«¡Es tan verde!», se sorprende Satish Kumar al ver los árboles y plantas del patio de la casa de sus amigos brasileños, en el barrio Alto de Pinheiros de São Paulo, una rareza entre el monocultivo de hormigón de la capital. Satish tiene un caminar suave. Con pasos lentos, casi parece levitar, un estado que solo alcanzan aquellas almas iluminadas que, como él, han transformado su vida en una andadura activista. Pero no cualquier activismo. Un activismo con amor. La cabeza del exmonje jainista, nacido en Rajastán, en la India, se inclina suavemente hacia la derecha, posiblemente una señal de sus 87 años. O de la inclinación de un cuerpo predestinado a escuchar. En ese patio-jardín, rodeado de una enorme Pitanga, un Lapacho amarillo y otro rosado, una Reseda medio torcida, Rafias y una Cheflera madura, el activista que predica el amor radical se reúne con 14 jóvenes activistas brasileños. Intercambiarán experiencias y dialogarán sobre la resistencia de todos los días. Los jóvenes activistas quieren aprender de la larga jornada de Satish.
Llegan poco a poco —activistas climáticos, negros, Indígenas, feministas, antirracistas, residentes de las periferias brasileñas—, un poco tímidos, y se acomodan en círculo en el patio verde. En círculo, la energía fluye. El tema de la conversación trae consigo una complejidad manifiesta. Al fin y al cabo, ¿cómo pedirles que actúen con amor cuando la vida de cada uno y la de sus familias y comunidades son atacadas día tras día, sus cuerpos son violentados repetidamente, sus casas destruidas, sus territorios tomados, la Naturaleza agoniza, la muerte ronda, la injusticia impera y la impunidad persiste? ¿Cómo controlar el resentimiento y la rabia? ¿Cómo no odiar a quienes quieren borrarlos y hacerlos invisibles? Satish, cofundador de la Schumacher College, en el condado de Devon, en Inglaterra, sabe cómo hacerlo. Ha venido a Brasil para celebrar los diez años del brazo de la escuela que se crio en el país y para presentar su último libro, Amor radical, que resume el activismo y la forma de vida que él cree que pueden salvar el planeta y la humanidad. Dentro del intenso programa, ha querido dedicarles una tarde a los jóvenes activistas brasileños.
Un canto del pueblo Xipai, en el Medio Xingú, entonado por Wajã Xipai, un Indígena de 18 años, los saluda a todos y prepara el ambiente para la conversación. La canción Wïra na Iko es una llamada a los espíritus de la selva, una petición para que se queden allí, entre ellos. En la oración ancestral, todos golpean el suelo con los pies. Están conectados. Oídos y corazones abiertos. Wajã ha venido de la Tierra Indígena Xipaya, en la Amazonia, para cerrar un ciclo de un año del Programa de Coformación de Periodistas-Selva Micelio-SUMAÚMA. En su lengua materna, el Indígena hace de la música su mensaje inicial, mientras los aviones en la ruta del aeropuerto de Congonhas, por el que pasan 70.000 pasajeros al día, cubren el canto de los pájaros del patio cada tres minutos.
Afecto y esperanza: Soll, periodista-selva que participó en el Programa Micelio-SUMAÚMA, agradece al indio sus sabias palabras y su incentivo
Tiempo viejo, tiempo nuevo
De Wajã la palabra pasa a Thiago Henrique, o Karai Djekupe, líder del pueblo M’bya Guaraní, de la Tierra Indígena Jaraguá, en São Paulo, licenciado en arquitectura y urbanismo. Djekupe deja claro que su nombre Indígena es sagrado, «viene de otros mundos, viene de la espiritualidad». A sus 30 años, afirma que entender la importancia del nombre Indígena es entender el tiempo. «A diferencia de los no Indígenas, nosotros no tenemos primavera, verano, invierno, otoño. Tenemos Ara Ymã [tiempo viejo] y Ara Pyau [tiempo nuevo]», explica. «Ara Ymã es el tiempo viejo, donde las enfermedades suelen afectar más a la gente. Es el tiempo en el que estamos, en el que la Naturaleza necesita cuidarse. Y Ara Pyau es cuando el tiempo se vuelve más cálido, más florido, cuando conseguimos trabajar más, cuando aflora nuestra espiritualidad y recibimos, en nuestras ceremonias, el nombre Guaraní, que se nos da al cumplir un año». Los Guaraní, prosigue Djekupe, nunca se han sentido dueños de la Naturaleza. Habla de la resistencia histórica de su pueblo, recuerda las Guerras Guaraníticas del siglo XVIII y la masacre que promovieron los bandeirantes, los pioneros que fundaron São Paulo a costa de vidas Indígenas. «Aunque los colonizadores intentaron quitarnos nuestras lenguas, quitarnos nuestras costumbres, colonizar nuestros cuerpos, podemos decir que no colonizaron nuestras almas. Hacemos nuestras ceremonias, nuestro Ara Pyau siempre renace».
