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El Santo Negro mueve a la comunidad arraigada en los quilombos de Gurupá

«Una lluvia de fuegos artificiales, los cangrejos saltaban cerca de la pasarela de madera para ver al santo, y espía la reunión de la Cofradía, unos viejos de cuello y corbata muy engreídos que se increpan con palabras de otro tiempo, sacadas de las malocas muertas, del viejo baúl, de las arcas portuguesas, así se hablan medio guturales, mandamases cariacontecidos esos ancianos de la Cofradía, más protectores del santo que protegidos.»

 

(Pasaje de Ribanceira, de Dalcídio Jurandir)

 

A paso ligero, en la estrecha calle que separa la parroquia de San Antonio de Gurupá del ribazo del Amazonas, una comparsa ataviada con camisas blancas y túnicas rojas se destaca sobre el paisaje. Al frente, van cuatro. Dos llevan banderas al hombro. Entre ellos, un anciano empuña una alabarda, una especie de lanza que apunta al cielo nublado de la ciudad, las cintas de colores que adornan el arma se balancean con el fuerte viento que viene del río, señal de lluvia. Todos los del grupo han asumido el compromiso de proteger la imagen de un santo negro y la tradición tejida en su nombre a través de las generaciones. Forman parte de la Cofradía de la Comparsa del Glorioso San Benito de Gurupá. El único que está en primera línea sin nada en las manos es Luiz de Jesus Portilho, de 70 años, principal líder de la cofradía y representante de la comparsa en la junta de la festividad de San Benito. Una de las más bellas del Bajo Amazonas, esta tradición tiñe de rojo las calles de Gurupá desde hace más de cien años. 

En diciembre, la comparsa de la cofradía suele visitar las casas de los promesantes que en su día pidieron al santo que los ayudara a hacer realidad el sueño de tener una vivienda de propiedad. Para la visita, llevan instrumentos musicales sagrados hechos de cuero y madera. Con tamboriles, raspadores, bastones y milheiros, una especie de sonajeros hechos con el tronco hueco del Guarumo, tocan y cantan sus canciones al ritmo de samba. Ana Lídia Fernandes Veiga, devota del santo e hija de Ribereños de la región, cuenta que sus padres hicieron la promesa hace 17 años. Con la casa de sus sueños construida, pasaron a engrosar la lista de los que recibieron la gracia del santo y, en consecuencia, la alegría y la música de la comparsa. La visita es correspondida con hospitalidad y comida, «un festín», dice Ana Lídia. «Esperamos ansiosos a que llegue la comparsa».

Este gesto de compartir ayuda a que los comparsistas, la mayoría del interior, puedan quedarse durante todos los días de fiesta, además de evocar la naturaleza de San Benito, conocido por servir a los más necesitados. Hijo de esclavizados, Benito nació en San Fratello, Italia, en 1526. En su juventud, en Palermo, Sicilia, ingresó en la Orden Franciscana, donde llevó una vida sencilla, en parte aislada del mundo, dedicándose a la vida espiritual. «A pesar de haber vivido solo durante años, cuando entró en el convento se llevaba bien con la gente, era un hombre que fue cocinero, portero, prior, algo muy significativo para la historia», cuenta el padre Carlos Ébano Costa, que estuvo en una misión en la Diócesis de Xingú, en Altamira. El Santo Negro, canonizado en 1807 por el papa Pío VII, es venerado en muchas partes del mundo. Patrón de los Quilombolas (descendientes de africanos esclavizados que se refugiaron en centros de resistencia), los cocineros y los pobres, también era reconocido por su sabiduría, a pesar de no saber leer ni escribir.

