Periodismo desde el centro del mundo

HUMO DE UN INCENDIO EN BERURI, EN EL ESTADO DE AMAZONAS: PARA IAN ANGUS, EL LUCRO, MOTOR DEL CAPITALISMO, ES INCOMPATIBLE CON LA CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA. FOTO: MICHAEL DANTAS/SUMAÚMA

Ian Angus forma parte de una corriente de pensadores ambientalistas que son marxistas. Sostiene que la destrucción ambiental que tuvo lugar durante la industrialización de la antigua Unión Soviética (1917-1991) y otros países comunistas no refleja la sofisticación de los escritos del revolucionario alemán Karl Marx (1818-1883). Según estos pensadores, en el siglo XIX Marx ya apuntaba la posibilidad de que una «ruptura metabólica» en el funcionamiento de la Naturaleza, provocada por los humanos, tendría consecuencias drásticas. «Actualmente, solo tenemos que mirar el mundo para ver que estamos en un sistema social y económico para el que las generaciones futuras no cuentan. Lo que cuenta es el presente», declaró el canadiense a SUMAÚMA. «Nunca se ve a un político hacer un discurso en el que no hable de crecimiento económico».

A sus 79 años, Angus vive en North Grenville, una pequeña ciudad de la zona rural de Ontario, Canadá. Es allí donde el activista, que se considera «ecosocialista», escribe libros y artículos sobre la emergencia climática y propone formas para que las amenazas a la vida en el planeta Tierra puedan, al menos, contenerse.  La vida, dice el pensador, nunca ha sido posible sin tomarle algo a la Naturaleza, pero tampoco lo es —ni lo será— sin devolverle algo a la Naturaleza, como hace el capitalismo, un sistema que se centra en el hoy sin pensar en el mañana.

ANGUS Y SU LIBRO PUBLICADO EN BRASIL: NO TODOS LOS HUMANOS SON RESPONSABLES DEL SISTEMA QUE HA GENERADO UNA «DESIGUALDAD PATENTE». FOTOS: REPRODUCCIÓN Y ARCHIVO PERSONAL

Pensador responsable, Angus hace frente a las contradicciones y no cae en discursos fáciles. «Una parte del movimiento a favor del decrecimiento tiende a pensar que el verdadero problema es la codicia de los consumidores, que todo el mundo es codicioso. Pero decirles a los trabajadores de a pie que deberían tener menos quizás no sea un buen comienzo», advierte. «Hay que ver el decrecimiento como una cuestión social y destinada a cosas de nuestra sociedad, como la publicidad y el gasto militar, que producen beneficios pero que, en realidad, tienen efectos negativos en la vida de la gente corriente, se den cuenta o no».

En otra aguda observación, especialmente para quienes siguen de cerca la destrucción de biomas como la Amazonia, el Cerrado y el Pantanal, Angus se fija en el papel de la soja. «Se habla mucho de alimentar al mundo, pero el dinero no se invierte en alimentos para las personas. Se utilizan grandes extensiones de Naturaleza para alimentar principalmente a pollos y cerdos. Es una forma muy destructiva de alimentar al mundo», afirma. «En el negocio de la soja, básicamente se tala toda la vegetación y se crean enormes parcelas donde se cultiva soja y nada más. No estamos hablando de pequeños agricultores, sino de grandes corporaciones».

Su libro Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth (Enfrentando el Antropoceno: el capitalismo fósil y la crisis de la Tierra, sin traducción publicada en español) empieza con una explicación de por qué el Antropoceno es diferente del Holoceno, la época geológica que comenzó hace unos 12.000 años y cuyo nombre significa «totalmente nuevo». Esta diferencia refleja el papel del dióxido de carbono en el equilibrio del planeta. Angus sostiene que el Antropoceno está directamente relacionado con el sistema capitalista, especialmente con el «capitalismo fósil», en el que el uso de la Naturaleza para generar incesantemente beneficios se ha vinculado a la explotación de combustibles fósiles como el carbón, el gas natural y el petróleo. Pero no todos los humanos son responsables de este sistema, advierte, ya que se caracteriza por «una desigualdad patente: la acumulación sin parangón de riqueza en manos de unos pocos».

El activista defiende la tesis de que el militarismo desempeñó un papel fundamental en la perpetuación del capitalismo y propone una sociedad o civilización ecológica, en la que la economía sirva «para satisfacer las necesidades sociales, no para generar beneficios privados». Escribe: «No puede haber una verdadera revolución ecológica que no sea socialista ni una verdadera revolución socialista que no sea ecológica».

