Desde Imperatriz, Maranhão
Llovía a cántaros cuando, el 12 de febrero de 2005 a las 7:30h de la mañana, el sicario Rayfran das Neves Sales disparó 6 veces a quemarropa contra una mujer de 73 años que no pudo defenderse. El cuerpo ensangrentado de la hermana Dorothy Stang se desplomó en el suelo encharcado y permaneció allí hasta las 5 de la tarde, cuando la trasladaron a 50 kilómetros por una carretera precaria, desde el Proyecto de Desarrollo Sostenible (PDS) Esperança hasta la municipalidad de Anapu, a orillas de la carretera Transamazónica, a 692 kilómetros de Belém, la capital de Pará. Ese mismo sábado, mientras toda la atención estaba puesta en Anapu, otro asesinato sacudió el PDS Esperança. A las 11 de la noche, el agricultor Alberto Xavier Filho, conocido como «Cabeludo» (melenudo), también fue ejecutado. El crimen contra Dorothy Stang atrajo a periodistas de todo el mundo a Anapu. El crimen contra el anónimo Cabeludo, una figura ambigua que a menudo trabajaba para los enemigos del PDS, fue ignorado por la opinión pública. Los puntos nunca se conectaron. Pero para un hombre llamado Geraldo Magela de Almeida Filho, empezaba una saga nacida de la injusticia y una huida de 17 años que solo ha terminado en noviembre de este año. Empezaba también la vida de un vendedor viajante llamado Gaspar.
El mismo día que perdía a Dorothy Stang, Magela Filho fue falsamente acusado por la policía de cómplice del asesinato de Cabeludo. Para los movimientos sociales de la región de Anapu y Altamira, la estrategia que mató a Dorothy y obligó a Magela Filho a huir fue la misma: los grileiros (ladrones de tierras públicas) querían anular la resistencia campesina. «Era un líder muy fuerte. El objetivo era matar tanto a Geraldo Magela como a Dorothy Stang», dice la misionera Jane Dwyer, de la Congregación de Notre Dame, miembro de la Comisión Pastoral de la Tierra y compañera de lucha de Dorothy. «A nuestra hermana consiguieron eliminarla y a él lo obligaron a vivir en la clandestinidad».
Los dos crímenes fueron el resultado de una semana tensa. Dorothy Stang estaba amenazada de muerte. Las amenazas ya se habían denunciado repetidamente a las entidades de seguridad de Brasil y también a algunos organismos internacionales. Se sabe de sobra quiénes dieron la orden, quiénes la intermediaron y quiénes ejecutaron a la misionera. En cambio, el asesinato de Cabeludo sigue sin resolverse. Pero en 2005, la policía señaló a Magela Filho como cómplice y el Ministerio Público de Pará presentó cargos contra 6 personas, señalando como responsable del tiroteo a un agricultor identificado solo como «Claudio». Según el Ministerio Público, «tras disparar, el acusado Geraldo Magela de Almeida Filho, que había llamado a la víctima, entró en su casa y ordenó a su familia que no intentara salir. Luego se marchó, junto con los otros acusados, dejando que la víctima sucumbiera a lo largo de la madrugada».
DESLIZAMIENTO DE TIERRA EN LA TRANSAMAZÓNICA CERCA DE ANAPU, años 90: durante la dictadura, miles de campesinos pobres, como los padres de Geraldo Magela, respondieron a la llamada para colonizar la zona en torno a la carretera. Foto: archivo personal de Geraldo Magela Filho
La denuncia también cita los testimonios de los hijos de Cabeludo, que habrían presenciado el crimen, y de Lourival Gomes do Nascimento, «que informa haber sido abordado por el grupo horas antes del crimen en cuestión, cuando fue amenazado por el acusado Geraldo Magela, que llevaba un revólver del calibre 38». Con la investigación viciada, se decretó el arresto de Magela Filho. «Ellos [los grileiros] querían matarlo en la cárcel», dice sor Jane, que sigue en Anapu, hoy un territorio aún más violento que en 2005. Entonces Magela Filho huyó y vivió en la clandestinidad durante 17 años. Finalmente, el 7 de noviembre de 2022, el 4º Juzgado de Jurado Popular de Belém lo absolvió por unanimidad.