Rodeado de los más jóvenes de la comparsa, cerca de la escalinata de la parroquia, Francisco de Jesus Portilho, conocido como Chico Portilho, descansa en el intervalo entre tamborileos. Es un guardián de los saberes de la festividad, que, además de guardar la memoria, la transmite a los jóvenes y niños a su alrededor. De todo entiende un poco: «Todos los instrumentos los sé tocar: si falta un maestro de ceremonia, yo marco el ritmo, si falta un milheiro, sé agitar el milheiro, si falta alguien que golpea el bastón, lo golpeo yo». Con una tranquilidad ajena al incesante estallido de los fuegos artificiales y al bullicio a su alrededor, ejercita la memoria cuando habla de sus antepasados. Recuerda a un tamborilero conocido como Zé da Liga, Justino, y a otro del Quilombo Jocojó, llamado Pedro Lima. Menciona a los maestros de ceremonias que le enseñaron a dirigir la comparsa: a su abuelo Patrocínio, a Benipombo, a Eduardo y a Otávio. «Todos ya fallecieron», concluye.

Maquetas artesanales materializan las promesas que atiende San Benito de Gurupá

José Iram Muniz, maestro de ceremonia del Quilombo Jocojó que estuvo nueve años en la cofradía, es uno de los 28 comparsistas perpetuos del grupo. Explica que para ser un comparsista perpetuo hay que saberse todos los «viejos cantos», hacer largas jornadas de trabajo y tener un don para cantar y tocar los instrumentos. Los versos que se cantan en la festividad tejen los eventos como un encantamiento que narra y orquesta cada acción y etapa de la fiesta, desde el alba, cuando adornan y levantan el mástil del santo el primer día, hasta la clausura, cuando lo derriban. «Forma parte de nuestra cultura desde el principio, desde que llegaron los negros, los esclavos», dice José Iram.

La Cofradía de la Comparsa de San Benito de Gurupá tiene una jerarquía bien establecida. La coordinan dos mantenedores, las máximas autoridades del grupo, seguidos de sargentos, alféreces, maestros de ceremonia, tamborileros… Robson Wander Costa Lopes, filósofo y doctorando en Historia Social de la Amazonia por la Universidad Federal de Pará, que investiga y sigue las comparsas desde 1992, explica que esos nombres y rangos simbólicos son de naturaleza militar: «por la tradición católica de esas antiguas cofradías, la comparsa es una especie de guardia real de honor, como si el santo fuera el rey de la fiesta».

Una geografía de devociones: así describe Robson Wander su percepción del territorio de Gurupá desde que llegó a la ciudad, el 12 de diciembre de 1992, en plena fiesta de San Benito. En su primera visita a la región, también entró en contacto con comunidades del interior, como Arinoá, Gurupá Mirim, Ribeira, Jocojó y Flexinha. «Me di cuenta de que muchos de los comparsistas que iban a la ciudad para la fiesta de San Benito eran de estas comunidades y también tenían otras devociones, como el Divino Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, Nuestra Señora de Nazaret», cuenta.

Sus estudios sobre el territorio comenzaron mucho antes de pisar esta tierra, leyendo a Charles Wagley y Eduardo Galvão. Los dos antropólogos estuvieron en Gurupá en 1948, en una expedición antropológica, acompañados por el escritor de Pará Dalcídio Jurandir. La curiosidad académica de Robson por estas festividades tiene también un origen afectivo. «Mi abuelo paterno era un músico popular, vinculado a las antiguas fiestas del boi-bumbá. Con él, aprendimos a amar los festivales, el folclore y la música popular». Su dedicación al tema lo llevó a ocupar, años más tarde, tras terminar su maestría, la cátedra patronímica de Eduardo Galvão en el Instituto Histórico y Geográfico de Pará.

Protector, San Benito se representa acunando al Niño Jesús en sus brazos

No existen registros escritos del inicio de la fiesta de San Benito en Gurupá. Los conocimientos espirituales se transmiten oralmente, mediante la práctica de tradiciones y símbolos, como el mástil del santo. Tan querido en la fiesta, representa el origen afroindígena, nacido en la selva, entre caños y arroyos, en una tierra que fue territorio Indígena de la nación Tupinambá, disputada palmo a palmo por holandeses, ingleses y portugueses en la época colonial. Los sonidos, colores y símbolos que emergen de la fiesta de San Benito de Gurupá son elementos de un movimiento de resistencia contra el borrado de los cuerpos y la memoria de los negros e Indígenas que encontraron, agua adentro, la liberación de diversos ciclos de dominación blanca organizándose en comunidades Quilombolas en los alrededores de Gurupá.