Karai Djekupe cuenta a sus compañeros y a Satish que los pueblos Indígenas de Brasil volverán a ser desalojados de los pocos territorios que ya han conseguido demarcar. Todo por culpa del hito temporal (marco temporal en portugués): «una idea que tienen los no Indígenas de fijar el 5 de octubre de 1988 como fecha límite para establecer el derecho de las comunidades Indígenas a la tierra», explica. El joven activista considera que es inaceptable que Brasil se trague esta tesis perversa, dado que los Indígenas fueron masacrados por los colonizadores o tutelados en la dictadura militar-empresarial (1964-1985). Desde la colonización, la violencia contra los Indígenas ha sido «lineal, continua», se queja. «Los que nos matan luego se juzgan, se exculpan y vuelven a legitimar todas estas masacres. Los derechos humanos no llegan hasta nosotros. Hoy luchamos por la democracia en el contexto general de la nación. Pero los pueblos Indígenas esperamos esta democracia desde el 1500». Los Guaraní no aceptan esta guerra, asegura. «Creemos que el diálogo y la unión de todos los pueblos en lucha pueden garantizar el futuro de nuestros hijos».
Satish lo escucha con una mirada penetrante. A continuación, se invita a los jóvenes a que cuenten cómo se convirtieron en activistas. «Yo vengo de la periferia de Altamira [Pará]. Allí tenemos una relación de pertenencia con los ríos y arroyos, que son los brazos de los ríos, de bañarnos, de ser el lugar de encuentro de la comunidad, de jugar y aprender. Tras la construcción de la represa [de la central hidroeléctrica de Belo Monte], hubo un gran aumento de la población, un impacto ambiental y social gigantesco, y se destruyeron estos espacios de pertenencia», cuenta Soll, de 28 años, artista visual, exintegrante del programa Micelio y actual reportero de SUMAÚMA. Soll afirma que sus instrumentos de lucha son «el arte y el afecto». Con la hidroeléctrica, el arroyo «se convirtió en un lago extraño» y el río se llenó de «árboles podridos».
«Muchas personas fueron arrastradas de sus territorios hacia lugares distantes. En ese momento sentí que estaba perdiendo cosas muy importantes. Vi peligrar la memoria de mi pueblo y de mi comunidad. Eso fue lo que me motivó y me movió», dice Soll.
Escucha empática: Satish entre Bruninho Souza (izquierda) y Mathaus Torres, en una conversación firme y tierna con jóvenes activistas brasileños sobre el amor radical
Cleidiane Carvalho, de 42 años, no es tan joven como el resto de sus compañeros del círculo, pero, como ellos, se unió a la lucha a una edad temprana. Comienza recitando un poema que ha escrito, improvisadamente, en el pequeño cuaderno que sostiene en sus manos:
«Diferentes caras, en favor de una única búsqueda
Ambientarse es necesario
Luchar y permanecer en la resistencia es proporcionar a los que llegarán la era verde que ya no quieren dejar en pie
Cuánta ignorancia para meros hombres que usan su propia fuerza para destruir el mundo en el que viven»
A lo largo de 16 años, la enfermera Clei, también del programa Micelio-SUMAÚMA, trabajó con el pueblo Mundurukú, en Pará. «Lo que me hizo querer ser activista fue cuando entré en el primer campamento minero de la región de São José, en Jacareacanga. Todavía no había visto a un niño sufrir pedofilia. Atendí a una niña de 6 años, estaba llena de moratones. Y en mi inocencia pregunté: «¿Pero a qué juegan?». Y me dijeron: «No, enfermera, esta niña ha sido violada, su madre la vende a los viejos que van al burdel». Aquello me impactó, no conseguía hablar, no podía hablar, porque si lo hacíamos recibiríamos amenazas de muerte».
