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La líder indígena Maria Leusa Munduruku y su hijo adormecido: por las venas de la mujer y del río hoy corre mercurio. Foto: Juliano Salgado

«¡Por nuestro útero, que está enfermo!»

La frase-flecha la dispara la voz aguda de una mujer pequeña pero robusta. Maria Leusa Munduruku es una de las líderes indígenas más importantes de su pueblo. Cuando gritó, acababa de saber que su útero y su leche, antes fuentes de vida, se habían vuelto fuentes de envenenamiento y muerte para sus hijos. Lo mismo sucedió con los peces del Tapajós, después de que la minería ilegal violara el río que baña su aldea y la de tantos otros pueblos originarios y ribereños de la Amazonia. Por las venas de la mujer y del río hoy corre mercurio.

Era finales de septiembre y la aldea Sawré Myubu, en el estado de Pará, organizaba una Asamblea del Mercurio. Es difícil imaginar por qué un pueblo indígena que vive en plena selva amazónica haría una asamblea con este nombre, pero las razones se van revelando poco a poco, a medida que el río, antes de un azul intenso, va cambiando de color. Maria Leusa sigue disparando flechas de dolor: «¡Por nuestro cuerpo! ¡Por nuestros hijos!».

Ella y otras líderes Munduruku se comunican llamándose «vieja» unas a otras. Es una estrategia para que no las identifiquen en mensajes de texto o llamadas por el celular, ya que muchas lo tienen intervenido y/o están amenazadas de muerte. A Maria Leusa un grupo de garimpeiros, mineros que trabajan ilegalmente en las tierras indígenas, le incendiaron la casa en mayo de 2021. También quemaron la casa de sus padres. Meses antes, en abril de 2021, la Asociación de Mujeres Munduruku Wakoborũ, cuyo nombre es un homenaje a una mujer mítica que lideró una guerra contra la aldea que mató a uno de sus hermanos, vio como quemaban su sede en el municipio de Jacareacanga, en Pará.

Tapajós: debido a la contaminación por mercurio, el río, que era de un azul intenso, está cambiando de color. Foto: Juliano Salgado

Las «viejas» son las que están en primera línea de la guerra que contamina con mercurio las venas del gran río Tapajós. Y también las venas de los cuerpos de humanos y no humanos. La penúltima semana de septiembre, un equipo de investigadores de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), liderado por Paulo Basta, entregó los resultados de un estudio realizado en 2019 sobre el envenenamiento por mercurio en la población Munduruku. El estudio se realizó a petición del pueblo originario, expresada en una carta que habían enviado a los científicos años antes, y se llevó a cabo analizando muestras de cabello de 197 personas de varias edades que habitan las comunidades de Sawré Muybu, Sawré Aboy y Poxo Muybu.

Los participantes vivían en 35 casas distribuidas entre las tres aldeas y el 91,4% consumía agua de ríos y arroyos. Las conclusiones del estudio fueron aterradoras: el 57,9% presentó una prevalencia de exposición al mercurio superior a 6 microgramos. Eso significa que el 57,9% tiene en el cuerpo niveles de mercurio superiores a los límites de seguridad establecidos por los más variados órganos internacionales de salud, como la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. En los ríos, una de las formas de mercurio más importantes es el mercurio (MeHg), de lejos el más tóxico de sus compuestos debido a su capacidad de atravesar membranas biológicas y llegar al sistema nervioso central. Incluso la exposición a bajas concentraciones de MeHg, si es prolongada, puede alterar el material genético (genotoxicidad) y producir otras graves consecuencias.

Cuanto más cerca de las áreas de garimpo (minería ilegal), los niveles son más altos. En la comunidad Sawré Aboy, en el río Jamanxim, uno de los más afectados por el garimpo, la concentración media de mercurio en los niños de hasta 12 años es de 11 microgramos por gramo, un índice considerado extremamente elevado, como indica el resultado del análisis con la sentencia: «su riesgo de enfermarse es MUY ALTO».

Tapajós: debido a la contaminación por mercurio, el río, que era de un azul intenso, está cambiando de color. Foto: Juliano Salgado

Antes de entregar los resultados individuales, el investigador hizo una presentación sobre la situación general de las tres comunidades estudiadas. Estábamos en una pequeña maloca, una choza indígena circular cubierta de paja, donde centenas de personas esperaban la confirmación científica de lo que ya sentían en su cuerpo, pero que había que ratificar en el lenguaje del blanco para que tuvieran la oportunidad de que las escucharan. El calor dejaba los cuerpos pegajosos. Los truenos anunciaban lluvia. Las mujeres amamantaban a sus hijos. Los niños pequeños correteaban y jugaban por el lugar. El olor a pescado, preparado en la cocina, invadía el ambiente con un toque de insanidad: nuestra cena era el principal vector del envenenamiento por mercurio.

