Periodismo desde el centro del mundo

El 15 de junio miles de personas ocuparon la Avenida Paulista, en São Paulo, para protestar contra un proyecto de ley que equipara el aborto al homicidio. Foto: Marina Uezima/Brazil Photo Press vía AFP

No se puede comprender la destrucción de la Amazonia sin entender que la violación de la selva y la violación de las mujeres están impulsadas por la misma relación de poder. No es coincidencia ni casualidad que los parlamentarios brasileños que defienden criminalizar a las mujeres por abortar —incluso si el embarazo es resultado de una violación— defiendan proyectos contrarios al medio ambiente. Ambas decisiones se asientan en una única estructura. Es la misma visión de mundo la que embiste el cuerpo de las mujeres, especialmente el de las niñas, y embiste el cuerpo de la Naturaleza. Estrechamente entrelazada con el capitalismo y el colonialismo, la raíz común de esta mentalidad dominante es el patriarcado.

Es necesario comprender el papel determinante del patriarcado en la vida cotidiana para entender tanto el llamado Proyecto de Ley de la Violación, que ha dominado las conversaciones en Brasil en las últimas semanas, como el fenómeno climático extremo que devastó parte del estado de Río Grande del Sur, los incendios criminales del Pantanal, la deforestación de más de la mitad del Cerrado y la proximidad del punto sin retorno de la selva amazónica.

Cuando se habla de patriarcado, algunos de los que se benefician de él han conseguido inocular una reacción en el sentido común: «es palabrería feminista». Yo soy feminista y en SUMAÚMA somos todes feministas. Pero el patriarcado no es palabrería feminista. Sino lo que dirige nuestras vidas sin que la mayoría lo hayamos elegido así.

Patriarcado es el nombre de una relación de dominación de los hombres sobre las mujeres y una relación de dominación sobre todas las personas humanas que no encajan en los moldes de raza, género y orientación sexual etiquetados como «normales». Es lo que hace que las mujeres sean la mayoría de las personas violadas, las que cobran menos, las que reciben más palizas, las que hacen jornada doble de trabajo, las que son minoría en los puestos directivos, las que tienen más miedo a salir a la calle. Patriarcado es el nombre de la relación de poder que hace que las mujeres, a pesar de ser la mayoría de la población en Brasil, sean minoría en la Cámara de Diputados y en el Senado, que solo haya una mujer entre los 11 magistrados del Tribunal Supremo y que todos los gobiernos, incluido el tercero de Luiz Inácio Lula da Silva, tengan muchas menos mujeres que hombres en el ministerio.

Esta situación de desigualdad, vulnerabilidad e injusticia que afecta a más de la mitad de las personas humanas no es «natural», sino una relación de poder que atraviesa generaciones como si fuera una realidad inmutable. Y, presentada y perpetuada de esta forma, determina nuestros días. Y determina cómo nos relacionamos con la Naturaleza.

Veamos dos ejemplos separados en el tiempo pero unidos por la misma ideología, cuyos protagonistas son el general Emílio Garrastazu Médici y el extremista de derecha Jair Bolsonaro, ambos presidentes de Brasil en períodos diferentes, pero con similitudes notorias.

A principios de la década de 1970, el general-dictador acudió a Altamira, en la Amazonia, con motivo de la inauguración de la carretera Transamazónica. Para marcar la hegemonía del hombre sobre la selva, Médici hizo talar un enorme Castaño como símbolo de la «conquista de ese gigantesco mundo verde». El lugar aún se conoce en la región como «el leño del presidente», en una alusión evidentemente fálica. El Castaño, tanto como la selva que representaba, era el cuerpo «salvaje» que debía ser controlado, dominado, violado y vaciado por los hombres de uniforme que, en ese momento, controlaban los cuerpos de todos los habitantes del país, a los que se impedía manifestarse y escoger so pena de segarles la vida.

