron las áreas de selva destruidas en esos dos años. El número de cabezas de ganado en la Amazonia aumentó un 13% durante el bienio, mientras que se redujo en un 4% en el resto del país. El área sembrada con soja creció un 68% y la de maíz 58%. La exportación de madera en bruto se disparó, aumentando en un 683%. En febrero de 2020, una orden del entonces presidente del Ibama, Eduardo Bim, puso fin al requisito de que esa exportación tuviera que ser autorizada por el organismo, a excepción de las especies de árboles en peligro de extinción. Para las demás solo hacía falta una autodeclaración de que la madera tenía un origen legal.
En 2021 Bim y Ricardo Salles pasaron a ser investigados por la Policía Federal por presunta participación en la exportación ilegal de madera a Estados Unidos y Europa. Por decisión de la Corte Suprema, el presidente de Ibama fue apartado de su cargo por 90 días. Terminaron sacando a Salles del ministerio, pero el año pasado fue elegido diputado federal del estado de São Paulo, por el Partido Liberal, con 640.000 votos, la cuarta mayor votación para la Cámara en ese estado. Esta investigación todavía está en curso.
El dominó de la destrucción
Es la tercera vez que Luciana Gatti aparece como primera autora en un artículo de Nature –los demás se publicaron en 2014 y 2021–. Todos se relacionan a sus investigaciones sobre los impactos de la selva amazónica en el clima regional y global y viceversa, porque, así como la destrucción de la Amazonia influye en el clima del planeta, el cambio climático también perjudica la selva brasileña. Esta investigación se inició en la década de 1990, cuando el científico Carlos Nobre buscó recursos y alianzas en el exterior para crear, en el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa), el Programa de Gran Escala de la Biósfera-Atmósfera en la Amazonia, conocido por su sigla en inglés LBA. El LBA ayudó a formar una generación de científicos brasileños especializados en cambios climáticos y ambientales, entre quienes se encuentra Luciana Gatti. Química de formación, especialista en la medición de gases de efecto invernadero, también hizo estudios en otras áreas, como meteorología, para entender los resultados que obtenía.
Luciana Gatti comprueba el equipo que utiliza para recoger muestras de aire en la Amazonia. Los análisis se realizan en el laboratorio del Inpe en São José dos Campos, estado de São Paulo. Foto: Maíra Erlich/SUMAÚMA
En esa época, las primeras mediciones del balance de carbono en la Amazonia, es decir, lo que indica si la región emite o absorbe más, se realizaron usando torres de 80 metros para recolectar muestras de aire. Sin embargo, pronto se descubrió que los datos obtenidos de esta manera eran insuficientes para representar toda la zona, ya que solo medían la cantidad de carbono en ese lugar específico.
Fue entonces cuando surge el proyecto de usar aviones para recolectar muestras de aire de la Amazonia a diferentes distancias del suelo, en altitudes que van desde los 300 metros hasta los 4,4 kilómetros, que se inspiró en lo que ya hacía la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA en su sigla en inglés) en otros lugares. Esto permite la representación de áreas más amplias. El proyecto se concretó con la creación del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero, que realizó sus primeras mediciones en 2010 y hoy recolecta muestras en cuatro áreas que representan las regiones nordeste, sudeste, sudoeste y noroeste de la Amazonia. “Cuando vas bajando y la concentración de CO2 se va reduciendo, significa que la superficie está eliminando CO2 de la atmósfera. Si aumenta, significa que la superficie es una fuente, está emitiendo CO2”, explica Gatti. “Esto puede contarte si la Amazonia es una fuente o un sumidero de carbono [absorbe más gas del que emite]”.
En el artículo publicado en Nature en 2021, basado en datos de 2010 a 2018, la científica ya afirmaba que la capacidad de la selva amazónica de absorber todo el carbono liberado en la atmósfera de la zona estaba en declive. En ese texto mostraba que las emisiones eran más altas que la absorción en los alrededores de Santarém, en Pará, y Alta Floresta, en Mato Grosso, que se ubican del lado este de la Amazonia, históricamente más deforestado. En esa época, las regiones de los alrededores de Tefé, en el estado de Amazonas, y Rio Branco, en Acre, ambas en la Amazonia occidental, todavía absorbían más carbono del que emitían. En 2019, sin embargo, el área en las cercanías de Tefé ya se había vuelto emisora. En 2020 esto también se hizo evidente en las mediciones realizadas cerca de Rio Branco. “La deforestación ha aumentado absurdamente en los estados de Mato Grosso, Rondônia, Roraima, sur de Amazonas y Acre”, dice Gatti.