En esta entrevista a SUMAÚMA, Ian Angus comenta las ideas que expone en el libro y explica el origen de su pensamiento. La entrevista tuvo lugar a finales de marzo de 2024, poco después de que la Subcomisión Internacional de Estratigrafía del Cuaternario, vinculada a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, rechazara la propuesta de hacer oficial que estamos en una nueva época geológica, el Antropoceno. El concepto, que procede de la palabra griega anthropos (humano), ya es ampliamente utilizado por científicos y ambientalistas para designar una época en la que las actividades humanas interfieren directamente en la estructura de la Tierra y aceleran el cambio climático.

DISTRITO FINANCIERO DE NUEVA YORK: LA PROPUESTA DE «DECRECER» IMPLICA REORIENTAR RECURSOS HACIA LAS NECESIDADES SOCIALES, DICE ANGUS. FOTO: EDUARDO MUNOZ/REUTERS

Lea los principales pasajes de la entrevista:

SUMAÚMA: Muchas personas han cuestionado la decisión de una subcomisión de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas de no hacer oficial que estamos en el Antropoceno. ¿Esta decisión podría fortalecer a los negacionistas del cambio climático?

IAN ANGUS: Hay que entender que se trata de un proceso formal que tiene lugar en la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, que es históricamente una organización muy conservadora. Desde el inicio de este debate sobre el Antropoceno, una generación de geólogos de más edad se ha mostrado hostil al proceso. En primer lugar, porque el debate no empezó con los geólogos, sino con los científicos del sistema Tierra, por lo que se propuso desde fuera. En segundo lugar, porque lo que está muy claro es que se trata de una enorme crisis social y económica, además de una crisis de la Naturaleza. Y son personas que a menudo se han pasado toda la vida trabajando para empresas petroleras y mineras, ya que eso es lo que hacen la mayoría de los geólogos. Así que hay cierta resistencia a la idea en general y mucha resistencia a cualquier cambio. No es de extrañar que ocurriera. En este caso, también hubo corrientes políticas que influyeron en el proceso y que se oponen firmemente al cambio social. Pero se va a recurrir la decisión.

¿Y qué efecto político tendrá esta decisión? 

Sospecho que la gente que niega el cambio climático la utilizará. Dirán: «Mira, los geólogos no están de acuerdo contigo». Pero la realidad es que el concepto de Antropoceno, independientemente de que los geólogos lo respalden formalmente o no, ha sido ampliamente aceptado en el mundo de las ciencias de la Tierra. La mayoría de las demás disciplinas y un gran número de geólogos ya lo han aceptado. El concepto está ahí.

¿Tiene sentido alegar que el punto de desacuerdo es cuándo se inició el Antropoceno? Algunos han argumentado que, en términos más generales, podría decirse que la agricultura empezó a cambiar el sistema Tierra desde el momento en que comenzó a practicarse.

Este es sin duda el principal argumento de la decisión. Lo que hace es romper la distinción entre cambio y cambio cualitativo en el sistema. No cabe duda de que hace miles de años que los humanos están modificando el entorno en el que viven. Pero lo que no hemos tenido antes de los últimos 70 o 50 años son cambios que realmente modifican el funcionamiento del sistema Tierra y representan una ruptura con las condiciones que son dominantes en el planeta desde hace 12.000 años. Los que votaron en contra de oficializar una nueva era geológica dijeron que estamos cambiando el sistema todo el tiempo. No creo que la mayoría niegue el cambio climático, sino que piensa que el clima está cambiando, pero que la tecnología puede arreglarlo. El argumento básico es: ya hemos cambiado el planeta antes, hemos inventado nuevas formas de hacer las cosas y seguiremos haciéndolo. De alguna manera, tomaron la palabra Antropoceno, que viene de ‘humano’ en griego, y dijeron que los humanos siempre han hecho cosas. Rechazaron la idea de que la nueva era sea el resultado de cambios radicales en la sociedad humana que están modificando la Tierra.

En su libro, explica claramente el papel que desempeñaba antes el dióxido de carbono en la atmósfera y cómo ha cambiado en las últimas décadas como consecuencia de las actividades humanas. ¿Podría resumir un poco esta explicación?