Agentes del Estado al servicio de la dictadura presidida por Médici torturaban a mujeres y también a hombres, civiles que se oponían al régimen de excepción. Las mujeres, además de torturas, a menudo sufrían violaciones de funcionarios pagados con dinero público para secuestrarlas, torturarlas y, a veces, matarlas. Con ellas el sadismo era mayor, al meterles ratas y cucarachas por la vagina y el ano, o encerrarlas en celdas con una serpiente viva. En algunos casos, los agentes del Estado también secuestraban a sus hijos. La dictadura es exactamente el control de los cuerpos.

Algunas mujeres siguen buscando los cuerpos de sus hijas desaparecidas durante la dictadura militar-empresarial de Brasil, que secuestró, torturó, violó y asesinó a civiles. Foto: Miguel Schincariol/AFP

Pero nadie hizo más explícita la relación entre el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de la selva que el extremista de derecha Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil, actualmente inelegible. En julio de 2019, en el primer año de su gobierno de odio, Bolsonaro disparó esta frase al criticar el interés de los países europeos por la Amazonia: «[La selva] es la virgen que todos los pervertidos de fuera quieren».

El avance sobre la Amazonia fue el principal proyecto de poder de Bolsonaro desde la campaña. En sus cuatro años de mandato actuó con firmeza para permitir la violación de la selva y la impunidad de los violadores, lo que aceleró la destrucción. El cuerpo salvaje que hay que dominar, tratado por Bolsonaro como el «cuerpo virgen», supuestamente intocado, es una fantasía fundacional de Brasil, una fantasía querida para el colonizador. Y solo puede entenderse con la clave del patriarcado, que, ligado al capitalismo como la sangre y la arteria, lo precede.

La separación que se hace actualmente en el Congreso brasileño entre lo que llaman la «agenda de costumbres» y la «agenda económica» es una distorsión, el resultado de una forma de descuartizar la realidad haciendo separaciones arbitrarias que ocultan la relación entre estas agendas. Ocultan, por ejemplo, el hecho de que lo que estamos presenciando hoy en el Congreso es un avance sobre los cuerpos, una ofensiva para ampliar el control del cuerpo de las mujeres y demás minorías y del cuerpo de la Naturaleza. Se intenta aprobar lo que se ha llamado Proyecto de Ley de la Violación, porque equipara el aborto al delito de homicidio y condena a las mujeres que abortan a una pena mayor que la del hombre que las violó. Y este es solo el intento más descarado de controlar el cuerpo de las mujeres, pero hay varios más. Y luego están los proyectos para desmantelar la política ambiental y cambiar los artículos de la Constitución que protegen a los pueblos originarios y sus tierras ancestrales, hoy los reductos donde más se protege el cuerpo plural y múltiple de la Naturaleza. Proyectos, por ejemplo, como el del obsceno hito temporal.

No son dos políticas, sino la misma. Para combatirla, hay que tratarlas como la misma política. Son políticas contra el cuerpo de las mujeres, de las personas LGBTQIAPN+, negras, Indígenas, y de la Naturaleza. Tanto el patriarcado como el capitalismo —como ya se ha dicho, sangre y arteria— solo pueden existir controlando los cuerpos, sí, pero también destruyéndolos. La Naturaleza salvaje, que tiene que convertirse en una carretera, un ferrocarril, una mina, un latifundio de soja, un pasto para el ganado. Las mujeres, esos seres que sangran y «que se vuelven locas una vez al mes», que son «inestables» y «poco fiables». Las personas LGBTQIAPN+, que se atrevieron a subvertir la «norma». Los pueblos Indígenas, que se niegan a ser asimilados por la cultura hegemónica. Los negros, que se refugian en quilombos ante la desigualdad abismal.

