El próximo domingo, 25 de febrero, Jair Bolsonaro intentará hacer una demostración de fuerza convocando a sus seguidoras y seguidores a un acto de apoyo en São Paulo, la mayor ciudad de Brasil. Desde el pasado día 8, cuando la operación Tempus Veritatis (Tiempo de la Verdad) de la Policía Federal comenzó a detallar cómo el expresidente, algunos militares de alto rango y un grupo de civiles planearon un golpe de Estado para perpetuar al extremista de derecha en el poder, Bolsonaro sabe que, por primera vez en su largo historial de impunidad, tiene muchas probabilidades de que lo encarcele la justicia ordinaria. Así que se presenta como perseguido, víctima de la arbitrariedad, y apuesta todas sus fichas al acto en la Avenida Paulista para demostrar que una parte de Brasil sigue siendo suya. Pero mucho más que el individuo Bolsonaro, lo que se exhibirá será el tamaño y el vigor de la base bolsonarista, que ya está en disputa.
Antes de seguir adelante, cabe decir que en Brasil no hay, ni de lejos, «normalidad democrática». Que gobernadores, parlamentarios e incluso el alcalde de la ciudad anuncien sin ningún pudor que estarán en la concentración junto a un hombre sospechoso de planear un golpe de Estado es solo una prueba de que la democracia en Brasil necesita garantizarse todos los días, porque se socava a cada instante. El momento que vivimos en Brasil es tenso, y esta tensión no terminará con el posible encarcelamiento de Bolsonaro.
Aun así, si el intento de golpe de Estado se revela por completo y Bolsonaro y los mandos militares son juzgados y condenados por atentar contra la Constitución, eso representará un punto de inflexión. El Brasil actual es en gran medida el resultado de la amnistía que se concedió a los agentes de Estado que secuestraron, torturaron y ejecutaron en la dictadura militar-empresarial que duró 21 años, de 1964 a 1985. Hay límites que no se pueden cruzar. Y la democracia brasileña los cruzó cuando todavía se estaba gestando, al permitir que una persona torturada pudiera encontrarse a su torturador en el ascensor o en la cola del supermercado. O en la puerta del colegio donde recoge a su hijo, como ya ha ocurrido.
Jair Bolsonaro es la criatura que encarna esta democracia que entregó su alma para existir. El capitán que abandonó el Ejército tras ser juzgado por la justicia militar —y vergonzosamente absuelto— después de planear el acto terrorista de hacer estallar bombas en cuarteles como medida de presión para conseguir un aumento de sueldo, se pasó décadas siendo parlamentario sin pagar nunca por sucesivas manifestaciones de incitación a la tortura y a la ejecución, de defensa de la dictadura, comentarios racistas, declaraciones de misoginia y expresiones homófobas. Bolsonaro es hijo de la impunidad. Tanto como los militares de alto rango que planearon el golpe con él. Que por fin se detenga a Bolsonaro por sus actos criminales y por fin se responsabilice a generales y tenientes coroneles por atentar contra el Estado de derecho es un comienzo. Tardío, tímido, pero, aun así, un comienzo para nuestra pluscuamimperfecta democracia.
Pero pocos de los que prometieron subirse al camión con Bolsonaro el domingo, organizado con entusiasmo por el pastor de mercado Silas Malafaia, estarán allí por Bolsonaro. La mayoría está en busca de una base que Bolsonaro aún controla. Los «mitos», verdaderos o falsos, como Bolsonaro, se erigen en mitología de internet tan rápido como se cancelan o se olvidan. Bolsonaro y su clan familiar han sido muy hábiles para mantener vivo al «mito». En parte, porque aún no ha aparecido nadie capaz de sustituir a Bolsonaro. Ya no basta con defender las mismas banderas, hay que encarnarlas, cosa que Bolsonaro hace magistralmente.
Hay varios políticos «tradicionales» zumbando como moscas alrededor de Bolsonaro, todos tratando de sacar tajada, pero les falta el biotipo, el conjunto de características que horroriza a quienes están conectados con los derechos humanos y socioambientales y las luchas identitarias, pero con el que se identifica una parte significativa de brasileñas y, especialmente, de brasileños, que se reconocen en este espejo y ya no tienen que sentirse mal con su propia imagen. Bolsonaro, igual que otros como él en el mundo, ha roto tantos límites de civismo sin responsabilizarse que ha hecho el trabajo de absolver a todos los demás, con la ventaja añadida de poder anunciarse como «ciudadano de bien», llamar «verdad» a la mentira y apropiarse de símbolos nacionales como la bandera y la camiseta amarilla.
Para sustituirlo, el candidato tiene que encarnar todo esto, y está claro que los políticos de derechas disponibles no entusiasman a los votantes, como demostraron las elecciones de 2022. Ya no basta con dominar la prensa de su estado, como han hecho —y siguen haciendo— muchas de las oligarquías políticas brasileñas y sus herederos, sino que tiene que saber moverse e infiltrarse en redes sociales y aplicaciones como WhatsApp. Y para eso hace falta ser un personaje, o un avatar que pueda ser reconocido como «auténtico».
