Periodismo desde el centro del mundo

El fuego resurgió en el patio del Museo Nacional, en Río de Janeiro, en la vigilia de recuerdos ancestrales. La apertura de la ceremonia corrió a cargo de Ailton Krenak: «Esta invocación de pueblos llenos de recuerdos tiene que ver con la expresión cuerpo-territorio». Gran parte del acervo que se quemó en 2018 eran recuerdos indígenas. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

«He llegado a esta etapa de traer las palabras de ellos para que ustedes las conozcan, para que entiendan nuestro mundo, cómo somos, y por qué las danzas, por qué las curas, por qué la bendición, por qué los pájaros son como son, por qué el ser humano es como es».

Solo alguien que es naturaleza puede lidiar con tantos porqués. Así es como Francy Baniwa, conocida por su pueblo como Hipamaalhe, lanza el primer libro de antropología escrito por una mujer indígena en Brasil. Su Umbigo do mundo: mitologia, ritual e memória Baniwa Waliperedakeenaai (Ombligo del mundo: mitología, ritual y memoria Baniwa) lo firma también su padre, Matsaape o Francisco Baniwa, y lo publica en Brasil una editora muy singular llamada Dantes.

Ningún otro lugar podría acoger un lanzamiento como este. Cuatro años y medio después del incendio que destruyó el 85% de la colección del Museo Nacional —una alegoría brutal en la literalidad de un país que se embrutecía con el auge de la extrema derecha antindígena—, el fuego ha resurgido. Esta vez con un nuevo significado.

El patio del histórico edificio acogió una vigilia de memorias ancestrales, que duró desde el lluvioso atardecer del sábado 15 de abril hasta la soleada mañana del domingo. Todos los sentidos fueron estimulados con cantos indígenas y danzas en círculo, alrededor de una fogata, de 200 personas dispuestas a participar en el ritual. El evento lo preparó el equipo de Selvagem, un movimiento sobre conocimientos indígenas, científicos, tradicionales y de otras especies concebido por la editora Anna Dantes, orientado por el pensador indígena Ailton Krenak, organizado por la productora cultural Madeleine Deschamps y llevado a cabo por un colectivo de participantes, muchos de ellos voluntarios.

«Estamos rodeados de paraguas, en esta situación imprevista de encontrarnos aquí alrededor de la memoria», dijo Ailton Ktrenak durante la apertura del encuentro. «Esta invocación de pueblos llenos de memorias tiene que ver con la expresión cuerpo-territorio. Se trata de instituir la memoria sintiendo, contando el origen de las cosas y experimentándolas. Una memoria social no solo de los objetos, sino una memoria de nuestros afectos, de nuestros sentidos de la vida.»

Los indígenas Baniwa (de izquierda a derecha): Francisco Fontes Baniwa, Francineia Fontes Baniwa, Diego Emílio, Fabricio Ruy Fontes, André Fernando y Frank Fontes Baniwa. Durante 12 horas, desde el atardecer hasta la puesta de sol, todos los sentidos se estimularon con cantos indígenas y danzas en círculo, alrededor de una hoguera, en los que participaron unas 200 personas. Narradores indígenas, griots, quilombolas, académicos, literarios y contadores de historias sumergieron a los presentes en una experiencia única. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Rodeada de indígenas, Francy Baniwa explicó la relación entre las narrativas y la realidad de los pueblos originarios: «Permítanse viajar a través de estas narrativas y entonces podrán entender la importancia de las mitologías y la demarcación de los territorios. Y podrán mirar a los pueblos indígenas con otros ojos». La escritora explicó que su libro «comienza contando que el mundo antiguamente era pequeño y se fue transformando, desde su creación hasta llegar a nosotros, aquí, sentados en este mundo tan grande». Para los Baniwa, el universo se compone de múltiples capas, asociadas a diversas deidades, espíritus y otros entes.