Su abogado, Marco Apolo Santana Leão, interpreta el «Caso Magela Filho» en el contexto de persecución y criminalización de los movimientos sociales. «Se ataca a los líderes de diversas maneras: difamación, amenazas, violencia física y homicidios», enumera. Santana Leão sabe lo que dice. El abogado defiende a varias víctimas de la estrategia de destruir la reputación de alguien, una especie de muerte en vida, que se utiliza contra los defensores de la selva y de los derechos humanos. En 2018, por ejemplo, fue el abogado del padre Amaro Lopes. Como el religioso continuó con la labor de Dorothy Stang en la organización y resistencia de los campesinos, fue detenido en una llamativa operación policial que parecía la captura de Al Capone. Se le acusó de varios delitos, algunos explícitamente fantasiosos, y se difundió ampliamente un vídeo en el que mantenía relaciones homosexuales consentidas con otro hombre. Amaro fue puesto en libertad, pero el proceso de descrédito ya se había completado, por lo que su trabajo en la primera línea de defensa de los agricultores familiares contra los agrocriminales de la región de Anapu quedó neutralizado.
Técnico agrícola y prestador de servicios del Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra), Magela Filho fue uno de los principales colaboradores de Dorothy Stang en las acciones pastorales y de asistencia técnica a los campesinos asentados en el PDS Esperança. También era miembro de la Asociación Solidaria Económica y Ecológica de Frutas de la Amazonia (Asseefa), estaba comprometido con la defensa de la selva y con la lucha contra el robo de tierras públicas y los proyectos de colonización depredadora.
Magela tuvo que esperar 17 años para que se hiciera justicia. Y finalmente lo consiguió. En el juicio, Santana Leão sostuvo hechos, argumentos y pruebas que llevaron a la absolución del acusado por unanimidad. El asesinato de Cabeludo se produjo sobre las 23:00. Pero esa noche (12 de febrero de 2005), Magela estaba en la comisaría de Anapu formalizando la denuncia de la muerte de Dorothy Stang. «Era imposible que el acusado estuviera en el PDS Esperança y, a la vez, cometiendo el crimen. Incluso porque recorrer la distancia que separa los dos lugares, unos 50 kilómetros, lleva una media de 4 horas por carreteras y caminos precarios», detalló.
El abogado también expuso los procedimientos ilegales que se utilizaron en la investigación, como la declaración de tres hijos de Cabeludo sin la presencia de ningún adulto, en la que la policía dejó constancia de que habrían acusado a Magela Filho. «El Ministerio Público ni siquiera fue a Anapu, pero se dejó llevar por la investigación e hizo la acusación», afirmó el abogado.
Magela Filho fue absuelto sin estar presente en el juicio, todavía como fugitivo. SUMAÚMA habló con él primero por teléfono, mientras conducía por las carreteras de la Amazonia. Luego pasó tres días con él y su familia para contar la saga de un defensor de la selva y activista por la reforma agraria que tardó casi dos décadas en recuperar su nombre y su libertad.
Magela y sus padres, Geraldo y Jovanete. La falsa acusación los condenó a una dolorosa separación. Tras la absolución, al fin han podido encontrarse sin riesgos. Foto: Adriano Almeida/SUMAÚMA
Una historia que empieza en la dictadura — La mayoría de las historias de los blancos asentados en torno a la carretera Transamazónica comienzan con la dictadura empresarial y militar (1964-1985), que impuso el mayor proyecto de destrucción de la selva de la historia de Brasil. Seguir el desarrollo de las trayectorias humanas es también ser testigo del impacto de la violencia del Estado en la vida de los hombres y las mujeres comunes. Fue así con los padres de Magela Filho y otros migrantes.
La vida de Elinete Silva de Almeida, nacida en Varjão dos Crentes, una aldea de evangélicos en el municipio de Buritirana, en el suroeste del estado de Maranhão, cambió cuando tenía 2 años y su familia decidió probar suerte en la carretera en construcción. La suya, como tantas otras familias campesinas pobres, creía en el llamamiento: «Amazonia: una tierra sin hombres para hombres sin tierra». El Gobierno del general Emílio Garrastazu Médici (1969-1974), el dictador que inauguró la carretera cortando un castaño gigante en Altamira, pretendía implantar asentamientos de colonización y grandes proyectos empresariales agropecuarios que se beneficiaran de la enajenación de tierras públicas.
