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Supermosquito: los huevos del Aedes aegypti eclosionan más rápido y su tiempo de vida ha aumentado, lo que explica que Brasil tenga ya más de 1,9 millones de casos de dengue. Foto: Soumyabrata Roy/NurPhoto

Los casos de dengue se disparan en Brasil, al igual que la temperatura. No es casualidad que los récords de calor coincidan con un número creciente de personas que enferman tras ser picadas por el Aedes aegypti. Al fin y al cabo, el clima es cada vez más agradable para este pequeño mosquito de origen africano, portador y propagador de virus que causan, además del dengue, enfermedades como el zika y el chikunguña.

Solo hasta el 20 de marzo, Brasil había registrado ya más de 1,9 millones de casos sospechosos, con 656 muertes confirmadas y otras 1.025 que se están investigando. Incluso antes del período álgido de la enfermedad, que ocurre entre abril y mayo, las cifras para 2024 ya se acercan a las registradas en todo 2023, cuando el país batió el récord de muertes por el virus (1.094 fallecidos) y superó los 1,6 millones de contagios. El año pasado fue también el más caluroso registrado en Brasil desde 1961, cuando el Instituto Nacional de Meteorología inició la serie histórica de mediciones de temperatura. Y este año está en camino de superar esa marca.

INFOGRAFÍA: RODOLFO ALMEIDA/SUMAÚMA

Las recientes epidemias de dengue y otras enfermedades transmitidas por mosquitos vectores son otra prueba contundente del alcance del impacto del cambio climático en las poblaciones humanas. Además de las consecuencias directas, como las muertes por olas de calor excesivo, el hambre por sequías extremas y los desplazamientos forzosos por inundaciones, las repercusiones en la salud y el bienestar de la población de todo el mundo son cada vez más evidentes. Y las previsiones de futuro no son nada alentadoras.

Como ocurre con cualquier proceso en la naturaleza, hay muchos factores que influyen en el comportamiento de una especie y determinan si sobrevivirá, dónde y durante cuánto tiempo. Algunos son naturales, otros no tanto. En el caso del Aedes aegypti, el planeta se está convirtiendo en un lugar cada vez más agradable para esta especie de mosquito debido a los cambios en los patrones climáticos que se están produciendo como consecuencia de la contaminación atmosférica que provoca el hombre, lo que los científicos denominan «emisiones antropogénicas». La crisis climática no solo se traduce en un aumento de las temperaturas, sino también en cambios en el régimen de lluvias y sequías.

Con alas translúcidas, cuerpo oscuro y rayas blancas en el tronco, la cabeza y las patas, el Aedes aegypti depende de temperaturas relativamente altas y mucha humedad para multiplicarse con éxito, ya que sus huevos solo eclosionan en estas condiciones y las larvas necesitan entornos con agua estancada para desarrollarse. Algunos estudios ya han demostrado, por ejemplo, que la exposición a temperaturas inferiores a 10 grados centígrados durante largos períodos puede ser letal para los huevos y que la tasa de supervivencia de las larvas es mucho mayor cuando el clima se sitúa entre 15 y 36 grados.

«A estas temperaturas los huevos eclosionan más fácilmente y la mortalidad es menor, porque pasan menos tiempo en hibernación. Es decir, en estas condiciones más mosquitos sobreviven, se desarrollan y empiezan a circular, con lo que las probabilidades de picar a una persona infectada, convertirse en vector de la enfermedad y propagar el virus aumentan», explica uno de los mayores expertos en vigilancia sanitaria del país, Christovam Barcellos, coordinador del Observatorio de Clima y Salud de la Fundación Oswaldo Cruz.

Brote: la fumigación con insecticidas, como ocurre en esta escuela de Brasilia, es una de las acciones para mitigar el crecimiento descontrolado de la enfermedad. Foto: Mateus Bonomi/Agif

Las hembras de la especie son las responsables de las temidas picaduras, ya que necesitan los nutrientes de la sangre humana para desarrollar sus huevos. El macho se alimenta exclusivamente de sustancias azucaradas, como el néctar y la fruta. Conviene recordar que, a diferencia de otras especies de mosquitos, que solo pican a una persona por cada puesta de huevos, las hembras de Aedes aegypti pueden picar a más de un individuo por puesta, lo que aumenta aún más el potencial de propagación de la enfermedad. Un mosquito adulto puede vivir hasta unos 40 días. Y las hembras no hacen las puestas de una sola vez y en un mismo sitio, sino que van depositando pequeños grupos de huevos en lugares diferentes, una estrategia que garantiza la dispersión y la conservación de la especie.