Bolsonaro entendió bien el papel que desempeña la Amazonia en un mundo en colapso climático. Y entendió cómo manipular la inseguridad de la gente en un momento en que el sobrecalentamiento global provoca fenómenos extremos capaces de, literalmente, hundir el suelo bajo los pies de una población que ya se siente indefensa por cambios que no comprende. A pesar de «negar» hábilmente la crisis climática, Bolsonaro, al igual que Donald Trump, se beneficia en gran medida de la inseguridad amplificada por un planeta en mutación.
Trío del Horror: una manifestante de derechas en Brasilia sostiene un cartel en el que Jair Bolsonaro aparece flanqueado por el presidente de Argentina, Javier Milei (izquierda), y Donald Trump, expresidente de Estados Unidos. Foto: Jardiel Carvalho/Folhapress
Y también por una sociedad en mutación: la «medalla de las tres íes», que ha pedido a algunos seguidores que lleven el próximo domingo, dialoga con la inseguridad de una gran parte de los hombres que se sienten perjudicados o amenazados por el avance de los derechos de las mujeres y del colectivo LGBTQIAPN+, que a partir de la segunda década de este siglo han ocupado espacios inéditos en Brasil y han empezado a disputar el lenguaje.
Alrededor de una foto de Bolsonaro en la que señala con el dedo están grabadas las tres palabras con i que, según él, le caracterizan: «inmorible, indesempalmable, inenculable». Para alguien que se presenta como defensor de la moral y las buenas costumbres, Bolsonaro tiene fijación con la sexualidad, que quiere controlar a toda costa, y habla de culos y pingas siempre que puede. Típico. Lo que entra o no entra en el culo, así como la pinga que nunca queda flácida, son temas recurrentes, acompañados de risitas de colegial. Presenta su frágil masculinidad como fortaleza ante aquellos hombres que se sienten amenazados por los cambios. En un mundo en mutación cultural y climática, Bolsonaro, al igual que Trump, vende el regreso a una estabilidad que nunca existió realmente —ya que siempre fue solo para unos pocos— y a unos roles sociales fijos: vende una ilusión de control e inmutabilidad, una mercancía valiosa en estos tiempos desafiantes.
No es casualidad que su principal proyecto de poder, cuando asumió la presidencia en 2019, fuera convertir las áreas públicas de la Amazonia, muchas ocupadas por pueblos indígenas, en tierras privadas destinadas a la explotación de minerales, soja, bueyes o simplemente a la especulación inmobiliaria. Partidario de la ideología de la dictadura militar para la Amazonia, Bolsonaro siempre ha visto la selva como un cuerpo que violar, que para él es femenino, que se puede usar y vaciar. ¿Quién no recuerda la emblemática frase de Bolsonaro en su primer año de gobierno?: «[La selva] es la virgen que todos los pervertidos de fuera quieren». De esta estirpe es su supuesto nacionalismo: que el «derecho» a violar sea solo de los brasileños.
Ahora que Bolsonaro se ha vuelto inelegible por ocho años y posiblemente será encarcelado, ¿quién puede encarnar este lugar y representar a una parte de la población que ha probado el sabor de sentirse representada en sus inseguridades, miedos y brutalidades y no está dispuesta a perder la comodidad de sentirse legitimada?
Se pueden ver algunos personajes estrafalarios de la historia reciente, como el profesor de Derecho de la Universidad de Harvard Mangabeira Unger, exministro de Asuntos Estratégicos durante el segundo mandato de Lula, intentando volver al juego dando saltos retóricos triples para defender que, por el bien de Brasil, Bolsonaro no debería ir a prisión. Fue a Mangabeira Unger a quien, en 2008, Lula entregó el Consejo Gestor del Plan Amazonia Sostenible.
Pero entre los varios candidatos que pueden heredar la base de Bolsonaro, quizá el que más debería llamar la atención es Aldo Rebelo. Sobre las andanzas de este personaje, con sombrero panamá y voz suave, escribió SUMAÚMA a principios de 2023, cuando el político convirtió Altamira en su base durante algunos meses. Desde la ciudad que es uno de los epicentros de la destrucción de la selva, Rebelo peregrinó por los estados de la Amazonia Legal promoviendo su «proyecto agromilitar». Como bien contó la reportera especial Claudia Antunes, tejió alianzas con notables ladrones de tierras públicas locales y defendió a los mineros ilegales con entusiasmo. En aquella época, a veces dejaba la región norte para reunirse con militares de alto rango o para hablar en sus clubes del sureste de Brasil.
Desde que era parlamentario, Rebelo ha predicado un nacionalismo tosco y cabe recordar que llegó a presentar un proyecto de ley para prohibir el uso de extranjerismos. En su reciente cruzada amazónica, planteó su nacionalismo en términos que eran música para sus ávidos oyentes: como Bolsonaro, atacó a las organizaciones no gubernamentales extranjeras —o financiadas por fundaciones internacionales— que trabajan en la Amazonia para proteger las tierras indígenas y las poblaciones tradicionales de la selva.
