Cuando el indigenista Bruno Pereira fue asesinado en el Valle del Yavarí en junio de 2022, los ocho pueblos indígenas contactados de la región se encerraron en duelo, cada uno según su propio rito. Durante todo un año, el pueblo Kanamari llevó a cabo su ritual de luto, como es costumbre cuando muere un familiar: los supervivientes se rapan el pelo, se prohíben algunos cultivos, dejan de fabricarse algunos tipos de artesanía y la memoria del difunto se riega con cantos y lágrimas. La Unión de los Pueblos Indígenas del Valle del Yavarí (Univaja), organización para la que Bruno trabajaba cuando fue asesinado, cambió su logotipo en señal de luto y, en lugar de un dibujo de montañas, palmeras y un pájaro, dentro de un círculo, pasó a presentar un crespón. Hoy, 5 de junio de 2023, el luto termina y el logotipo de Univaja volverá a representar el Valle del Yavarí. El crespón desaparecerá, pero las intensas relaciones que Bruno construyó con los pueblos del Yavarí y de todo Brasil perdurarán.
Las aldeas Kanamari fueron las primeras que visitó Bruno cuando llegó a la región de Atalaia do Norte en 2010. Allí vivió experiencias con la ayahuasca y aprendió varias canciones. Una era la canción Kanamari que entonaba en medio de la selva, en unas imágenes que se hicieron virales cuando Bruno y Dom desaparecieron aquel terrible junio de 2022. Sentado en el suelo de la selva, al pie de un árbol, cantando sobre un guacamayo y sus crías, al coro de sus amigos indígenas, Bruno Pereira se hizo conocido mundialmente. Warrana-raraê, warrana-raraê, cantaba sonriendo.
Aquel canto reveló la belleza, la dulzura y el amor por la selva y los indígenas, que eran la constitución fundamental de nuestro grande, fuerte y valiente amigo. La canción se convirtió en samba cuando la Escuela Porto da Pedra, de Río de Janeiro, recordó en su desfile a Bruno, Dom, Chico Mendes y Dorothy Stang en el Carnaval de 2023. Se convirtió en un sampler, en la versión de André Abujamra. La cantó en un kadish, plegaria judía de duelo, el rabino Uri Lam, de la Congregación Israelita Tempo Beth-El de São Paulo. Y pasó a habitar el imaginario popular. La canción Kanamari se ha convertido en una encarnación de Bruno, su eternidad.
Bruno Pereira y Dom Phillips se han transmutado en música, en memes, en protestas callejeras, en publicaciones en las redes sociales, en proyecciones sobre el Big Ben de Londres. Ambos son recordados en casi todos los discursos de la ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, y de la ministra de los Pueblos Indígenas, Sonia Guajajara. Pero no podemos olvidar que fueron víctimas de uno de los crímenes más brutales que Brasil haya presenciado jamás.
Ver essa foto no Instagram
Hoy, en los círculos jurídicos, se considera uno de los casos penales más importantes en curso en el país. Una de las principales estrategias de la defensa de los asesinos es difamar la memoria del indigenista, lo que hasta ahora parece estar saliendo bien, ya que hay periodistas dispuestos a reproducir mentiras y calumnias contra él. Es en defensa del legado de Bruno Pereira que hablamos hoy para restablecer la verdad sobre la seriedad de su trabajo para promocionar los derechos de los pueblos indígenas, especialmente de los grupos que viven en aislamiento.
Bruno da Cunha Araújo Pereira aprobó el concurso público de la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas (Funai) en 2010 y entró a trabajar en la Coordinación Regional del Valle del Yavarí. Antes, durante siete años, había trabajado en la región de la hidroeléctrica de Balbina, en el río Uatumã, al noreste del estado de Amazonas, donde coordinaba las actividades de reforestación. Siempre soñó con trabajar con pueblos indígenas. En Uatumã, adquirió la experiencia de caminar por la selva con los mateiros, los guías. A Bruno no le costó adaptarse cuando llegó a Atalaia do Norte, una pequeña ciudad situada en el curso bajo del río Yavarí, en la desembocadura del río Itaquaí, en la frontera con Perú. Cuando llegó, se embarcó en canoas que lo llevarían río arriba hasta las aldeas, desobedeciendo a su jefe de entonces, que lo quería solo en la sede, trabajando en la ciudad.