Clei hizo lo que estaba en su mano. Acudió a las autoridades, registró los abusos y la violencia, y denunció las injusticias. Hace unos años, fue la primera profesional de la salud que advirtió de los efectos de la contaminación por mercurio en el pueblo Mundurukú. «En aquella época llamé al Ministerio de Salud, pero ¿quién era yo? Solo una enfermera, negra y sin voz». En 2019, con la ayuda de profesionales de la Fundación Oswaldo Cruz, entró en el territorio del Medio Tapajós: «Se constató que más del 90% de los niños y las mujeres estaban contaminados por los altos niveles de mercurio». La expedición se convirtió en un libro, Garimpo de ouro na Amazônia: crime, contaminação e norte (Extracción de oro en la Amazonia: crimen, contaminación y muerte), inspiró el documental de Jorge Bodanzky, Amazonia, ¿la nueva Minamata?, y acabó abriéndoles los ojos a los equipos de salud del país y al gobierno federal, años después, ante la tragedia. «Sentí el impulso de registrarlo, a través de fotos, de la escritura, y no exponerme. Otras personas me decían que, con el material que tenía, podrían mostrarle al mundo esta matanza, este crimen. Decidí que tenía que hacer algo como enfermera, como mujer, como resistencia».
Casi media hora después de haberse iniciado la conversación, Satish habla. Las miradas están atentas, el ruido de los aviones continúa infernal. «Podemos ser activistas contra el ruido. ¡Este aeropuerto molesta a tanta gente en São Paulo!», bromea, sin que su calma se vea afectada por la contaminación acústica. Los pájaros se alborotan, por coincidencia, cuando Satish empieza. Una hoja cae casi sobre su cabeza. Satish cuenta que se hizo monje jainista a los 9 años. Había perdido a su padre abruptamente cuando tenía 4. La vida religiosa fue una búsqueda espiritual para lidiar con la muerte. Pero a los 18, un sueño sobre Mahatma Gandhi lo perturbó. El activista-símbolo en la lucha por la independencia de la India, asesinado en 1948, avisaba a Satish en un sueño que el mundo necesitaba luchadores y que no bastaría con recogerse en la vida monástica en busca de la salvación espiritual. «Y dije: «¡Vaya, Gandhi me llama a ser activista! El mundo no está bien. Debo morir por el mundo». Finalmente, pasada la medianoche, cuando todos los monjes dormían, hui del monasterio».
Escoger las palabras: Satish afirma, bajo la atenta mirada de Soll y Cleidiane, que los activistas tienen que aprender a comunicar sus ideas
‘¿Qué legado dejaremos?’
Durante una década, Satish anduvo de pueblo en pueblo por la India, tratando de sensibilizar a los propietarios sobre la elevada concentración de tierras y la situación de pobreza y explotación de los trabajadores. Con Vinoba Bhave, su gurú y sucesor espiritual de Gandhi, Satish recorrió el país con el lema «La riqueza y la tierra deben ser de todos». El activista le dedica su último libro al gurú. La peregrinación dio lugar a una presión social en favor de la reforma agraria en la India y al reparto de 16.000 kilómetros cuadrados (4 millones de acres) de tierras de los grandes terratenientes a los pobres. La lucha posterior de Satish fue contra las bombas nucleares, en la década de 1960. «La gente no tenía tierra, ni comida, y ellos [las grandes potencias mundiales] gastaban dinero en bombas», cuenta a los jóvenes. El indio caminó 13.000 kilómetros sin dinero en el bolsillo. Sin nada. Cruzó incontables países. Protestó en Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia contra las bombas. Tuvo el privilegio de conocer en persona a Martin Luther King, de quien habla con cariño y admiración. Después de tantos pasos y luchas, abrazó el activismo climático: «Me involucré en el movimiento ecologista por la destrucción del medio ambiente. Tenemos que aprender de los valores Indígenas, de la cultura Indígena. Han cuidado el planeta durante millones de años sin destruirlo», subraya, mirando a los Indígenas del círculo. «¿Qué clase de legado dejaremos a las generaciones futuras? ¿Ríos contaminados, océanos contaminados, aire contaminado, agua contaminada, suelo contaminado? ¿Qué le estamos haciendo al planeta? Así que me convertí en activista en defensa del medio ambiente. El activismo contra el latifundismo, contra el racismo, contra las bombas nucleares, contra las guerras y contra la destrucción ecológica. Esa ha sido mi actividad durante muchos, muchos años. Ahora tengo 87. Pero ustedes tienen mucho tiempo», dice y sonríe, tratando de prepararlos para una larguísima jornada.
