La casa de madera se va desmontando poco a poco, lama a lama, teja a teja. Tendrá que reconstruirse lejos del río. El traslado forzoso es la única solución posible para Ana Alice Soares, de 25 años, que vive en el barrio Leonardo Barbosa de la ciudad de Brasiléia, en el estado de Acre, en la frontera de Brasil con Bolivia. Ana Alice es una de las primeras desplazadas ambientales de uno de los municipios más perjudicados por los fenómenos climáticos extremos en la Amazonia. En menos de un año, entre marzo de 2023 y febrero de 2024, su casa se vio afectada dos veces por el desbordamiento del Río Acre.
«No podemos más. A duras penas salimos de una inundación el año pasado y ahora otra vez. Pierdes tus cosas, tus muebles, todo lo que has sudado para conseguir», dice la joven. Por poco la corriente no se lleva su casa. Sus vecinos no tuvieron la misma suerte.
Una ciudad sumergida: el centro de Brasiléia, con las calles tomadas por el desbordamiento del río Acre en febrero. Foto: Gianfranco S. Aguiar/Comunicación de la Municipalidad de Brasiléia
El barrio Leonardo Barbosa, en las afueras de Brasiléia, se encuentra en una curva cerrada del Río Acre, donde el curso del agua forma una letra U. En las crecidas, el agua sube y cubre el extremo abierto de la U, y el barrio se transforma en una isla. El chiste local es que se incorporará a Bolivia, país situado al otro lado del río.
Este año, entre finales de febrero y principios de marzo, la fuerza del río irrumpió en la Rua dos Catraieiros, la principal calle de la comunidad, convirtiéndola también en una isla. La municipalidad utilizó barcas para repartir canastas básicas y agua potable. Cuando las aguas retrocedieron, una obra de emergencia volvió a conectar la comunidad con la ciudad. Según el gobierno local, 42 familias se han quedado sin hogar y no tienen adónde ir.
Ana Alice va a reconstruir su casa en un terreno al lado de donde vive su suegra, Iranira de Melo, en el mismo barrio. Iranira vivía en un cauchal en Bolivia y, desde que se trasladó a la región, sufre con las crecidas: «En 2012 hubo la primera gran inundación. Después, en 2014 y 2015. No pude soportarlo y compré una pequeña parcela en la parte alta, lejos del río».
Ana Alice e Iranira son víctimas de la tragedia social y ambiental que provocan los fenómenos climáticos extremos en esta parte de la Amazonia. Cada año se alternan crecidas y graves sequías, que ponen en peligro la vida de comunidades urbanas, ribereñas, indígenas, rurales y extractivistas al destruir cultivos, ganado y fuentes de agua potable. Según el Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno, que colabora con la Organización Internacional para las Migraciones, de las Naciones Unidas, solo en 2022 se registraron más de 708.000 desplazamientos como consecuencia de catástrofes socioambientales en Brasil. Acontecimientos que convirtieron a personas como Ana Alice y su suegra en desplazados climáticos.
Mudanza forzosa: Ana Alice Soares tendrá que desmontar su casa y reconstruirla más lejos del río
Amenazada, Brasiléia planea cambiar de lugar
Tal vez sea necesario trasladar gran parte de la ciudad. La centenaria Brasiléia, nacida a orillas del Río Acre, no sabe cuántos desbordamientos más podrá soportar. Edificios como el de la municipalidad, los juzgados, organismos estatales y federales quedan sumergidos con cada gran inundación. «No es fácil mover una ciudad de 113 años. Además de la cuestión económica, está la cultural. Son personas que tienen toda su vida en la ribera: negocios, casas», dice la alcaldesa Fernanda Hassem, que calcula que los daños en las infraestructuras urbanas de Brasiléia ascienden a 56 millones de reales (unos 11 millones de dólares).
De los 15 barrios, 12 se vieron afectados, es decir, el 75% del territorio urbano. En total, 420 familias tienen que mudarse. «La propuesta es construir conjuntos residenciales en la parte alta, con viviendas seguras. La municipalidad no quiere acabar con la parte baja de la ciudad, porque forma parte de nuestra historia, pero tenemos que ofrecer opciones a quienes no tienen adónde ir», afirma la alcaldesa.
La población de Brasiléia comenzó a convivir con una rutina de grandes crecidas a partir de 2012, cuando el río alcanzó los 14,55 metros. De algunas casas solo se veía el tejado. Solo se podía ir por el centro en barca o lancha. Las escenas se repitieron en 2023 y 2024. Este año, el Río Acre ha alcanzado los 15,58 metros, tres centímetros más que en 2015, cuando se produjo la mayor crecida del municipio.
