Periodismo desde el centro del mundo
Coluna liternatura

Mirada de escritor, raíz Indígena: el peruano Joseph Zárate analiza cómo nos posicionamos las personas humanas ante las agresiones a la Naturaleza. Foto: Omar Lucas

«Al viajar a la selva empecé a ver a otros jóvenes que eran yo, pero sin barba. Nariz ancha, piel cobriza… Vi que, si me afeito y me pongo más flaco, soy un amazónico tal cual. Y empecé a pensar en cómo habría sido mi vida si hubiera crecido allí», dice Joseph Zárate, nacido en Lima en 1986 pero descendiente de una estirpe amazónica.

Zárate emerge como uno de los poquísimos autores latinoamericanos con raíces Indígenas cuya literatura está logrando visibilidad, también internacional. Traducido a varias lenguas, ha ganado premios que ostentan apellidos de hombres blancos ilustres (Gabriel García Márquez, Ortega y Gasset) gracias a artículos periodísticos y libros que, sobre todo, destapan las consecuencias del extractivismo desbocado en Perú. Madera, oro y petróleo son los ejes de su impactante Guerras del Interior.

Desde un país «en el top de los más peligrosos para quien defiende el territorio», su mirada apunta a cómo los humanos nos posicionamos ante las agresiones medioambientales, y, aunque esto ha provocado que con frecuencia le insulten y le acusen entre otras cosas de «comunista» o «izquierdista», varias escuelas han introducido su Guerras del interior en el plan de lectura anual.

En marzo terminó una residencia literaria en la Costa Brava, España, durante la que perfiló un ensayo que publicará el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona como parte de una gran exposición dedicada al Amazonas. «Es un viaje introspectivo –define–. Empiezo preguntándome qué tiene que ver el río conmigo. Y qué es lo que me arroja a la selva, a contar la vida de la gente que vive ahí».

LiterNatura: ¿Qué te arroja?

Joseph Zárate: Como periodista, el deber de narrar ese espacio… pero también una necesidad existencial. Siento urgencia por contar lo que ocurre fuera de las grandes ciudades, y aún más en la selva. Esto se debe a mi abuela materna. Ella nació en la comunidad Indígena de Vistoso, que abandonó siendo bebé porque el pueblo se inundó. La familia vivió primero en Iquitos, luego en Pucallpa, y llegaron a Lima. Mi abuela quería ser enfermera, pero acabó de empleada doméstica. A los quince años se casó con mi abuelo, diez años mayor. Él le prometió que la llevaría de vuelta a la selva. Eso nunca ocurrió. Tuvieron siete hijos. Desde el principio, mi abuela pensó que debía hacer algo para no ser discriminada, así que empezó a adaptar su habla, a tomar cócteles, a vestirse como la gente de la ciudad… pero claro, no era igual. Cuando me hice periodista, noté que escribía sobre personas llegadas del mismo lugar que mi abuela, de selvas y montañas, y que mi pulsión por contar historias de esos sitios, a los que muchos llaman «los márgenes», venía de ella.

Narrando el mundo distingues tu lugar en él… y descubres que tienes la selva en casa.

Empezando por la cocina. Mi abuela hacía fiestas en casa donde preparaba juane, tacacho con cecina, jugos de aguaje. En los paseos escolares, mis amigos llevaban pollo con papas fritas para comer, y yo, juane. Me miraban raro; entonces ni lo pensaba, pero cuando me hice mayor comprendí que esas diferencias significaban mucho. Luego, al viajar a la selva como cronista, empecé a ver jóvenes amazónicos muy parecidos a mí. ¿Cómo me verían ellos? En un viaje reciente de dos meses a través del Amazonas, reconocía a mi abuela en los rostros de las mujeres de las selvas, y escribí sobre eso un ensayo breve, el germen de algo más grande que preparo sobre el Amazonas.

¿Cómo se escribe un río?

El Amazonas tiene doce tributarios principales, y en todos hay una comunidad, un pueblo o una ciudad de referencia. Iquitos, Leticia, Manaos, Santarém… Pienso ir coleccionando historias en cada uno de esos lugares y luego haré un gran viaje que los una a todos. Como ya recorrí el Amazonas, sé dónde pararé.