De Gandhi, Luther King, Desmond Tutu y Nelson Mandela, Satish dice que aprendió que «el activismo nace del amor». Con firmeza y ternura, asegura que los activistas no actúan por odio, miedo o ansiedad. «Sino por amor. Porque si actúas con rabia, te agotas pronto. Hay que tener cuidado con la rabia. Te decepcionarás y te rendirás. Pero si actúas con amor, el amor te fortalece y sigues adelante». Satish garantiza que vivirá hasta la última batalla, sin agotarse. «Porque soy un activista feliz. ¿Quieren ser felices o desgraciados? Tienen que decidir».
El líder activista enseña tres pilares para luchar con amor: «Sean el cambio que quieren ver en el mundo; aprendan a comunicar ese cambio y utilicen buenas herramientas para comunicar sus ideas; y estén juntos, actúen colectivamente. Un gran movimiento lo hacen muchos individuos. Ningún individuo, solo, podrá cambiar el mundo. Un río está hecho de innumerables y pequeños afluentes. Encuentren un terreno común».
Terreno en común: el activista indio explica a los brasileños que, solos, no podrán cambiar el mundo y les advierte de la importancia de la acción colectiva
En Parelheiros, una región del extremo sur de São Paulo, Bruno Souza de Araújo, o Bruninho, de 24 años, encontró un terreno común con sus amigos: el terreno de la periferia. Allí, donde está «lo que queda de la Selva Atlántica de São Paulo», Bruninho, fundador del colectivo Núcleo de Jóvenes Políticos, explica cómo encontró en la literatura la salvación para ejercer su activismo antirracista. «Con un grupo de amigos, fundamos una biblioteca en un lugar muy inusual: un cementerio. Un grupo de jóvenes negros se unen para construir una biblioteca comunitaria en un lugar donde la gente espera otras cosas. Eso ya dice mucho en un país donde hay un genocidio de la población negra». Resignificar el lugar asociado a la muerte con la vida y la literatura, en un país donde 77 de cada 100 asesinatos son de personas negras, es buscar en las palabras formas de describir los sentimientos de la periferia, afirma Bruninho. «A veces no solo falta comida, agua, escuelas y una buena educación. A veces nos faltan palabras para describir el mundo en que vivimos, los sentimientos que tenemos y la comunidad que formamos». Bruninho busca respuestas en Satish: «¿Qué palabras y qué salidas debemos utilizar los activistas en nuestra vida cotidiana para seguir existiendo y resistiendo? ¿Qué otras palabras hay para construir futuros posibles?».
«Hay que ser realista y estar preparado para el sufrimiento», responde Satish. «Martin Luther King fue detenido 29 veces», subraya el indio, «en más de una década de activismo». Y continúa: «Jesucristo fue crucificado. El cambio llegará, pero solo cuando las condiciones lo permitan y se alcancen las conciencias de forma colectiva. Luther King nunca habría imaginado que Barack Obama llegaría a ser presidente de Estados Unidos». Satish pide paciencia y valor a los jóvenes activistas.