INFOGRAFÍA: RODOLFO ALMEIDA/SUMAÚMA
Cuando SUMAÚMA llegó a Brasiléia a finales de marzo, hacía dos semanas que las aguas habían bajado. Algunos camiones cisterna lavaban las calles y aún se olía el barro que había dejado el río fangoso. Muros, paredes y suelos mostraban las marcas del agua. Incluso con el río de nuevo en su cauce, las calles seguían desprendiéndose y se alertaba a la población de posibles derrumbes.
El barrio se transformó en isla: el río Acre destruyó parte de la Rua dos Catraieiros, aislando la zona durante algún tiempo
Brasiléia también tiene otras marcas. Como la de las facciones criminales esparcidas por la región. En lo que queda de la pista polideportiva y la plaza del barrio Leonardo Barbosa, las pintadas de la facción B13 dejan claro quién domina el territorio. En Acre, el grupo está aliado con el Primer Comando de la Capital (PCC), una facción de São Paulo que llegó a la Amazonia para controlar la ruta de las drogas que se producen en los países vecinos.
La proximidad de Brasiléia a la ciudad boliviana de Cobija, capital del departamento de Pando, deja a la población vulnerable a la disputa por el mercado internacional de estupefacientes. Los jóvenes de las periferias son las principales víctimas. Los que no han sido reclutados por los narcotraficantes resisten a una rutina de muchas formas de violencia, como la ausencia del Estado, el miedo impuesto por la delincuencia y los impactos de las inundaciones.
En los márgenes, una esperanza obstinada
En un contexto de privaciones, también hay resistencia y esperanza. Janaína Souza, de 23 años, vive en el barrio Samaúma, bañado por el Río Acre. Su historia es como la de muchas mujeres de la periferia de las ciudades de la Amazonia, siempre en los márgenes: del río y de las posibilidades de movilidad social. «Era el lugar más barato para comprar un terrenito. Dimos una entrada y el resto lo pagamos a plazos. Hay inundaciones, pero es nuestro, no pagamos alquiler», cuenta Janaína. Su marido tiene fuertes dolores de espalda y no puede trabajar. Los únicos ingresos de la pareja proceden del trabajo de Janaína como influencer digital.
Los vídeos de su vida cotidiana en Samaúma, publicados en redes como Kwai, Tik Tok e Instagram, le hacen ganar hasta 600 reales (117 dólares) al mes. Durante la inundación, relató cómo era vivir en un refugio y mostró su casa completamente cubierta por el agua. Así es como consigue vivir, o sobrevivir, como prefiere definirlo.
«Es difícil vivir donde el río se desborda. Siempre tenemos miedo de que pase, porque con la naturaleza nunca se sabe. Hubo [inundaciones] el año pasado y nadie las esperaba este año, porque solían ser cada tres años, cada cinco, y ahora en menos de un año ha habido otra», dice Janaína.
En red: Janaína Souza (de negro) publica relatos sobre las inundaciones; las aguas se llevaron el cuarto de baño de su hermana, Dalvania
Su plan es ahorrar algo de dinero con su trabajo en las redes sociales y mudarse con su familia. «Trato de no ver nunca el lado malo de las cosas. Trato de ver el lado bueno. Tengo que estar agradecida por mi vida, tengo salud». Sus vídeos transmiten alegría, buen humor y serenidad.
‘Era como si no existiéramos’
Después del barrio Leonardo Barbosa está la comunidad Yaminawá 28 de Mayo, la mayor concentración de indígenas en un contexto urbano en la región del Alto Acre, también controlada por la facción criminal B13. Los jóvenes Yaminawá son reclutados para hacer de «soldados» de las facciones.
Se calcula que en toda Brasiléia viven más de 80 familias Yaminawá. En la 28 de Mayo hay 40. La comunidad dispone de agua potable y electricidad. Las calles están sin asfaltar. En muchas casas, la estructura ha quedado comprometida y las marcas del agua se ven en las paredes.
Mientras SUMAÚMA hablaba con el líder de la comunidad, un «informante» pasó en moto para averiguar quiénes estaban allí y qué hacían. Solo se está seguro en presencia de líderes locales.
«El mayor desafío al que nos enfrentamos son los prejuicios, que nunca han dejado de existir. Durante muchos años fuimos invisibles, personas que no existían. Crecí aquí y no teníamos ningún tipo de asistencia. Era como si no existiéramos», dice Marilza da Silva Yaminawá, de 37 años, presidenta de la asociación de vecinos.
«Somos invisibles»: para Marilza Yaminawá, las políticas oficiales olvidan a los indígenas en contextos urbanos
Los Yaminawá son un pueblo en constante movimiento. Están repartidos por casi todo el estado de Acre, en aldeas y ciudades. En el contexto urbano, están «descubiertos», fuera del alcance de las políticas federales, que se centran en los indígenas aldeanos. En las afueras de Brasiléia, se encuentran entre los grupos más vulnerables a las inundaciones.