¿Será un libro de viajes?

Sí, pero no solo por eso. Estoy explorando procedimientos como la poesía documental, que trabaja con cartas, testimonios, informes… se ocupa mucho de la voz de los otros, las voces que la Historia con mayúscula no suele registrar. Ahí están los libros de Muriel Rukeyser [1913-1980, poeta y ensayista de Nueva York], que tiene un poema sobre los mineros negros de Estados Unidos, o Charles Reznikoff [1894-1976, estadounidense, autor del libro-poema Holocausto], que escribió sobre el holocausto utilizando actas de los juicios de Nuremberg. Los chilenos Jaime Pinos [Santiago de Chile, 1970, periodista y escritor, autor de Criminal, Almanaque y Documental] y Carlos Soto Román [Valparaíso, 1977, poeta y traductor, autor de 11] hacen lo propio con testimonios y documentos de la dictadura de Pinochet. En Perú, esto lo han trabajado Tulio Mora (1948-2019), en Cementerio General, o Paul Guillén (Ica, 1976) en Sisma. Me interesa explorar por ahí, dar voz a la gente de una manera sutil, con un impulso poético sin renunciar a la fuerza de los datos y la memoria histórica. Dicen que el periodismo da voz a quien no la tiene, pero no es cierto: los Indígenas, los campesinos, los obreros siempre han tenido voz, solo que nadie la escuchaba. Yo aspiro a diluirme lo bastante para que la voz de los otros emerja lo más limpia posible.

¿Qué otros?

Creo que lo nuevo hoy está en diversificar el punto de vista. Soy el autor del texto, sí, pero al mismo tiempo intento que el punto de vista deje de ser solo el mío. Me gustaría que la crónica latinoamericana difunda otras formas de ver el mundo. Leer más crónicas hechas por personas negras, por gente de las comunidades Indígenas, por autores de las disidencias sexuales. Y eso no está ocurriendo. Aunque ahora esos textos son más posibles porque se están utilizando lenguajes más allá de la palabra escrita, en los que la palabra toma otra forma, tiene otros contenedores y otros vehículos de difusión. Por eso, creo que la hegemonía de mirada anglosajona se va a ir rompiendo. Como dice mi amigo Pere Ortín, hay que hacer periodismos, en plural. Hay que empezar a romper el muro del periodismo clásico.

Mario Vargas Llosa ha anunciado su retirada. ¿Qué significa para un escritor peruano?

Hay dos Vargas Llosa: uno al que admiro, el autor de obras cumbre como La Ciudad y los Perros, La Guerra del Fin del Mundo, Conversación en la Catedral… y el Vargas Llosa vinculado definitivamente a la derecha más conservadora. Es muy difícil querer a los dos.

¿A quiénes «quieres»?

José María Arguedas [1911-1969, escritor y antropólogo peruano, autor de, entre otros, Los Ríos Profundos] me marcó. Hizo una radiografía profunda del Indigenismo, del vínculo entre los campesinos y los Andes, y la violencia a la que eran sometidos por la explotación del trabajo y la tierra. Redoble por Rancas, de Manuel Scorza, cuenta la rebelión contra la minera Cerro de Pasco Corporation. Entre las revistas, en Etiqueta Verde podías encontrar historias de ecología. Ernesto Ráez [1936-2021, escritor peruano], por ejemplo, igual te hablaba de arañas que sobre un viaje a un lugar depredado por la minería ilegal o el uso de popotes [pajillas] de plástico. Era muy bueno. Hoy me gusta mucho el trabajo de Santiago Wills, colombiano que escribe crónicas extraordinarias sobre animales, plantas… el mundo no humano.

¿Qué libros te ayudan a contar la selva?

Cuando buscas literatura sobre viajar por el Amazonas, encuentras sobre todo historias de exploradores europeos, ingleses o estadounidenses, casi nada de sudamericanos. Y aún menos de autores con raíces Indígenas. También están los escritos de los primeros cronistas, los colonizadores que venían en busca de oro, canela… Me interesa lo que occidente hizo con estas tierras, cómo el choque con la cultura occidental ha ido transformando todo.