El calor no contribuye a aumentar solo la tasa de supervivencia de los mosquitos, sino también la velocidad con la que se desarrolla su ciclo vital. En un capítulo sobre el dengue y el cambio climático del libro Climate Change and Global Public Health (2021), una de las publicaciones más completas que presenta pruebas científicas sobre la relación entre el clima y la salud pública, aparece una investigación de la Universidad Estatal de Campinas que demuestra que el tiempo que tarda una larva en convertirse en mosquito adulto puede disminuir de 15 días a una semana o menos cuando la temperatura aumenta de 20 a 30 grados centígrados.

Los huevos, por su parte, tardan unos dos días en eclosionar cuando la temperatura es de 31 grados, y hasta 20 días cuando es de 16 grados. El comportamiento de los mosquitos adultos también se ve afectado por el clima. A temperaturas cercanas a los 30 grados, las hembras se desarrollan más rápido, se convierten en adultos de menor tamaño y, en consecuencia, con menos capacidad para almacenar energía (que procede de la sangre). Por eso necesitan picar más a menudo a los humanos para «llenar el depósito».

Los efectos del cambio climático van más allá. La mayor frecuencia e intensidad de los fenómenos extremos también favorece la proliferación del mosquito, según un estudio publicado en 2021 por Lancet Planet Health, una de las revistas científicas más influyentes del mundo. Llevado a cabo por instituciones del Reino Unido, Brasil, Estados Unidos, Perú y Arabia Saudí, analiza el impacto de las lluvias torrenciales y las sequías prolongadas en la presencia del dengue en Brasil durante las dos primeras décadas del siglo XXI y constató que ambos fenómenos contribuyeron a agravar los brotes de la enfermedad.

En el caso de la lluvia, la explicación es más sencilla: la especie necesita lugares húmedos para poner sus huevos, y cuanta más lluvia, más agua se acumula. Cuando se analizan las sequías prolongadas, la explicación es un poco más compleja: «En estas situaciones, sobre todo en zonas urbanas, la gente tiende a almacenar agua dentro de casa de forma precaria, lo que favorece el desarrollo del mosquito. En el sur de Brasil, por ejemplo, algunos años el fenómeno de La Niña ha provocado graves sequías y, en estos mismos períodos, se han producido importantes brotes de la enfermedad», explica Barcellos.

El investigador Sergio Pacca, coordinador del curso de Gestión ambiental de la Universidad de São Paulo, afirma que la tendencia al alza de la temperatura global registrada en las últimas décadas ha traído consigo regímenes irregulares de lluvias y sequías, que crean un entorno muy propicio para el mosquito, tanto a escala temporal como espacial. «El mosquito ahora llega y se establece en regiones que hasta hace poco no alcanzaban temperaturas lo suficientemente altas como para que se propagara. Además, mantiene su actividad durante más tiempo en determinadas regiones debido a la persistencia de las olas de calor, incluso en invierno», resume Pacca.

Reflejo de ello es el cambio de patrón que se está observando este año en Brasil. Históricamente, el país suele registrar un mayor número de casos de dengue en los meses de abril y mayo. Sin embargo, ni siquiera ha terminado el mes de marzo de 2024 y las tasas de infección ya están por las nubes. «Nunca habíamos tenido un marzo con tantos casos, y eso es porque el dengue empezó antes. La curva, que normalmente comienza en enero, empezó a subir en septiembre del año pasado, cuando aún era invierno, pero un invierno cálido», explica Christovam Barcellos.

Atención médica: las personas se infectan rápidamente porque los mosquitos hembra, que transmiten el virus, necesitan picar más para almacenar energía. Foto: Mauro Pimentel AFP

El investigador también advierte del aumento de casos en regiones que antes tenían tasas de transmisión bajas. En uno de los estudios más recientes sobre el tema, publicado en marzo en la revista Scientific Reports, del grupo Nature Research, Barcellos y un equipo de científicos de la Fundación Oswaldo Cruz identificaron que las regiones cada vez más calurosas —entre 2 y 3 grados centígrados por encima de la media— y que sufren degradación ambiental son también las que registran los brotes más importantes de la enfermedad. Según los últimos datos del Ministerio de Salud, Minas Gerais ha sido el estado con mayor número de casos probables de dengue, seguido de São Paulo, Paraná y el Distrito Federal. Todos ellos han declarado ya el estado de emergencia. El estudio también muestra que el cambio climático, la deforestación y el avance de las carreteras en la Amazonia están convirtiendo la región norte del país en una zona de transmisión permanente del virus.

Además, según el investigador, el dengue está llegando a lugares cada vez más elevados. «Si hasta hace poco las mayores tasas de infección se daban en las ciudades más bajas [como las de las zonas costeras], ahora también aparecen en regiones a 500 o incluso 1.000 metros sobre el nivel del mar, cuya temperatura anual ha subido».

