Periodismo desde el centro del mundo

El sol se pone tras los árboles quemados de la selva amazónica, al sur de Porto Velho. Agosto de 2019. Foto: CARL DE SOUZA/AFP

«Dos años para salvar el mundo». Dos años. Dos.

No es una advertencia de SUMAÚMA, ni de un líder indígena, ni de una ONG ecologista, ni de un político verde, ni de un científico del clima. Es el título del discurso que pronunció la semana pasada el secretario ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Simon Stiell.

Siendo lo que podríamos llamar un ministro planetario del clima, Stiell no da la voz de alarma sin una buena razón. Tiene a su disposición la mejor ciencia, décadas de estudios y planes y las computadoras más potentes del mundo para hacer proyecciones sobre cuánto se calentará la Tierra en los próximos años. Habrá asistido a todas las grandes conferencias y hablado con altos dirigentes de muchos países.

Y, por todo ello, sabrá que el calentamiento global ha entrado en una fase muy peligrosa. El mes pasado fue el marzo más caluroso desde el período preindustrial. Le anteceden los meses de febrero, enero, diciembre, noviembre, octubre, septiembre, agosto, julio y junio más calurosos. Diez meses consecutivos de récord.

Y estos no se han superado por poco, sino que se han pulverizado, con aumentos en la temperatura media planetaria de hasta 0,2 grados centígrados, una brecha enorme para un clima habitualmente lento y estable. El panorama es aún más dramático para los océanos del mundo, que son el mayor absorbente de calor del globo. Estas grandes masas de agua han batido récords de calor todos los días de los últimos doce meses.

Estas tendencias han confundido a muchos científicos. Saben que la causa principal son las emisiones humanas (procedentes de la quema de árboles, petróleo, gas y carbón) y saben que El Niño amplifica este fenómeno, pero, aun así, la velocidad del aumento ha sido sorprendente.

Decenas de delfines rosados, de agua dulce, murieron durante la sequía del año pasado en la región del río Tefé, en el interior del estado de Amazonas. Foto: André Zumak/Instituto Mamirauá

Gavin Schmidt, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA —uno de los principales institutos de análisis climático del mundo—, afirmó que las últimas tendencias eran humillantes y preocupantes. «Si la anomalía no se estabiliza en agosto —una expectativa razonable basada en anteriores episodios de El Niño—, el mundo se encontrará en territorio desconocido. Eso podría significar que el planeta, que aún se va a calentar más, ya está alterando sustancialmente el funcionamiento del sistema climático, mucho antes de lo que los científicos habían previsto».

Todo no terminará de repente en 2026. El peligro es más un declive pronunciado que un repentino precipicio hacia el abismo. Pero si, como especie, no actuamos antes con decisión para erradicar la deforestación y la quema de combustibles fósiles, podemos despedirnos de cualquier posibilidad de limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados. Cada retraso aumenta la probabilidad de que se alcancen niveles de calentamiento realmente aterradores —por encima de los 3 grados— a finales de siglo.

La selva amazónica y su gente (humana y más-que-humana) ya están sintiendo el calor, como mostramos en esta edición.

Izquierda: Zona devastada por el fuego cerca de la comunidad de Anzol. Marzo de 2024. Foto: Benjamin Mast/Sumaúma. Derecha: Un tejado sobresale de la superficie de las aguas en Brasiléia, estado de Acre. Febrero de 2024. Foto: Comunicación de la municipalidad de Brasiléia

La periodista Mayra Wapichana ha escrito un potente relato sobre las llamas que devastaron los alrededores de la comunidad de Anzol, en el estado de Roraima, donde los incendios aumentaron un 285% en los cuatro primeros meses de este año, en comparación con el mismo período de 2023. Los brigadistas indígenas lucharon con valentía contra las llamas con mochilas extintoras, motosierras y hoces, pero la falta de agua en una zona azotada por la sequía les dificultó la tarea. Tortugas morrocoy y puercoespines murieron quemados, junto con plantas y frutas autóctonas como el matapalo, la jagua, la guayaba, la copaiba y el nanche. Incluso en lo más profundo de la selva, donde según los ancianos nunca había llegado el fuego, las llamas redujeron la vegetación a cenizas. Los vecinos describieron el terror que sintieron ese día como «el fin del mundo».

Fábio Pontes, editor ejecutivo del periódico Jornal Varadouro, del estado de Acre, relata las consecuencias de una nueva inundación en Brasiléia, una pequeña comunidad a orillas del río Acre, cerca de la frontera con Bolivia. Cuarenta y dos familias de la zona se han quedado sin hogar tras la última lluvia y 420 más quizás tengan que ser realojadas. De hecho, por primera vez en más de 113 años, el gobierno local se está planteando la posibilidad de cambiar de sitio gran parte de la ciudad, porque las catástrofes son cada vez más frecuentes y la crecida del río sigue batiendo récords. La deforestación local masiva es en buena medida responsable de la situación, junto con el empeoramiento de los fenómenos climáticos, provocado por la quema mundial de combustibles fósiles.

Aquí, en Altamira, recordamos la devastadora sequía que afectó a extensas áreas de la Amazonia el año pasado. Nos despertábamos cada mañana con el olor a selva quemada, la sombría visión de una niebla tóxica que asfixiaba el cielo y noticias de delfines rosados que morían de calor y falta de agua, de incendios alrededor de Manaos, del Solimões con el menor caudal de la historia, de bueyes que morían de hambre porque los pastos se habían convertido en desiertos.

¿Puede revertirse todo esto en dos años? Por supuesto que no. Pero eso significa que debemos luchar con más ahínco. Puede que no seamos optimistas, pero somos luchadores. Esperamos que todos ustedes también. Gracias, como siempre, por su solidaridad. Ninguno de nosotros puede afrontar esto solo.

Algunos brigadistas indígenas y del Centro Nacional de Prevención y Lucha contra los Incendios Forestales del Ibama trabajan juntos para abrir cortafuegos


Texto: Jonathan Watts
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al portugués: Denise Bobadilha
Traducción al español: Meritxell Almarza
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Flujo de edición y finalización:
 Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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