Cuando la imagen de San Benito llegó a la iglesia principal de la ciudad, esta ya tenía un patrón, San Antonio de Gurupá. A pesar de llevar décadas conviviendo en la misma casa, no hay rivalidad. «Los dos, gracias a Dios, no se pelean», cuenta Rosivaldo Dutra Gonçalves, de 46 años, educador y asesor de la Pastoral de la Juventud. El Santo Negro se acomodó: su imagen en un hermoso vitral proyecta, al anochecer, luces de colores sobre los fieles sentados a la izquierda de la parroquia. Desde un altar marginal a la derecha del altar mayor, San Benito vio cómo su fiesta se popularizaba y superaba en tamaño e importancia la celebración de San Antonio.

La fiesta acumuló piseiros, esos miles de viajeros que llegan cada año al puerto en busca de fiestas sagradas y profanas, también conocidas como la Dezembrada de Gurupá. Por la noche, en la sede de la Asociación de Parteras Tradicionales del Municipio de Gurupá, cedida para las fiestas de la Dezembrada, los mayores bailan agarrados y disfrutan del forró y de viejas canciones de brega, tan dispuestos a quedarse hasta altas horas como los jóvenes de afuera, que disfrutan de los DJ que pinchan en grandes y elegantes estructuras con altoparlantes.

Llegar a Gurupá durante la Dezembrada puede ser todo un desafío, los itinerarios cambian y los barcos llegan y se van casi siempre llenos hasta el toldo, con las hamacas rozándose unas con otras. El movimiento impone una nueva dinámica a la ciudad. Es un momento de intensa actividad comercial, con la venta de ropa, juguetes y artículos religiosos, imágenes de San Benito de los más variados tamaños. También es habitual que los barcos se conviertan en hoteles transitorios y los transbordadores, en locales de fiesta. En la Avenida São Benedito, un árbol de metal con una estrella en la punta brilla para que la Navidad no quede totalmente olvidada.

Abarrotados de devotos y visitantes, los barcos saludan al santo con fuegos artificiales al pasar ante la parroquia

Maria Valda, vecina de la localidad de Anajás, llega en uno de los barcos que saludan a San Benito, mientras los fuegos artificiales estallan en el cielo, frente a la parroquia. Ha hecho frente a un viaje de unos 300 kilómetros por las aguas del Archipiélago de Marajó para pagar una promesa. Tuvo que operarse de un ojo y sufrió graves complicaciones al contraer una infección durante la intervención. Se levanta los anteojos de sol y muestra su ojo izquierdo entreabierto, sin vida. Perdió la vista, pero dice que el Santo Negro la salvó del dolor y de un destino peor. Entre lágrimas, vuelve a cubrirse los ojos y cuenta que ha recibido la noticia de que su padre murió la noche anterior en Anajás. «Aunque estoy muy triste, estoy contenta. Gracias a Dios he venido a pagar mi promesa».

Historias como la de Maria Valda no se olvidan en Gurupá. Para ellas existe la sala de las promesas, que alberga los exvotos, una forma de testimonio y pago por los milagros realizados. Son objetos, historias y mensajes dirigidos al santo, todos de devotos con sus promesas atendidas. En un estante o colgando del techo, artefactos de cera en forma de corazón, pechos, brazos y piernas, «todo representa la promesa de la persona, muchos se han curado sin duda por intercesión de San Benito», comenta Rosivaldo Dutra Gonçalves, de 46 años, que desde 2023 se encarga de cuidar la sala de las promesas y de recibir a los visitantes. También dejan peticiones, pegadas en la pared de la sala con post-its de colores: «Mi glorioso San Benito, te pido que cures a mi madre y a mi tía de la diabetes y me concedas gracias. Aprender a conducir mi moto y tener mi propia casa».