Según información del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero, en solo tres de los 11 años entre 2010 y 2020 –2011, 2017 y 2018– el balance de emisiones de carbono en la zona amazónica como un todo fue neutro o negativo, es decir, hubo en promedio más absorción que emisiones. En 2010, las emisiones aumentaron a pesar de que la deforestación se había reducido respecto al año anterior, pero hubo otro El Niño. En 2011 y 2018 se produjo el fenómeno La Niña, que tiene el efecto opuesto, las aguas del Pacífico se enfrían y esto provoca más precipitaciones en la Amazonia.
Luciana Gatti, sin embargo, no quedó del todo satisfecha con las explicaciones que disponía sobre el balance de emisiones en la Amazonia. Por más que la deforestación sea una causa directa del aumento de las emisiones de carbono, le intrigó el hecho de que no exista una relación proporcional entre la deforestación acumulada y estas emisiones. Por ejemplo, una zona que ya había perdido el 27% de su selva nativa emitía ocho veces más que otra que tenía deforestada un 11% –y no casi tres veces más, como permitiría deducir un simple cálculo matemático–. Fue cuando surgió la investigación que le proporcionó su “principal aprendizaje”, en el sentido de entender que la selva que queda está siendo modificada por la deforestación.
Al analizar los datos mensuales de las lluvias y temperaturas durante 40 años para cada una de las cuatro zonas cubiertas por las recolecciones de muestras del laboratorio, descubrió que en las áreas más deforestadas se había producido una mayor reducción de las precipitaciones y un aumento de la temperatura, especialmente en la estación seca. En la Amazonia se produce esta estación cuando la selva recibe menos vapor de agua del océano y la formación de la lluvia depende más del proceso de transpiración de los árboles o de la evaporación de los ríos. En las áreas más deforestadas, hay menos árboles para compensar esta pérdida de lluvia.
Una estación seca más calurosa con menos precipitaciones “estresa” a la selva, define Gatti. En una selva estresada mueren más árboles y los que siguen de pie son más inflamables. “La selva amazónica es como un juego de dominó, en el que todo está correlacionado”, afirma la científica. “Cuando se deforesta, no solo se emite carbono, se reduce la lluvia y sube la temperatura, lo que hará que la selva esté más seca. Cuando el ser humano deforesta y prende fuego [en un área que será de pastizales o de cultivo], la selva que no fue deforestada estará seca y el fuego penetrará mucho más”, ejemplifica. “Es este conjunto de escenarios lo que explica las emisiones en la Amazonia”.
El estudio recién publicado en Nature midió el impacto de la deforestación en los dos primeros años del gobierno de Bolsonaro en la temperatura y las precipitaciones. En 2019 no hubo una variación significativa con relación al promedio registrado en los años entre 2010 y 2018. En 2020, sin embargo, se encontró una caída del 12% en la precipitación anual. A diferencia de lo que se verificó en mediciones anteriores, esta caída se concentró en la temporada de lluvias, enero, febrero y marzo tuvieron un 26% menos de lluvia. En los mismos tres meses la temperatura subió 0,6°C. Una precipitación más escasa en la época de lluvias, a su vez, incide en la estación seca, porque se traduce en menos humedad disponible y la selva se prende fuego con más facilidad. “Durante la pandemia estuve sola, estudiando sin parar, y eso fue lo que salió a la luz, esta visión integrada de la destrucción de una selva por brasileños estúpidos, atrasados, que solo conocen el modelo económico de hace 50 años”, se desahoga Gatti.
En el despacho de Luciana Gatti del Inpe, batas y libros dedicados al estudio del cambio climático. Foto: Maíra Erlich/SUMAÚMA
La selva y el mundo
La científica señala que hay que ver los datos desalentadores encontrados en su investigación dentro de un contexto más amplio. Aunque pase por una presión cada vez más grande, la vegetación amazónica, que representa cerca del 50% de las selvas tropicales del mundo, todavía actúa como reguladora del clima. Lo hace absorbiendo carbono, en la fotosíntesis, y mediante la llamada “evapotranspiración”, que libera agua al aire en forma de vapor. Este vapor es responsable del 50% de la recirculación del agua en la misma Amazonia y todavía produce lluvia en las zonas del Centro-Oeste, Sudeste y Sur de Brasil, hacia donde es transportado por los vientos, fenómeno que se hizo conocido como “ríos voladores”.