Contra la Naturaleza y todos esos seres de naturaleza inconstante, indomable, incontrolable embiste el Congreso más patriarcal —conservador es otra cosa— de la historia republicana de Brasil. Suspendiendo la falsa separación, es posible comprender, por ejemplo, cómo el evangelismo de mercado, mayoritario en el Congreso, es también un agente de destrucción ambiental. O, por poner un caso esclarecedor de estas articulaciones, cómo el asesino confeso del activista Chico Mendes se convirtió en pastor evangélico y presidente local del Partido Liberal, el de Bolsonaro, en una ciudad llamada Medicilândia, a orillas de la carretera Transamazónica.

Se puede entender mejor por qué el gobierno de Lula y sus representantes en el Congreso han tenido tanta dificultad para posicionarse contra el horror del Proyecto de Ley de la Violación y, a la vez, muestran tanta desenvoltura al defender la expansión de la explotación de petróleo en la desembocadura del Amazonas y la pavimentación de la carretera BR-319 (Manaos-Porto Velho), dos ataques con potencial letal contra una selva que se acerca al punto sin retorno, cuando deje de regular el clima de América del Sur, como ya ocurre en algunas partes.

Entender esta dificultad del gobierno y del Partido de los Trabajadores para posicionarse enérgicamente contra el Proyecto de Ley de la Violación como una transigencia para que un gobierno sin mayoría en el Congreso pueda aprobar la agenda económica es una visión superficial de algo mucho más complejo. Empezando por el cuestionamiento: cuando el gobierno entiende que tiene que renunciar a algo para ganar otra cosa que considera más importante, es imperioso examinar qué es más importante y a qué se puede renunciar, y luego embarcarse en el espinoso viaje de los porqués. También vale la pena recordar que la historia de parte de la izquierda brasileña, especialmente la cimentada en el comunismo y la de origen sindical, tiene esqueletos en el armario cuando se trata de mujeres.

El momento en que Brasil vivió su fenómeno climático extremo más destructivo, en el estado de Río Grande del Sur, fue un momento de gran ofensiva contra la Naturaleza: hoy, el Pantanal y el Cerrado están ardiendo, y en la selva amazónica ya ha habido un 85% más de incendios que el año pasado, y eso que apenas ha empezado la estación seca. Lo que vemos es una ofensiva contra los cuerpos tan brutal que ha sobrepasado los límites de la supervivencia de la propia especie.

En 2023, el año en que el número y la intensidad de los fenómenos climáticos extremos llevaron a los científicos a declarar que la humanidad estaba entrando en «territorio desconocido», Brasil registró un número devastador de violaciones, superior al de los tres años anteriores, y el 87,14% de las víctimas fueron mujeres. Es importante recordar que la mayoría de las violentadas son niñas y adolescentes.

En el Mapa de Seguridad Pública de 2024, hay un dato muy revelador: la región norte de Brasil, donde se extiende la mayor parte de la selva amazónica, fue la que registró el índice más alto de violaciones: 62,37 casos por cada 100.000 habitantes y un total de 10.825 víctimas. El devastador promedio brasileño es de 39,77 casos por cada 100.000 habitantes. En cifras absolutas, en el estado de Pará, líder en deforestación e incendios provocados, fue donde se violaron más mujeres: 5.592, más de la mitad del total de la región norte.

Existe un vasto mundo de relaciones que hay que investigar sin el velo que cubre los moldes que separan economía y «costumbres», desarrollo y medio ambiente, Naturaleza y cultura. La amenaza a nuestra casa común —lo que llamamos colapso climático, crisis climática, emergencia climática o incluso cambio climático— y la extinción masiva de especies con la aniquilación de la biodiversidad que teje nuestra casa común son consecuencias de relaciones de poder muy antiguas en el mundo humano, que siguen más activas que nunca, con ofensivas brutales a los cuerpos insurgentes.

La calidad del futuro vendrá determinada por nuestra capacidad para cambiar radicalmente las relaciones de poder que hoy embisten los cuerpos con más fuerza que en otros momentos de la trayectoria humana. Para ello, hay que romper los moldes y sumergirse en el mundo interrelacional, interconectado, entretejido, mutua y múltiplemente contaminado y mezclado de la Naturaleza-cultura, un mundo que tanto asusta a los controladores y destructores de cuerpos.