La lluvia cayó sobre la comunidad mientras Paulo Basta describía los ríos voladores, los voluminosos cursos de agua formados por el sudor de la selva amazónica, ríos que vuelan sobre nuestras cabezas para llevar lluvia al centro-sur del país. Es una imagen deslumbrante y siempre emociona a quien la escucha. Pero no esta vez. El investigador nos contaba que esta lluvia también contiene el mercurio que se evapora del garimpo y, en ese exacto momento, podría estar contaminando el suelo, las plantaciones y los alimentos. Mientras el círculo de gente aumentaba, el viento que traía la lluvia hacía ondear una pancarta que los indígenas habían pintado y colgado: «El futuro es ahora».

Niños Munduruku juegan en la aldea situada en la cuenca del río Tapajós, donde el agua y los peces están contaminados. Foto: João Paulo Guimarães/Sumaúma

Precisamente el futuro del pueblo Munduruku es lo que está más directamente amenazado. El envenenamiento por mercurio afecta más gravemente a quienes todavía no han nacido, a quienes están a punto de nacer, gestados en el útero de sus madres, y a quienes acaban de nacer y se están amamantando con leche materna. Durante la gestación y la lactancia los efectos del envenenamiento se agravan y pueden causar daños irreparables en el sistema nervioso central del feto y de los recién nacidos.

Otro estudio realizado por el grupo de Basta, liderado por el investigador Rogério de Oliveira, de la Universidad de São Paulo (USP), identificó que la misma muestra de población Munduruku sufría alteraciones somatosensoriales, motrices y cognitivas. De las 111 personas estudiadas, dos tenían niveles de mercurio (MeHg) entre 11,68 y 15,68 microgramos por gramo y su coordinación motriz estaba perjudicada. Otras, con nivel de exposición al mercurio superior a 10 microgramos por gramo, presentaron casi el doble de probabilidades de sufrir déficit cognitivo y de cometer errores en pruebas de fluencia verbal. El empeoramiento de las funciones motrices y cognitivas sugieren la existencia de neurotoxicidad por la exposición crónica a una sustancia tóxica.

Los científicos del estudio liderado por Basta propusieron que: 1) se interrumpiera inmediatamente la minería ilegal y la invasión de tierras tradicionales y protegidas de la Amazonia; 2) empezara a desarrollarse un plan nacional para eliminar la utilización de mercurio en la minería artesanal; 3) se desarrollara un plan de gestión de riesgos para poblaciones expuestas de forma crónica al mercurio. ¿Pero quién los escucha en el Gobierno de Bolsonaro, en el que el presidente deliberadamente estimula la minería en áreas protegidas, como las tierras indígenas, y presentó un proyecto de ley para que sea legal?

Es difícil entender el sentimiento de quien escucha que su leche materna, la que está dando a su hijo, está contaminada por el mercurio. Pero esa era la realidad de aquellas mujeres con sus bebés pegados al pecho. Es difícil descubrir que el pescado, la base de la alimentación no solo de aquella región sino de toda la Amazonia, el pescado que alimenta a la madre que amamanta, puede ser la fuente de envenenamiento del feto que crece en su útero.

Indígenas de las aldeas Daje Kapap, Karo Muybu y Boa Fé, en la cuenca del Tapajós. Foto: João Paulo Guimarães/Sumaúma

La tristeza se adensó sobre la maloca, más pesada que las nubes de minutos antes. Se produjo un largo silencio, y las lágrimas se deslizaron por los rostros de las mujeres y los hombres Munduruku. Un líder llamado Hans Kaba rompió el silencio con su voz. Agarró el micrófono e intentó poner palabras al sentimiento, pero las palabras aún querían ser silencio: «No tengo preguntas, porque lo estoy entendiendo. Si no lo entendiera, preguntaría. Pero es muy triste, porque entiendo que es una enfermedad que no tiene cura. Es muy triste».

«Triste» fue la palabra más escuchada en portugués durante la asamblea. Las intervenciones se producían a veces en portugués, otras en Munduruku, siempre con traducción a ambas lenguas, que permitía que todos pudieran tener acceso al debate. Cuando las personas hablaban en Munduruku, pronunciaban algunas palabras en portugués. Aquellas que no existen en el mundo Munduruku, pero que lo invadieron. Las palabras también contaminan. Palabras negadas. Palabras enemigas. Palabras intraducibles.

La selva es un lenguaje. El río es un lenguaje. Y en el lenguaje Tapajós, el pueblo Munduruku se niega a acoger en su lengua palabras que les impiden hacer su vida y las gritan alto en la lengua que los amenaza. Anoté todas las palabras y expresiones que se decían en portugués: enfermedad, impacto, minería, análisis, discusión, Estado, investigación, hambre, proyecto de muerte, ilegal, malaria, ausencia, traducción, mercurio, denunciar, esperar, destrucción, traidor, triste y solución.

Fue cuando la Vieja Maria Leusa lanzó su flecha y nos acertó el corazón: «¡Por nuestro útero, que está enfermo! ¡Por nuestro cuerpo! ¡Por nuestros hijos! Les pregunto a las mujeres: ¿quieren ver a sus hijos enfermos?».

