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COP 30

Río Tefé, en el Amazonas, en septiembre de 2024: tras dos años de sequía récord en la Amazonía, “estamos peligrosamente cerca del punto de no retorno”. Foto: Christian Braga/Greenpeace

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Si te inclinas hacia atrás en una silla, el equilibrio será cada vez más frágil, hasta que alcanzas un punto del que más allá te caerás al suelo.

Si estiras una banda elástica, se va poniendo finita, hasta que alcanzas un punto del que más allá simplemente se rompe.

Si llevas tu cuerpo al límite —durmiendo poco, trabajando duro, exponiéndolo demasiado al calor, sin hidratarlo lo suficiente  o con una nutrición inadecuada— te enfermarás cada vez más hasta llegar a un punto en que tus órganos dejarán de funcionar.

Todos estos son ejemplos de puntos de no retorno o puntos de inflexión, cuando el cambio dentro de un sistema se impulsa a sí mismo. Marcan una transición de un estado a otro (del equilibrio a la caída, de la tensión a la ruptura, de la salud al enfermo sin cura) que suele ser repentina e irreversible.

Los puntos de inflexión también se encuentran en el clima y en la Naturaleza. Científicos han identificado evidencias de cambios rápidos y catastróficos en los registros de núcleos de hielo del pasado lejano, en proyecciones de supercomputadoras para el futuro próximo y en datos locales recolectados en el presente.

Varios factores podrían conducir a estos puntos de inflexión: la degradación de la Selva Amazónica al punto de transformarla en una sabana más seca, el colapso de las capas de hielo polares, la desaceleración de la circulación oceánica, el desequilibrio en los sistemas de arrecifes de coral, entre muchos otros escenarios apocalípticos que harían que la Tierra sea menos habitable para la mayoría de las especies, incluida la humana. Los riesgos son reales.

Determinar dónde están estos puntos de inflexión debería ser una prioridad científica y política, pero en las Naciones Unidas el tema ha sido repetidamente relegado.

El fracaso en comprometerse plenamente con el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, el principal órgano científico consultivo del mundo) suele justificarse con el argumento de que los estudios sobre puntos de inflexión son más complejos y menos certeros que otros aspectos de la ciencia climática. Por eso —afirman— podrían confundir al público con escenarios catastróficos que serían menos probables que otras consecuencias. No es de extrañar que los países que más se aferran a esta excusa para no actuar son, en su mayoría, productores de petróleo.

Pero esta posición es condescendiente, engañosa y negligente. Por más que  la probabilidad sea baja (lo que ya no sucede), los riesgos son demasiado grandes como para ignorarlos. Podemos hacer un paralelo con la aviación: los pasajeros quieren saber que se tomaron todas las precauciones de seguridad, aunque la probabilidad de un accidente sea mucho menor que en un transporte terrestre.

Hoy, muchos de los principales científicos del mundo están exigiendo más atención con respecto a  los peligros catastróficos. Cientos de ellos se reunieron entre el 30 de junio y el 3 de julio en una conferencia global sobre los puntos de inflexión en Exeter, Reino Unido, y actualizaron su propio informe, identificando 16 grandes amenazas en áreas específicas donde ya se han superado los puntos de inflexión y. “Como mínimo, hemos subestimado los riesgos”, dijo el organizador de la conferencia, Tim Lenton. “En la comunidad de la ciencia climática, tendemos a concentrarnos en evaluar lo que es más probable que ocurra, pero la pregunta más importante es: ¿qué es lo peor que podría suceder?”

