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Força da floresta: no ensaio do Salgueiro, a representação de um xapiri, ser que ajuda os xamãs Yanomami a proteger a terra. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

La fuerza de la selva en el ensayo técnico de Salgueiro: la representación de un xapiri, un ser que ayuda a los chamanes Yanomami a proteger la tierra. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Davi Kopenawa, líder, chamán y también embajador de los Yanomami y su lucha por la «tierra-floresta», ya conocía Río de Janeiro. Pero en las ocasiones en que había venido a la ciudad para asistir a exposiciones, conferencias u homenajes, a sus anfitriones nunca se les había pasado por la cabeza invitarle a una favela. Estas comunidades urbanas, la mayoría ubicadas en colinas, formadas por trabajadores negros, antiguos esclavos, y más tarde por oleadas de migrantes, sobre todo del nordeste de Brasil, no pueden permitirse vivir en el «asfalto», el Río de los más ricos, por donde suelen circular los visitantes. Por eso, la visita a la cuna de Acadêmicos do Salgueiro, la escuela de samba carioca que honrará a los Yanomami en el desfile de este año, fue una revelación para Kopenawa.

El antropólogo Marcos Wesley, del Instituto Socioambiental, que trabaja con los Yanomami desde hace 27 años y acompañó a Kopenawa en la visita a mediados de octubre de 2023, cuenta: «Dijo que lo habían llevado a sitios turísticos de Río varias veces, pero que era la primera vez que conocía al pueblo que construyó la ciudad». Cualquiera que haya viajado con Kopenawa por ciudades de todo el mundo sabe que sus observaciones son siempre agudas y muy sorprendentes, porque proceden de una experiencia del vivir diferente. Al estar por primera vez en una favela, Kopenawa comentó: «Ellos la construyeron, luego fueron arrinconados aquí, y aquí solo hay piedras, no hay donde plantar, es una injusticia». En un reportaje de la cadena Globo, el chamán destacó: «Estoy emocionado, muy emocionado, porque nunca había visto a una persona que viviera en un lugar así, encima de piedras. Para mí, en mi cultura Yanomami, las piedras no protegen».

Intercambio de ancestralidades: Davi Kopenawa y Tía Glorinha hablan de plantas curativas. Foto: Ewerton Pereira

En la favela, Davi Kopenawa fue recibido en Caxambu, un centro cultural que preserva las tradiciones afrobrasileñas de la comunidad, la más conocida de las cuales es el jongo, una danza al son de tambores. Allí estaban las matriarcas de Salgueiro, entre ellas Maria da Glória Lopes de Carvalho, conocida como Tía Glorinha, de 77 años, que desde hace 15 preside el Ala de las Bahianas de la escuela, uno de los grupos en que se divide el cortejo carnavalesco, donde desfila desde 1963. Con Kopenawa hablaron de las hierbas que utilizan en las curas, ya que la madre de Glorinha, que se instaló en Salgueiro procedente del estado de Minas Gerais, era rezadora y le transmitió sus conocimientos. «Quería saber cómo se llamaba cada hierba aquí y si coincidía con las hierbas de allí, que tienen nombres diferentes», cuenta Tía Glorinha. «Él estaba fascinado y yo también. Nunca imaginé que vendría a mi comunidad». Kopenawa le dijo a Marcos Wesley que las señoras de Caxambu le recordaban a sus tías.

La visita a la favela selló un acercamiento cauteloso, pero creativo y creador, entre el chamán que vive en la casa colectiva de Watoriki, a los pies de la Serra do Vento, en la frontera entre los estados de Amazonas y Roraima, y los líderes de una de las escuelas de samba más tradicionales de Río de Janeiro. Los primeros contactos se produjeron en marzo de 2023, poco después de que Salgueiro anunciara el tema de su canción, Hutukara, el nombre que los chamanes Yanomami dan al cielo que cayó en tiempos ancestrales, formando la tierra actual, y también el nombre de la asociación más conocida de la Tierra Indígena, que preside el propio Kopenawa.

El chamán solo pidió dos cosas: que Salgueiro no retratara a un indígena genérico, sino a los Yanomami, con sus rasgos, pinturas, costumbres y cosmovisión, y que los Yanomami no fueran tratados como sufridores, sino como un pueblo resistente con grandes conocimientos y sabiduría. «Me dijo: «Vamos a luchar siempre»», recuerda el periodista Igor Ricardo, el enredista de Salgueiro, la persona que escribe la sinopsis a partir de la cual se compone el samba de la escuela y el texto que se entrega a los jueces del desfile en el sambódromo.