Las madres Munduruku responden al unísono: «¡No!». Pienso qué responderían las madres de Santarém, las madres de Itaituba, las madres de Jacareacanga, las madres de Alter do Chão a la pregunta de la Vieja: «¿quieren ver a sus hijos enfermos?». La pregunta tiene que responderse ahora, y colectivamente, para que sus hijos tengan algún futuro. La única acción posible es la interrupción inmediata de las actividades mineras, no solo en los territorios indígenas, sino en toda la cuenca del Tapajós. Los que se están envenenando no son solo los hijos generados en vientres Munduruku, sino todos los que viven en los márgenes del río, humanos y no humanos.

Los que se están envenenando no son solo los hijos de los Munduruku, sino todos los que viven en los márgenes del río. Foto: João Paulo Guimarães/Sumaúma

Como Hans Kaba comprendió, la enfermedad que causa el envenenamiento por mercurio no tiene cura. No hay medicamentos que sirvan. Todo se ensombrece al saber que el mercurio depositado en las aguas del Tapajós permanecerá en el río durante cientos de años, hasta que se diluya en otros sitios y sea absorbido por la fauna, la flora y los cuerpos humanos a lo largo de los años.

Mientras las Viejas gritaban, los niños habitaban los espacios de la asamblea llorando y jugando, ajenas a las palabras que amenazaban su futuro. Un pariwat, como denominan al hombre blanco, parecía molesto con el ruido que hacían. Era el único que parecía molesto y llegó a intentar controlar a un pequeño grupo de niños, que no le prestaron ninguna atención. Sin éxito, el hombre buscó la complicidad de un Munduruku para exigir que se tomaran medidas. Una de las Viejas, atenta a todo lo que se decía a su alrededor, le espetó: «Deja a los niños, quien está molestando es él».

Aun así, el hombre, funcionario del Gobierno federal, no entendió cuál era su lugar en aquella asamblea. Interrumpió la intervención de una de las Viejas, que estaba denunciando la actuación de la institución en la que el hombre trabajaba y que, durante el Gobierno de Bolsonaro, empezó contrariar su propia función. «No has entendido lo que he dicho», gritó el pariwat. De un salto, la Vieja dejó el micrófono y se abalanzó sobre el hombre, inmenso, dándole bofetadas y patadas mientras gritaba que era él quien no estaba entendiendo. «Me voy. Salgo de aquí», balbuceó el hombre, pareciendo encogido. No se supo nada más de él.

Una cosa es saber qué significa el concepto de coraje y otra muy diferente es presenciar la existencia del coraje. Y el coraje se materializó allí, ante todos, en el pequeño cuerpo de una mujer enfurecida. Por si alguien más tenía dudas sobre el lugar que ocupaba, otra Vieja explicó: «Los pariwat no tienen derecho a hablar, tienen que quedarse en silencio. Solo tienen que escuchar. Nosotros estamos aquí para defender nuestro río, nuestra tierra y nuestros hijos. Ellos no pueden querer hablar más alto».

Y, entonces, una anciana tomó la palabra para hacer un largo pronunciamiento en Munduruku. Yo no era capaz de entenderla y ella no pronunció una sola palabra en portugués. Yo no la entendía, pero la sentía. La sentía no solo por el tono de cada palabra, sino por el silencio que fue invadiendo la maloca. De repente, todos empezaron a acercarse a ella. Viejos, jóvenes, niños, todos en silencio. Los jóvenes Munduruku sacaron sus celulares y empezaron a grabar aquel discurso inaccesible para los pariwat. Al día siguiente, una de las Viejas me explicó que el río está enfermo, pero que lo van a curar. Le pregunté cómo se cura un río. Y me contestó que las mujeres trabajarían con la madre del río. «Todo tiene madre», me dijo.

Los días de asamblea tejieron una alianza entre las madres de la selva, humanas y no humanas. Como madres, las Viejas se levantaron para afirmar su papel de cuidar de sus territorios, de sus cuerpos y de sus hijas e hijos. Una alianza entre las madres Munduruku y la madre del río; la madre del pez pirarucú y de la guerrera Wakoborũ; cabellos y sangre; río del color de la leche y leche materna contaminada; úteros y ríos, líquido amniótico y aguas enfermas; peces y niños; cuerpo y territorio. Los hijos de las Viejas y las venas del río.

El último día vimos la película Amazônia, a Nova Minamata? (Amazonia: ¿la nueva Minamata?), de Jorge Bodansky. El documental muestra el envenenamiento por mercurio que vivió la población de la ciudad de Minamata en el Japón de los años 30 a los 60 por culpa de la empresa Chisso y establece una relación entre la historia de esa ciudad y lo que está sucediendo ahora en la Amazonia. Ante nosotros se desarrollaba un pasado en Japón que podía hablar sobre un futuro anunciado en la Amazonia. Ante nosotros desfilaban imágenes de cuerpos retorcidos por los graves efectos motrices y neurológicos que causó el envenenamiento en Minamata. Viendo aquel horror al lado de familias Munduruku, me pregunté cómo se sentían, sabiendo que dentro de sus cuerpos podría estar avanzando un proceso de envenenamiento todavía peor.

*Con la colaboración de Luiza Mugnol-Ugarte
Traducción del portugués: Meritxell Almarza

 

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