Francy Baniwa, antropóloga indígena y autora del libro Umbigo do Mundo, presentado durante la vigilia de las memorias ancestrales en el Museo Nacional, en Río de Janeiro. Foto: Juliana Chalita

Francy es una investigadora, antropóloga y fotógrafa nacida en la comunidad de Assunção do Içana, situada en el complejo cultural y ecológico del Alto Río Negro, en el estado de Amazonas. Licenciada en Sociología por la Universidad Federal de Amazonas, magíster y doctoranda en Antropología Social por el Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro, también conoce el río, la huerta y la selva, de donde viene y a donde siempre vuelve.

La obra es una versión revisada y comentada de su tesis de maestría, dedicada a transcribir y traducir narrativas míticas del pueblo Baniwa a partir de la escucha y el análisis de la narración de su padre, un maadzero (sabio) de su comunidad. Frank Baniwa, hermano de la autora, firma los 73 dibujos que componen el libro.

Los invitados a la vigilia se protegieron de la lluvia. Cuando cesó, todos se reunieron alrededor de una hoguera. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Umbigo do mundo ha sido descrito por personas no indígenas como un «acontecimiento literario», una «epopeya amazónica», un «sendero cosmológico por los paisajes del Noroeste Amazónico», una «muestra de la complejidad de las narrativas de creación del pueblo Baniwa». Solo podía lanzarse como «salvaje», como el relanzamiento de un fuego que acoge recuerdos para luchar contra el fuego que destruyó el museo y destruye la naturaleza.

La gente circulaba con lo que necesitaba para pasar la noche, tras ser recibida y orientada. Pancartas con motivos y dibujos indígenas y delicadezas como hormigueros rodeados de hojas creaban el ambiente sobrecogedor de los actos del ciclo Selvagem.

El bombero, lutier y músico Davi Lopes, que combatió el incendio del Museo Nacional y en la época de la tragedia transformó la madera de los escombros en instrumentos musicales, dio la bienvenida a los invitados. La delicadeza de la creación de los instrumentos que fabricó David quedó registrada en el documental Fênix: o Voo de Davi (Fénix: el vuelo de Davi).

Acompañado por su nieto, Fabricio Baniwa, y su hijo Franky, Francisco Baniwa también ofreció una breve actuación musical, en la que tocaron flautas japurutu, tradicionales del Río Negro, y bailaron en parejas con mujeres voluntarias entre el público. La música japurutu nos llevó al ombligo del mundo, la cascada Hipana, en el río Aiari, de donde surgió la humanidad y donde todo acabará, según la cosmogonía Baniwa.

Entrememorias

«Para contar una historia de la creación del mundo —y el mundo tiene muchas historias— necesitamos que nuestros recuerdos tengan cuerpo», dijo Ailton Krenak. «No podemos ser un cuerpo vacío. ¿Cuál sería la manera de honrar esta experiencia social, plural, que conformamos como sociedad compleja, de vivir entre muchas culturas, muchas etnias, muchas memorias?».

Francy Baniwa, André Baniwa y Francisco Baniwa hablan del libro Umbigo do Mundo, presentado en la vigilia. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Gran parte de la colección que se quemó era la memoria de los indígenas, y la noche en que ardió el Museo Nacional varios de ellos corrieron hacia allí y no paraban de repetir: «nuestra memoria, nuestra memoria». Krenak lo recordó: «Fue una pérdida grave, pero ¿se imaginan que no tuviéramos memoria de todo lo que se quemó?».

Para abordar la importancia de la publicación del libro, André Baniwa, hoy director de Demarcación Territorial del Ministerio de los Pueblos Indígenas, habló sobre el proceso de organización del movimiento indígena en el Río Negro: las asambleas, la creación de la federación de organizaciones indígenas, las escuelas indígenas, hasta llegar a los Baniwa que están hoy en la universidad. «Si Brasil y las universidades deciden invertir en esto, el país tiene un potencial muy grande para crear una identidad propia y fortalecer las culturas indígenas. Quiero ver una universidad indígena en Brasil, con un tipo de conocimiento más apropiado y sostenible para nuestra realidad, como exige la situación actual de cambio climático», dijo.