Si retrocedemos unos 2.000 millones de años, hubo épocas en las que toda la Tierra estaba helada y otras en las que todo el planeta tenía un clima tropical e incluso más cálido. Estos cambios se produjeron de forma natural como consecuencia del funcionamiento de la órbita terrestre y otros factores. Pero sabemos que, al menos en los últimos 2 o 3 millones de años, el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera varió dentro de unos límites muy pequeños. Alguien dijo que este gas es nuestro termostato: si sube un poco su nivel, hace más calor; si baja un poco, hace más frío. Podemos analizar los registros de dióxido de carbono, que se conserva principalmente en el hielo de la Antártida y Groenlandia, y mostrar cómo cambió el clima de la Tierra según variaba la cantidad de dióxido de carbono; y el rango de los cambios fue muy pequeño. En la última Edad de Hielo, que terminó hace 12.000 años —que es poco tiempo en la historia de la Tierra—, la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera no era mucho menor que hasta hace poco. Solo se necesitó un pequeño cambio [para la transición al Holoceno]. Para ser exactos, en los últimos 11.700 años ha habido suficiente estabilidad en el clima para que la Tierra haya sido un buen lugar para las civilizaciones humanas. Todas las grandes civilizaciones se desarrollaron durante ese período, cuando el clima era lo suficientemente cálido para la agricultura, cuando el hielo estaba restringido a ciertas regiones de la Tierra, etc. Había variaciones, pero pequeñas. Ahora bien, en los últimos cien años —en realidad en los últimos 40 o 50— la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera comenzó a crecer mucho. Hay casi el doble del que había durante aquel largo período. Y ya podemos ver las consecuencias. El clima está cambiando, lo vemos en tiempo real y ocurre mucho más rápido de lo que lo hacía a través de procesos naturales. Si nos remontamos a algunas de las grandes extinciones provocadas por períodos de cambio climático y observamos los registros geológicos, veremos que la cantidad de dióxido de carbono subió o bajó y, un millón de años después, se sintieron plenamente las consecuencias en el clima. Ahora vemos que las consecuencias suceden en cuestión de años o décadas.

Usted ha mencionado que algunas personas creen que los humanos crearán tecnologías para hacer frente al cambio climático. Pero ni siquiera la Agencia Internacional de la Energía, formada por 31 países miembros y 13 asociados, lo cree y afirma que las tecnologías para capturar carbono distan mucho de ser suficientes para detener el calentamiento global y los fenómenos extremos…

Exacto. Forma parte de la ideología capitalista que siempre haya una solución técnica para cualquier problema. Porque, si no hay solución técnica, es que algo va mal en la sociedad y los defensores de esa sociedad no quieren creerlo. Para la ciencia seria, aunque mañana inventáramos una tecnología que eliminara el dióxido de carbono de la atmósfera de forma eficaz y rápida, es probable que tardara siglos en tener algún efecto significativo. Hoy en día existen algunos proyectos de captura que están sacando dióxido de carbono de la atmósfera, y la cantidad recogida equivale a retirar unos cientos de autos de la carretera. Eso no es nada comparado con la magnitud del problema.

Me gustaría situar en la historia del pensamiento anticapitalista las ideas sobre el ecosocialismo que expone en el libro y la importancia que concede al concepto de ruptura metabólica. ¿Qué tipo de corriente representa usted y quiénes son sus predecesores? ¿Qué pensadores son sus referentes? 

He participado en movimientos socialistas en Canadá toda la vida, desde que era adolescente. En las décadas de 1960 y 1970, nuestra tendencia era decir que el socialismo lo resolvería todo, que era el equivalente a decir hoy que la tecnología capitalista lo resolverá todo. La cuestión ambiental no se consideraba un gran problema. Pero no es justo decir eso de toda la izquierda. [El sociólogo estadounidense] John Bellamy Foster escribió un libro titulado The Return of Nature: Socialism and Ecology [El retorno de la naturaleza: socialismo y ecología, sin traducción publicada en español] que muestra que había científicos radicales desde la época de Karl Marx y a lo largo del siglo XX que se ocuparon seriamente de estas cuestiones y que mostraban que los cambios económicos y ecológicos están relacionados y deben abordarse conjuntamente. Pero fue realmente a partir de la década de 1980 cuando un grupo de socialistas empezó a llamar la atención sobre la destrucción del medio ambiente. Al principio no se hablaba mucho del calentamiento global, sino de la contaminación, la pérdida de biodiversidad y la sobreexplotación de la Naturaleza.