Entre los asistentes estaba el científico climático brasileño Carlos Nobre, uno de los primeros en advertir sobre el riesgo de un punto de inflexión en la Amazonia que transformaría irreversiblemente la mayor selva tropical del mundo en una sabana más seca, con escasa cobertura vegetal y baja biodiversidad. Un ecosistema más vulnerable al fuego, menos eficiente para extraer carbono de la atmósfera y más débil para proveer humedad a todo el continente. Nobre le dijo a SUMAÚMA que un punto de no retorno podría alcanzarse si la deforestación llega al 20-25% o si el calentamiento global alcanza entre los 2,0 y los 2,5° grados Celsius. “Es muy, muy grave”, advirtió. “Hoy, ya se ha deforestado el 18% de la Amazonia, el planeta se ha calentado 1,5° grados Celsius  y todo indica que alcanzará entre los 2,0 y los 2,5 grados Celsius hasta 2050”.

“Hace 45 años, la estación seca anual en el sur de la Amazonia solía durar entre tres y cuatro meses, y aun así llovía un poco. Hoy, sin embargo, es de cuatro a cinco semanas más larga y llueve un 20% menos. Si esta tendencia continúa, alcanzaremos un punto sin retorno en dos o tres décadas. Cuando la estación seca llegue a durar seis meses, no habrá cómo evitar la autodegradación. Estamos peligrosamente cerca del punto de no retorno”, advierte el científico brasileño.

Según los cálculos de Nobre, si la Amazonia alcanza un punto de inflexión, la Selva perdería más de la mitad de su vegetación, liberando entre 200.000 y 250.000 millones de toneladas de dióxido de carbono entre 2050 y 2100. Eso haría completamente imposible limitar el calentamiento global a 1,5 grados Celsius —la meta establecida en el Acuerdo de París y que volverá a estar sobre la mesa en la próxima cumbre climática, la COP30, que se celebrará en Belém, Brasil. Tras dos años consecutivos de sequía récord, Nobre está más preocupado que nunca.

El lecho del Río Solimões agrietado por la sequía: si no se evita la degradación de la Selva, más de la mitad de su vegetación desaparecerá. Foto: Nilmar Lage/Greenpeace

Ya se han alcanzado los puntos de no retorno a nivel local. A lo largo del arco de deforestación en el estado de Mato Grosso, el sur de Pará y otras regiones del sudeste de la Amazonia, la tierra  ya está tan degradada por la ganadería y el cultivo de soja que ahora emite más carbono del que captura. Los arrecifes de coral del Caribe están tan dañados que, según especialistas, ya sobrepasaron en su mayoría el punto de no retorno. Algunos glaciólogos —científicos especializados en el estudio de los glaciares— creen que la pérdida de la capa de hielo de la Antártida Occidental podría ser ya inevitable debido al calentamiento de los océanos.

Los científicos suelen describir estos cambios como “no lineales”, es decir, que suceden de forma abrupta, más como un sacudón que una transición gradual y predecible. Esto es especialmente preocupante cuando se produce en cascada: un punto de inflexión activa otro, como una hilera de piezas de dominó que caen una tras otra.

La científica polar Louise Sime destaca esta naturaleza no lineal y que se impulsa desde los puntos de no retorno. Asimismo, describe cómo el hielo marino en la Antártida parecía relativamente estable hasta 2023, cuando se registró una caída enorme. Cerca de 2,5 millones de kilómetros cuadrados de hielo marino desaparecieron —una anomalía que, teóricamente, solo debería suceder una vez cada decenas de miles de años. Esto coincidió con una ola de calor igualmente improbable. El efecto cascada se produjo porque el derretimiento de tanto hielo expuso más superficie oceánica al sol, lo que provocó más evaporación. Así se formó un río atmosférico gigantesco sobre la Antártida Oriental, alterando sustancialmente los patrones climáticos de la región.

Un iceberg se derrite en la Antártida: el punto de no retorno en la porción oriental del continente sumaría 4 metros al nivel del mar en todo el mundo. Foto: Christian Åslund/Greenpeace

Sime afirma que el punto de no retorno en la Antártida Oriental podría eventualmente sumar cuatro metros al nivel del mar en todo el planeta, lo que sería catastrófico para miles de millones de personas. No sabe cuándo podría suceder, pero asegura que los riesgos aumentan: “Es impensable, pero no imposible. Y cada día que seguimos quemando combustibles fósiles, parece más probable. Es más que preocupante”.