Si la atmósfera del planeta no hubiera sido alterada por las actividades humanas, el balance de carbono de la selva amazónica sería neutro, explica Luciana Gatti. “Es una selva madura, y en una selva madura hay un equilibrio entre emisiones y absorciones”, dice, recordando que la vegetación también emite CO2 a través de la respiración y cuando está en descomposición. “Pero, como la atmósfera está súper enriquecida con dióxido de carbono, esto estimula a que la naturaleza haga más fotosíntesis. Esta absorción de carbono no es natural, es un desequilibrio provocado por nosotros mismos”.
Gatti cita cifras del Proyecto Global de Carbono, una iniciativa científica internacional que calcula el Presupuesto Global de Carbono. Según este cálculo, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera aumentó de 277 partes por millón a mediados del siglo XVIII, en la era preindustrial, a 417 partes por millón en 2022. Y es lo que está provocando el aumento de la temperatura media del planeta y los eventos climáticos extremos que este aumento conlleva, como las sequías prolongadas y las tempestades atípicas. En estas circunstancias, la selva amazónica y otros ecosistemas brasileños, como el Pantanal, actúan como un “tapón climático” para el país, dice Gatti. Cuando evaporan agua, enfrían la atmósfera.
En la última década se emitieron en el mundo un promedio de 35.000 millones de toneladas de carbono al año por el uso de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural) y 5.000 millones de toneladas por cambios en el uso de la tierra, como la deforestación. Del total de 40.000 millones, según el Presupuesto Global de Carbono, 19.000 millones quedaron en la atmósfera, otros 11.000 millones fueron absorbidos por las selvas y 10.000 millones por los océanos, a través del fitoplancton, formado por organismos como las algas, por ejemplo, que también hacen fotosíntesis. “Si la misma naturaleza no estuviera transformándose para compensar el daño que estamos haciendo, nuestra situación sería mucho peor”, afirma la científica. “¿Pero hasta cuándo logrará la naturaleza hacer este trabajo de limpiar nuestra mugre?”
El estudio publicado en Nature busca una conclusión que no sea pesimista sobre el futuro de la selva amazónica. Enumera políticas que llevaron a la reducción continua de la deforestación entre 2004 y 2012, como el primer Plan de Acción para la Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonia Legal (PPCDam), lanzado en 2004, y la implementación ese mismo año de Deter, un sistema de monitoreo satelital que permite detectar la deforestación casi en tiempo real. Asimismo, enumera las iniciativas que socavaron la vigilancia, como el Código Forestal de 2012, que otorgó amnistía al 58% de la deforestación ilegal que se produjo hasta 2008 y les dio 20 años de plazo a los propietarios para regularizar su situación. Todavía en 2018, en el gobierno de Michel Temer, Ibama les retiró la autonomía a los agentes en campo para destruir equipos utilizados para destruir la selva.
Comparando los períodos de 2010 a 2014 y de 2016 a 2020, el estudio muestra que, en este último período, cuando el ritmo de deforestación volvió a aumentar, las emisiones en la Amazonia crecieron un 50% y las emisiones específicamente por incendios aumentaron un 16%. Por otro lado, la absorción de carbono se redujo en un 31%. Esto indica, afirma el artículo, que las políticas públicas son importantes para prevenir la deforestación, la degradación forestal y el fuego. Según las cuentas de Luciana Gatti, el fin de las quemas y de la deforestación dejaría la selva en condiciones de compensar, una vez más, el dióxido de carbono arrojado a la atmósfera por las actividades humanas.
La científica ya se dedica a una nueva investigación, que cuenta entre sus aliados con el Carnegie Science, de Estados Unidos. Joseph Berry, un científico veterano del instituto estadounidense, descubrió que el compuesto conocido como COS ––el sulfuro de carbonilo formado por 1 átomo de carbono, 1 de oxígeno y 1 de azufre–, funciona como un “trazador de fotosíntesis”. La planta no ve la diferencia entre el COS, que se produce de forma natural en la atmósfera, y el dióxido de carbono (CO2). Por lo tanto, absorbe los dos cuando se alimenta. Sin embargo, cuando respira solo produce CO2 y, por lo tanto, no devuelve el COS a la atmósfera. “La reducción del COS en las muestras de aire es proporcional a la fotosíntesis”, explica Gatti. En otras palabras, reducir la presencia de COS en el aire puede dar una medida más precisa de la cantidad de CO2 que la vegetación absorbió al alimentarse. “Por fin podremos decir si la selva estresada por la deforestación, por el aumento de la temperatura, está absorbiendo menos carbono que la selva más preservada”, anticipa entusiasmada.
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Diane Whitty
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página: Érica Saboya
La científica en su lugar de trabajo: «Por fin podremos saber si la selva está estresada por la deforestación». Foto: Maíra Erlich/SUMAÚMA