Al igual que Bolsonaro, Rebelo utiliza un supuesto nacionalismo para legitimar los intereses de quienes quieren borrar de la selva a quienes impiden su destrucción. Sobre Rebelo, Silvério Fernandes, cuya poderosa familia se disputa miles de hectáreas de tierras públicas en la región de Altamira, dijo el año pasado: «En los últimos meses he conocido a una persona cuyo posicionamiento es de admirar: el exministro Aldo Rebelo. Tenía que estar en nuestro equipo, Zequinha [Marinho, senador por el partido Podemos], porque es un verdadero amazónico. Le admiro a pesar de que, en tiempos pasados, militaba en un partido totalmente de izquierdas, pero su pensamiento no coincide con el partido en el que estaba».
Este curioso personaje ha ocupado la portada de los diarios de São Paulo esta semana al asumir la Secretaría de Relaciones Internacionales de la municipalidad de São Paulo, con el apoyo de Jair Bolsonaro y contrariando al Partido Democrático Laborista, el suyo. Según el periódico Folha de S. Paulo, la idea de invitar a Rebelo surgió del exministro de Relaciones Exteriores Aloysio Nunes, del Partido de la Social Democracia Brasileña, y la ejecutaron el presidente del Movimiento Democrático Brasileño, Baleia Rossi, y el expresidente del país Michel Temer, del mismo partido. Rebelo ya ha anunciado que creará un foro en São Paulo para debatir la COP30. La primera cumbre del clima que se celebrará en la Amazonia tendrá lugar en 2025 en Belém, capital de Pará, estado controlado por la oligarquía política de los Barbalho.
Avanzando casillas: Aldo Rebelo (a la derecha) es investido secretario en São Paulo, en presencia (a la izquierda) del expresidente Michel Temer, el alcalde de São Paulo, Ricardo Nunes, y el presidente nacional del Partido Social Democrático, Gilberto Kassab. Foto: Danilo Verpa/Folhapress
Aldo Rebelo ya había declarado públicamente: «Atribuir un intento de golpe de Estado a esa panda de gamberros es desmoralizar la institución del golpe de Estado», dijo al periódico digital Poder 360 sobre la intentona golpista del 8 de enero de 2023, cuando miles de bolsonaristas invadieron y saquearon la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia, imitando el episodio de la invasión del Capitolio por partidarios de Donald Trump en 2021. Tras el inicio de la operación de la Policía Federal, Bolsonaro reprodujo un vídeo en su cuenta de Twitter en el que Rebelo vuelve a intentar ridiculizar la investigación, defendiendo categóricamente que no hubo ningún intento de golpe.
La historia de este excomunista que fue ministro de Lula y Dilma Rousseff, incluso en la cartera de Defensa, donde consolidó su buena relación con los militares, y se ha convertido en aliado de la derecha con un proyecto agromilitar presentado en una cruzada por la Amazonia es una de esas realidades que actualizan la antológica frase del compositor Tom Jobim: «Brasil no es para principiantes».
Rebelo es el personaje que más se parece a Bolsonaro en el Brasil actual. Pero, todo hay que decirlo, también es más inteligente, frío y estratégico. Y llega tanto a derecha como a la izquierda, cosa que Bolsonaro nunca consiguió. No hay más que ver las veces que aparece su nombre en el portal de noticias Brasil 247, vinculado al Partido de los Trabajadores. Hace una semana, el 15 de febrero, por ejemplo, la página publicó la siguiente noticia: «Las ONG «constituyen ya un verdadero Estado paralelo», afirma Aldo Rebelo».
Para muchos sectores, su ascenso es totalmente imposible, pero también pocos creían que Bolsonaro, conocido como el bufón políticamente incorrecto del Congreso, pudiera ser presidente algún día.
Independientemente de lo que ocurra el domingo, hay que prestar atención a los candidatos, la mayoría no declarados, a heredar la base de Bolsonaro —con su bendición, por supuesto—. Los políticos experimentados saben que quien asume que está en el juego demasiado pronto corre el riesgo de que lo frían: siempre hay que moverse, pero sin hacer demasiado alarde. El discurso de minimizar el golpe es un indicador más importante que el hecho de estar o no sobre el camión con el golpista. Los que lo hacen saben que fue un golpe y saben que es poco probable que Bolsonaro se libre de ser considerado responsable. Pero hay que complacerlo porque, sí, Bolsonaro sigue controlando la base. Y, guste o no, su tamaño es considerable en todo el país. En la Amazonia, domina.
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página y finalización: Érica Saboya
Editoras: Viviane Zandonadi (flujo y estilo) y Talita Bedinelli (coordinación)
Dirección: Eliane Brum
La primera víctima: ejemplar de la Constitución quemado por bolsonaristas durante el intento de golpe de Estado del 8 de enero de 2023. Foto: Gabriela Biló/Folhapress