La dictadura consideraba que los indígenas, los quilombolas (descendientes de africanos esclavizados que se refugiaron en centros de resistencia) y los ribereños que vivían en la selva —en ese momento, la ascendencia de los pueblos originarios tenía más de 10.000 años, la de los quilombolas, 4 siglos y la de los ribereños, casi 100 años— no eran humanos.
Mientras la esperanza de sus padres lanzaba a Elinete a esta espiral de violencia, en Fortaleza, la capital del estado de Ceará, el entonces joven Geraldo Magela de Almeida (padre), hoy de 94 años, veía por la televisión en blanco y negro la propaganda del Gobierno para atraer colonos con el objetivo de poblar la Transamazónica. Su esposa, Jovanete Nascimento de Almeida, que ahora tiene 74 años y es profesora jubilada, recuerda con precisión el contraste entre la promesa de la dictadura y la realidad de ocupar una selva que no los quería. «Era lo más absurdo del mundo. La propaganda decía que tendríamos casa, una escuela y un hospital y que lo único que teníamos que hacer era llevar nuestras maletas. Fue todo lo contrario, y entonces empezó el aprieto», dice. Aterrizó en medio de la vegetación embarazada de su tercer hijo y otros 6 nacieron y se criaron en la selva. Geraldo Magela de Almeida Filho llegó a la región de la Transamazónica con 2 años.
Dos movimientos avanzaron a lo largo de la Transamazónica en el estado de Pará: el de los campesinos pobres que respondieron al llamado de la colonización y el de los grandes terratenientes que recibieron 3.000 hectáreas de tierra para establecer empresas agropecuarias que, en su mayoría, no se consolidaron. Entre los campesinos, en el tramo de la carretera que va de Altamira a Placas, conocido como Transa Oeste, predominaron los sureños, que recibían más apoyo oficial; en el otro tramo, de Altamira a Marabá, la Transa Este, predominaban los nordestinos, que recibían poco o ningún apoyo del Estado.
Aquellos a quienes los generales dotaron de vastas extensiones de tierra y de financiación de la Superintendencia para el Desarrollo de la Amazonia (Sudam) —una sigla que se haría famosa por los escándalos de corrupción— iniciaron el intenso proceso de usurpación de tierras públicas en la región que hasta hoy encharcan el suelo de sangre. Sin cumplir su acuerdo de crear empresas agropecuarias, se apropiaron de la tierra y de los recursos públicos para devastar la selva y ganar dinero con la especulación y la tala.
Geraldo y Elinete eran niños cuando se abrió la Transamazónica sobre los cadáveres de miles de indígenas. La carretera que simbolizaba «la conquista de la selva» fue solo uno de los muchos procesos genocidas de la dictadura, que, según las conclusiones de la Comisión de la Verdad, dejó más de 8.300 muertos en todo Brasil. Sobre las ruinas de la selva comenzó tanto la lucha de los campesinos por un pedazo de tierra que les permitiera vivir en la selva como la violencia de los grileiros, cuya ambición por tierras públicas creció todavía más.
Cuando Geraldo y Elinete finalmente se conocieron y se casaron en Anapu, su lado en esta guerra era explícito: con la misionera Dorothy Stang y los campesinos, para crear y consolidar los Proyectos de Desarrollo Sostenible, una demanda de los movimientos sociales para la ocupar la tierra cuidando la selva que, en 1999, se convirtió en un programa oficial del Gobierno democrático de Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). En los años 80, el padre de Geraldo había recibido un disparo en el cuello, que resbaló hacia la boca, cuando participaba en una acción colectiva de asentados que fueron atacados por un grileiro.
Anapu se había convertido en uno de los centros amazónicos de la masacre sistemática que provocaba la forma de ocupar y apropiarse de la tierra en Brasil y la ausencia de una reforma agraria.
«Cuando llegó la hermana Dorothy Stang, la primera tarea que me encomendó fue dibujar el mapa del territorio», recuerda, mostrando el registro cartográfico que conservó junto a otras reliquias de aquella época. Foto: Adriano Almeida/SUMAÚMA
Una monja que no rehuía la lucha — La misionera Dorothy Stang llegó a la región en 1982, tres años antes del fin de la dictadura. Los asesinatos que cometían los sicarios que contrataban los grileiros y los madereros formaban parte del escenario. Le dijo a monseñor Erwin Kräutler, entonces obispo del Xingú, que venía a trabajar «entre los pobres más pobres». El obispo, que ya había sufrido amenazas de muerte por su firme actuación en defensa de los derechos humanos, le advirtió: «No lo vas a aguantar. Vienes de Estados Unidos, donde tienes todas las comodidades, no lo aguantarás». Dorothy respondió: «Déjeme intentarlo».
Luchó entre los pobres más pobres hasta el día en que fue ejecutada. Ella y otras misioneras se esforzaron por reunir a los agricultores y desarrollar acciones colectivas, creando espacios de convivencia, organizando de forma comunitaria la producción agrícola y generando ingresos. Las pocas escuelas se multiplicaron en cantidad y calidad. El sentido colectivo que motivó Dorothy Stang creaba un contexto de prosperidad indisociable de la colaboración con la selva. Por otro lado, provocaba el odio de los terratenientes, grileiros y madereros, que veían la labor misionera como un obstáculo para la tala de la selva.
Magela Filho se puso de su lado. Creció trabajando en el huerto de la familia, estudió, estuvo un tiempo buscando oro, hizo el servicio militar, asistió al seminario católico, renunció al sacerdocio, hizo varios trabajos esporádicos para sobrevivir, finalmente se graduó como técnico agrícola, se casó con Elinete y empezó a luchar junto a Dorothy. Cuando hablan de la misionera, las voces quebradas de la pareja y los ojos empañados reflejan sus sentimientos.
Una vez, recorriendo en moto los difíciles caminos de la Transamazónica, Magela Filho tuvo un accidente y se fracturó los dos fémures. La pareja tenía una hija pequeña y Elinete tuvo que acompañar a su marido al hospital. «Sor Dorothy nos dio todo su apoyo, nos consiguió un avión bimotor que nos llevó de Altamira a Belém. Nunca olvidaré ese día en que cuidó de mi hija. Ella era una más de la familia, siempre estaba presente, en las alegrías y en las dificultades», dice Elinete.
Partiendo hacia un escondite más seguro, lejos de Anapu, Magela Filho se despide de su hija Jhorrana. Ambos volverán a encontrarse meses después. Foto: archivo personal de Geraldo Magela Filho
Dorothy es asesinada y Gaspar nace con fórceps — El día en que asesinaron a la misionera, Magela Filho se dirigía en moto al PDS Esperança, donde tenía que reunirse con movimientos sociales, cuando se enteró de la ejecución. Le advirtieron que no se acercara al lugar del crimen porque el ambiente era tenso y podía haber otros actos de violencia. Se refugió en una choza a orillas de la carretera hasta que vio el auto que llevaba el cuerpo de Dorothy a Anapu. Decidió seguir la comitiva en su moto. Por la noche, fue a la comisaría a formalizar la denuncia del asesinato.
A partir de ese momento, dedicó todas sus energías a colaborar en las investigaciones y a ayudar a encontrar a los autores y a los autores intelectuales del crimen. Era el primer mandato del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), y poco había cambiado en Anapu, un territorio dominado por grileiros y sus sicarios.
A petición de la representación de Pará del Colegio de Abogados de Brasil (OAB-PA) y de la Fiscalía General de la República, la investigación pasó a manos de la Policía Federal. La entonces presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la OAB-PA, la abogada Mary Cohen, fue la responsable de seguir las investigaciones de Dorothy Stang y Alberto Xavier Leal, alias Cabeludo. «La policía local estaba totalmente comprometida con los madereros y hacendados. Geraldo Magela Filho desempeñó un papel muy importante. Fue él quien consiguió colocar a los autores intelectuales en el centro de la investigación. Hasta entonces, no habían aparecido los autores intelectuales, solo los intermediarios y los ejecutores. Después de su declaración, se empezó a investigar a los autores intelectuales», revela Cohen.
Magela Filho también participó en algunas incursiones del Ejército y la Policía Federal para buscar a los autores e intelectuales del crimen. Profundo conocedor de la geografía de la región, se sabía de memoria el mapa de la Transamazónica. «Cuando llegó la hermana Dorothy Stang, la primera tarea que me encomendó fue dibujar el mapa del territorio», recuerda, mostrando el registro cartográfico que conservó como una reliquia, junto a fotografías, tarjetas, billetes y otros documentos de aquella época.
Magela Filho no solo colaboraba con la investigación, sino que denunciaba la omisión de las autoridades policiales locales. Su actuación fue fundamental para localizar al sicario Rayfran das Neves Sales. Cuenta que fue él quien avisó a la Policía Federal y al Ejército, que realizaron la detención.
Tres meses después de la muerte de Dorothy Stang, Magela Filho seguía en Anapu. Hasta que se enteró de que se había emitido una orden de detención contra él. «Fue el día más triste de mi vida», dice su padre. Primero, Magela Filho se escondió en el PDS Virola Jatobá durante un mes. Entonces, una madrugada, acampó en la selva, al fondo de su lote, pero los amigos y compañeros de los movimientos sociales le aconsejaron que abandonara Anapu. «En ese momento, ya estaba condenado. Podrían matarlo antes de que terminara la investigación», cuenta la hermana Jane Dwyer.
Una vez establecido el plan de fuga, dejó el escondite y se dirigió al municipio de Senador José Porfírio, a 149 kilómetros de distancia. Luego tomó una lancha rápida hasta Porto de Moz. Desde allí, tomó un barco y navegó durante 10 horas hasta una región inundable llamada Cupari, donde permaneció 3 meses. En ese momento, solo había teléfono por satélite y llamar era muy caro. Su esposa lo visitó solo una vez. Siempre existía el temor de que lo capturaran en cualquier momento.
Magela Filho decidió entonces ir a Belém, en contra del consejo de los amigos que lo protegían. Para llegar a la capital de Pará, tenía que volver a Porto de Moz y, luego, ir hasta Gurupá. En esta localidad, al comprar el billete para el viaje, temiendo que lo identificaran, adoptó el nombre de José Gaspar da Silva. Nacía allí el clandestino «Gaspar», como lo recuerdan hasta hoy sus familiares y algunos de sus amigos. «Mi madre de vez en cuando me llama por ese apodo», dice.
En Belém lo acogieron algunos amigos, que se turnaban, pero siempre se quedaba encerrado. Durante todo el tiempo que duró la fuga, nunca perdió la esperanza de volver a Anapu, pero la orden de detención en vigor era tanto una amenaza como una tortura psicológica. Si no podía volver, tenía que seguir adelante. Y Gaspar lo hizo.
Elinete volvió a ser profesora, pero no olvida la Navidad de 2005, cuando recibió una carta de su marido donde le pedía que dejara Anapu y se fuera a vivir con él en Fortaleza. «Me fui con una bolsa y una caja de cartón», recuerda. Foto: Adriano Almeida/SUMAÚMA
Cómo empezó Gaspar su carrera de vendedor ambulante — La solidaridad de amigos y movimientos sociales fue fundamental para proteger a Gaspar. Sin poder salir a la calle, espiando el mundo exterior a través de las rendijas de las puertas y ventanas de los lugares donde se alojaba, pasaba gran parte del tiempo escuchando música y leyendo clásicos de la literatura. Obras como Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, Vida y muerte de Trotsky, de Víctor Serge, y las biografías de Ernesto «Che» Guevara y Simón Bolívar podrían haberlo denunciado.
En la soledad de esos largos días, aprendió a fumar, se dejó crecer el pelo y decidió trabajar. La larga barba también enmascaraba su aspecto. Solo una vez salió de su casa para ir a un lugar público. Sus amigos le consiguieron una peluca negra rizada y un atuendo hippie, que le daban a Gaspar un estilo despreocupado. Luego lo llevaron a un bar alternativo en la región metropolitana de Belém.
A pesar de que sus amigos le aconsejaban quedarse en Belém, donde estaba más o menos seguro, ya no podía soportar estar encerrado. La semana de Navidad de 2005 lo llevaron a Capanema, en Pará, y allí tomó el autobús a Fortaleza. «No quería ser una carga o una responsabilidad para nadie, así que tomé la decisión de irme», dice.
Entonces Elinete recibió una carta de su marido, que le decía que dejara Anapu y se fuera a vivir con él en la capital de Ceará. «Nunca olvidaré ese día, en el que tuve que dejar toda una vida que construimos en conjunto: la casa, la producción, mi trabajo como profesora… Perdí el rumbo. Lo dejé todo atrás. Salí de casa con solo una bolsa y una caja de cartón con algunos utensilios», recuerda.
Acostumbrados a la vida rural, donde tenían plantaciones, cría de animales, mucho espacio y la selva, Gaspar y Elinete tuvieron que rehacer su vida juntos en la clandestinidad en un estudio de Fortaleza. Buscaron trabajo, sin éxito, hasta 2006. A principios de 2007, un conocido, hijo de agricultores de la Transamazónica, que trabajaba en una empresa de sandalias, se puso en contacto con él y le ofreció la oportunidad de trabajar en Maranhão. Magela Filho acabó haciendo la ruta de Imperatriz y los municipios vecinos.
Dos años después de la ejecución de Dorothy Stang, a principios del segundo mandato de Lula, pero todavía sin ninguna promesa de conseguir justicia, Gaspar comenzó una vida como vendedor viajante.
Para su rutina de vendedor, Magela Filho utiliza el auto que compró a muchos plazos. Sus principales clientes son comerciantes de la agroindustria. Foto: Adriano Almeida/SUMAÚMA
De activista por la reforma agraria a vendedor de productos del campo — La vida en la nueva ciudad comenzó en otro estudio. Gaspar estaba siempre tenso en los controles policiales, temía que lo capturaran porque la orden de detención seguía vigente. Cuando llegó a Imperatriz, cambió su ruta hacia Araguaína, en el estado de Tocantins, pero no vendía mucho. Pasó dificultades, vendió la moto, compró un auto de segunda mano a largo plazo y se dedicó a la venta ambulante de secadores de platos, gomas de olla a presión y otros pequeños utensilios domésticos que añadió a la venta de sandalias.
En 2010, a través de otro contacto, se hizo vendedor de botines. Durante este período, empezó a construirse una casa, un gran paso para un forajido que utilizaba un nombre falso. «Ese momento me marcó mucho. Compramos el terreno y empezamos a construir, nos mudamos y no había ni yeso ni suelo. La hicimos poco a poco», dice. En 2017, corrió el riesgo de volver a ser Geraldo Magela de Almeida Filho cuando necesitó registrar su propia empresa para emitir facturas.
Elinete Almeida celebra dos logros: la nueva casa, que construyeron con mucho esfuerzo, y, desde noviembre, la absolución de su marido, Geraldo Magela Filho. Foto: Adriano Almeida/SUMAÚMA
En el parachoques de su furgoneta puso la inscripción del día de la muerte de Dorothy Stang: 12.02.2005. Con ella recorre las carreteras de Maranhão y Tocantins. Sus principales clientes son los comerciantes de la agroindustria de ciudades amazónicas, que en su gran mayoría son de ultraderecha, nacionalistas y «patriotas», entusiastas votantes de Jair Bolsonaro. Para evitar preguntas, durante las elecciones Magela Filho puso una banderita de Brasil en su auto. «Solo tengo 2 clientes que votan a Lula», resumió.
Pero en su casa la conversación es progresista. Todo muy explícito en la charla del café entre los Geraldo Magela padre (94 años) e hijo (51) sobre la coyuntura internacional de la guerra de Ucrania y otros temas relacionados. Tras un rato de conversación, el padre concluye que Brasil solo ha tenido dos grandes presidentes: «Getúlio Vargas y Lula, ambos padres de los pobres».
Elinete Almeida volvió a trabajar de maestra en Imperatriz y celebra dos logros: la nueva casa, que construyeron con mucho esfuerzo, y, desde noviembre, la absolución de su marido. «Que se decretara su libertad en el juicio fue la mayor alegría de mi vida», añade el padre.
En el parachoques de su furgoneta, Magela Filho puso la inscripción del día de la muerte de Dorothy Stang: 12.02.2005. Ahora recorre las carreteras de la Amazonia vendiendo productos del campo a los comercios locales. Foto: Adriano Almeida/SUMAÚMA
Obs: SUMAÚMA ha borrado digitalmente el número de la matrícula por motivos de seguridad
Falta un final — El juicio y la absolución por unanimidad cerraron un capítulo que nadie sueña para la propia vida. Al preguntarle si volvería a hacerlo, no duda: «Sí. Trabajar con Dorothy Stang fue motivo de satisfacción, alegría y placer. Lo hacíamos por amor. La muerte de la selva podría significar el colapso del planeta. Ese era el mensaje que ella transmitía: valorar a los pueblos que tienen esta filosofía, a las poblaciones tradicionales que no tienen la ambición de devastar, de enriquecerse a costa de la devastación. Es una lección que aprendemos para siempre».
Sentado en la terraza de su casa, rodeado de las reliquias de Anapu, Magela Filho lleva un collar y una pulsera de la etnia indígena Gavião. Al pasar constantemente por Amarante, un pueblo en su ruta comercial, a 113 kilómetros de Imperatriz, se hizo amigo de una familia y empezó a ir a la aldea. La convivencia es una forma de reconectar con los pueblos originarios. «Echo de menos la época en que vivía en Anapu. Para mí, los indígenas son los guardianes del medio ambiente, por eso me pongo sus adornos. No es oro, sino algo original, fruto del trabajo y el conocimiento», explica.
El asesinato del agricultor Alberto Xavier Filho, alias Cabeludo, sigue impune. Los movimientos sociales de la región tienen dos posibles hipótesis: la de no querer dejar cabos sueltos o la de querer incriminar a Magela Filho. «Acabaron con la familia de Cabeludo. Su esposa e hijos pasan dificultades» cuenta sor Jane.
Anapu está hoy más violenta que en la época de Dorothy Stang. La fuerte conmoción internacional que causó el asesinato de la misionera estadounidense aumentó considerablemente la presencia del Estado en la región, lo cual dificultó los negocios delictivos. Eso no significó la interrupción del robo de tierras públicas y del comercio ilegal de madera, pero los cabecillas de la región comprendieron que, al tener el Estado cerca, matar entorpecía los negocios. Como resultado, entre 2006 y 2014 no hubo ningún asesinato por conflictos de tierra en Anapu. Pero con el deterioro del Gobierno de Dilma Rousseff (PT) a partir del segundo mandato, seguido del impeachment que puso en el poder a Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), las ejecuciones volvieron. Las señales empezaban a ser favorables a la explotación predatoria de la selva, un movimiento que culminaría con el incentivo deliberado de Jair Bolsonaro a la destrucción de la Amazonia. Entre 2015, el último año de Rousseff, y 2019, el primero de Bolsonaro, hubo 19 asesinatos, según la Comisión Pastoral de la Tierra.
Durante el Gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, la parcela 96 de la Gleba Bacajá, en Anapu, una tierra pública destinada a la reforma agraria, se convirtió en el principal objetivo de los grileiros de la región. Este año, los sicarios han tomado a algunas familias como rehenes y han incendiado sus casas y la escuela de la comunidad. Las parcelas 96 y 97 llegaran a convertirse en el Asentamiento Dorothy Stang, pero la presión de los grileiros ha paralizado el proceso en el Incra. Desde el primer año de Bolsonaro, el líder campesino Erasmo Theofilo, su compañera, la quilombola Natalha Theofilo, y sus 4 hijos pequeños han tenido que huir 6 veces para salvar la vida.
Cuando Magela Filho fue absuelto, la familia Theofilo se encontraba exiliada dentro de su propio país, refugiada para que no los asesinaran. Probablemente permanecerá exiliada hasta que Lula asuma la presidencia el próximo 1 de enero. Aun así, no hay garantías de que Anapu sea un lugar seguro. Todos los líderes amenazados de la región temen una explosión de violencia para finales de año. El Brasil que obligó a Magela Filho a convertirse en Gaspar sigue existiendo. Y es peor de lo que era.