Indígenas tocaron flautas japurutu, tradicionales del Río Negro, alrededor del fuego durante la vigilia de los recuerdos ancestrales, en el patio del Museo Nacional. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

La experiencia de escuchar idiomas indígenas en nuestro propio territorio, señaló Idjahure Kadiwel, antropólogo, editor, traductor y poeta indígena, debería formar parte de la educación de los brasileños. Idjahure explicó que el idioma de los Baniwa, que forma parte de la familia lingüística aruak, es una de las 180 idiomas indígenas que existen en Brasil, país que posee una de las mayores diversidades lingüísticas del mundo.

Aparecida Vilaça, profesora del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro, y su hijo, Francisco Vilaça Gaspar, leyeron fragmentos de uno de los cuentos de Ficções amazônicas (Ficciones amazónicas), un libro que escribieron durante la pandemia a partir de sus recuerdos y su experiencia de décadas con los pueblos indígenas. Francisco concluyó su participación citando al abogado y jurista argentino Julio César Strassera, que fue el fiscal que condujo el juicio a los militares que implantaron la dictadura en ese país: «nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido, sino en la memoria; no en la violencia, sino en la justicia».

Los participantes se calientan cerca de la hoguera, en una atmósfera arrebatadora que se formó a lo largo de horas de intercambios y recuerdos ancestrales. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Advirtiendo que aportaría un tono más sombrío a la velada, la poeta y artista Amora Pêra leyó el poema «Mausoleo Nacional», escrito tras el incendio del museo.

«Estamos hechos del silencio del otro
hechos de supresión
de mil quinientos a dos mil dieciocho
¿Nadie lo vio?
Alguien Rio
mientras quemaba Luzia
que esta vez parece que no resistió
(…)
Las hechiceras cantan que
de las cenizas se puede renacer
Los científicos lloran y es para llorar
(…)
La memoria es una isla atizada de fuego y supresión
Nuestro cuerpo pueblo ardiendo lento
Nuestro Brasal
nuestro retraso tragedia descubrimiento».

Entrelenguas

Tras la inmersión en la cosmogonía Baniwa, líderes indígenas e intelectuales compartieron con el público recuerdos ancestrales, suyos y de sus pueblos, de otros rincones de Brasil. Todos y cada uno de los discursos demostraban, poco a poco, que esto solo es posible cuando se vive y se recuerda como un movimiento colectivo.

La profesora y artista Glicéria Tupinambá explicó el proceso de revitalización y rescate de los mantos Tupinambá, símbolo de memoria y resistencia. Glicéria buscó mantos en museos europeos y retomó la confección ancestral con plumas de las aves que ahora existen en su territorio, la aldea de Serra do Padeiro, en el sur de Bahía. Una de las réplicas que hizo no se vio afectada por el incendio y forma parte de la colección del Museo Nacional.

Glicéria Tupinambá explica el proceso de revitalización y rescate de los mantos Tupinambá, símbolo de memoria y resistencia de los pueblos originarios. Foto: Ana Carolina Fernandes / Sumaúma

«Hendu» es escuchar con el cuerpo. El concepto lo tradujo la comisaria de arte y actual directora de artes visuales de la Fundación Nacional de Artes (Funarte), Sandra Benites, del pueblo Guaraní Ñandeva, de la Tierra Indígena Porto Lindo, en el estado de Mato Grosso del Sur. Sandra habló sobre los esfuerzos que hacen los indígenas para que se les respete y se valoren sus conocimientos. Describió los recuerdos ancestrales como una visión del mundo, citando al artista Jaider Esbell: «Es una eternidad de proceso, de enseñanza y de aprendizaje que no tiene fin. Es un proceso educativo en realidad».

La palabra «resiliencia» resonó en el discurso de la cacica y líder espiritual Catarina Guaraní, al explicar el proceso de recuperación de su comunidad, en la aldea Piaçaguera, en Peruíbe, en el estado de São Paulo. Durante ese proceso, en el que le propusieron que asumiera el liderazgo y se convirtiera en cacica, siempre estuvo conectada con su espiritualidad, presente también en sus sueños.