Mientras escucha a Satish, Amanda Costa, de 27 años, activista climática, dice que siente que le arde el corazón. Vecina de Brasilândia, en la zona norte de São Paulo, es una de las fundadoras de Perifa Sustentável, una organización sin ánimo de lucro que promueve acciones educativas sostenibles en las periferias. «El activismo, para mí, no fue una elección, fue un llamamiento. Durante mi jornada, he sentido mucha rabia en el corazón. Pero, como usted ha dicho, podemos elegir». Amanda quiere saber cómo optó Satish por el amor en tiempos de miedo e injusticia. «¿Qué caminos hicieron posible esa elección consciente para que, a sus 87 años, pueda comunicarse con pasión y vivacidad?», pregunta la joven.
Satish mira a Amanda y le dice que entiende los problemas como oportunidades. «No me quejo, aunque sea muy difícil. Pienso que tengo que comunicarme mejor, hacer las cosas mejor. El activismo puede darse a través de la música, las protestas, el arte, de innumerables maneras. Pero hay que ser claro y fuerte. Para cambiar prejuicios y mentes, necesitas buenos argumentos, buenos ejemplos y una buena comunicación para convencer a la gente». Amanda insiste: «¿Y qué es para usted el amor?». Satish responde: «Es amar sin condiciones, a pesar de la realidad, a pesar de ti mismo, a pesar de la Naturaleza, a pesar de la gente. Sin ninguna exigencia. Aceptándote tal y como eres, aceptando a las personas tal y como son, con un diálogo verdadero, una comunicación verdadera. Es aceptar incluso lo malo, aceptar la realidad de la vida».
Río de sentimientos: en la conversación con Satish, Thiago y Suzana, del pueblo Guaraní, comparten los dolores de los pueblos Indígenas
Amor, palabra ausente
La palabra amor le era extraña a Mateus Fernandes, de 23 años, que creció en la periferia de Guarulhos, en la Gran São Paulo, y es activista climático y antirracista. «Amor es una palabra que, durante mucho tiempo, no estuvo presente en mi existencia, en el sentido de afecto, de crianza. El racismo destruye muchas cosas, no tenemos el privilegio de seguir siendo fuertes». Mateus dice que el activismo lo enfermó. «El activismo climático entró en mi vida como una cura. Si no creyera que las cosas pueden mejorar, no me levantaría de la cama. La violencia era inminente, pero el activismo se mantuvo firme. Una favela por sí sola no lo mueve todo, pero un conjunto de periferias…, mira la potencia que tenemos», constata.
Satish se alegra de la curación de Mateus. «Tanto si eres un activista climático, un activista Indígena o un activista social, suelo decir que, cuando trabajas junto a otras personas, encuentras tu lugar en el conjunto. Personas diferentes eligen caminos diferentes, hay innumerables formas de activismo, pero trabajar en solidaridad, con amistad, eso es lo que hace que un activismo sea feliz».
El dolor y el amor siempre van juntos, dice Satish, y el activismo requiere optimismo: «Cuando vemos sufrimiento, muerte y violencia, sentimos dolor. Y sentir dolor es bueno, porque es señal de que tu corazón está vivo».
Al final de la charla, prevalece una profunda conexión con las enseñanzas de Satish. «Cada uno de nosotros es como una semilla y tiene el potencial de convertirse en un árbol. Pero ¿cómo se convierte la semilla en árbol? Relacionándose. Sin tierra ni agua, una semilla no puede convertirse en árbol. Y tiene que tomar el sol. Sin la luz del sol, una semilla no puede convertirse en árbol. Yo no puedo existir solo. Solo puedo existir con otras personas».
Satish les agradece a los jóvenes el intercambio. Está seguro de que se convertirán en árboles. E insiste: «El amor puede transformar lo ordinario en extraordinario. Ámense a sí mismos, amen a la gente, amen la Naturaleza, amen cada momento de su vida». El espíritu de todos parece estar mucho más leve; se puede incluso obviar el molesto ruido de los aviones.
Micelio: Soll, Natalha, Wajã y Cleidiane (de izquierda a derecha), periodistas-selva del programa de SUMAÚMA, compartieron la alegría de escuchar y aprender con Satish
Reportaje y texto: Malu Delgado
Edición: Talita Bedinelli
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Coordinación de flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Jefa de reportage: Malu Delgado
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum