Periodismo desde el centro del mundo

Vista aérea de calles inundadas en el barrio de Sarandi de Porto Alegre, estado de Río Grande del Sur, el 5 de mayo de 2024. Foto: Carlos Fabal/AFP

Esto es solo el principio. Es la incómoda verdad de la que no podemos escapar al contemplar las imágenes de la devastación en el estado brasileño de Río Grande del Sur.

Las mayores inundaciones de la historia del país se han cobrado al menos 147 vidas, han obligado a evacuar a más de medio millón de personas (entre ellas varios miembros y familiares de la comunidad SUMAÚMA) y han dejado a unos dos millones sin electricidad ni agua potable. Imágenes surrealistas de carreteras convertidas en ríos, estadios de fútbol transformados en lagos y un caballo varado en un tejado han trastocado nuestras expectativas de una realidad estable. Ciudades enteras parecen ir a la deriva. La certidumbre ha perdido las amarras.

En esta edición incluimos un estremecedor artículo de opinión desde esta ciudad, escrito por una de sus vecinas, la bióloga y periodista Jaqueline Sordi, que se pregunta por qué se han ignorado innumerables advertencias y explora el inútil juego de culpas de los políticos, que han hecho poco o nada para atajar la raíz del problema. Otra voz oriunda de Río Grande del Sur, de la ciudad de Alvorada, es el artista de SUMAÚMA Pablito Aguiar, que en esta edición entrevista a residentes de localidades cercanas a la capital y dibuja las situaciones desesperadas inimaginables en las que muchos se encuentran ahora.

Un caballo fue encontrado varado en un tejado en Canoas, estado de Río Grande del Sur. Mayo de 2024. Foto: reprodución de ‘Jornal Nacional’/TV Globo

No será la última vez que presenciemos escenas semejantes en Porto Alegre y en otros lugares de Río Grande del Sur y mucho más allá. En el último mes, hemos visto destrucciones similares en Dubái y en la provincia china de Guangdong (Cantón). El año pasado, miles de personas murieron en las inundaciones de Libia. Unos años antes, una inundación repentina se llevó por delante hasta los muertos de un cementerio de Alemania. En todo el planeta, la misma historia se repite cada vez con más frecuencia y ocurrirá con más asiduidad y violencia si la humanidad sigue quemando árboles, petróleo, gas y carbón. Estas actividades son las que están calentando el planeta y desestabilizando el clima. Estas actividades son las que están recrudeciendo el impacto de las catástrofes naturales, cada vez más provocadas por los humanos.

Claro que en la Tierra siempre ha habido lluvias e inundaciones, pero su intensidad y frecuencia está creciendo. La temperatura media del planeta ya es entre 1,2 y 1,3 grados centígrados más alta que antes de la revolución industrial. Ese calor adicional en el sistema terrestre significa que la atmósfera puede retener un 8,4% más de humedad que hace 200 años. Eso se traduce en más inundaciones y tormentas más violentas, así como otros tipos de fenómenos meteorológicos extremos, como sequías, incendios forestales y olas de calor.

Como ya advirtió SUMAÚMA el año pasado, es una calamidad para la vida humana y más-que-humana. El cultivo de alimentos y la prevención de enfermedades son cada vez más difíciles. La semana pasada, la Organización Meteorológica Mundial informó de decenas de miles de muertes relacionadas con el clima en América Latina en 2023, al menos 21.000 millones de dólares de daños económicos y «pérdidas calóricas mayores que en otras regiones».

La actual ola de calor —y las inundaciones y sequías que provoca— podría haberse descartado en algún momento como un fenómeno excepcional. Pero los sucesos antaño insólitos son ahora más frecuentes en un mundo que flota sobre una ola de inestabilidad climática cada vez mayor. El profesor José Antonio Marengo, director del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta Temprana de Desastres Naturales de Brasil, afirma que los antiguos cálculos ya no sirven: «La tendencia del acontecimiento del siglo ya no funciona como antes. Así describimos la sequía amazónica de 2005. Pero luego hubo otra en 2010, y otra en 2016, y en 2023. Son cuatro acontecimientos del siglo en menos de 20 años». Y esto, advirtió, es solo el principio.

Vista aérea de la ciudad de Beruri, en el estado de Amazonas. En septiembre de 2023, la región se vio afectada por una grave sequía y sufrió el humo de la deforestación ilegal. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA

Los impactos climáticos se aceleran, incluso cuando los sistemas meteorológicos se ralentizan. Un fenómeno reciente que preocupa es el atasco de los frentes fríos y cálidos, lo que significa que la lluvia y el calor se concentran en un lugar durante más tiempo. Eso aumenta su poder destructivo. En el caso de Porto Alegre, Marengo explicó que un frente frío procedente del sur se combinó con una fuerte humedad procedente de la Amazonia y, luego, se quedó atascado sobre la ciudad porque una sequía en el centro de Brasil «funcionó como un muro que impidió» que el sistema de lluvias siguiera avanzando.