KARL MARX: ALGUNOS SOCIALISTAS RECUPERARON SUS ESCRITOS SOBRE EL AGOTAMIENTO DE LA NATURALEZA. FOTO: JOHN JABEZ EDWIN MAYAL/ WIKIMEDIA COMMONS

¿Pero esto ya se mencionaba en la obra de Marx?

Había una tendencia a considerar que el marxismo no tenía nada que decir al respecto. A veces creo que es porque la gente solo ha leído tres o cuatro libros de Marx. Pero Marx escribió mucho, al igual que Friedrich Engels [su compañero intelectual, que vivió de 1820 a 1895]. En este debate, las personas que más me influyeron fueron dos académicos estadounidenses. Uno fue John Bellamy Foster, a quien ya he mencionado. Es profesor en la Universidad de Oregón y editor de la revista [socialista estadounidense] Monthly Review. El otro fue Paul Burkett [1956-2024], profesor de la Universidad de Indiana. Casi simultáneamente, pero trabajando por separado, publicaron libros muy potentes. El de Foster fue la Ecología de Marx: materialismo y naturaleza [editorial El Viejo Topo, traducción de Carlos Martín y Carmen González]. El de Burkett fue Marx and Nature: a Red and Green Perspective [Marx y la naturaleza: una perspectiva roja y verde, sin traducción publicada en español]. Lo que hicieron fue volver a la obra de Marx para ver lo que Marx realmente decía, no lo que la gente pensaba que decía. Y no hay que olvidar que gran parte de lo que la gente pensaba que Marx decía estaba influido por las políticas de producción intensiva de la Unión Soviética, donde se copió lo que habían hecho los países capitalistas. Así que las personas concienciadas con el medio ambiente lo miraban y no veían ninguna diferencia. Tendían a descartar el marxismo por las actividades de un grupo específico de marxistas. Pues bien, lo que hicieron tanto Burkett como Foster, pero desde ángulos muy diferentes, fue demostrar que la obra de Marx contenía un profundo análisis ecológico. La palabra ecología no se había inventado, ni Marx había escrito «soy ecologista». Marx, como sabemos, era materialista. Su punto de partida era que la gente, antes que nada, tenía que comer. Tenemos que comer, satisfacer nuestras necesidades físicas. Para ello, tenemos que producir, y la economía en general es lo que de hecho crea a los humanos, y es nuestra interacción con la Naturaleza lo que hace que todo eso sea posible. Todo esto está ahí [en Marx], pero la gente no lo buscaba porque no pensaba en la cuestión ambiental. Foster, Burkett y otras personas que los siguieron lo hicieron. Una de las cosas que surgieron en esta búsqueda —y que particularmente Foster enfatizó— es lo mucho que Marx utilizó el concepto de «metabolismo». El metabolismo era una idea nueva cuando Marx la utilizó. La palabra apareció originalmente en 1815 en alemán: Stoffwechsel. Hacia 1840, empezó a cobrar importancia en la ciencia. Los científicos descubrieron la célula, descubrieron cómo funcionaba el suelo y se dieron cuenta de que toda la vida dependía del intercambio y la interacción constantes de energía y material. La vida no era posible sin tomar materiales de la Naturaleza, pero tampoco sin devolver materiales a la Naturaleza, y todos estos procesos eran cíclicos. Si la Naturaleza no lo reciclara todo constantemente, la vida no habría perdurado. Eso dio lugar a la aparición de una nueva categoría denominada «ciencias naturales».

¿Y Marx siguió este debate?

Estas ciencias se desarrollaron en las décadas de 1840 y 1850, cuando Marx escribía. Probablemente se inspiró en un hombre llamado Roland Daniels, un comunista que participó en las revoluciones de 1848 en Alemania. Daniels era un médico y científico que escribió un libro titulado Mikrokosmos [Microcosmos, sin traducción publicada en español], que tomaba el concepto de metabolismo y lo aplicaba al funcionamiento de la sociedad. Marx ya utilizaba estos conceptos, pero sin usar estas palabras. Sin embargo, en la década de 1850 comenzó a integrarlos en su análisis más general de la sociedad y la economía y aparecen en los textos llamados Elementos fundamentales para la crítica de la economía política [Siglo XXI editores, traducción de Pedro Scarón, Miguel Murmis y José Aricó], que Marx escribió en la década de 1850, y especialmente en los textos de la década de 1860, cuando estaba escribiendo El Capital. Y Marx estuvo especialmente influido por un hombre llamado Justus von Liebig [1803-1873], un químico alemán. Inglaterra tenía un problema de descenso de la productividad agrícola, a la vez que crecía la población. Las asociaciones agrícolas invitaron a Liebig a visitar el país y examinar el problema. Cuando lo vio, dijo: «Están extrayendo todos los nutrientes del suelo sin devolverle ninguno. No pueden hacer eso eternamente, hay un metabolismo que deben mantener». Este es el punto de partida del concepto de que existe un vínculo entre el funcionamiento de la economía en general —cómo alimentamos a la gente— y el funcionamiento de la Naturaleza —cómo cultivamos nuestra comida—. Marx leyó a Liebig y, en la década de 1860, cuando estaba trabajando en El Capital, escribió a Engels y le dijo que había aprendido más leyéndolo a él que a todos los economistas alemanes juntos.

¿Y cómo utilizó las observaciones de Liebig en sus escritos?

Marx dijo que existe un metabolismo universal, que toda la Naturaleza funciona así, no solo la agricultura; que lo que veíamos en la agricultura era una fractura, una ruptura entre los nutrientes que extraemos y los que aportamos a la Naturaleza, que luego los recicla. Las plantas crecen, mueren; los animales comen, mueren; y sus desechos vuelven a la tierra, que los utiliza para que las plantas vuelvan a crecer. Así es como funciona normalmente la Naturaleza. Cuando la agricultura se convirtió en una industria de masas, este ciclo se rompió. Se cosechan los alimentos, se envían a las grandes ciudades y toda la basura se tira al río. Todos esos nutrientes, en lugar de devolverse a la tierra, acaban en el océano. En aquella época, Londres tenía un grave problema de contaminación en el Río Támesis. Ese es el origen del concepto al que volvió Foster y que pasó a llamarse teoría de la ruptura metabólica, la idea de que muchos de nuestros problemas ambientales —si no todos— son el resultado de la ruptura, de perturbaciones, en los ciclos naturales que hacen posible la vida en la Tierra. Y, volviendo a lo que hablábamos antes, durante cientos de millones de años hemos inhalado oxígeno y exhalado dióxido de carbono, y las plantas hacen lo contrario. Había un ciclo que lo mantenía todo bastante estable, pero ahora estamos bombeando mucho más dióxido de carbono del que la Naturaleza puede absorber a través de sus procesos naturales, así que algo más tiene que cambiar, y lo que cambia es la temperatura del planeta.

KARL MARX: ALGUNOS SOCIALISTAS RECUPERARON SUS ESCRITOS SOBRE EL AGOTAMIENTO DE LA NATURALEZA. FOTO: JOHN JABEZ EDWIN MAYAL, EN DOMÍNIO PÚBLICO VÍA WIKIMEDIA COMMONS

A la vez, Marx escribía en un entorno intelectual que separaba cada vez más el mundo de la Naturaleza del mundo de los humanos, que tendrían poder sobre ella. En el libro Menos es más [editorial Capitán Swing, traducción de Clara Mistral], el antropólogo Jason Hickel lo llama «dualismo». ¿Marx y otros socialistas de la época no creyeron en esta idea?

La palabra dualismo puede ser un poco complicada de utilizar, pero Marx escribió en una de sus primeras obras que decir que el hombre cambia la Naturaleza es decir que el hombre se cambia a sí mismo, porque somos parte de la Naturaleza. Pero también decía que los humanos somos algo nuevo, o sea, que antes de nuestra llegada no había ninguna especie con una capacidad de cambiar el medio ambiente como la nuestra. Así que, aunque formamos parte de la Naturaleza —y así tenemos una visión unificada del mundo—, también estamos cambiando la Naturaleza, que también nos está cambiando a nosotros. Desde un punto de vista marxista, la cuestión no es el dualismo o el monismo [concepto de origen griego según el cual la realidad puede explicarse a partir de un único y solo principio o sustancia], sino la dialéctica, es decir, la relación entre la parte y el todo. Así que formamos parte del todo, pero también somos una parte única, que está cambiando todo el entorno en el que nos encontramos.

Usted propone una «sociedad ecológica» o una «civilización ecológica». ¿Por qué cree que una sociedad ecológica solo puede ser socialista? 