Cris Takuá, matrona y educadora del pueblo Maxakali, vive en la Aldeia Terra Indígena Ribeirão Silveira, en São Sebastião, en el estado de São Paulo. Describió los poderes y usos de la yerba mate, la planta que le dio fuerza y curación, y dialoga con lo femenino y lo sagrado. La planta se utiliza en rituales y en la vida cotidiana de los indígenas Guaraníes desde mucho antes de la llegada de los europeos a América, que esclavizaban a los indígenas para cosechar la hierba.

El ambiente de acogida y las delicadezas impregnaron el evento, organizado por el equipo de Selvagem, un movimiento sobre conocimientos indígenas, científicos y tradicionales. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Carlos Papá, líder y cineasta indígena del pueblo Guaraní Mbya se presentó como un joven aprendiz en el camino espiritual, que aún está entendiendo cómo conectar con los códigos del viento, los pájaros y las hormigas, y habló de la importancia de sentir la propia sombra. Y de la flexibilidad que se adquiere en la selva esquivando, levantando, saltando: «Una forma de bailar todo el día». El cineasta cuestionó la búsqueda incesante de la felicidad en las cosas y terminó su discurso con el canto de la nhe’ery, «donde se bañan los espíritus», como llaman los Guaraníes a la Mata Atlántica.

Entremundos

Ailton Krenak volvió a reunir a todos alrededor del fuego, fascinado por el estado de atención que se creó con la alternancia de la lluvia, que propició una vigilia y «la experiencia de una danza imprevisible»:

«Estamos compartiendo esta experiencia pluricultural, atravesada por experiencias individuales, interponiendo una conciencia plural. Y es muy interesante permitirse esta cierta promiscuidad de uno entrando en la memoria del otro, esta amable invasión de recuerdos ancestrales. Es una experiencia mucho más enriquecedora en espíritu que la que ellos nos proponen, con todos estos aparatos que existen, que se multiplican y nos abordan. Sería muy interesante que produjéramos una reacción enérgica contra los algoritmos. Y es muy reconfortante imaginar que somos capaces de disponer de alguna actitud creativa, regeneradora, para recordar la expresión de Fabio Scarano [ingeniero forestal, autor del libro Regenerantes de Gaia], una actitud regeneradora de Gaia».

Ailton Krenak y algunos indígenas Baniwa conectan con los participantes del evento durante el Círculo de Recuerdos, en el Museo Nacional de Río de Janeiro. Fotos: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

A continuación, invitó a los participantes a dejar que sus cuerpos se expresaran en memoria, lo que generó una cadencia de discursos e intervenciones, en una sorprendente confluencia de canciones y poemas que todos compartieron, reviviendo sus propios recuerdos ancestrales.

La madrugada terminó con narraciones de griots [maestros responsables de la memoria afectiva y la transmisión oral de la cultura africana] y caboclas [mestizas], que materializaron la intención de Selvagem de incorporar los conocimientos tradicionales de los afrobrasileños. Los recuerdos —creativos, activos y curativos— también son difíciles y dolorosos.

La líder comunitaria y una de las griots del complejo de favelas de Maré, Helena Edir Vicente, comenzó agradeciendo por estar allí, escuchando esas historias, reviviendo sus propios recuerdos, como los que compartió con los invitados sobre su abuela. Helena contó que su abuela nació antes de la Ley del Vientre Libre, cuando «las niñas negras eran sacrificadas porque solo se aprovechaban los niños». Pero ella no fue sacrificada, señaló la griot, solo porque su dueña la necesitaba, ya que una persona de la hacienda se había casado y necesitaba una sierva doméstica. «Estaba orgullosa de haberse salvado, le parecía precioso. Solo después entendí que su dueña solo la dejó vivir porque necesitaba a alguien que cuidara de las personas que nacían en su familia».

