«Sin demarcación no hay democracia». Debemos sumarnos todos, todas, todes al grito del Campamento Tierra Libre de 2023. Cada ciudadano de Brasil, cada ciudadano del planeta. Porque demarcar las tierras de los pueblos originarios es una determinación de la Constitución brasileña que tenía que haberse realizado en un plazo de cinco años a partir de 1988. Porque está demostrado que en las tierras indígenas es donde mejor se conservan la Amazonia y otros biomas. Porque hay que hacer frente a la crisis climática y, como los líderes no se cansan de repetir, los indígenas son el 5% de la población mundial, pero protegen el 80% de la biodiversidad del planeta. Por lo tanto, la demarcación no concierne solo a los pueblos originarios, sino a toda la población humana de la Tierra, a las otras especies y especialmente a las nuevas generaciones, cuya calidad de vida en la única casa que tenemos se ve drásticamente amenazada por la destrucción de la naturaleza.
Vivimos un momento de explosión de potencias de los pueblos originarios representados en el Campamento Tierra Libre, en Brasilia. Pero cada indígena que colorea Brasilia en este momento con su cultura y su lengua puede decirnos lo dramática que es la situación en la selva amazónica, en el Cerrado, en la Caatinga, en la Pampa, en el Pantanal, en lo que queda de la mata atlántica, en cada enclave de naturaleza que resiste en el Brasil que protegen los indígenas, los quilombolas, los ribereños y toda la inmensa variedad de comunidades tradicionales que viven en el territorio en conflicto llamado Brasil.
El pueblo Kuikuro con una pancarta sobre la emergencia climática en una marcha de protesta en la 19ª edición del Campamento Tierra Libre en Brasilia, que tiene como lema «El futuro indígena es hoy. Sin demarcación no hay democracia». Foto: Fernando Martinho/Sumaúma
El ecosistema degradado de los centros de poder en Brasilia también es tenso para sus nuevas ocupantes: Sonia Guajajara, ministra de los Pueblos Indígenas, y Célia Xakriabá, diputada federal. Aunque esta edición del Campamento Tierra Libre tiene lugar durante una gestión presidencial que, de momento, se ha mostrado respetuosa con los pueblos indígenas, también lleva la punta de la flecha afilada: ahora que líderes formadas en la lucha son parte del gobierno —una experiencia inédita en la historia republicana de Brasil— las posiciones se mueven. La celebración del nuevo capítulo ha terminado (o está a punto de terminar) y los líderes empezarán a exigirle resultados a sus representantes, porque la presión sobre los territorios indígenas exige una urgencia que a un gobierno elegido por un frente amplio le está costando dar.
SUMAÚMA hace periodismo desde la Amazonia y desde la perspectiva de sus pueblos, hace periodismo sobre el terreno. Es nuestro deber para con nuestra comunidad de lectores dejar las cosas claras, muy claras. La guerra contra la naturaleza no ha amainado en Brasil con la entrada de Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), en el gobierno. Todo lo contrario, como demuestran las cifras de deforestación. A pesar de todos los esfuerzos de ministras como Marina Silva y Sonia Guajajara, Jair Bolsonaro y su banda destruyeron la estructura del Estado como parte de su política de ocupación del poder. Gobernar en una tierra devastada —en la Amazonia y otros biomas eso es literal— es un desafío inmenso, porque no se puede recuperar rápidamente una estructura material, jurídica y humana. Por otro lado, la crisis climática avanza a toda velocidad por culpa de esta destrucción.
La cuestión, sin embargo, es aún más dramática. Durante el gobierno de extrema derecha, los destructores de la Amazonia repitieron una experiencia de poder solo parecida a la que se vivió durante la dictadura empresarial y militar (1964-1985), cuando se ejecutó a más de 8.000 indígenas, se cortó la selva con carreteras como la Transamazónica y se instaló la corrupción con dinero y tierras públicas. Durante los cuatro años de gobierno de Bolsonaro, la actual generación de grileiros (ladrones de tierras públicas), madereros y dueños de minas ilegales se dio el gusto de hacer lo que quiso, con el apoyo del jefe de la República y a menudo con la maquinaria del Estado a su favor, esta vez en democracia. Esta experiencia no se olvida.
La victoria de Lula fue ajustada. En parte, porque se utilizó la maquinaria del Estado para boicotear los votos al exsindicalista. Pero no solo eso. El bolsonarismo va mucho más allá del propio Jair Bolsonaro y, por más que muchos prefieran negarlo, representa a una parte considerable de Brasil. Lo que representa sigue muy activo. Para quienes viven en la Amazonia, sobre el terreno, el riesgo en estos momentos es mayor que en años anteriores. La base bolsonarista, parte de la cual ya se despega de Bolsonaro y busca otros representantes, está dispuesta a mantener el poder en los cuatro años de gobierno de Lula y ya empieza a moverse para las elecciones de 2026. Son los representantes de esta base los que mandan y ocupan la estructura de poder en la mayoría de los municipios.
Son realidades paralelas, la de enfrentarse a la deforestación y la minería ilegal y la del día a día sobre el terreno. La verdad solo puede encontrarse haciéndolas coincidir. Es lo que pretende SUMAÚMA con su periodismo en profundidad. Tal vez el ejemplo más explícito sean las vistosas operaciones del gobierno en territorio Yanomami y, a la vez, el alcalde de Itaituba, Valmir Climaco, convocando una reunión oficial y pública en el municipio para afirmar: «No es el momento de parar la minería».
Pero hay mucho más. Destaque para el movimiento del excomunista y exministro de los gobiernos del PT, Aldo Rebelo, que se ha mudado (temporalmente o no) a Altamira y ha iniciado una cruzada agromilitar contra la política socioambiental de Lula en los diversos estados de la Amazonia Legal y contra las ONG que ayudan a proteger la selva junto con grupos locales de la región amazónica.
También en las celebraciones existe la amenaza de sangre: Alessandra Korap es una de las seis activistas del planeta que ha recibido este año uno de los premios medioambientales más importantes, pero está amenazada de muerte en Brasil por su lucha contra la minería ilegal que está devastando el territorio Mundurukú, con el agravante de que parte de los indígenas están implicados.
Morzaniel Ɨramari, el primer cineasta Yanomami, acaba de ganar el premio al mejor cortometraje documental brasileño en el festival Es Todo Verdad, con su precioso Mãri hi: El árbol de los sueños. Pero necesita contar la brutal realidad que vivió en el territorio, incluso después de que el gobierno iniciara las operaciones para expulsar a los mineros.
Nuestro periodismo se enfrenta a la complejidad y no elude las contradicciones. Si creen que SUMAÚMA es relevante en la guerra contra la naturaleza que determina nuestro presente y marcará el futuro en este planeta, si creen que nuestro periodismo es importante para el destino de los niños que ya han nacido, ha llegado el momento de que nos apoyen de una forma más efectiva. Formen parte de esta red de cuidado. Necesitamos su donación para seguir existiendo. Su apoyo es también nuestra protección para hacer periodismo en una zona de guerra.
Estas dobles escenas son cotidianas. Y es en el cotidiano donde vivimos. Y es el cotidiano donde se determinará el futuro de las nuevas generaciones.
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Mark Murray. Edición de Diane Whitty
Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo Albarenga