Hace falta que una cantidad enorme de gusanos se apodere de un cuerpo para que este los empiece a expulsar por la boca. Para que hasta los pulmones se vean afectados y provoquen tos seca, falta de aire, fiebre, dolores intensos. La omisión por falta de tratamiento tiene que ser muy grande para que lo que podría solucionarse tomando pastillas se agrave hasta provocar la muerte. Pero esto es lo que los profesionales de salud y los líderes que actúan dentro de la Tierra Indígena Yanomami han visto que les sucede a los niños indígenas que viven en el área demarcada.
Sumados a los casos graves de deshidratación provocada por diarreas fulminantes o los casos de neumonías que se agravan sin medicamentos, desde finales de julio han muerto al menos nueve niños en la mayor área indígena de Brasil, según denuncia la Hutukara Asociación Yanomami, principal entidad representativa de esta etnia. Su delicado sistema de salud se está colapsando ante la destrucción que provoca el garimpo, la minería ilegal, cuyo dominio va adentrándose en un territorio formalmente protegido, pero a la práctica expuesto al crimen.
«La situación es absurda. Siempre ha habido epidemias estacionales, neumonía, virosis. Pero sin atención médica, los niños están muriendo de enfermedades evitables, básicas», explica un profesional de salud que trabaja en la región y quiere permanecer en el anonimato. «Los garimpeiros [mineros] dan bebida y armas a los Yanomami, que beben y se matan entre ellos. Hay muchos garimpeiros que van armados a todos lados. Los equipos de salud se asustan y se van. ¿Quién va a trabajar a un lugar así sin ningún tipo de seguridad?», cuestiona el profesional de salud, testigo de la tragedia.
Desde julio de 2020, los casi 20.000 garimpeiros que han invadido el territorio Yanomami han obligado a los puestos de salud que atienden a los indígenas a cerrar 13 veces, según los datos obtenidos por medio de la Ley de Acceso a la Información. En este momento, cinco de ellos no funcionan, uno desde hace 11 meses. Un sexto puesto de salud, que llegó a cerrar durante cuatro meses, pudo reabrirse con el apoyo de la Fuerza Nacional. Sin médicos, las comunidades que viven en medio de la selva amazónica, en regiones a más de una hora en avión de la capital, Boa Vista, se quedan sin atención regular.
En los puestos de salud que no han cerrado, el garimpo también ha causado un gran impacto. En 18 de los 37 puestos, las visitas de los equipos de salud disminuyeron entre 2017 y 2021, según los datos públicos que ha obtenido SUMAÚMA. Las enfermedades afectan a niños que ya tienen la salud debilitada por la desnutrición. El 52,7% de los niños Yanomami de menos de cinco años tienen déficit nutricional, es decir, pesan menos —a veces mucho menos— de lo esperado para su edad.
En la región de Xitei, donde viven 2.049 indígenas y la deforestación aumentó un 1.100% entre diciembre de 2020 y el mismo mes de 2021, dos niños murieron en julio con indicios del síndrome de Loeffler. Este se produce cuando las células encargadas de actuar contra los gusanos que se han multiplicado en el organismo atacan también los pulmones, dificultando la respiración y provocando debilidad. Dos muertes que se habrían evitado si los niños hubieran podido tomar un vermífugo a tiempo, pero este medicamento tampoco está disponible en la tierra indígena. El puesto de salud de Xitei está cerrado desde abril, cuando el equipo de salud se fue, tras un conflicto entre indígenas favorables y contrarios al garimpo. Cinco Yanomami de la región han sido asesinados este año por armas que habían traído los garimpeiros, según relatan los líderes.
Cuando enferman de gravedad en lugares donde no hay equipos médicos, los indígenas tienen que llamar con el celular —utilizando la conexión de internet del garimpo— a la Secretaría Especial de Salud Indígena (Sesai) y pedir un traslado de emergencia a la ciudad. El año pasado, se realizaron 47 traslados de emergencia solo en la región de Xitei (en 2017 fueron solo 26). Pero, a menudo, nadie de la comunidad tiene celular para pedir ayuda.
En Boa Vista, los indígenas que dejan el hospital y siguen en tratamiento son trasladados a la Casa de Salud Indígena (Casai), un espacio desmantelado que se convierte en un nuevo vector de enfermedades. «Débil, débil, débil.» Es así como una madre de la región de Xitei describe el estado de su hijo, todavía bebé, que lleva en el regazo. El niño sufrió una neumonía, que se agravó por la falta de médicos en la aldea, y fue trasladado a la ciudad. En Casai, agarró una virosis que le provocó graves episodios de diarrea y tuvo que ser ingresado de nuevo.
La asociación Hutukara cree que la situación en el territorio es más grave de lo que muestran los datos públicos. «Es bastante probable que muchas muertes no se estén registrando debido a la falta de atención médica», afirma en un documento que ha obtenido SUMAÚMA. «Las fichas de defunción, una vez que los agentes de salud las rellenan, no se notifican [al sistema] porque falta la firma de los médicos», sigue relatando en un oficio que será enviado a las autoridades brasileñas para exigir una solución para el cuadro de crisis humanitaria. El profesional de salud entrevistado lo confirma. «Los médicos no quieren firmar las defunciones porque no las han visto, pues no estaban presentes», explican.
SUMAÚMA entró en contacto con el Ministerio de Salud el 29 de agosto y, hasta el cierre de esta edición, la institución no ha hecho ningún comentario sobre el colapso sanitario en la tierra Yanomami ni ha explicado qué está haciendo para reabrir los puestos de salud cerrados por los delincuentes.
TEXTO: Talita Bedinelli
TRADUCCIÓN: Meritxell Almarza