El río Ituí fue uno de sus primeros destinos, visitando las aldeas del pueblo Marubo. Trabajaba con una energía y un entusiasmo inmensos, que mantuvo hasta el final. Le gustaba dialogar con los indígenas de las aldeas. Cuando visitó las comunidades Kanamari, se acercó al Frente de Protección Etnoambiental del Valle del Yavarí. Fue el comienzo de su conexión con el tema de los indígenas aislados. El Yavarí es la región del mundo con mayor número de grupos indígenas que rechazan el contacto con la sociedad exterior. Existen 16 registros de la presencia de estos pueblos, 11 de los cuales han sido confirmados por la Funai. El resto necesita más estudios y expediciones para reunir pruebas irrefutables de su presencia.
El fin de las votaciones forzadas
En 2012, Bruno asumió el cargo de Coordinador Regional del Valle del Yavarí. Durante los cuatro años que estuvo al frente de la Funai local, invirtió en inspeccionar la Tierra Indígena Valle del Yavarí, llegó a abrir una nueva base de vigilancia en el río Curuçá y apoyó sin restricciones la protección de los territorios de los pueblos indígenas aislados y de reciente contacto.
Además de dar prioridad a la supervisión, Bruno logró proezas como la instalación de colegios electorales en las aldeas a partir de las elecciones de 2014. Se dio cuenta de que la ausencia de urnas electrónicas era un obstáculo para que los indígenas participaran en los comicios. Antes, los habitantes de la tierra indígena tenían que bajar el río durante días hasta Atalaia do Norte, a menudo con combustible donado por los candidatos interesados en esos votos. Transportaban a los grupos de las aldeas a la ciudad para que votaran y luego los abandonaban, sin que pudieran volver a casa. Al menos tres niños indígenas murieron en el puerto de Atalaia do Norte tras la celebración de elecciones debido a las condiciones insalubres.
Además de preservar la vida de los indígenas, Bruno también cambió la composición del Poder Legislativo local. En 2012, solo un indígena fue elegido concejal. En las siguientes elecciones, en 2016, de un total de 11 escaños, seis los ocuparon indígenas. Un récord histórico. Hoy la oficina electoral de Atalaia do Norte lleva el nombre de Bruno Pereira, un reconocimiento del Tribunal Electoral de Amazonas.
BRUNO PEREIRA, EN 2018, DURANTE UN TRABAJO DE CAMPO EN EL VALLE DEL YAVARÍ. FOTO: ©GARY CALTON
Bruno siempre tuvo vocación por la gestión. Gracias a su paso por la Coordinación Regional de la Funai de Atalaia do Norte, que en 2012 se encontraba abandonada, la unidad se convirtió a partir de 2015 en un referente de eficiencia en Brasil. Entre 2016 y 2018, Bruno emprendió una serie de expediciones para localizar a indígenas aislados en el Valle del Yavarí. Eran expediciones arriesgadas, que requerían mucha preparación. Su mujer, Beatriz Matos, cuenta que solía pasarse días enteros en el despacho de casa, en Belém, con un gran mapa del Yavarí extendido en el suelo, planeando minuciosamente cada detalle de los trayectos que recorrería. Esas expediciones, fundamentales para proteger a los grupos aislados porque garantizan su localización y permiten observar las condiciones del territorio, revelaron el excelente trabajo de coordinación sobre el terreno que Bruno desarrolló a lo largo de su carrera.