La incertidumbre sobre el momento en que estos eventos pueden ocurrir no debe servir como excusa para la inacción. Dada la magnitud de los riesgos, es esencial que el mundo comprenda mejor estos puntos de no retorno. Sin ese entendimiento, ni la política ni la economía pueden justificar el cambio radical de rumbo que se necesita para evitar esos peligros. Actualmente, por ejemplo, la mayoría de los modelos económicos no incluyen puntos de inflexión ni otras modificaciones catastróficas, lo que significa que pueden alegremente  sugerir que el calentamiento global solo tendrá un impacto pequeño en el mundo.

Para Genevieve Guenther, fundadora de End Climate Silence, organización que investiga cómo se representa el calentamiento global en el discurso público, “la idea de que el cambio climático solo recortará una pequeña fracción del crecimiento económico no se basa en ningún dato empírico. Es simplemente una especie de fe cuasi religiosa en el poder del capitalismo para disociarse del planeta. Es absurdo y no es científico”.

Su declaración es de vital importancia porque revela que la mayoría de las decisiones nacionales se basan en un malentendido complaciente de la crisis climática. Si asumimos que la crisis solo requiere ajustes lineales y progresivos, parecerá manejable —como una enfermedad crónica, tipo diabetes, que puede controlarse con algunos cambios de estilo de vida—, pero si se consideran seriamente los riesgos de puntos de inflexión y colapso, el desafío será mortal y exigirá una respuesta radical y profunda.

En esta edición de SUMAÚMA queda claro que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, como tantos otros líderes mundiales, está mal asesorado o carece de fuerza para comprender la magnitud del cambio necesario. ¿De qué otra forma se explica que insista en promover licencias para exploración petrolera, como revelan dos reportajes de Claudia Antunes? ¿Por qué no reacciona con más contundencia ante las evidencias de que los incendios forestales están acelerando la deforestación de la Amazonia, como muestra un potente artículo de Rafael Moro Martins? ¿Cómo es posible que avancen proyectos que amenazan las selvas y los ríos, como leemos aquí en los textos sobre la central hidroeléctrica de Belo Monte firmados por Rubens Valente, y la destrucción del Pedral de Lourenção, en el Río Tocantins, investigada por Catarina Barbosa?

A los lectores de SUMAÚMA no les sorprenderá que tengan que ser los pueblos de la Selva quienes se encarguen de responder a esta escala de amenazas. Como inspiración, lea sobre el triunfo del pueblo Kichwa de Sarayaku, que expulsó a una petrolera de la Amazonia ecuatoriana —como cuenta una de sus lideresas, Patricia Gualinga, en un encuentro con Eliane Brum en Barcelona— y la entrevista realizada por el periodista-selva Wajã Xipai con Juma Xipaia, cuya lucha por la Selva está vívidamente retratada en la nueva película Yanuni.

O, más adelante, reflexionar sobre el papel de la imaginación y el coraje frente a las amenazas que enfrentamos, como propone Sidarta Ribeiro en su llamado a evitar los desiertos de la mente.

Son ejemplos de puntos de inflexión potencialmente positivos: cambios en la sociedad, la cultura, la tecnología o la conciencia que pueden ayudarnos a superar las emergencias. Pero, primero, tenemos que  reconocer plenamente que las amenazas no solo son catastróficas, sino también progresivas. Esta tiene que ser una de las prioridades de la COP30, en Belém.

Fuego cerca del río Manicoré, en el Amazonas: los incendios forestales impulsan la deforestación en la Selva Amazónica. Foto: Christian Braga/Greenpeace


Texto: Jonathan Watts
Edición de arte: Cacao Sousa
Edición de fotografía: : Mariana Greif
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al castellano: Monique D’Orazio
Traducción al portugués: Denise Bobadilha
Montaje de página y finalización: Natália Chagas
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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