Empecemos por el capitalismo. La principal fuerza motriz del capitalismo es generar beneficios, aumentar la riqueza de un pequeño estrato de personas: ese es todo su propósito. Y tiene muchas consecuencias, una de las cuales es que una sociedad capitalista tiene una visión a corto plazo de todo. Desde un punto de vista capitalista, si puedo ganar dinero hoy es mejor que ganar dinero mañana, y siempre estoy compitiendo con otros capitalistas para aumentar mi riqueza o mis ingresos o incluso simplemente para continuar con mi negocio. Por eso tengo que buscar siempre la manera de generar más capital, más ingresos, de hacer que mi capital aumente. Es una sociedad que, en última instancia, no puede renunciar a ganar más dinero a corto plazo. Solo eliminando este impulso fundamental de la economía capitalista se podrá detener la destrucción a gran escala del medio ambiente, ya que, en definitiva, la forma de enriquecerse es destruyendo el medio ambiente, convirtiendo la Naturaleza en dinero. Eso es lo que el socialismo quiere cambiar: acabar con el lucro como motor principal de la economía. Hay muchas otras cosas que van de la mano del socialismo, claro, pero esta es fundamental: cambiar la base para que el motor de las decisiones económicas y sociales sea, en palabras de Paul Burkett, el desarrollo humano sostenible. Nuestro objetivo es un mundo donde los seres humanos puedan vivir mejor, que sea sostenible a largo plazo. En una nota a pie de página de El Capital, Marx dice que no somos dueños de la Tierra, solo somos poseedores temporales y debemos dejarla en buenas condiciones para las generaciones futuras Actualmente, solo tenemos que mirar el mundo para ver que estamos en un sistema social y económico para el que las generaciones futuras no cuentan. Lo que cuenta es el presente. Nunca se ve a un político hacer un discurso en el que no hable de crecimiento económico. Dicen que necesitamos más, pero no es más tiempo libre, no es más o mejor atención médica para todos, no es más literatura, no es una mejor forma de vida. Es más riqueza; concretamente, más capital.

Cuando dice que una sociedad ecológica es necesariamente socialista, que hay que sacar el lucro y el crecimiento de la ecuación principal, ¿se identifica también con el movimiento que propone el llamado decrecimiento?

Es importante entender que el movimiento ecosocialista empezó a desarrollarse en la década de 1990 en paralelo al movimiento del decrecimiento, que tuvo lugar principalmente en Europa. Muchos de los primeros trabajos sobre decrecimiento solo suponían que todo era cuestión de malas ideas, que lo único que había que hacer era comportarse de forma diferente, hacer las cosas de otra manera. No solían tener un análisis social o económico que dijera por qué somos una sociedad que tiene este motor [del lucro] y cómo eliminarlo. Algunos describieron muy bien los problemas, pero no los explicaron. Esto ha cambiado con el tiempo. Y ahora hay gente como Jason Hickel. Claro que no estoy de acuerdo con todo lo que dice en su libro, pero creo que da en el clavo y aporta un análisis ecosocialista. John Bellamy Foster, el pionero de la ecología marxista, escribió recientemente un importante artículo sobre la necesidad de planificar el decrecimiento. Tomó esta idea y la relacionó con los cambios sociales y económicos que necesitamos y cómo podríamos conseguirlos. Porque [el decrecimiento] no ocurrirá solo porque alguien lo desee. Ocurrirá si la sociedad rompe con el motor del lucro y empieza a planificar un desarrollo humano sostenible. Otra observación es que una parte del movimiento a favor del decrecimiento tiende a pensar que el verdadero problema es la codicia de los consumidores, que todo el mundo es codicioso. Pero decirles a los trabajadores de a pie que deberían tener menos quizás no sea un buen comienzo. Hay que ver el decrecimiento como una cuestión social y destinada a cosas de nuestra sociedad, como la publicidad y el gasto militar, que producen beneficios pero que, en realidad, tienen efectos negativos en la vida de la gente corriente, se den cuenta o no.

