Periodismo desde el centro del mundo

Deise Alves y Cláudio Esteves reviven los recuerdos de su época de trabajo en el territorio indígena Yanomami. «Poder hablar ahora es un rescate», dice Deise mientras le saltan las lágrimas, represadas durante más de una década. Foto: Brenda Alcântara/Sumaúma

«¡No escupas en el suelo! ¡Aguántate la flema!». Con esos gritos me desperté una mañana de julio de 2001. Que me desperté es una forma de contarlo. Estaba empapada, compartiendo una hamaca empapada con mi compañero de reportaje, el fotógrafo Lilo Clareto. Era mi primera vez en territorio Yanomami, Lilo ya había cubierto la masacre de Haximú en 1993, el único genocidio juzgado por la justicia brasileña. Los gritos eran de la enfermera y los auxiliares de enfermería de Urihi-Salud Yanomami. El sol aún estaba saliendo y tenían que recoger las primeras flemas de los Yanomami para hacerles la prueba de la tuberculosis, una de las muchas enfermedades que les llevaron los no indígenas. Era solo un episodio más de la asistencia sanitaria más espectacular que había visto jamás y que nunca volvería a ver.

Para llegar a ese momento, habíamos viajado primero en helicóptero, luego en avión y después un día en barco por los ríos de la tierra indígena. Cuando llegamos a la aldea, empapados por la lluvia y sin haber podido comer, descubrimos que el grupo se había trasladado al campamento cerca del huerto. Tomamos el barco una vez más y llegamos allí cuando ya era noche cerrada, lo que nunca es prudente en la selva. Con poca yuca para ellos, los Yanomami solo pudieron compartir orugas asadas. Como no había sitio en la maloca y seguía lloviendo, había pocos sitios donde atar las hamacas, así que Lilo y yo tuvimos que compartir una. Hace frío por la noche en las tierras altas y la lluvia lo empeora todo. Nuestra realidad era la misma que la de los profesionales de la salud, con la diferencia de que ellos se pasaron horas recogiendo flemas cuando amaneció. Con la diferencia que nosotros seguimos el trabajo en otras dos aldeas y luego regresamos a Boa Vista, y ellos continuaron. Los agentes de la salud se pasaban meses recorriendo kilómetros para atender y hacer pruebas a los indígenas en sus propias malocas.

Nunca vi nada igual, nada con esa dedicación. No sabía que existía ese tipo de atención médica y recuerdo que me impresionó mucho, tuve la sensación de que por fin se hacía en Brasil algo tan bien hecho. Era la atención médica creada por Deise Alves y Cláudio Esteves, dos jóvenes médicos idealistas que podrían haber estado trabajando en cualquier otro sitio, con muchas más comodidades y mejor pagados, pero optaron por vivir y criar a sus hijas en Boa Vista, capital del estado de Roraima, y, como dice el antropólogo Bruce Albert, revolucionar la salud indígena.

El reportaje especial de este boletín trata de lo que ocurrió después de que Deise y Cláudio crearon el mejor momento de la salud Yanomami desde la invasión de los blancos. Escrito por Malu Delgado, una de las periodistas más experimentadas de su generación, la pieza relata con detalles precisos cómo el Estado destruyó la reputación y la vida de los médicos. Es la historia de una de las mayores injusticias públicas jamás cometidas. Hoy, Deise Alves y Cláudio Esteves llevan en sus cuerpos las secuelas del continuo proceso de destrucción y deben 85 millones de reales (16 millones de dólares) al poder público. Sin dinero para pagar a un abogado, sin el apoyo de sus colegas, se les dejó languidecer y sucumbieron (casi) solos. Se pueden contar con los dedos de una mano los pocos que apoyaron de forma eficaz a estos dos brasileños que deberían ocupar un lugar de honor en la historia de la salud indígena.