Muchos se emocionan al contar sus historias de devoción. Ni siquiera el cielo de la ciudad puede contener las lágrimas. Cuando la imagen peregrina de San Benito cruza la puerta de la parroquia el día de la procesión, devotos y promesantes ya la esperan con los paraguas abiertos. La lluvia del 27, día de San Benito, forma parte de la tradición. Los niños, vestidos de ángeles, ni se percatan de que se les mojan las alas. En cambio, se quedan embelesados con las cintas de colores que adornan la lanza y las banderas. La comparsa protege al santo mientras la procesión serpentea por las esquinas como una Anaconda hecha de gente y paraguas. Una voz femenina entre la multitud denuncia: «Al santo le gusta bañarse en su día».

Las calles se empequeñecen ante tamaña cantidad de fieles. Desde los balcones, algunas familias disfrutan de una vista privilegiada, como si la arquitectura de las casas hubiera sido planeada para ese momento. Con rapidez, un comparsista rescata a un recién nacido de la aglomeración y lo entrega a un desconocido fuera de zona acordonada. En la fiesta del Glorioso San Benito de Gurupá, ni silencio ni pocas emociones.

El apogeo de la festividad es la procesión de la imagen peregrina, el 27 de diciembre por la tarde

Todo comienza con el levantamiento del mástil y termina con su derribo. La cofradía toca y canta Invitación a levantar y derribar el mástil. Entonces comienza el derribo. Con la supervisión del juez del mástil, los representantes de las comunidades locales y de la Cofradía de la Comparsa golpean el mástil con un hacha adornada con lazos. Para que todos los representantes puedan dar su golpe simbólico, el juez advierte bromeando: «No hay que derribarlo todavía». El primer golpe lo da monseñor Erwin Kräutler, obispo emérito del Xingú, que participa en la festividad desde 1967, todos los años menos los tres últimos, en los que estuvo enfermo: «¡He vuelto! Estoy muy feliz. Cuando llegué a Altamira, una recepción muy bonita, luego en Porto de Moz, y lo mismo aquí. Para mí siempre es una alegría poder dar el primer hachazo», afirma. Cuando el último representante devuelve el hacha al juez, este llama a un hombre para que finalice la tarea, esta vez de verdad. Entonces cae el mástil.

Mástil en el suelo, siguiendo la tradición, la gente se acerca para quitar los adornos y la corteza, utilizando las manos o herramientas de piedra. Los que están más cerca dan amablemente a los demás algunas astillas para llevárselas como recuerdo y remedio. No hay consenso sobre la especie de árbol que es, pero todos dan por sentado su poder curativo. «Es bueno para hacer remedios, es lo que dicen los mayores, así que hoy he agarrado un poco», dice Maria das Dores, con unos trozos de adorno en las manos. En unos instantes, los devotos pelan el mástil, que queda desnudo.

Dos alféreces abren paso a la procesión del mástil en la Avenida São Benedito, haciendo girar en el aire las grandes banderas del santo, seguidos por una orquesta de comparsistas. Luego vienen los devotos, que compartiendo el peso del mástil sobre sus hombros se apresuran hacia el Galpón de la Ramada, una danza típica de la región amazónica. El lugar acoge los actos comunitarios, tamborileos y bailes tradicionales de la ciudad, con sus largos ventanales, que no excluyen a quienes se quedan fuera y pueden asomarse para contemplar las atracciones. En ellos se apoyan los niños para espiar desde lejos la llegada el mástil.

Es el ritual que anuncia el final del trabajo de la comparsa, al son de Varrição (barrido), un canto que abre camino a las bendiciones de San Benito y purifica el suelo de la ciudad. Con sus hopas, túnicas rojas que simbolizan su compromiso con la tradición, los comparsistas llenan las calles de Gurupá en un gesto colectivo de fe y renovación espiritual que expresa el sentimiento de pertenencia y conexión con esta tierra. Resignifican el dolor de sus antepasados al demostrar la grandeza de la cofradía y su capacidad para organizarse, resistir y salvaguardar la memoria que los une. A la orden de los maestros de ceremonia, los comparsistas más jóvenes agitan sus milheiros y cantan a coro: «Se acabó, se acabó, San Benito en la iglesia se quedó».

Los exvotos atestiguan los milagros de curación de San Benito, el Negro


Reportaje y texto: Soll
Edición: Eliane Brum
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al ingles: Sarah J. Johnson
Traducción al spañol: Meritxell Almarza
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Coordinación de flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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