UNA NIÑA HERIDA EN UN ATAQUE DE ISRAEL A GAZA: PARA ANGUS, RECORTAR EL GASTO MILITAR ES IMPRESCINDIBLE EN UNA SOCIEDAD ECOLÓGICA. FOTO: ASHRAF AMRA/ANADOLU VÍA APF

Habla mucho de esto en el libro…

Sí, hablo de cosas que podríamos dejar de hacer fácilmente. Nadie estaría triste si no hubiera anuncios en la televisión, por ejemplo. Excepto, por supuesto, la gente que vende cosas por televisión. La parte de la economía dedicada a vender cosas y crear nuevos deseos de consumo es muy grande. Y la parte de la economía orientada a matar gente, a través de la industria militar, también es muy grande. Se podrían reducir estos costos en un 50%, 90% o 100% y el impacto sobre la gente corriente sería muy pequeño.

Al lingüista e intelectual de izquierdas estadounidense Noam Chomsky no le gusta el término decrecimiento porque asusta a la gente, sobre todo en el Sur Global, donde muchos no tienen nada. ¿No es una forma de evitar hablar del postcapitalismo?

A mí tampoco me gusta mucho esa palabra, pero es como el Antropoceno, es la palabra que tenemos. Sin embargo, lo que estamos viendo en una parte del movimiento a favor del decrecimiento —y Jason Hickel es un ejemplo— es que parte de la cuestión no es decrecer, sino redirigir los recursos [monetarios] al 90% de la población mundial que no tiene suficiente desde ningún punto de vista. Así que la idea sería nivelar mundialmente el uso de los recursos, de forma planificada, para crear el menor impacto ambiental posible.

El historiador Adam Tooze, que no es marxista, dio una conferencia sobre el Antropoceno a finales de 2023 en la Universidad de Columbia de Nueva York, en la que afirmó que, a pesar del llamado «paquete verde» del presidente estadounidense Joe Biden, el crecimiento de la economía del país lo seguía impulsando el gasto militar. Pero, hasta hoy, las emisiones de gases de efecto invernadero de las Fuerzas Armadas ni siquiera se mencionan en los acuerdos mundiales sobre el clima. Es una cuestión que también explora en el libro…

John Maynard Keynes [1883-1946], el gran economista británico, sostenía que la economía capitalista podía mantenerse aumentando el gasto público cada vez que se producía una recesión económica. En la práctica, nunca hay un gobierno dispuesto a hacerlo, pero lo que sí existe es el llamado keynesianismo militar. Desde la Segunda Guerra Mundial, al menos las economías de los principales países capitalistas han dependido en gran medida de la utilización del dinero de los impuestos para gastos militares. Gastan mucho más en eso de lo que aparece en los presupuestos, porque no se trata solo de lo que se destina a las Fuerzas Armadas o a la compra de armamento, sino de todo lo que sirve de apoyo a esas actividades. El gasto militar ha sido responsable de gran parte de lo que llamamos crecimiento en el capitalismo. Claro que es un crecimiento mortal, porque estás tratando de hacer estallar todo lo que está construido. Sin mencionar siquiera los beneficios de no tener guerras, eliminar este tipo de gasto liberaría recursos para superar la desigualdad, superar la pobreza en todo el mundo, curar enfermedades, etcétera. Y aún nos quedaría margen para simplemente dejar de tomar cosas de la Naturaleza y utilizar el dinero para reforestar, limpiar los océanos… Y estamos hablando solo de un puñado de países que tienen un gasto militar muy elevado, con Estados Unidos en cabeza gastando más que todos los demás juntos. Si quisiéramos definir por dónde empezaría el decrecimiento, este sería un buen punto de partida.

Hoy en día, muchas personas que defienden una economía postcapitalista hacen mucho hincapié en la llamada «economía de los cuidados». Significaría aumentar la inversión en personas, comunidades y servicios que cuidan de la Naturaleza, los ancianos, los niños y los enfermos. ¿Está de acuerdo con esta idea?

Sin entrar a discutir si se trata de un buen análisis económico, creo que filosóficamente es bastante correcto. Supongo que es cierto en Brasil y sé que es cierto en Canadá, donde vivo. Aquí en Ontario, una de las provincias más ricas de Canadá, cuando estalló la pandemia de covid-19, había pancartas por todas partes que daban las gracias al personal sanitario. Los políticos pronunciaron discursos sobre lo esenciales que eran en primera línea. Pero, a la vez, el gobierno de Ontario aprobó una ley que impide a los enfermeros negociar aumentos salariales. Así que, en realidad, a los políticos no les importaban tanto. Y creo que gran parte de una economía socialista tendría como objetivo, sin duda, garantizar que nadie se quede atrás. Hay un libro titulado The Big Fail: What the Pandemic Revealed about Who America Protects and Who It Leaves Behind [El gran fracaso: lo que la pandemia reveló sobre a quién protege Estados Unidos y a quién deja atrás, sin traducción publicada en español], de Joe Nocera y Bethany McLean, en el que vemos una sociedad donde los beneficios siempre van a parar a una pequeña minoría.