En 2018, como muestra del reconocimiento de su trabajo y competencia, Bruno asumió la Coordinación General de Indígenas Aislados y de Reciente Contacto en Brasilia. Esta coordinación es responsable de las políticas públicas dirigidas a estos pueblos y de la gestión de los 11 Frentes de Protección Etnoambiental, unidades dedicadas exclusivamente a esta cuestión. En su cargo, Bruno y su equipo crearon el Programa Korubo, una iniciativa de vanguardia para organizar y sistematizar una acción indigenista específica para los pueblos de contacto reciente. También en ese período, la Funai y el Ministerio de Salud publicaron la Ordenanza Interministerial número 4.094, con normas y métodos de actuación en situaciones de contacto con pueblos aislados y en caso de brotes epidémicos en estas poblaciones. La ordenanza fue crucial para orientar los planes de contingencia que se elaboraron para luchar contra la pandemia de la covid-19. En ese contexto, Bruno organizó la mayor expedición de contacto realizada en Brasil en las últimas décadas.
En 2019 el indigenista coordinó la búsqueda de un grupo Korubo que vive aislado, pero se acerca a aldeas de los Matis, por lo que existía riesgo inminente de nuevos conflictos. La expedición fue considerada una de las más exitosas de la historia del indigenismo brasileño, con total control de riesgos de salud y sin ningún incidente o contaminación grave. Incluso sobre eso los asesinos de Bruno inventan mentiras. La Funai tuvo que publicar una nota, el 17 de mayo, negando que hubiera habido muertes durante la expedición.
Indígenas protestan en defensa de sus territorios y en homenaje al indigenista Bruno Pereira y el periodista Dom Philips. Foto: Pedro Ladeira/Folhapress
Maxciel Pereira fue el primero en caer
En el primer año del gobierno Bolsonaro, con su política genocida de no demarcar ni un centímetro de tierra indígena, una de las primeras víctimas fue el indigenista Maxciel Pereira, responsable de la vigilancia del Valle del Yavarí durante los años en que Bruno fue coordinador local. Fue ejecutado en la avenida más transitada de Tabatinga, tras participar en acciones de inspección en el Valle del Yavarí. En aquella época, Bruno organizaba, junto con otros organismos, una megaoperación contra la minería ilegal en la región, la «Operación Korubo», que destruyó más de 60 balsas mineras en el río Jutaí. La operación tuvo lugar pocos días después de la muerte de Maxciel, en septiembre de 2019. Poco después, el presidente de la Funai del gobierno Bolsonaro, Marcelo Xavier, exoneró a Bruno y nombró, en su lugar, a un pastor vinculado a la Misión Nuevas Tribus de Brasil, históricamente involucrada en contactos y evangelización forzada de pueblos indígenas.
Bruno se sentía perseguido por la dirección antindígena de la Funai y de Brasil. Vio que no podía continuar con el indigenismo y la promoción de los derechos indígenas y pidió una excedencia. Entonces empezó a articular un colectivo y a dar forma a lo que se convertiría en el Observatorio de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas Aislados y de Reciente Contacto (Opi), que intensificó sus acciones para hacer frente al avance de la covid-19 en esas tierras. En colaboración con la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (Apib) y la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña (Coiab), Bruno y el Opi le pidieron a la Corte Suprema que garantizara la protección sanitaria de las zonas indígenas durante la pandemia.
Fueron años de resistencia. La articulación de Bruno fue crucial para que se publicara la resolución del Consejo Nacional de Derechos Humanos con directrices y recomendaciones sobre la política para los pueblos aislados y de reciente contacto. La Opi comenzó a producir informes técnicos para garantizar la protección de territorios que ocupaban pueblos indígenas aislados, como los Ituna-Itatá (en Pará) y los Piripkura (en Mato Grosso), y que el gobierno amenazaba con desproteger formalmente. Junto con la Coiab y otras organizaciones indígenas, Bruno creó la campaña Aislados o Diezmados, que recogió 26.000 firmas a favor de mantener la protección de las selvas de los pueblos aislados.