El aumento de los casos de dengue no solo se observa en Brasil. Hace unos meses, la Organización Panamericana de la Salud emitió una alerta epidemiológica por la expansión generalizada de la enfermedad en el continente americano. La situación se ha visto agravada por la incidencia del fenómeno de El Niño (el calentamiento anormal de las aguas del océano Pacífico), especialmente en países como Perú, México y Argentina. Si hasta la década de 1970 solo nueve países habían registrado epidemias graves de dengue, en la actualidad la Organización Mundial de la Salud advierte que la enfermedad es endémica (se da de forma concentrada en una región determinada) en más de 100 países de África, América, el Mediterráneo oriental, el sudeste asiático y el Pacífico occidental. En Europa, hay varios países con una incidencia creciente de casos autóctonos. En 2023, por ejemplo, Italia, Francia y España registraron más de 100 infecciones. La cifra superó la de 2022, cuando se notificaron 71 casos. En 2021 solo hubo dos registros, según el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades.

La situación empeorará con el aumento de las emisiones de gases

Si no se reduce drásticamente el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero, advierten los expertos, es probable que la situación empeore. El número de personas en riesgo de contraer dengue podría alcanzar el 60% de la población mundial en 2080, lo que supone un aumento de 2.250 millones de personas respecto a 2015, según mostró un estudio publicado en 2019 en la revista Nature Microbiology, del grupo Nature Research, dirigido por investigadores de la Universidad de Oxford, en Inglaterra.

En noviembre del año pasado, la octava edición del informe del Lancet Countdown, otra publicación que analiza la relación entre el cambio climático y la salud de la población, estimó que el potencial de transmisión del dengue podría aumentar en todo el mundo hasta un 37% de aquí a 2050. Y el Sur Global, es decir, los países más pobres y con menos capacidad de enfrentar emergencias sanitarias, serán los más afectados. Lo cierto es que la desigualdad es uno de los aspectos más preocupantes de la crisis climática: los grupos en situación de vulnerabilidad, como los que viven en condiciones precarias y sin saneamiento básico, son los más afectados por los brotes de dengue. En 2024, las mujeres mestizas son el grupo poblacional con más casos registrados en Brasil, como indicó el Ministerio de Salud.

Aunque estas alertas son preocupantes, no son ninguna novedad. Entre la comunidad científica hace al menos tres décadas que existe un consenso —publicado, documentado y detallado— sobre la peligrosa relación entre la crisis climática y el aumento de la circulación de enfermedades transmitidas por vectores. En 1995, en el segundo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, científicos del mundo entero ya afirmaban que «los efectos indirectos del cambio climático (…) comprenden aumentos de la posible transmisión de enfermedades infecciosas por vectores (por ejemplo, paludismo, dengue, fiebre amarilla y alguna encefalitis viral)».

Pero, desde entonces, las emisiones de gases de efecto invernadero han seguido aumentando exponencialmente y el planeta ha seguido calentándose a una velocidad récord. Solo en Brasil, que ocupa la sexta posición en la vergonzosa clasificación de los mayores emisores de dióxido de carbono (CO₂) del planeta, entre 1990 y 2022 las emisiones aumentaron un 13%. La principal causa de la emisión de gases en Brasil es el denominado cambio de uso del suelo, que incluye prácticas como incendios provocados y deforestación, especialmente en la Amazonia.

Mucho más que la inequívoca influencia del clima en el aumento de casos de dengue en todo el mundo, estos estudios científicos evidencian la dificultad que tiene el ser humano de entender la complejidad de la naturaleza, las relaciones y conexiones entre especies y, lo que es más grave todavía, que el modelo de sociedad actual amenaza la propia supervivencia de la especie humana.

«Aunque la ciencia muestre la correlación entre el aumento de la temperatura y el aumento de la enfermedad, establecer esta relación directa no está bien, porque parece una fatalidad, parece que no hay nada que hacer», considera Barcellos. De hecho, invertir en políticas públicas, trazar estrategias eficaces para reducir la emisión de gases de efecto invernadero y proporcionar saneamiento básico y viviendas adecuadas son solo algunos ejemplos de medidas que podrían —y pueden— reducir la circulación de la enfermedad. Pero, como afirma el investigador, el lado más trágico de la situación es que todo esto ya se podría haber hecho, es decir, «no estamos funcionando como sociedad». «Si no nos damos cuenta de esto, atribuiremos al clima algo que es responsabilidad de los ciudadanos y de los gobiernos».


Reportaje y texto:  Jaqueline Sordi
Edición: Malu Delgado e Talita Bedinelli
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués):  Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés:  Sarah J. Johnson
Infográficos: Rodolfo Almeida
Montaje de página y finalización: Érica Saboya
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

Prevención: la fumigación es una de las medidas que adoptan los organismos públicos para matar los mosquitos y contener la propagación del virus. Foto: Adriana Toffetti/Ato Press/Folhapress

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