Resistencia cauchera bajo el agua
Brasiléia es una de las cunas de la resistencia de los caucheros contra la transformación de los cauchales en pastos entre las décadas de 1970 y 1980. El Sindicato de Trabajadores Rurales de Brasiléia fue uno de los primeros de Acre en organizar a los caucheros en la lucha contra los ganaderos del sur y sureste del país que llegaban a la Amazonia alentados por la dictadura militar-empresarial (1964-1985).
Junto a Chico Mendes, Wilson Pinheiro, presidente del sindicato de Brasiléia, fue uno de los líderes más destacados del movimiento. La noche del 21 de julio de 1980, Pinheiro fue asesinado cuando salía de la sede de la organización, víctima de la disputa entre los caucheros y los sicarios contratados por los «nuevos dueños de Acre». Ocho años después, Chico Mendes sería ejecutado en la vecina Xapuri.
La sede del sindicato funciona desde hace cuatro décadas en un edificio de madera en el centro de Brasiléia, con paredes blancas percudidas por el barro del río. En cada gran inundación, el agua sube hasta el techo. En una visita a Brasiléia en marzo, la ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, recordó la historia del lugar: «Me emocioné cuando pasamos por delante del Sindicato de Trabajadores Rurales de Brasiléia, que lleva el nombre de Wilson Pinheiro. Fue asesinado por proteger la selva».
En los últimos 50 años, Brasiléia es uno de los municipios de Acre más afectados por el avance de la deforestación. Entre los más de 230 kilómetros que separan el municipio de la capital, Río Branco, ya no queda selva. Todo son latifundios de granos y ganado. La última zona de selva, bajo presión por la expansión de la agroindustria, es la Reserva Extractivista Chico Mendes, fruto de la resistencia de los caucheros.
Sin techo, sin suelo
La última inundación en Brasiléia dejó a las casas sin tejado. Cuando las aguas bajaron, los dueños regresaron y se encontraron, literalmente, sin techo. En la casa de Antônio Braga Correia, de 56 años, en el centro de la ciudad, solo quedaban las paredes. Su residencia temporal pasó a ser la casa de su hermano: el río no la arrastró, pero le aflojó las tejas. «Mi miedo es que un vendaval se lo lleve todo», dice.
Después de la inundación de 2023, Antônio no esperaba otra tan pronto. «Siempre pensamos que el agua no subirá mucho, pero cuando me di cuenta, ya casi tocaba el techo. No pudimos salvar nada. El colchón se pudrió. Pesaba tanto que lo saqué de casa arrastrándolo con una cuerda».
Los árboles frutales que tenía en patio trasero, como palmeras de azaí y bananos, se murieron. Antônio se quedó prácticamente con lo puesto. Electricista, trabaja por encargo, sin ingresos fijos. «Ahora tengo que trabajar, tener clientes para poder recuperarme».
Lo que quedó: desde arriba, sin el tejado que se llevó el agua, la casa de Antônio Correia es un vacío rodeado de escombros
Las inundaciones de Brasiléia tienen un profundo impacto en la economía local. Vecina de Bolivia, la ciudad prospera gracias al movimiento de brasileños que se dirigen a Cobija para hacer compras, estudiar o recibir tratamiento médico, todo más barato. Brasileños y bolivianos comparten bares y restaurantes, y uno de los más populares es el Renato Gastro Bar, frente al Río Acre. Lleva tres años en funcionamiento y ya se ha inundado dos veces, con agua hasta el techo. El propietario, Renato Oliveira, dice que la «ventaja» de Brasiléia es que la población tiene hasta 72 horas para abandonar su casa, porque las inundaciones empiezan en la cabecera, en la frontera con Perú. «Cuando recibimos la noticia de que el río se ha desbordado en Assis Brasil [en la frontera con Perú y Bolivia], tenemos el tiempo justo para sacarlo todo antes de que el agua llegue aquí», explica.
Sobre el riesgo permanente, casi se disculpa. «Me doy cuenta de que quien está en el lugar equivocado soy yo. Si construí mi casa a orillas del río, es problema mío. Hacemos lo que tenemos que hacer: quitar las cosas, esperar a que el agua suba y baje».
En este subir y bajar de las aguas, para Ana Alice, Antônio, Janaína, Marilza, Renato y tantos otros, vivir en Brasiléia significa buscar la resiliencia necesaria para convivir con el río que lleva allí mucho más que cien años. El Río Acre seguirá su curso, a un ritmo cada vez más imprevisible. Brasiléia intentará adaptarse a los nuevos tiempos de un planeta en colapso.
Aislado: en el centro anegado de Brasiléia, un vecino espera ayuda encima de un tejado. Foto: Comunicación de la Municipalidad de Brasiléia
Este reportaje es una colaboración entre el Jornal Varadouro, plataforma de periodismo de Acre, y SUMAÚMA
Reportaje y texto: Fabio Pontes
Edición: Fernanda da Escóssia
Fotos: Gleilson Miranda
Edición de fotografía: Lela Brandão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Infográficos: Rodolfo Almeida
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum