Periodismo desde el centro del mundo

El lago Tefé, en el estado de Amazonas, donde actualmente la sequía es extrema e impactante para humanes y no humanes. Foto: André Coelho/Instituto Mamirauá

Después de haber pasado 62 horas ininterrumpidas resistiendo la turbulenta corriente de las aguas que ahogaron su barrio, el pintor Moisés de Carvalho, de 43 años, finalmente entendió que el curso del río que bañaba su infancia ya no era el mismo. Estuvo dos noches y tres días solo, aislado en el techo de su casa, el único lugar al que no había llegado el agua, esperando que bajaran los casi 30 metros de elevación del río Taquari. Ese mismo río que en su memoria recibía a los vecinos de la zona con suaves movimientos. “Lo recuerdo bien. Allí nos bañábamos y pescábamos. Pero ya no se puede. Primero, porque no hay más peces. Segundo, porque ya ni siquiera conocemos el río de hoy. Vivo aquí desde hace cuatro décadas, desde que nací. Nunca había visto nada igual”, cuenta.

Moisés vive en Lajeado, una de las ciudades del valle de Taquari, en el estado de Rio Grande do Sul, al sur de Brasil, que fueron afectadas a principios de septiembre por intensas tempestades seguidas de una inundación histórica. El río que da nombre al valle creció tanto que alcanzó la segunda marca más alta jamás registrada –29 metros y 62 centímetros, en el municipio de Estrela, ubicado al otro lado de la orilla que bordea Lajeado.

La inundación de Taquari se produjo a raíz de otros fenómenos meteorológicos extremos en el sur de Brasil y fue concomitante con una de las sequías más severas ya registradas en la zona norte del país, una situación dramática que se extiende desde hace semanas por diversos estados de la región amazónica.

En Rio Grande do Sul, en junio, un ciclón extratropical pasó por la costa, dejando 16 muertos. Por otro lado, en la segunda quincena de julio, otro ciclón se llevó consigo al menos tres vidas más en la misma zona (además de una en São Paulo y otra en Santa Catarina). A principios de septiembre decenas de ciudades de Santa Catarina quedaron sumergidas por las inundaciones. Miles de habitantes perdieron sus hogares y al menos 50 personas murieron tras ser arrastradas por la corriente.

La destrucción en Muçum, municipio de Rio Grande do Sul, uno de los más afectados por el ciclón y las fuertes lluvias que acaecieron sobre la zona. Foto: Jeff Botega

El pedido de ayuda de algunos de ellos todavía resuena en la memoria de Moisés: “Las noches eran muy caóticas. Lo único que se escuchaba era el fuerte ruido de la corriente y los gritos y pedidos de auxilio. De repente todo se calmaba. Eran horas de silencio”. Ese silencio, descubrió Moisés después de ser rescatado, era el grito ahogado de los que no sobrevivieron.

Mientras el sur luchaba por evitar quedar sumergido por el agua, la falta de agua en el norte brasileño empezaba a adquirir dimensiones extremas. A fines de septiembre, el gobierno del estado de Amazonas decretó situación de emergencia en 55 municipios debido al agravamiento de la sequía y al aumento de los focos de incendio en el estado, que registró el peor índice de incendios del año. Además de Amazonas, los estados de Acre, Rondonia y Roraima también enfrentan una situación crítica debido a la sequía prolongada y los bajos niveles de los ríos. El río Amazonas, uno de los cursos de agua más grandes del mundo, ya había bajado unos impresionantes 7,35 metros a finales de septiembre (el caudal promedio de los últimos 20 años durante la estación seca es de 4,38 metros). Esto ha provocado que algunos de sus afluentes, como el río Tefé, prácticamente se sequen. Otros tienen temperaturas tan altas que comprometen la vida de los animales.

El transporte de alimentos y personas se ve perjudicado y los ribereños ya sufren por la inseguridad alimentaria. En el río Solimões la tierra hoy emerge en unas grandes extensiones que antes formaban parte de la corriente, deteniendo la vida de quienes nacen guiados por el fluir del agua. “En la época de mi padre, él contaba que algún día este río iba a cambiar. Ahora veo que tenía razón”, dice la ribereña Ruth Martins, de 50 años.

Habitante de la Reserva Mamirauá, en el municipio de Uarini, en el interior del estado de Amazonas, nos cuenta que hace algunas décadas se podía estacionar la embarcación en las orillas de su comunidad. Hoy, en tiempos de sequía, hay que caminar al menos 40 minutos sobre la tierra abrasadora. “La reserva, que había sido creada a orillas del río, ahora está muy lejos del agua. El calor aquí es muy intenso. Nunca había visto nada tan seco, un clima tan distinto. Estamos teniendo que comprar agua para beber, porque la del río está encharcada y el agua de la lluvia puede ser perjudicial para nuestra salud, con tanto humo en el aire”, dice.

Incendio intencional en un área forestal del municipio de Canutama, Amazonas, registrado en agosto: la destrucción y deforestación avanzan de forma intensa. Foto: Marizilda Cruppe/Greenpeace

El escenario es tan grave que la sequía está por alcanzar un trágico récord histórico y, según el Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden) del gobierno brasileño, se espera que se prolongue al menos hasta diciembre. Para los próximos meses se estima que la situación en 38 de los ríos más importantes de la Amazonia siga siendo crítica, con caudales por debajo de los promedios históricos. Por otro lado, las intensas lluvias en el sur del país deben seguir causando estragos hasta finales de 2023. “No sé si lo que está pasando es algo del hombre o de la naturaleza. Solo sé que así como están las cosas todo va a empeorar, ¿no?”, indagó Moisés al relatar su dramática experiencia con la crecida del río Taquari.

Somos naturaleza, pero hace tiempo que lo hemos olvidado. Y quizás por eso sea tan difícil contestar la pregunta de Moisés. “Lo que pasó es cosa de la naturaleza, Moisés, y lo lideró uno de sus animales más destructivos: el hombre”, le explico.

De hecho, hoy la ciencia ha demostrado que es responsabilidad del hombre que el mundo se caliente cada día más, precisamente 1,1 grados centígrados por encima de la temperatura promedio de la era preindustrial. Y estos temporales que acumulan toda la precipitación de un mes en un solo día –del mismo modo que las sequías que duran más de lo que muchas vidas pueden soportar– tienen mucho que ver con esto.

Diversos procesos climáticos se ven afectados por el aumento de la temperatura planetaria, entre los que se encuentran el ciclo de evaporación del agua y la absorción de calor por el suelo. La intensificación de la evaporación, por ejemplo, aumenta la formación y la intensidad de la lluvia en determinadas regiones, haciéndolas más propensas a tempestades. En otras zonas aumentan los períodos secos.

Mientras dirige el barco, este hombre observa el escenario desolador provocado por la muerte de los peces en el lago Piranha, en Manacapuru, Amazonas, zona afectada por la sequía del río Solimões. Foto: Bruno Kelly/Reuters

El más reciente informe publicado por el Panel Intergubernamental de Cambios Climáticos (IPCC) ya ha demostrado que la frecuencia e intensidad de estos eventos son más intensos en un mundo con temperaturas más altas, pero, como cualquier fenómeno natural, tanto las inundaciones en el sur como las sequías en el norte, son consecuencia de una combinación de factores que, al entrelazarse, agregan dimensiones catastróficas a fenómenos que antes eran corrientes. “Estos eventos extremos que se producen en Brasil tienen la firma del cambio climático. El planeta está más caliente, los océanos están anormalmente más calientes y este año entró El Niño, intensificando todos estos eventos”, explica el climatólogo Francisco Eliseu Aquino, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.

Según el experto, el fenómeno El Niño –evento climático que se produce en promedio cada 3 a 5 años cuando las aguas del Pacífico, cerca de la línea del ecuador, experimentan un calentamiento superior a lo normal– se debe a un debilitamiento de los vientos alisios que soplan constantemente desde los trópicos hacia el ecuador y que, al ser muy húmedos, provocan lluvias. El resultado es un período más seco en la región norte del país. Sin embargo, al otro lado de la selva tropical más grande del mundo el océano Atlántico Norte recientemente también está pasando por un proceso de calentamiento anómalo, lo que dificulta la llegada de la humedad a la Amazonia y reduce la incidencia de lluvias.

“En el sur del país El Niño provoca un cambio en la circulación de los vientos de la zona tropical hacia la región polar de los hemisferios sur y norte. Este cambio altera la circulación de los vientos en altitud, las corrientes en chorro, y condiciona la formación de ciclones extratropicales que terminan bloqueando por más tiempo los frentes fríos en la zona, lo que intensifica las tormentas. A esto se suma el hecho de que América del Sur es más cálida –este, de hecho, fue el invierno más caluroso jamás medido en la zona en más de cien años– lo que genera un proceso de retroalimentación de estas severas tempestades”, explica Aquino.

Pero esto no se detiene ahí. La destrucción de la Amazonia, que solo en 2022 perdió 10.573 kilómetros cuadrados de selva debido a la acción depredadora del hombre, según informe del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon), reduce la capacidad del bioma de propagar la humedad a otras zonas, lo que desregula las estaciones lluviosas y secas en la misma Amazonia y el resto del continente, afectando el clima del planeta.

Vecinos de Muçum rescatan objetos después de las muertes y la destrucción de casas y espacios públicos de la ciudad. Foto: Jeff Botega

Un estudio publicado en 2019 mostró, por ejemplo, que esta devastación impacta directamente en el volumen de precipitaciones en América del Sur. Y como en la naturaleza todo es circular, además de estos impactos directos, la aniquilación del bioma contribuye de manera importante y sistemática con el calentamiento del planeta.

Hoy Brasil ocupa el cuarto lugar en el vergonzoso ranking de los mayores emisores de gases de efecto invernadero del mundo. Si bien el sector energético es el principal responsable de poner a las demás naciones en el podio, en Brasil esta contribución a la crisis climática se le atribuye principalmente al uso de la tierra: los incendios y la deforestación preceden al uso de tierras para pastizales y actividades agrícolas a gran escala, como la soja –buque insignia de las exportaciones de este sector–, el maíz y la caña de azúcar.

Ya desde hace un tiempo la ciencia se encarga de mostrar esta intrincada, interdependiente, compleja y delicada red de vidas que se constituyen y están constituidas por la Tierra. Asimismo, demuestra que la visión cartesiana, calcada en los fundamentos de la sociedad industrializada –que sigue dominando gran parte del pensamiento occidental– ha desestabilizado abrumadoramente estos ciclos vitales. Nos cuesta verlo porque entender la crisis ambiental implica renunciar a un sistema conceptual secular basado en la idea del hombre como centralidad y la naturaleza como recurso, que relaciona desarrollo con dominación y parte del principio de que la evolución solo se produce a partir de la separación entre el hombre y la naturaleza. Se trata de romper con la falsa idea de que tenemos control sobre nuestro entorno y renunciar a la premisa de que todo lo natural existe allí para servir, amenazar o satisfacer al hombre.

Moisés y yo llegamos a conversar sobre la ciencia de la crisis ambiental y la insuficiencia de medidas para reparar los daños que se están implementando en la zona. Pero, después de colgar el teléfono para que pudiera disfrutar del reencuentro con su familia –su mujer y sus hijos, de 7 meses y 11 años, habían salido de la casa al inicio de la inundación y se habían refugiado en el área de deportes de una escuela–, pensé que quizás la forma más sencilla de reflexionar sobre esta tragedia sea abrir las ventanas de nuestras casas. Es que ese mismo día de nuestra charla vislumbrar el horizonte nos resultaba difícil a los dos. El cielo estaba gris en varias ciudades de Rio Grande do Sul: era la primera vez en el año en que el humo de los incendios de la Amazonia recorría más de 4 mil kilómetros hacia el sur y alcanzaba el territorio de Rio Grande do Sul. Ya sea a través de las corrientes de viento, la fuerza de la lluvia o la intensidad del calor, desde hace mucho más tiempo la ciencia y la propia naturaleza han elevado el tono para advertirnos sobre esto, desplazar la mirada del hombre de su propio ombligo y hacerlo mirar el verdadero centro del mundo, el que transporta el único futuro posible.

Jacqueline Sordi es bióloga, periodista y ambientalista. Especialista en sostenibilidad por la Universidad de California (Ucla), tiene un doctorado en comunicación por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.


Verificación: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página: Érica Saboya

Fuera de orden: después del ciclón haber devastado el municipio de Muçum, a principios de septiembre, un sillón en medio de los árboles caídos nos da la dimensión de la intensidad del viento. Foto: Jeff Botega

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