Helena Edir (sentada a la izquierda) y Teresa Onã, en sus discursos, trajeron los elementos de la oralidad en la cosmogonía yoruba durante la vigilia en el Museo Nacional. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Helena partió de los recuerdos de su abuela para compartir cómo fue su migración desde Conselheiro Lafaiete, en el estado de Minas Gerais, a la favela Nova Holanda, la comunidad más negra del complejo de favelas Maré, y la formación de la asociación de vecinos. «Cuando llegué a Maré, encontré un poco de lo que había en Minas. Era como un pueblo pequeño, todo el mundo se ayudaba. No había agua, ni luz, ni alcantarillado, nada, y los vecinos uníamos esfuerzos para mejorar el barrio». Hoy, Helena es una de las directoras de Redes da Maré, una organización con proyectos de arte, cultura, memoria e identidad, como el Centro de Artes de Maré, el único equipo público local.

Teresa Onã nació como Teresa Cristina, pero adoptó Onã, el nombre de un Eshu [el señor de los caminos]. Con el documental As griots da Maré, ha llevado la memoria a las escuelas y ha trabajado los elementos de la oralidad de la cosmogonía yoruba con alumnos de Maré para crear una cultura afropindorámica [denominación sugerida por el pensador quilombola Nêgo Bispo para los pueblos quilombola, negro e indígena].

«Estamos aquí en un momento de resignificación de la memoria del Museo Nacional. Durante mucho tiempo fuimos tragados por otras culturas. Yo, por ejemplo, no entendía lo lindo que es ser una mujer negra. Ese montón de memorias, esas referencias», dijo Teresa. «Nuestros héroes no murieron de sobredosis, nuestros héroes fueron asesinados».

Entrepotencias

El día amaneció con los tambores del griot y percusionista senegalés Pape Babou Seck, que lleva a cabo un trabajo de vivencia cultural africana con niños de Río de Janeiro, y explicó cómo hacer un tambor e invocó a sus antepasados.

El sol fue subiendo mientras los presentes bailaban, después de una intensa experiencia de relatos e intercambios sobre recuerdos ancestrales. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Verônica Pinheiro, responsable del Grupo Criança da Comunidade Selvagem, abordó el tema del universo infantil y de la memoria, seguida por el pedagogo y escritor Luiz Rufino, autor, entre otros, de Vence-demanda: educação e descolonização. Rufino recordó la tierra de su familia, los vaqueros de Ceará y la vegetación del sertón. De niño, durante una caza de bueyes salvajes, todos se fueron a caballo y él se quedó atrás. Junto a él había un viejo ciego con un bastón, que le preguntaba: «Pero ¿dónde está ese buey? ¿No ves el buey? El buey está en el bosque». Pero Rufino no veía bosque, solo veía el sertón.

Escenas del amanecer: el día despuntó con los invitados bailando con los pies sobre la tierra húmeda a causa de la lluvia que cayó a lo largo de la noche. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

El sol fue subiendo al ritmo de Rodrigo Maré, Curcuma Groove y la flautista Ana Paula Cruz, entre bailes y flojera. Una oración y unas palabras de Cris Takuá encerraron la vigilia ancestral. «Cada día sale el sol para calentarnos, para permitir que sigamos viviendo. Mientras los rezadores, las rezadoras, sigan entonando sus buenas y bellas palabras sagradas y los niños sigan cantando, encantando esta tierra, seguirá existiendo la posibilidad de ir por el camino del buen vivir. Doy las gracias a cada uno de los que se han levantado con nosotros, que han compartido sus cantos, sus silencios, sus concentraciones. Ha sido una noche de muchos movimientos profundos. Doy las gracias a cada uno de los que han tenido la fuerza de pasar este largo tiempo juntos. Que sigamos creando y recreando posibilidades vivas de transmitir conocimientos, porque los recuerdos nunca mueren, solo duermen»

El despertar de la vigilia de los recuerdos ancestrales, con danzas y momentos de relajación, tras una intensa experiencia de oralidad e intercambio de vivencias. Foto: Ana Carolina Fernandes/Sumaúma

Todos los recuerdos ordinarios y extraordinarios de esa noche, que nunca acabará, pueden verse en el canal de YouTube de Selvagem, acompañados de la inquietante pregunta de Francy Baniwa: «»¿Cómo la memoria penetra en nuestra vida cotidiana cuando la vida es urbana?»».


Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Mark Murray. Edición: Diane Whitty
Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo Albarenga
Montaje de página: Érica Saboya

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