Afroyanomami: ala sobre la vida cotidiana del pueblo indígena en el ensayo en el sambódromo. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Igor Ricardo y Edson Pereira, el carnavalesco de Salgueiro, como se denomina al director artístico responsable del diseño de los disfraces y las carrozas, se reunieron por primera vez con Davi Kopenawa en el Instituto Moreira Salles de São Paulo a principios de abril de 2023. Querían que aprobara la letra e invitarle al desfile del 11 de febrero. El encuentro tuvo un comienzo tenso: alguien del equipo de Salgueiro llevaba joyas de oro, símbolo de la minería ilegal que asola el territorio Yanomami y que ha llevado a su pueblo al genocidio: en solo 11 meses de 2023 murieron 308 personas, más de la mitad niños menores de cinco años, la mayoría por causas evitables.

Al ver el oro en el cuello, brazos y dedos, Kopenawa torció el gesto. El enredista de Salgueiro cuenta que el líder Yanomami no dio ni los buenos días. Y le dijo a la persona que llevaba las joyas: «Sabes que esto es la muerte para mí, ¿no?». Pero poco a poco se fue desbloqueando la conversación. Ricardo le contó que estaba leyendo La caída del cielo, un libro que es fruto de 93 horas de conversaciones grabadas entre Kopenawa y el antropólogo Bruce Albert, así como de décadas de convivencia. El chamán respondió que ya era «un buen comienzo».

La amistad, ya sea con otras personas humanas o con la selva y sus seres, tiene un gran valor para los Yanomami. No olvidan, sin embargo, los acercamientos falsamente amistosos de los napëpë (no indígenas, blancos). En La caída del cielo, Davi Kopenawa dice que desea que sus palabras penetren en la mente de las nuevas generaciones de napëpë, que así «tendrán mucha más amistad por la selva». Durante esa conversación de más de tres horas con los salgueirenses en São Paulo, Kopenawa les preguntó sin rodeos, como suele hacer: «Ustedes quieren ser nuestros amigos, ¿es eso?». Solo al final, el chamán autorizó: «Ahora ya pueden venir a mi casa».

El viaje a Demini, la región de Kopenawa en la Tierra Indígena Yanomami, no se produjo. Pero Kopenawa encargó al antropólogo Marcos Wesley que proporcionara a Ricardo y Pereira material sobre los Yanomami y que hiciera de intermediario para aclarar sus muchas dudas. «Aquel encuentro con Davi nos cambió la mentalidad», confiesa el enredista de Salgueiro.

El pueblo de la piedra: al visitar la favela, Davi Kopenawa se asombra de la inseguridad a la que se han visto empujados los «constructores de la ciudad». Foto: Ewerton Pereira

Resistencia, folclore y jogo do bicho

El primer desfile de escuelas de samba de Río de Janeiro tuvo lugar en 1932, pero las letras sobre pueblos indígenas se hicieron más frecuentes a partir de 1970, según el historiador Luiz Antonio Simas, autor de libros sobre el Carnaval, la ciudad y las religiones afrobrasileñas. Ese año, la escuela Portela ganó la competición con Lendas e mistérios da Amazônia (Leyendas y misterios de la Amazonia). Como la mayoría de las letras que siguieron, hablaba de los mitos indígenas sin vincularlos a las luchas por la tierra y por tener voz política. «Muchas se escenificaban siguiendo la lógica folclórica de una literatura brasileña que romantizó a los indígenas como «buenos salvajes», aquellos mitos de construcción nacional», analiza Mauro Cordeiro, un estudioso del Carnaval que nació en la favela de Andaraí, junto a la de Salgueiro, y frecuenta la escuela desde niño, cuando su padre era el director.

Cordeiro, profesor y doctorando en Antropología, recuerda que fue un carnavalesco negro, Fernando Pinto (1945-1987), el primero en llevar las reivindicaciones de los pueblos originarios a las grandes escuelas de Río. En 1983, antes de que la Constitución de 1988 consagrara los derechos que hoy el Congreso quiere derogar, Fernando Pinto creó la canción Como era verde meu Xingu (Cómo era verde mi río Xingú) en la escuela Mocidade Independente de Padre Miguel. Ya en 2017, cuando la extrema derecha crecía en la política, el cacique Raoni Metuktire, referencia de la lucha indígena en Brasil, participó en el desfile de Imperatriz Leopoldinense con el tema Xingu, o clamor que vem da floresta (Xingú, el clamor que viene de la selva).