La Unión de los Pueblos Indígenas del Valle del Yavarí (Univaja), en la ciudad de Atalaia do Norte, organizó una ceremonia de despedida para el indigenista y el periodista en 2022. Foto: João Laet/AFP
Incansable y persistente, Bruno también empezó a colaborar con Univaja, especialmente en la creación y formación del Equipo de Vigilancia. «Los indígenas son los que van a mantener la tierra indígena y la protección de los pueblos aislados», solía decir. Bruno, a esa altura, ya había aprendido que el Estado no siempre responde y que apoyar la autonomía de los pueblos indígenas es la mejor manera de proteger los territorios. Y fue así, haciendo aquello en lo que creía, apoyando las iniciativas indígenas, como su vida se truncó, junto con la de su amigo y compañero Dom Phillips. Durante los días en que los dos estuvieron desaparecidos, ante las negativas del Estado brasileño a reforzar la búsqueda, fueron los equipos indígenas, formados en gran parte por hombres del pueblo Matis, los que incansablemente subieron y bajaron los ríos, hasta encontrar los rastros que llevaron a la solución del crimen. No hay mayor reconocimiento de la importancia de Bruno para los pueblos indígenas.
La omisión criminal de los hombres de Bolsonaro
Hoy sabemos que, poco después de la muerte de Maxciel, Marcelo Xavier y su coordinador general de vigilancia, Alcir Amaral Teixeira, ignoraron todas las peticiones de los empleados para que se garantizara la protección del territorio y se ofreciera más seguridad en el Valle del Yavarí. La Policía Federal señaló a ambos como responsables, por omisión, de los asesinatos de Bruno y Dom. La investigación sobre sus muertes aún no se ha cerrado y se ha reabierto la que indaga las circunstancias del asesinato de Maxciel, que no se resolvió.
Uno de los profesores de Bruno, Rieli Franciscato, también fue víctima de la política antindígena de Bolsonaro. Murió por una flecha que disparó un grupo de indígenas aislados en 2020. La hipótesis más probable es que los indígenas, atemorizados por los invasores y por las tasas récord de deforestación en la tierra Uru Eu Wau Wau, se aterrorizaron al ver que se acercaba, aunque solo pretendía comprobar si se había producido una invasión. No es casualidad que en cuatro años de gobierno hayan perdido la vida tres importantes indigenistas que trabajaban con pueblos aislados. Quien ha perdido es Brasil.
Hoy, el Yavarí termina su año de luto y en la Opi recordamos con nostalgia a nuestro amigo Bruno Pereira. Tenemos la misión de defender su legado en un momento crucial para los derechos indígenas en Brasil. La Cámara de los Diputados ha aprobado el Proyecto de Ley 490, que pretende establecer un hito temporal para demarcar las tierras indígenas, quitando derechos a decenas de pueblos que fueron masacrados y expulsados de sus tierras. El proyecto prevé que solo se demarquen las tierras que estaban ocupadas por indígenas a partir de octubre de 1988, cuando se promulgó la Constitución, y retoma la política de contacto forzado con los pueblos aislados para obras de «interés público». La propuesta del Congreso es una afrenta a la Constitución, a la memoria de Bruno y Dom y también al Tribunal Supremo, que el 7 de junio reanudará el juicio sobre el mismo asunto, un proceso que se arrastra desde 2021. El Congreso también está intentando deforestar el Ministerio de los Pueblos Indígenas y el Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático, quitándoles a ambos competencias cruciales. Es como si la clase política brasileña que domina el Congreso intentara regresar, a la fuerza, a las peores políticas del gobierno que las urnas derrotaron en 2022. Las políticas que provocaron las muertes de Bruno y Dom. Su sacrificio no puede haber sido en vano. Aprobar estas leyes y el hito temporal es asesinarlos de nuevo.
(*) Miembros del Observatorio de los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas Aislados y de Reciente Contacto (Opi)
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Mark Murray
Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo Albarenga
Montaje de página: Érica Saboya
Tras la confirmación de los asesinatos de Bruno Pereira y Dom Phillips, en junio de 2022, indígenas y habitantes de Manaos realizaron una protesta ante la sede de la Funai. Foto: Alberto César Araújo/Amazônia Real