Una cuestión muy importante para Brasil es el actual sistema de producción de alimentos, que produce deforestación y contaminación del suelo. Ahora se discute mucho sobre la necesidad de cambiar el sistema llamado «revolución verde». Dentro de su idea de una sociedad ecológica, ¿ha pensado en este tema?

En 2023 escribí un artículo sobre la soja y su impacto gigantesco no solo en Brasil, sino en Sudamérica y en el mundo en general. Se habla mucho de alimentar al mundo, pero el dinero no se invierte en alimentos para las personas. Se utilizan grandes extensiones de Naturaleza para alimentar principalmente a pollos y cerdos. Es una producción increíblemente ineficiente, porque se utiliza un producto altamente energético para alimentar a un animal de granja que luego servirá para alimentar a la gente. En cada etapa se produce una pérdida de energía. Pero lo más importante es que es una forma muy destructiva de alimentar al mundo. En el negocio de la soja, básicamente se tala toda la vegetación y se crean enormes parcelas donde se cultiva soja y nada más. No estamos hablando de pequeños agricultores, sino de grandes corporaciones. Como consecuencia, muchas personas que viven de la tierra también se ven privadas de acceder a ella. Ha mencionado la «revolución verde», que originalmente surgió del trabajo que la Fundación Rockefeller realizó en México y luego en la India, que supuestamente iba a resolver el llamado problema de la superpoblación en el Sur Global cambiando la agricultura. Pero básicamente hizo tres cosas. La primera fue introducir nuevas variedades de vegetales, sobre todo de maíz y trigo, que presumiblemente eran más rentables en zonas pequeñas. Pero, para ello, se necesitaban grandes cantidades de agua y de fertilizantes, que pocos agricultores podían permitirse. Así que se aumentó la producción de maíz, trigo y otros vegetales, pero junto con una destrucción ambiental a gran escala. Básicamente, la «revolución verde» fue la introducción de la agricultura química de gran escala.

Hoy en día, a menos que se reduzca de forma radical el uso de combustibles fósiles, ni siquiera podremos contener hasta finales de siglo el aumento de la temperatura del planeta por debajo de los 2 grados centígrados, en comparación con los niveles preindustriales. En este contexto, ¿cómo valora el debate sobre el ecosocialismo en el mundo? ¿En qué fase está?

Hay una expresión muy citada de Antonio Gramsci [1891-1937], el marxista italiano, que habla del pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad. Él decía que esa era su actitud ante la vida. Y es la actitud que intento tener. Cuando observo la situación actual, y la absoluta falta de voluntad de nuestros gobernantes para realizar cambios sustanciales en la dirección correcta, me invade la infelicidad por el mundo que heredarán mis hijos y mis nietos. No veo cómo vamos a mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados centígrados, ni por debajo de 2. Por otro lado, el mundo puede cambiar rápidamente. La cuestión clave es si veremos a un gran número de personas empezar a moverse por el cambio, y no me refiero a pocos miles de manifestaciones. Lo que yo y otras personas hacemos es intentar difundir información para que la gente empiece a pensar en este asunto, y también la ayudamos a organizarse cuando es posible. Y eso vale incluso para las ciudades pequeñas. En North Grenville, donde vivo, hace unos años se planeaba construir un oleoducto que pasaría por el centro de la ciudad y transportaría cantidades importantes de betún, que es un petróleo muy sucio. Aunque la ciudad es muy conservadora y la mayoría de la gente vota al Partido Conservador, hicimos asambleas y manifestaciones y conseguimos detener el proyecto. Es una pequeña victoria en una pequeña ciudad, pero hay otras como esta y tenemos que utilizarla de referencia. Espero que a tiempo.

BASURAL EN BRASILIA: ANGUS DEFIENDE LA TESIS DE QUE LA CATÁSTROFE AMBIENTAL NO SE SOLUCIONA SOLO REDUCIENDO EL CONSUMO, SINO CAMBIANDO EL SISTEMA. FOTO: SERGIO LIMA/AFP


Reportaje y texto: Claudia Antunes
Edición: Eliane Brum
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Traducción al ingles: Diane Whitty
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