Después de dejar el territorio Yanomami y Roraima, solo volví a escribir sobre Urihi cuando comenzó el proceso de destrucción. Hice una denuncia de una página sobre el inicio del desmantelamiento en la revista Época, donde trabajaba. Por aquel entonces, era necesario librar una batalla contra el racismo para conseguir espacio para hablar de los indígenas en la prensa tradicional. Los episodios de editores ejecutivos de distintos medios de comunicación que se burlaban de los indígenas son muy conocidos por mi generación de periodistas, se contaban en las mesas de los bares: «No me vengas a hablar de indios», era una frase que se oía a menudo. O bien: «¿Indios? Mejor no meternos en eso». Estoy seleccionando, hay que reconocerlo, solo los comentarios más elegantes.

Un par de años más tarde, eran más de las 7 p.m. de un día de cierre de edición y estaba resolviendo una duda de revisión en mi artículo cuando vi pasar una página en la que aparecía la palabra «Urihi». Curiosa, fui a husmear. Trataban a Deise y a Cláudio como delincuentes que habían utilizado a los Yanomami para malversar dinero público. Desde 2001 había una ofensiva contra las ONG, especialmente en la Amazonia, porque estorbaban a quienes querían extraer los minerales y la madera de las tierras indígenas. Había problemas en algunas ONG, pero no en la mayoría ni en Urihi. Sin embargo, detectar los problemas y perfeccionar el modelo no era la intención de las comisiones parlamentarias que se crearon para investigar las ONG, como tampoco lo es de la que se está perfilando ahora, liderada por las bases bolsonaristas en el Congreso.

En la época en que Urihi estuvo en el punto de mira, era la segunda ofensiva contra las ONG. Cuando Jair Bolsonaro convirtió a las ONG en enemigas de su proyecto depredador en la Amazonia, solo seguía las mismas pautas que habían adoptado antes diferentes espectros ideológicos. En aquella ocasión, busqué al editor del reportaje y le dije: «Conozco el trabajo de Urihi sobre el terreno, ya he hecho reportajes sobre este tema. Esta articulación es para sacarlos del territorio Yanomami y abrirle el camino a [el senador ruralista] Romero Jucá y su banda». Lo único que conseguí fue que se escuchara a Deise y a Cláudio. Sí, se los destrozó en varios reportajes de la prensa que se dejó llevar por la furia contra las ONG sin ni siquiera escucharlos. Escuchar a «la otra parte» es algo básico en la redacción periodística. O, por lo menos, debería serlo.

Malu Delgado, autora de este reportaje ejemplar, ha dirigido equipos en varios medios de la prensa tradicional, como Folha de S. Paulo, Estadão y Valor Econômico. También fue periodista de la revista Piauí. Nos alegra comunicar a nuestra comunidad que Malu ha asumido el cargo de jefa de redacción y edición de contenidos de SUMAÚMA. Este ha sido su reportaje de estreno. Para poder jalar el hilo de la telaraña burocrática en la que Deise y Cláudio quedaron atrapados, necesitó una enorme dedicación y paciencia. «He tenido tantos encuentros y desencuentros con el periodismo que muchos se han perdido en la memoria. Pero escribir este reportaje sobre la historia de Urihi me hizo temblar. Y cuando el cuerpo tiembla, el alma se inquieta. Organizar hechos y declaraciones sobre la vida de Cláudio y Deise me obligó a poner en diferentes compartimentos reflexiones sobre ética periodística, humanidad, política y Brasil», contó Malu, después de pasarse semanas sumergida en el infierno al que fueron sometidos los médicos.

A Deise Alves y Cláudio Esteves los destruyeron. Aquí contamos su historia. Y en SUMAÚMA creemos en el poder de contar historias. Pero, sin que las personas y las organizaciones se muevan por ellos, los médicos que fueron destruidos porque se atrevieron a enfrentarse a los destructores de la selva con una visión amplia de la salud, que fueron aniquilados porque entendieron que solo hay salud para los Yanomami si hay salud para la selva, siguen teniendo una deuda de 85 millones de reales con el poder público y su propia salud erosionada. Como dicen los más jóvenes, de eso trata.


Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Mark Murray
Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo

LOS MÉDICOS DEISE ALVES Y CLÁUDIO ESTEVES REPASAN SUS RECUERDOS DE CUANDO TRABAJABAN EN EL TERRITORIO INDÍGENA. FOTOS: BRENDA ALCÂNTARA/SUMAÚMA

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