¿Cómo se cuenta esa transformación?

Nos explican que hubo períodos de bonanza de la madera, el caucho, el petróleo, las hidroeléctricas… ahora están los bonos de carbono. Pero para los Indígenas fueron períodos de destrucción. Yo quiero contar cómo esas «bonanzas» han ido cambiando el rostro del Amazonas. Y, a la vez, cómo el Amazonas está habitado por lo no humano. Allí, un árbol no es solo un ser biológico, sino un ser independiente, una persona no humana. Me interesa contar la historia de esa persona no humana que es el río. Tratarla como a un ser.

Escribiendo un Río: « Pienso ir coleccionando historias en cada uno de esos lugares y luego haré un gran viaje que los una a todos». Foto: Ahmad Jarrah/SUMAÚMA

Literariamente, ¿quién ha abordado así al Amazonas?

He leído textos de aventureros, inventarios medio científicos, pero ninguno aporta esa aproximación espiritual. Aunque lo mío aún está por hacer. Me da entre nerviosismo y vergüenza hablar sobre algo que aún no he escrito.

Te avalan otros libros que publicaste.

Puede, pero solo soy un hombre de ciudad que ha conservado la conexión con la Amazonía gracias a mi abuela.

Y a los viajes por la selva.

Bueno, sí. Entender que yo podía haber sido una de esas personas… De todas formas, comparto con ellas la sensación de haber vivido en eso que llamamos «el margen». He pasado casi toda mi vida en el barrio de San Martín de Porres, uno de los 43 distritos de Lima, aunque los turistas solo conocen tres. ¿Qué pasa en los otros 42? La precariedad en esos barrios es similar a la de algunas zonas de la selva. Yo mismo he vivido experiencias de discriminación racial y entiendo qué siente un amazónico cuando lo discriminan por sus rasgos o su color de piel.

Como antes has señalado, cuesta muchísimo encontrar libros escritos por autores Indígenas.

En Perú, es muy difícil que libros escritos por autores y autoras Indígenas lleguen a las grandes audiencias. No hay un impulso desde las industrias culturales y el Estado para valorar la literatura en otros idiomas que no sea el castellano. En esa omisión hay mucho racismo. También porque mucha de esa literatura es oral y es menospreciada al considerarse inferior. Por suerte, eso va cambiando. Desde la poesía se expresa Dina Ananco, que ganó el Premio Nacional de Literatura en 2022 con Sanchiu, un poemario en su lengua wampis [hablada únicamente en el territorio peruano]. En Brasil, hay una tradición más fuerte de literatura oral que se convierte en escrita. Ahí están Davi Kopenawa, Ailton Krenak…

¿Cuál es el problema para que haya menos autores en los países hispanos?

Una razón es la falta de políticas públicas para impulsar la literatura hecha en las regiones, la selva, la sierra. Y otra razón está en el acceso de estas comunidades a la educación formal. Históricamente, los pueblos Indígenas han vivido excluidos del sistema educativo. La cultura dominante mira por encima del hombro a quien no sabe leer y escribir y menosprecia su lengua originaria, cuando resulta que el conocimiento de esas personas puede ser mucho más profundo, útil y completo que el de quienes leen y escriben en español. Si pones a un filósofo de Lima con un machete en la selva, posiblemente no sobrevivirá un mes.

Pero se supone que los tiempos han cambiado, ¿no?

Durante la colonia, la sociedad virreinal en Perú estaba dividida en dos esferas nítidamente separadas y jerarquizadas: la república de indios y la república de españoles, la primera sometida a la segunda. Los indios no tenían acceso a la propiedad de la tierra, y así siguió siendo después de la «independencia» del país. Hasta 1979, la Constitución no introdujo la posibilidad de que las personas analfabetas votaran. O sea, si no sabías leer ni escribir, no te consideraban un ciudadano completo. En Guerras del interior hablo de Edwin Chota, un electricista de ciudad convertido en líder de una comunidad Asháninka porque sabe leer y escribir, porque los Asháninkas saben que esa era la única manera de reclamar sus tierras. Es decir, todos son muy conscientes de la importancia de la educación formal, pero el Estado debe ayudar a que accedan a ella.

