Periodismo desde el centro del mundo

En las elecciones en Francia (en la foto) y en el Reino Unido los partidos extremistas obtuvieron resultados históricos. Foto: Nicolas Guyonnet/Hans Luca/vía AFP

En autobuses, aviones privados, canoas y sillas de ruedas, los votantes brasileños acudirán a las urnas en octubre, en lo que los comentaristas mainstream han calificado de «año de superelecciones» para las democracias de todo el mundo. En una extraña alineación de los astros políticos, en 2024 votarán más personas que en ningún otro momento de la historia, ya que ocho de las diez naciones más pobladas del mundo celebran elecciones. Desde la India, la Unión Europea, Estados Unidos, Bangladesh y México hasta Pakistán, Indonesia, Irán, Sudáfrica y Venezuela, más de dos mil millones de ciudadanos tendrán la oportunidad de decidir quién les representará en el parlamento, las asambleas regionales o como presidente.

Este récord mundial de participación política debería ser motivo de celebración. En cambio, está generando una serie de tensas batallas para alejar a dictadores y demagogos del poder, mientras un mundo alterado por el cambio climático se embarca en una lucha contra la política extrema, algo que en la Selva Amazónica resulta demasiado familiar.

Los años de incendios criminales, deforestación acelerada y extractivismo voraz —pero también de resistencia popular— parecen finalmente haber hecho realidad la vieja patraña de que Brasil es «el país del futuro». Junto a Estados Unidos, el Brasil de Bolsonaro anunció, entre 2019 y 2022, los estragos que un gobierno de extrema derecha es capaz de hacer a la sociedad y a la Naturaleza. Movimientos sociales de países de todo el mundo siguen ahora este ejemplo y libran batallas similares contra mutaciones autóctonas del «populismo» de extrema derecha.

En la última semana se han producido algunas conquistas alentadoras para los movimientos progresistas. En el Reino Unido, el Partido Laborista volvió al gobierno por primera vez en 14 años tras una aplastante victoria en las elecciones generales frente a los conservadores. Pero la extrema derecha nunca había ganado tantos votos. En Francia, el Nuevo Frente Popular, que incluye a ecologistas y socialistas, protagonizó una notable remontada y quedó primero en las legislativas nacionales, a pesar de que las encuestas pronosticaban que el ganador sería el partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional. Aun así, fueron los extremos los que mostraron un mayor crecimiento.

Pero la tendencia general sigue siendo alarmante. Como ocurrió con la victoria del líder del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, en las elecciones presidenciales brasileñas de 2022, los triunfos de la izquierda han supuesto un alivio, pero nadie se hace ilusiones: la amenaza a largo plazo del extremismo de derecha es más fuerte de lo que lo ha sido en varias décadas.

En las elecciones de la Unión Europea del mes pasado, se produjeron alarmantes avances de candidatos con programas antiinmigración, anticiencia y prorrusos. Mientras tanto, la amenaza de una segunda victoria de Donald Trump se cierne sobre Estados Unidos, donde los medios de comunicación se preocupan menos por los delitos probados del candidato republicano que por la supuesta senilidad del demócrata Joe Biden. En el Reino Unido, el político de extrema derecha Nigel Farage ha conseguido por primera vez un escaño en el Parlamento gracias a las oleadas de miedo, duda y decepción que han desconcertado al país desde el Brexit. En Francia, Marine Le Pen, antaño una figura marginal tan denostada como su padre, se ha acercado por primera vez al poder.

No es casualidad que la política extrema llegue en un momento en que el clima es cada vez más extremo. El mundo se está calentando mucho. Esta semana, el servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea ha anunciado que la Tierra acaba de completar su primer período de 12 meses seguidos con una temperatura media global que supera en 1,5 grados centígrados los niveles preindustriales de hace dos siglos, cuando la humanidad empezó a alterar el clima global quemando carbón, gas y petróleo.

Esto es cada vez más mortal. Solo en el último mes, al menos 1.300 peregrinos murieron de insolación y enfermedades relacionadas en La Meca, Arabia Saudí, ya que las temperaturas alcanzaron los 51,8 grados centígrados. El calor récord en Delhi y otras ciudades indias causó la muerte de al menos 176 personas, seguidas poco después por inundaciones récord. Las carreteras también se convirtieron en ríos en el norte de Italia, en Suiza, Francia, el centro de China y el este de Malasia. La temporada de incendios forestales ya ha comenzado en Grecia, Canadá y Estados Unidos. El huracán de categoría 5 más temprano de la historia se formó en el Atlántico y causó estragos en el Caribe.

En el último mes, más de 1.300 peregrinos musulmanes que realizaban el Hayy murieron a causa del calor de más de 50 grados centígrados; en la imagen, uno recibe ayuda cerca de La Meca. Foto: Fadel Senna/AFP

En Brasil, la región amazónica septentrional ha sufrido incendios récord en los seis primeros meses del año y los ríos aún no se han recuperado de las sequías del año pasado. En el sur, a la catástrofe de las inundaciones del estado de Río Grande del Sur —de la que vuelve a ocuparse nuestro dibujante Pablito Aguiar en esta edición— le ha seguido un tiempo inusualmente frío. Las normas sociales y políticas están sufriendo tanto como las infraestructuras y los medios de subsistencia.

Con tanta muerte y destrucción a nuestro alrededor, incluso a los escépticos habituales del clima les resulta difícil negar que la humanidad se enfrenta a una crisis. En cambio, los fanáticos del mercado y los xenófobos, alimentados por el dinero de los combustibles fósiles, utilizan el caos que se está desencadenando para asustar a los votantes y aprovechan la oportunidad para sustituir las redes de seguridad social y las protecciones ambientales por muros más altos contra los inmigrantes y la extracción voraz de la Naturaleza.