Entre el 1 de enero y el 25 de junio se registraron 3.372 focos de incendio en el Pantanal, 22 veces más que en el mismo período del año pasado. Foto: Ueslei Marcelino/Reuters

SUMAÚMA actúa en la resistencia contra la destrucción de los cuerpos haciendo periodismo desde la selva amazónica, con un enfoque que entiende la crisis climática y la extinción de la biodiversidad como temas atravesados por los marcadores de raza, género, clase y especie. En esta edición, traemos a nuestra comunidad de lectores dos reportajes sobre un tema complejo y arduo, pero muy relevante: los créditos de carbono en el mercado voluntario, el que no está regulado por el gobierno, anunciado como una «nueva fiebre del oro» en la Amazonia. Aldeas Indígenas, territorios Quilombolas y reservas extractivistas son hoy objeto de constante acoso por parte de empresas extranjeras y brasileñas que buscan firmar proyectos con las comunidades originarias y tradicionales que viven en espacios de selva aún conservados. Si bien existen los bienintencionados, que creen que el mercado del carbono puede ayudar a frenar la deforestación, hay sobradas evidencias de individuos y empresas que aprovechan el vacío legal para coquetear con el delito.

Hace un año, la reportera especial de SUMAÚMA Claudia Antunes publicó un reportaje que sigue de plena actualidad, donde se explicaba en profundidad lo que está en juego, para que nuestres lectores puedan entender esta cuestión estratégica y posicionarse. En esta newsletter, Claudia vuelve sobre el tema para desvelar el trabajo del mister Greene, un estadounidense que afirma en su cuenta de LinkedIn «que utiliza los conocimientos acumulados como consultor de proyectos de carbono en «el todo vale de la Amazonia»». Sí, «el todo vale de la Amazonia» son palabras del mister Greene.

El reportaje de Claudia forma parte de una alianza entre 13 plataformas periodísticas para investigar el funcionamiento del mercado del carbono. La serie, liderada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (Clip), se llama Carbono Opaco. En Brasil, la alianza incluye, además de a SUMAÚMA, a Agência Pública, InfoAmazonia y Mongabay Brasil. En Colombia, Rutas del Conflicto y Mutante; en Ecuador, La Barra Espaciadora; en Guatemala, Prensa Comunitaria; en Honduras, Contracorriente; en Paraguay, El Surtidor; en Perú, La Mula; y en toda América Latina, Mongabay Latam.

SUMAÚMA cree en el periodismo en red. En menos de dos años de existencia, ya nos hemos asociado con varias plataformas de Brasil y América Latina, para construir relaciones sólidas con lo mejor del periodismo independiente. También colaboramos con dos universidades de renombre: el King’s College de Londres, para la serie Insustentables, y la Universidad de Nueva York, para la serie Más-que-humanes. En esta edición, además del reportaje realizado en el marco de la alianza que lidera Clip, publicamos una investigación de la plataforma brasileña O Joio e O Trigo sobre proyectos de carbono abusivos, cuyos protagonistas son un empresario británico, un ganadero de Pará y un ex policía militar de São Paulo.

Mucho más que la tan propagada competencia entre especies y entre individuos de la misma especie, lo que la selva nos enseña es que la vida es un intenso proceso colaborativo. SUMAÚMA busca reproducir este conocimiento haciendo periodismo en comunidad, porque no basta con defender aquello en lo que creemos: tenemos que ser aquello en lo que creemos.


Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Coordinación del flujo de edición: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Dirección editorial: Eliane Brum

Esta Ceiba ha vivido cientos de años y ahora se está muriendo lentamente, desde que se llenó el embalse de la hidroeléctrica de Belo Monte, en el Río Xingú. Foto: Lela Beltrão/SUMAÚMA

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