Como no conocíamos a los garimpeiros [los mineros ilegales], como no conocíamos cómo trabajaban, empezamos a llamarlos pecaríes [porque andan en manadas y revuelven la tierra]. Pero los pecaríes son animales y no dejan estas marcas. No provocan rabia, solo viven en selvas hermosas donde no hay suciedad y existen aguas que no provocan enfermedades. Pero los agujeros que abre la minería ilegal son como heridas en la tierra, porque cortan la selva y, al cortar los árboles, aparecen estas heridas. Por lo tanto, para mí, estas marcas no son de pecaríes, son marcas de los blancos. Estas huellas de los blancos son como heridas que van comiéndose la carne, y el agujero va ensanchándose.
Mi suegro, que era un gran chamán, me lo enseñó todo sobre esas marcas rojas en la tierra. Me decía: «Esta tierra que los blancos estropean, no te pienses que es roja como si fuera urucú. ¡No te engañes! ¡Es su sangre! ¡Es la sangre de la tierra que se derrama!». Él me lo explicó y yo se lo explico a ustedes, napëpë [no indígenas], para que empiecen a pensar correctamente. Cuando llegan las grandes máquinas que hacen agujeros, la herida se hace cada vez mayor. El agua que utilizan para lavar el oro se llena de enfermedades, que llegan lejos, se propagan. La enfermedad no sube el río, sino que baja hasta el mar y, así, lo que veo con mis ojos parece feo.
Nosotros, los Y , no estamos tristes solo por nosotros, estamos tristes también por la selva. Como la selva sufre, nosotros, los Yanomami, también sufrimos. Como las aguas están sucias, nuestra sangre también se ensucia; como los peces también se contaminan y mueren, nuestros hijos también mueren. Ustedes, los blancos, no piensen que somos solo nosotros, los Yanomami, los que sufrimos. La selva, los árboles, el agua, los animales y los peces también mueren, también se enferman. La primera que vez que los garimpeiros invadieron nuestra tierra [a finales de los ochenta], garimpeiros. ¡Fue horrible! ¡Más de mil personas de mi pueblo murieron! La malaria no se ha ido, se ha quedado, entró con la minería. Se propagó y, así, nos hizo morir.
En 2015, los garimpeiros volvieron a entrar. Cada vez eran más en el río Uraricoera, en el río Mucajaí y también en la cabecera del río Catrimani. Y cuando Jair Bolsonaro se convirtió en presidente, arrojó a los garimpeiros a nuestra tierra. Aumentó el número de garimpeiros en nuestra tierra diciendo: «¡Vayan a excavar! ¡Porque en mi tierra, Brasil, hay oro! En mi Brasil, el patrimonio cultural es mi oro. ¡Es del Gobierno! Los Yanomami, esos que viven en la selva… la selva es de ellos, pero el subsuelo, lo que hay debajo, ¡es mío!».
Esos hombres de poder quieren ganancias. No piensan desistir de esta tierra. Solo desistirían si la tierra estuviera vacía de oro, diamantes y casiterita. Por eso lucho yo mismo, soy un Yanomami luchando. No es la FUNAI [Fundación Nacional del Indígena], no son los napëpë. Y lucho porque quiero que mi pueblo viva bien y tenga salud. Sigo insistiendo, intentándolo, no quiero desistir. Y no estoy solo. Hoy en día ustedes son muchos: mujeres, jóvenes y viejos, y existen aquellos blancos que quieren defender la selva. A pesar de que viven lejos, en las tierras de las mercancías, están atentos a nuestra lucha. A ellos nos hemos juntado y luchamos, seguimos protegiendo la selva. Si desistimos, si nos acobardamos ante los blancos que son autoridades, pasaremos a sufrir de verdad.
Si se legaliza la minería en nuestras tierras y entran con esas máquinas pesadas en nuestras tierras, solo así, desapareceremos. Yo seguiré luchando, hoy y mañana. En la comunidad Yanomami, a los jóvenes no les interesa luchar conmigo, porque los jóvenes de la ciudad, los de la comunidad y los ribereños hoy solo utilizan el celular. Como se han convertido en el pueblo del celular, no se involucran en la lucha, se quedan con los ojos pegados al dinero, quieren ser amigos de los garimpeiros. Los blancos que destruyen la selva, los terratenientes que crían ganado, los que deforestan, si no desisten, la selva morirá primero. Hoy, quienes se dedican a protegernos están muertos. Antes la FUNAI existía para cuidarnos y protegernos, pero Bolsonaro la mató. Y después también mató al IBAMA [Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables] y, a continuación, mató al ICMBio [Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad], el órgano que lleva el nombre de mi amigo Chico Mendes, al que también mataron.
Nuestros antepasados siempre protegieron muy bien la selva. ¡Es verdad! Ustedes no llegaron a una tierra destruida, los napëpë llegaron a una tierra hermosa y verde. Aquel a quien ustedes llaman Pedro Álvares Cabral no descubrió esta tierra. Nosotros ya vivíamos aquí desde hacía mucho tiempo. Fueron ellos quienes tenían rabia de nosotros. Y hoy en día sus hijos siguen sintiendo rabia. Por eso dicen: «¡Vamos a destruir la selva! Vamos a hacer campos por todos lados, para criar bueyes, plantar soja, arroz, maíz. Para plantar caña de azúcar para hacer combustible. ¡Para la minería!». La Amazonia es única, solo hay una. No surgirá otra.
La selva desaparece. Si siguen quemando y cortando los árboles, los sitios donde hoy hay selva se transformarán en tierras parecidas a campos de fútbol. Si nosotros, los Yanomami, no existiéramos, la selva se convertiría en eso, desaparecería y la lluvia también dejaría de caer. Como mis suegros, grandes chamanes, ya me explicaron todo esto, guardé sus palabras en mis oídos. Me dijeron así: «Cuando nosotros nos hayamos ido, tú seguirás protegiendo. Cuando duermas, escucha la selva. Cuando nosotros, los pueblos de la selva, hayamos desaparecido, cuando hayan desaparecido los árboles y la selva esté totalmente vacía, sin aquellos que la defienden, entonces la tierra se vengará. La tierra montará en colera y, cuando esté con toda su rabia, hará caer una gran lluvia y también provocará mucho calor». Yo tengo dos pensamientos: o vamos a morir quemados o vamos a morir ahogados. Fue eso lo que mis suegros, que eran chamanes, me enseñaron, y ahora mantengo sus palabras. Cuando nosotros, los Yanomami, hayamos desaparecido, ¿qué ocurrirá?
Davi Kopenawa Yanomami (Toototobi, 1956) es chamán y el líder más conocido del pueblo Yanomami, presidente y fundador de la Hutukara Asociación Yanomami. Coautor de ‘A Queda do Céu. Palavras de um xamã Yanomami’ (La caída del cielo. Palabras de un chamán yanomami, 2015), fue uno de los principales responsables de la demarcación de la Tierra Indígena Yanomami, en 1992. Recibió el premio ambiental Global 500 de la ONU (1988), fue condecorado con la Orden del Mérito del Ministerio de Cultura de Brasil (2009) y con el Premio Right Livelihood, conocido como el «Nobel alternativo» (2019).
Traducción del Yanomami al portugués: Ana Maria Machado
Traducción del portugués: Meritxell Almarza
El chamán Davi Kopenawa junto a su aldea, Demini, en un montaje realizado por Pablo Albarenga