Periodismo desde el centro del mundo

Llegan a su fin —así lo esperamos— los cuatro años de mandato del que ha sido el peor Gobierno, especialmente para los pueblos indígenas, de la historia de Brasil. Nosotros, los pueblos indígenas, nunca hemos sido tratados con prioridad en ninguno de los Gobiernos brasileños, pero Bolsonaro y su gestión, declaradamente antindígena, antiambiental y antidemocrática, ha llevado la violencia, la opresión y la amenaza a nuestra existencia a otro nivel. Día tras día, somos testigos de la devastación, cada vez más intensa, de nuestros biomas; de los niveles alarmantes de deforestación; de los incendios y las sequías; del avance del extractivismo depredador y la minería ilegal. Todo con el respaldo de organismos de protección desmantelados y controlados por el Gobierno, como el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) y la Fundación Nacional del Indígena (Funai). Y con la certeza de la impunidad que ofrece la promesa de aprobar leyes que solo servirán para amnistiar a los delincuentes, legalizar la invasión y el robo de tierras y armar a todos aquellos que dejan un rastro de destrucción ambiental allí por donde pasan. 

Hemos sido más que testigos de todo este terror. Hemos sido, una vez más, víctimas de la persecución y la intolerancia de quienes no entienden —porque les conviene— y niegan con sus discursos y actitudes nuestra existencia, nuestra pluralidad y toda nuestra relevancia en la protección ambiental y en el mantenimiento del bienvivir de este país. En 2021 fuimos —de nuevo— las principales víctimas de los conflictos en el campo. De las 35 personas que murieron en conflictos de tierra, la mayoría eran indígenas (10), sintierra (9) y quilombolas (descendientes de africanos esclavizados refugiados en quilombos, centros de resistencia), 3), según datos de la Comisión Pastoral de la Tierra. Pero nunca retrocedemos, seguimos luchando, exponiendo y denunciando con valentía cada amenaza a los nuestros, en una lucha que trabamos desde hace siglos, pues nunca se nos ha dado otra opción sino la de luchar y resistir. 

Durante mucho tiempo, nos negamos a estar en la dirección de los organismos y a ocupar los espacios típicos de la política de los blancos. Optamos por luchar a nuestra manera y, a veces, escogimos a quienes pudieran representarnos y luchar por nuestras necesidades. Pero ese tiempo ha terminado. Ahora queremos ocuparlo todo, queremos estar en las cámaras, en las asambleas y dirigir organismos como la Funai, queremos «aldear» la política nacional. Brasil es una tierra indígena y nosotros ya no queremos que nos representen, queremos ser representantes. Ha llegado el momento de romper el silencio y estimular el coraje para que los indígenas, los quilombolas, los LGBTQIA+ y todos los brasileños puedan contar con la representatividad de sus comunidades, con el poder y la autonomía para tomar decisiones basadas en sus necesidades reales.

La madre Tierra sangra ante nuestros ojos, en cada especie extinguida, en cada derrame de petróleo, en cada bosque quemado, deforestado, destruido, lloramos con ella. Seguimos soñando con que su regazo se cure y mantenemos vivo el sueño colectivo de verla convalecer. A menudo vemos en las noticias estudios que indican que los pueblos indígenas son los mayores responsables de la contención de la crisis climática, con datos que muestran que nuestros territorios son los más preservados. Sin embargo, es como mínimo injusto adjudicarnos esta responsabilidad, cuando el Estado sigue negando nuestra existencia, amenazando nuestros territorios y persiguiéndonos. 

De hecho, no hay nadie que entienda mejor que nosotros qué hay que hacer para preservar el medio ambiente y buscar justicia climática. Pero la solución para la emergencia climática también depende de que el pueblo brasileño tome conciencia del modo de vida que lleva. No es justo que se endose a los pueblos indígenas la responsabilidad de salvar a la humanidad de la crisis climática y humanitaria en la que estamos inmersos: la lucha contra esta crisis es de todos. Por lo tanto, basta de que las personas que no están comprometidas con la causa indígena y la causa ambiental sigan tomando decisiones por nosotros. 

En estas elecciones hemos decidido poner en práctica una propuesta valiente y urgente: la de elegir la Bancada do Cocar (Bancada del Tocado. Una bancada para que especialmente las mujeres indígenas, tan curtidas en la lucha por sus derechos, puedan ocupar ese espacio como parlamentarias, representando a los más de 300 pueblos que existen en Brasil y también a todos a quienes se deja al margen de la democracia, del derecho a tener derechos. Mi candidatura como diputada federal por São Paulo, al igual que las de otros hermanos y hermanas, tiene el propósito de cumplir este papel que la Historia nos ha asignado. No somos sujetos que buscan cumplir un proyecto personal, sino agentes históricos comprometidos con el proyecto colectivo de aumentar la cantidad de indígenas en el Congreso Nacional y hacer llegar nuestras voces, demandas y contribuciones para construir un futuro más plural, más democrático, más rico, más integrado y más implicado con las demandas concretas de Brasil. 

Es en el Congreso donde existe el peligro de que se aprueben proyectos de ley como el PL 6299/2002, conocido popularmente como «PL del Veneno», que pretende cambiar las normas sobre la utilización y comercialización de pesticidas; el PL 2.633/2020, conocido como «PL da Grilagem», que pretende legalizar la deforestación y el robo de tierras públicas; o el PL 191/2020, que autoriza la minería en las tierras indígenas. Los delincuentes han visto, en el discurso del presidente y de sus aliados, un aval para atentar contra nuestros cuerpos y territorios de forma tan violenta como el proceso de colonización.

A partir de estas elecciones, los pueblos indígenas decidiremos por nosotros mismos en lo que respecta a la preservación de nuestra cultura, nuestros modos de vida y la protección del medio ambiente, dando a estos temas nuestra perspectiva y mostrando a todos los brasileños que preservar nuestra naturaleza es fundamental. La destrucción de la Amazonia avanza año tras año desde la investidura del actual presidente. Solo en agosto de 2022 se registraron más de 1.600 kilómetros de destrucción, equivalentes a más de 235.000 campos de fútbol. Comparado con el mismo período de 2021, la deforestación en la Amazonia prácticamente se ha doblado. Y los incendios siguen el mismo triste camino, ya que solo durante la primera semana de septiembre se superó el total de incendios registrados durante el mismo mes el año pasado.

Aprendí de mis ancestros que el poder de la colectividad es el más fuerte. La madre Tierra también nos lo enseña, con las hormigas, las abejas y todos los colectivos de animales que necesitan el grupo para sobrevivir. Necesitamos a todos y cada uno de los brasileños para el inmenso desafío que tenemos por delante: curar la madre Tierra y reforestar las mentes de muchos de sus hijos. Aldeando la política y reforestando las mentes, recorreremos juntos el camino para garantizar más trabajo, más calidad de vida, soberanía alimentaria y una naturaleza preservada para todos los ciudadanos brasileños.

 

Traducción de Meritxell Almarza

Sonia Guajajara. Foto: Leo Otero/difusión pública

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