Periodismo desde el centro del mundo

Incendio de 2022 en la región amazónica conocida como Amacro, donde confluyen los estados de Amazonas, Acre y Rondonia y forman una especie de «frontera de la deforestación». Foto: Nilmar Lage/Greenpeace

Desde el manifiesto de SUMAÚMA, cuando lanzamos la plataforma en septiembre de 2022, hemos afirmado que contamos la selva desde dentro. También contamos que hacemos periodismo en tiempos de guerra, la mayor en la trayectoria de nuestra especie, una guerra contra la naturaleza que comenzó hace al menos 200 años con la revolución industrial a base de combustibles fósiles (carbón, luego petróleo, gas, etc.) y que nos ha llevado al actual colapso climático, que ahora avanza rápidamente. Estamos aquí, en el Medio Xingú, en primera línea. Sabemos y sentimos que a la gente de la parte baja del mapa en Brasil, en el centro-sur, no le gusta escuchar. Sabemos que el público promedio de otras regiones del planeta al que llegamos con nuestra plataforma trilingüe también prefiere no escuchar. También sabemos que una parte de los que apoyan nuestro trabajo escuchan, entienden, pero no en toda su dimensión. Nos hemos esforzado por contar lo que está ocurriendo con profundidad, con precisión, con seriedad, en portugués, inglés y español. A veces hacemos todo eso y, además, gritamos. Pero la mayoría, incluso los que dicen que escuchan, no lo hacen. Porque escuchar es actuar: la palabra que actúa de los Guaraní Kayowá. Necesito decirles que, este inicio de verano amazónico, mientras espero que lleguen los incendios criminales, me siento casi impotente para hacer que nos escuchen. El casi es importante, el casi es la posibilidad que nos mueve.

No tenemos tiempo para discursos inspiradores. Creo que nuestros lectores son personas adultas, tengan la edad que tengan, y deberían ser capaces de afrontar una amenaza que va desde una peor calidad de vida en el planeta (punto en el que ya nos encontramos) hasta el riesgo de extinción. Aquí, sobre el terreno, las cosas están muy peligrosas. Mientras les escribo, un líder indígena amenazado de muerte ha cometido su tercer intento de suicidio. Lo que los grileiros (ladrones de tierras públicas que suelen convertirse en alcaldes, diputados, a veces senadores) no consiguieron —matarlo— lo pueden conseguir ahora obligándolo a refugiarse lejos de todo lo que conoce, de su familia y de la lucha que da sentido a la vida. Muchos de los que luchan por la Amazonia están sufriendo todo tipo de acoso: filman la puerta de casa, sufren campañas de mentiras en las redes sociales, los persiguen desconocidos en autos con vidrios oscuros.

Me repito constantemente que estamos en guerra, pero me doy cuenta de que, en realidad, la mayoría prefiere creer, por su propio bienestar, que hago un discurso político o meramente retórico. Sí, es político, pero solo es político —al menos lo que yo entiendo por política y que pasa muy lejos de lo que se hace en el brutal Congreso brasileño— porque está anclado en la verdad de los días. La guerra ya ha llegado al centro-sur de Brasil, ya está en todas partes, y hace mucho. ¿Cuántos fenómenos extremos harán falta, cuántas casas tendrán que arrastrar las lluvias torrenciales, cuántas sequías tendrán que arrasar con todo lo viviente, para que lo entiendan? Quizás todas: es de lo que me estoy empezando a dar cuenta. La gente ve que su vida se encoge a su alrededor, se recluye, pero sigue prefiriendo aferrarse a la ilusión antes que luchar por la vida como adultos.

Hace años me asombraba que la mayoría de la especie parecía haber perdido por completo su instinto de supervivencia, algo que veo a diario aquí en la selva en todas las demás especies. Acabamos de ver que el virus de la covid-19, en su empeño por sobrevivir, ha matado a millones de humanas y humanos. Y esto lo veremos cada vez más. Hasta los organismos más primarios tienen instinto de supervivencia. Pero el capitalismo ha destruido el instinto de supervivencia de los humanos, ha transformado a generaciones en individuos que creen vivir para su ombligo y su supuesta libertad, cuando no son más que consumidores pasivos de todas las mercancías ordinarias que engullen junto con el planeta, destruido para producirlas. La mayoría de los que se miren con cierta verdad se darán cuenta de que también creen que algo los salvará a ellos y a sus hijos, ya sea la tecnología, la inteligencia artificial, la posibilidad de establecerse en otro planeta o algún tipo de fuerza superior.