¿No ayuda?

La mayor parte de las fronteras sudamericanas coinciden con los tramos donde empieza la selva. Para el Estado, la selva muchas veces parece tierra de nadie, porque su presencia es mínima. Los extramuros de la república. Y se desentiende, al menos para protegerla.

Dices que los mapas son instrumentos de poder y, por eso, los expertos en mapas de Perú suelen trabajar para el Estado. Así es más fácil hacer que desaparezcan ríos, campos, montañas contaminadas… y las personas que habitan ahí.

Una investigación de Oxfam ha registrado hasta quinientos derrames de petróleo en Perú durante las dos últimas décadas. Una contaminación enorme del agua y el medio ambiente en el que viven comunidades desde hace generaciones. Hay poderes a los que les conviene que esas tierras no estén registradas en los mapas oficiales. Lo inquietante es ver que mucha gente se indigna más viendo arder Notre-Dame que un río amazónico envenenado.

Pero también hay protestas, y bien intensas.

En el Perú, más del setenta por ciento de las protestas sociales son causadas por conflictos ligados al extractivismo. A los Indígenas activistas, los matan o los criminalizan así que, cuando se manifiestan, van con todo. En 2009 hubo una protesta Indígena nacional contra Alan García [expresidente peruano que murió en 2019 y ejerció dos mandatos: de 1985 a 1990 y de 2006 a 2011], que negociaba un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, con leyes que vulneraban las tierras ancestrales de los Awajún y los Wampis. Los enfrentamientos entre policías y manifestantes Indígenas dejaron varios muertos.

¿Vinculas el menosprecio a un racismo que perdura?

Siempre hubo racismo, solo que ahora se habla más públicamente de eso. Las redes sociales lo han impulsado. Las comunidades Indígenas se están organizando y los conflictos sociales se suceden.

Nos vimos en 2023, durante las revueltas contra el gobierno de Dina Boluarte. Ibas a escribir sobre ellas.

Sí, también estoy trabajando sobre los asesinatos que se cometieron el último año en Perú. La presidenta se ha aliado con la derecha más conservadora y ha represaliado a los que protestaron contra su gobierno. Hay unas cincuenta personas asesinadas por la represión de la Policía y el Ejército, muertas por balas, perdigones de metal… La mitad de esas personas eran de Puno, donde históricamente se hicieron las primeras rebeliones campesinas. Estoy escribiendo una historia sobre quiénes eran esos muertos, por qué y cómo murieron. Un chico de quince años recibió un balazo en la cabeza saliendo de una cabina de internet. A una joven que pasaba por ahí le dispararon en el vientre, a un médico brigadista por la espalda… Trabajando en esto fue cuando pensé que el periodismo tradicional es insuficiente para retratar toda esa violencia.


 

Protestas contra la presidenta Dina Boluarte en Perú, en 2023: «El periodismo tradicional es insuficiente para retratar toda esa violencia». Foto: Ernesto Benavides/AFP

Gabi Martínez ha escrito sobre desiertos, ríos, mares, montañas, deltas y todo tipo de seres vivos. Vivió un año con pastores en la dehesa (La Siberia) y otro en la última casa de la isla de Buda antes del mar, la primera que se tragarán las aguas en los próximos años. Tras esas experiencias escribió Un cambio de verdad y Delta. Su obra incluye 16 libros y está traducida en diez países. Es impulsor del proyecto Liternatura, miembro fundador de las Asociaciones Caravana Negra y Lagarta Fernández; de la Fundación Ecología Urbana y Territorial; y codirector del proyecto Animales Invisibles. En SUMAÚMA escribe para el espacio LiterNatura.


 

Texto: Gabi Martínez
Edición:Eliane Brum
Edición de fotografía:
Lela Beltrão
Chequeo de informaciones:
 Plínio Lopes
Traducción al portugués: Paulo Migliacci
Colaboración: Meritxell Almarza (español)
Traducción al inglés: Charlotte Coombe
Coordinación del flujo de edición y montaje: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

© Derechos reservados. No reproduzca el contenido de esta página en ningún medio sin autorización expresa de SUMAÚMA