La democracia empieza a parecer casi tan frágil como la selva. Los políticos de los partidos tradicionales no afrontarán el hecho de que ya no viven en el clima estable en el que se creó ese sistema. La derecha quiere volver a un pasado que ya no existe o nunca existió. La izquierda o no entiende el momento o duda en avanzar hacia un futuro que no se atreve a financiar. Al aceptar la camisa de fuerza de la ortodoxia del mercado, resulta difícil pedir préstamos e invertir con suficiente rapidez en energías limpias y protección de la Naturaleza. Así que la izquierda solo se mueve tan rápido o tan despacio como se lo permite el mercado. Mientras tanto, los viejos dinosaurios de los combustibles fósiles —las multinacionales petroleras, como ExxonMobil, Petrobras y BP, y los petroestados, como Rusia y Arabia Saudí— se benefician de la indecisión.

El climatólogo Michael Mann ha identificado una «coalición de los reacios», que sabe que la cooperación y la regulación internacionales son la única forma de afrontar la crisis climática y que, por eso, siembra disensión, duda y distracción. Cita a Rusia como ejemplo, que utiliza ejércitos de bots, trolls y hackers para hacer que los activistas climáticos se enfrenten entre sí, para desenterrar correos electrónicos privados —lo que dio lugar al escándalo del Climagate en 2009 y dañó la campaña de Hilary Clinton contra Trump en 2016— y para sembrar argumentos en las redes sociales contra el impuesto al carbono en Canadá o para atizar las protestas de los chalecos amarillos en Francia.

Algunos partidos de extrema derecha han recibido financiación o apoyo de bancos y empresarios rusos, como el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen en Francia y Donald Trump en Estados Unidos. Al parecer, más de una docena de eurodiputados de cinco países también habrían recibido importantes sumas de dinero del portal de noticias ruso Voice of Europe, un asunto que aún se está investigando.

De forma más descarada, Trump ha pedido a los ejecutivos del petróleo mil millones de dólares para su campaña y ha prometido, en una oferta efectiva de quid pro quo, que, si gana, flexibilizará la normativa sobre perforación, recortará las ayudas a los vehículos eléctricos y retirará a Estados Unidos una vez más del acuerdo climático de París de 2015. En Brasil, Lula depende del lobby agropecuario depredador para mantenerse en el poder, lo que le explica su compromiso con proyectos de carreteras y ferrocarriles en la Amazonia, como la pavimentación de la BR-319 de Manaos a Porto Velho y el Ferrogrão, ambos desastrosos para una selva que se acerca al punto sin retorno. Lula también está abiertamente a favor de abrir un nuevo frente de exploración de petróleo.

Máscara del extremista de derecha Donald Trump sobre la mesa mientras se desarrolla en televisión el dramático debate entre él y Joe Biden el 27 de junio. Foto: Scott Olson/Getty Images/vía AFP

La historia es parecida en todo el mundo. La derecha es cada vez más extrema y la izquierda está más acorralada. Los políticos mainstream moderados se mueven con demasiada lentitud para adaptarse a un mundo que cambia rápidamente. Los partidos tradicionales surgieron en la era industrial, constreñidos por la camisa de fuerza de los intereses nacionales y la economía capitalista. En todos los países, durante la mayor parte del siglo pasado, la izquierda y la derecha se confabularon alegremente en torno a la necesidad de «desarrollar» materialmente la nación y elevar el producto interno bruto con proyectos de infraestructuras, aumentando el comercio y el consumo. La única discusión era qué porcentaje del pastel económico debía distribuir el gobierno entre ricos y pobres.

La línea divisoria es mucho más compleja en el mundo actual, alterado por el clima y con una biodiversidad mermada. Ahora es igual de importante la calidad del pastel, la procedencia de los ingredientes y hasta qué punto el consumo excesivo está provocando obesidad, cáncer, inestabilidad climática y conflictos mundiales. Dicho de forma más sencilla: la política es ahora una batalla entre los que quieren arreglar lo que está roto y los que quieren seguir rompiendo. Puede que muchos en la vieja izquierda no se sientan cómodos con la actual línea divisoria, pero este callejón sin salida determinará si el planeta-casa seguirá siendo habitable o no para los votantes, sus hijos y nietos, ya nacidos o imaginados en el futuro, así como para millones de otras especies que ni siquiera tienen la oportunidad de votar.

En este «año de superelecciones», puede que este no sea el tema principal para la mayoría de los medios de comunicación, pero está ahí, en un segundo plano, cada vez más fuerte. Es un problema en la India, que reeligió como jefe de Estado al extractivista Narendra Modi, y en México, que eligió como presidenta a la científica especializada en energía Claudia Sheinbaum. Ninguno de los dos está totalmente en un bando u otro, pero aprovechan de distintas maneras las cuestiones vitales de nuestra época.

Afrontarlos es un paso esencial para vislumbrar un futuro mejor. No será fácil mientras tantos países derivan hacia la hostilidad, la insularidad y el cortoplacismo. Pero, a largo plazo, es la única oportunidad que tiene la democracia y, de hecho, la humanidad.

Una imagen de la biodiversa costa amazónica, región actualmente amenazada por el proyecto de abrir un nuevo frente de explotación de petróleo. Foto: Marizilda Cruppe/Greenpeace


Texto: Jonathan Watts
Chequeo de informaciones: Douglas Maia e Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al portugués: Denise Bobadilha
Traducción al español: Meritxell Almarza
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Flujo de edición y finalización: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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