Muchos de estos problemas se predijeron correctamente. A finales del año pasado, Francisco Eliseu Aquino, profesor de climatología y oceanografía de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, afirmó que la quema de combustibles fósiles había creado una dinámica «aterradora» entre los polos y los trópicos. Frentes fríos y húmedos procedentes de la Antártida habían interactuado con el calor récord y la sequía en la Amazonia para crear tormentas sin precedentes en el medio.

Aquino advirtió que las inundaciones del año pasado en el sur de Brasil, en las que murieron 54 personas a principios de septiembre y que volvieron con una fuerza devastadora similar a mediados de noviembre, fueron un anticipo de lo que se avecina cuando el mundo entre en niveles peligrosos de calentamiento. «A partir de este año comprenderemos concretamente qué significa coquetear con [un aumento de] 1,5 grados centígrados en la temperatura media mundial y nuevos récords en las catástrofes», advirtió con clarividencia.

Sin embargo, las industrias y los políticos siguen empeorando las cosas. Ecoblanquean su imagen con políticas deficientes y promesas vagas de reducción de emisiones y protección de los ecosistemas y, mientras tanto, la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera aumenta a un ritmo cada vez más acelerado. En marzo se registró el mayor incremento de este gas de efecto invernadero que está calentando el planeta.

No es de extrañar que las temperaturas mundiales también estén batiendo récords indeseados. El mes pasado fue el abril más caluroso de la historia. Fue el undécimo récord mensual consecutivo, una racha vertiginosa de calor impulsada principalmente por las actividades humanas, junto con el efecto natural de El Niño. Según una encuesta reciente entre cientos de científicos del clima, la mayoría espera que el calentamiento global supere el objetivo acordado internacionalmente de 1,5 grados centígrados y exceda los 2,5 grados o incluso los 3. Imagínense cuánto empeorarán las inundaciones y las sequías a ese nivel.

La deforestación lo agrava todo. Numerosos estudios han demostrado que la selva amazónica regula las precipitaciones en una amplia zona de Sudamérica. Cuando se talan o queman árboles, el área circundante se vuelve más seca y calurosa. La ciencia ha demostrado lo que los pueblos Indígenas llevan siglos diciendo: que forman parte de una selva que sostiene el cielo.

Sin embargo, quienes previenen la catástrofe climática protegiendo la selva sufren constantes amenazas. En esta edición, SUMAÚMA divulga registros históricos inéditos del fotógrafo y antropólogo Milton Guran, que, en la década de 1980, captó las primeras imágenes de los Arara de la Tierra Indígena Cachoeira Seca, un pueblo Indígena que, hasta entonces, vivía aislado en el estado brasileño de Pará. En 2018, regresó a su hogar en la selva, donde se encontró con «un proceso avanzado de etnocidio».

Tibie Arara, en 2018, sostiene una foto suya de 1987 en la Tierra Indígena de Cachoeira Seca. Foto: Milton Guran

La galardonada reportera Catarina Barbosa contribuye con un estremecedor reportaje —junto con le fotógrafe Soll— sobre los temores de los niños del asentamiento Dorothy Stang, en Anapu, donde los ladrones de tierras públicas han quemado dos veces la escuela de la comunidad para intentar ahuyentar a sus habitantes.

Eso es monstruoso en sí mismo. También es demencial que el gobierno no se ocupe de quienes cuidan la selva en un momento en que ese pilar de la estabilidad climática es más necesario que nunca. No hay suficientes personas que lo entiendan.

Los arquitectos de Porto Alegre reconocen que hay que rediseñar las ciudades. El hormigón y el asfalto que cubren prácticamente cada centímetro de suelo de las zonas urbanas han creado trampas mortales, porque hacen que los torrentes fluyan más deprisa y sea más difícil escapar de las inundaciones, sobre todo para grupos vulnerables como los ancianos. Los urbanistas piden ahora más espacios verdes abiertos, más árboles y pantanos que puedan absorber las lluvias. Tiene sentido, pero ¿por qué detenerse ahí? La misma lógica que se aplica a la ciudad se aplica al mundo. Todo el planeta necesita más amortiguadores climáticos. Los bosques, océanos, humedales y otros biomas siempre han absorbido el exceso. Mitigan la mutabilidad de la Tierra. Para que esa tecnología natural funcione, debemos cuidar la selva y a sus cuidadores.


Texto: Jonathan Watts
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al portugués: Denise Bobadilha
Traducción al español: Meritxell Almarza
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Flujo de edición y finalización: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

Ana Clara, de seis años, en el asentamiento Dorothy Stang de Anapu. Su escuela ya ha sido incendiada dos veces. Foto: Soll/SUMAÚMA

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