Pero no. Es lo que el periodismo de SUMAÚMA demuestra semana tras semana. O luchamos o luchamos. No hay opción del medio.

Cientos de indígenas siguieron el juicio sobre el hito temporal desde el exterior del Supremo Tribunal Federal, en Brasilia. El magistrado André Mendonça pidió analizar los autos y la votación quedó paralizada por un plazo de hasta 90 días. Foto: Joedson Alves/Agência Brasil

El Congreso está gobernando Brasil y puede acelerar la destrucción del planeta a un nivel sin precedentes si no hay movilización, como muestra el reportaje de Rafael Moro Martins en esta edición. En la Amazonia hay un proyecto agromilitar bien organizado que avanza rápidamente para tomar el poder en 2026. Muchos líderes indígenas están más amenazados hoy, en el gobierno de Lula, que en el gobierno de Bolsonaro, porque la extrema derecha que comanda las ciudades amazónicas ha reaccionado y no quiere perder territorio, en todos los sentidos. Mientras tanto, los medios de comunicación corporativos celebran que el riesgo país haya disminuido y los influenciadores del «mercado» aprueban las medidas económicas… la misma letanía de siempre, la que nos ha llevado al abismo. La deforestación del Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático, de Marina Silva, y del Ministerio de los Pueblos Indígenas, de Sonia Guajajara, ocupa mucho menos espacio en la prensa y en las mentalidades, como si no fuera una cuestión de economía y supervivencia. Como si no estuviera ocurriendo lo que está ocurriendo. Como escribí en el editorial anterior, la gobernabilidad tiene las manos manchadas de sangre.

El compromiso de SUMAÚMA es con el periodismo: respetar los hechos, tener el valor de contarlos y hacerlo desde la primera línea de la guerra que se libra contra la naturaleza, del lado de los pueblos-naturaleza. Les tengo el suficiente respeto a ustedes como para decirles: es duro, muy duro, y va a empeorar. Espero que sepan cuánto les cuesta a los que están en primera línea hacer cada reportaje de SUMAÚMA. Espero que se comprometan con la vida de quienes luchan —por desgracia— en inferioridad numérica, con mucho menos poder y recursos que los depredadores de la Amazonia, del planeta, de la vida de todos ustedes.

Les escribo mirando una palmera muy alta. Me gusta mirarla porque está habitada por muchas especies diferentes, es en sí misma un planeta con varios planetas en su interior. Y un día llegará alguien —y lo veo casi todas las semanas, cuando no es todos los días— y la derribará, a ella y a todos sus planetas, millones de vidas muertas en un segundo. Parpadeas y millones desaparecen. Para comprender qué amenaza a cada árbol —y hay mucho, mucho más que árboles en la selva— tendríamos que entender que en cualquier momento un meteorito podría chocar con la Tierra y acabar con todo lo que conocemos, y que los meteoritos son acontecimientos diarios. Y una y otra vez, siempre sometidos a millones de meteoritos cada año en el tiempo arbitrario de los humanos.

Hoy, las personas afectadas por fenómenos extremos —provocados por la crisis climática que ha provocado una minoría dominante de seres humanos (las grandes empresas transnacionales, los gobiernos y parlamentos financiados por ellas, los multimillonarios que las controlan y quienes están a su servicio)— pueden hacerse una idea de lo que viven las criaturas de la selva. En un segundo, la casa se te cae encima o queda bajo el agua. En un segundo, todo acaba. Solo este año lo hemos visto en el litoral norte de São Paulo, en Acre, Bahía, en Santa Catarina y Río Grande del Sur. Y estamos hablando solo de Brasil. Si habláramos del planeta, este texto se convertiría en un libro. Y solo estamos en junio.

Miro la palmera y a todas las palmeras vecinas, mis vecinas, que llevan viviendo aquí mucho, pero mucho más tiempo que yo. Y espero el holocausto, porque llegará en forma de incendio criminal, como ocurre año tras año. Quiero repetir que el mundo que se acaba aquí acaba con el mundo de allí. Pero tengo pocas esperanzas de que me escuchen de verdad, más allá de una conversación compungida. Seguiremos luchando, aunque tengamos que arrancar la alegría de las cenizas. Pero no se engañen, nos están masacrando.

Eliane Brum
Sembradora de SUMAÚMA


Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson

Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo Albarenga
Montaje de página: Érica Saboya

Amanecer sobre el río Arinos, en el estado de Mato Grosso. «Pero que nadie se engañe, nos están masacrando». Foto: Pablo Albarenga

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