En aquel entonces, las asociaciones de la agroindustria se sintieron retratadas por el «bello monstruo» que «roba la tierra de sus hijos», citado en el samba, y protestaron. Sin embargo, la asociación más directa no era con el robo de tierras públicas que asola la Amazonia, ni con la conversión de la selva en pastos para el ganado o en monocultivos de soja, ni con la explotación ilegal de madera. Sino con la destructiva hidroeléctrica de Belo Monte, construida por los gobiernos del Partido de los Trabajadores, conocida en la región de Altamira como «Bello Monstruo».

Salgueiro, por su parte, tocó temas indígenas en 1998, con la canción Parintins, a Ilha do Boi-bumbá: Garantido x Caprichoso, Caprichoso x Garantido, en referencia al festival folclórico de la ciudad de Parintins, en el que compiten dos asociaciones, Boi Garantido y Boi Caprichoso, y se representan leyendas, rituales indígenas y costumbres de los ribereños. Pero esa no es su marca. Fundada en 1953 en una favela inicialmente poblada por negros que habían sido esclavizados en plantaciones de café, la escuela fue una de las primeras en llevar la historia y los héroes negros al desfile. Zumbi dos Palmares, Chica da Silva y Aleijadinho fueron tema de canciones ya en los años 60. «Salgueiro es probablemente la escuela que más veces ha presentado la temática negra en el Carnaval, por lo que no diría que hacer un Carnaval comprometido sea algo nuevo para la ella. La gran novedad es que gira en torno a la cuestión indígena», afirma el profesor Mauro Cordeiro.

El historiador Luiz Antonio Simas señala que las escuelas de samba son camaleónicas: un año pueden tratar un tema de resistencia y al siguiente, uno acrítico. Aun así, cree que siempre hay un compromiso subyacente, que va más allá de la elección del tema. «Yo parto de la premisa de que una escuela de samba siempre está comprometida. Tienes ahí una estructura comunitaria que forma parte de la sociabilidad afrocarioca, tienes el sonido de los tambores, que dialoga con el candomblé y la umbanda [cultos afrobrasileños]. Así que es una manifestación de culturas no blancas incluso cuando aparentemente no lo es», analiza Simas.

Esta marca ha resistido incluso al entrelazamiento de algunas de las grandes escuelas de Río con la mafia del juego de apuestas ilegal jogo do bicho, que hoy incluye también bingos, máquinas tragaperras y casinos clandestinos. La propia Salgueiro estuvo durante más de 30 años, hasta finales de la década pasada, bajo el mando y el mecenazgo directo o indirecto del clan Garcia, bicheiros que fueron tanto objeto de asesinatos como de acusaciones de participar en crímenes violentos. Eso significaba mucho dinero. Y victorias en el sambódromo. Todavía corren rumores sobre los intentos de los herederos de la familia de recuperar el control de la escuela a través de aliados. Pero eso no impide que los salgueirenses definan su escuela como «castiza»: en 2024, solo dos de las 26 alas o subdivisiones son «comerciales», es decir, que venden disfraces a personas de fuera de la comunidad.

Las contradicciones del Carnaval de Río de Janeiro son evidentes. Tanto como el potencial impacto de desfilar en el Grupo Especial, formado por las escuelas mejor clasificadas el año anterior y del que Salgueiro nunca ha salido. Transmitido a millones de personas, el desfile puede reverberar un mensaje, si la letra consigue captar el espíritu del tiempo y la música es potente. Con su homenaje a los Yanomami, el samba de Salgueiro está considerado uno de los mejores, si no el mejor, de este año. «Es el tipo de canción que nos hace decir que no morirá en el sambódromo», afirma Simas.

El profesor Mauro Cordeiro espera un «desfile espectacular» que cumpla la función de «concienciar sobre la realidad del pueblo Yanomami, la necesidad de reconocer sus derechos y su dignidad». Esta es la intención de Davi Kopenawa, que saldrá en la última carroza, junto con otros líderes y artistas Yanomami y Ye’kwana, la otra etnia que vive en la Tierra Indígena, así como invitados de diferentes grupos originarios. Llevará a dos chamanes para que hagan bajar a los xapiri, seres que los ayudan a cuidar la selva. «No es solo una fiesta, no es solo un homenaje, es también una forma de llegar al corazón y a la mente de la gente», explica Marcos Wesley.

La avispa y la lucha de los negros

Cuando estuvo en Río el pasado mes de octubre, Davi Kopenawa recorrió todo el circuito salgueirense. Además de la favela, visitó la escuela de samba, cerca del Morro do Salgueiro, y la nave, ubicada en la zona portuaria, donde ya se estaban montando las seis carrozas. La estatua de Omama, el creador de los Yanomamis, que va en la carroza que abre el desfile, no estaba lista, pero Kopenawa vio el diseño y torció el gesto. No dijo nada en ese momento, pero le pidió a Marcos Wesley que subrayara que Omama tenía que ser el «Yanomami más perfecto», con el pelo muy corto y el cuerpo pintado.

Copia fiel: Kopenawa pidió a Salgueiro un retrato digno de un Yanomami y no de un «indígena genérico». Fotos: Comunicación/Acadêmicos do Salgueiro

Durante el recorrido, Kopenawa quiso saber si en la escuela había niños, porque pensó que le prestarían más atención que los adultos y luego contarían a sus mamás y papás lo que habían descubierto. Así que charló con las niñas y los niños de Aprendizes do Salgueiro, que forma a las nuevas generaciones de ritmistas (músicos) y passistas (bailarines). Este Carnaval, los niños desfilarán en su propia ala por primera vez en 16 años. Hicieron muchas preguntas, incluso sobre el significado del nombre del chamán, Kopenawa. Él les contó que se lo habían dado los xapiri de la avispa, que los Yanomami llaman kopena, que habían bebido la sangre de Arowë, un valiente guerrero del pasado. Kopenawa era el nombre que le dieron cuando ya estaba casado. Davi, en cambio, fue el nombre que le dieron los napëpë (no indígenas, blancos) cuando era niño. «Los niños le preguntaron si podían abrazarle y, por primera vez, vi reír a Davi», cuenta el enredista Igor Ricardo.

El líder Yanomami también asistió a la selección del samba en la abarrotada escuela. Un día antes se reunió con los compositores de los tres sambas finalistas. Marcelo Motta, que ha formado parte del Ala de los Compositores durante 24 de sus 41 años y es uno de los autores del samba ganador, recuerda que Kopenawa empezó hablando en su lengua y solo después utilizó el portugués. «Eso fue muy fuerte para nosotros. Aunque no lo entendiéramos, conseguía transmitir [el mensaje] a través de la emoción. Él es, en sí mismo, una energía noble», afirma.

Coautor de nueve sambas elegidos para representar a la escuela, Motta afirma que recibe vídeos de todo Brasil de gente cantando la canción de este año, que «ha roto la burbuja del Carnaval». Los versos «Aprendí portugués, la lengua del opresor / para probarte que mi sufrimiento es también tu dolor» son una referencia a Kopenawa. «Él hizo hincapié en que es una misión estar aquí, que hay que escuchar al pueblo Yanomami», cuenta. Según Igor Ricardo, en este encuentro con los compositores, Kopenawa volvió a hablar de las casas sobre piedras. «El gran mensaje que nos dejó fue que la lucha de ustedes, los negros, utilizó esa palabra, es ahora también mi lucha», dice el enredista.

Un Brasil con tocado indígena: los passistas cantan que quieren «romper una flecha» por el pueblo de la selva. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

El profesor Mauro Cordeiro ve a la comunidad salgueirense en un momento «feliz, alegre», con la esperanza de ser «esa flecha que llegue al corazón de todos los no indígenas» sobre la causa Yanomami. También hay muchas esperanzas de que la escuela gane la «décima estrella», como subraya Tía Glorinha, presidenta del Ala de las Bahianas. Salgueiro fue campeón por novena y última vez hace 15 años, en 2009.

El 21 de enero, la escuela hizo una prueba durante su ensayo técnico en el sambódromo: apagó las luces de la pista para que brillaran las pulseras fluorescentes que llevaban los componentes, como si fueran xapiri bailando en la pasarela. Bajo una intensa lluvia, la multitud que abarrotaba las gradas bajó a bailar siguiendo la escuela. Había gente con retratos del periodista Dom Phillips y del indigenista Bruno Pereira, asesinados en 2022 en la Tierra Indígena del Valle del Yavarí, en el estado de Amazonas. Había gente con gorras del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). Había gente con flores en las orejas, como hacen las mujeres Yanomami. Había gente con camisetas de Mangueira, la escuela «madrina» de Salgueiro. Todos se sabían el samba de memoria.

El desfile de verdad «es siempre un enigma», como dice el historiador Luiz Antonio Simas. Pero la comunidad salgueirense, además de sus santos y orishas habituales, cuenta esta vez con las fuerzas de la selva para hacer levantar las gradas.

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Reportaje y texto: Claudia Antunes
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página y finalización: Érica Saboya
Editoras: Viviane Zandonadi (flujo y estilo) y Talita Bedinelli (editora jefa)
Dirección: Eliane Brum

Presentes en la pasarela: la batería de la escuela de samba recuerda a Bruno Pereira y Dom Phillips, asesinados en 2022 en la Amazonia. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

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