Comer chuletón bañado en oro, como hicieron en Qatar el exfenómeno Ronaldo y los jugadores de la selección brasileña Éder Militão y Vinícius Júnior, está mal en muchos sentidos. Pero también indica con exactitud el impasse del momento que vivimos. Que quienes protagonicen esta escena sean brasileños no es una coincidencia, ya que Brasil está en el centro del destino de la Tierra. Hogar del 60% de la selva amazónica y de otros biomas de importancia mundial, Brasil puede llevar el planeta a la catástrofe o determinar un cambio de dirección que dé prioridad a la vida y no a los mercados. Esta elección dependerá en gran parte del consumo de oro y de carne: separados ya son malos; juntos son una receta para la destrucción.
Dejar de comprar y llevar oro es imperioso. Mucha gente pregunta qué puede hacer individualmente para combatir la deforestación en la Amazonia. La lucha más importante es la colectiva: presionar para que cambien las políticas públicas, como la que la Unión Europea acaba de aprobar, que prohíbe la compra de productos asociados a la deforestación en todos sus países miembros. Pero, individualmente, un acto eficaz es contribuir a rebajar el estatus del oro. Y eso puede hacerse negándose a llevar o comprar joyas de oro, lo cual ya suele estar restringido a una minoría con poder adquisitivo.
En el futuro, exhibir joyas de oro debería ser de tan mal gusto como lo es hoy fumar cigarrillos. Para quienes lo duden, basta recordar que durante décadas la industria tabacalera asoció los cigarrillos al glamur y al carácter, en los labios de sinuosas actrices de Hollywood o de machos aventureros. Exhibir oro en el cuerpo posiblemente llegue a ser tan repugnante como llevar un abrigo de pieles.
Las razones son las mejores. Quien hoy se ponga un anillo o una alianza en el dedo, un pendiente en la oreja, un collar en el cuello o una pulsera en el brazo puede estar contribuyendo al derramamiento de sangre humana y a la destrucción de la selva amazónica y otros enclaves vitales de naturaleza, sin los cuales no se puede detener la escalada del calentamiento global. La extracción de oro es una de las industrias más destructivas del medio ambiente. Una única alianza, esa que tantos llevan en el dedo anular izquierdo, genera unas 20 toneladas de residuos. Veinte toneladas. Cuando alguien la luce en el dedo, debe saber que ha dejado en algún lugar del planeta 20 toneladas de residuos, la mayoría muy tóxicos y con un gran potencial de contaminación. Un par de alianzas de oro en el tradicional rito nupcial ya son 40 toneladas de residuos con un alto poder contaminante. Esa es la cuenta que la gente tiene que hacer si quiere que los hijos que nazcan de esa unión tengan un futuro.
Para separar el oro de la roca, se suelen utilizar productos químicos como el mercurio, el arsénico y el cianuro, que contaminan los ríos, el suelo y el aire. Las grandes minas a cielo abierto destruyen el paisaje, y sus residuos generalmente se acumulan en lagos tóxicos contenidos por presas. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en todo el mundo se han producido más de 221 grandes fallos en presas de residuos, que han matado a cientos de personas, desplazado a miles y contaminado el agua potable de millones. Y aunque las presas sean fuertes, el agua envenenada se filtra en el manto freático y provoca que las poblaciones humanas y otras especies sufran intoxicación por metales pesados.
Así que, por más que el oro que lleves en el dedo, el cuello o la muñeca tenga un certificado de sostenibilidad, estarás ayudando a mover el mercado y a aumentar el valor social de esta mercancía inmensamente destructiva. Al comprar esta joya, fomentas una cadena de desgracias. Al llevarla, no solo aceptas, sino que legitimas una catástrofe humana y medioambiental. Algunos usos son inevitables, como el oro que se utiliza en las computadoras o en equipos médicos. Pero no hay excusa para los usos cosméticos. Ni, desde luego, para comer oro, que solo forma parte de los ingredientes de los restaurantes caros porque es un símbolo de ostentación.
Explotación minera ilegal en la Tierra Indígena Yanomami. Foto: Bruno Kelly/Amazônia Real
En la Amazonia, ya se han devastado más de 10.000 hectáreas de selva para extraer oro. La minería ilegal es la protagonista de la contaminación por mercurio, cuyo impacto en los indígenas, ribereños, quilombolas (descendientes de africanos esclavizados que se refugiaron en centros de resistencia) y la población urbana apenas empieza a ser investigado por los científicos. Las mujeres del pueblo Munduruku, en el río Tapajós, pueden estar amamantando a sus bebés con leche contaminada con mercurio. El agua y el pescado, base de su alimentación, están contaminados. Se calcula que, en la Tierra Indígena Yanomami, unos 20.000 mineros, algunos comandados por el crimen organizado, están devastando la selva, prostituyendo a niñas indígenas e induciendo a parte de la juventud al alcoholismo y la drogadicción. Hay escenas de jóvenes Yanomami similares a las que se ven en las favelas urbanas que están dominadas por el narcotráfico. Y luego está lo peor: la enfermedad, la desnutrición y la muerte.
Todo esto pasa por culpa del oro. Y esta sangre la llevan también las personas en el cuello o en el dedo. Se calcula que la mitad del oro producido en Brasil procede de fuentes ilegales. El comercio de esta materia prima se caracteriza por un secretismo tal que la mayoría de los consumidores no saben de dónde procede el oro de sus productos ni cómo se extrae. Las cadenas de suministro de soja, aceite de palma y carne de vacuno se vigilan cada vez más de cerca para que los supermercados puedan etiquetar con precisión no solo el país de origen, sino también la región y, a menudo, incluso la hacienda donde se han producido. Esto permite que los compradores puedan tomar una decisión ética informada.
Pero rastrear el oro normalmente es muy difícil. A menudo, el metal cruza varias fronteras para ser refinado y mezclado, lo que hace muy difícil identificar su origen. Suiza, por ejemplo, es famosa por sus joyas de oro, pero solo refina y marca sus lingotes. En realidad, no se extrae oro en el bucólico paisaje alpino.
África y Oriente Medio siguen este ejemplo. En los últimos años se han abierto decenas de pequeñas refinerías de oro. Uganda, por ejemplo, que no extrae mucho oro, consigue exportar más de mil millones de dólares del metal precioso porque sus refinerías son un canal para el oro que se extrae en la vecina República Democrática del Congo. Esto ha provocado conflictos y ha financiado a las milicias implicadas en las luchas interétnicas por las zonas ricas en oro. Las investigaciones han demostrado que el oro ilícito también fluye a través de China y Oriente Próximo. Las Naciones Unidas han pedido más transparencia, pero poderosos intereses han bloqueado estas iniciativas.
Cuando se legaliza la extracción de oro, la destrucción de la naturaleza y de la vida de los habitantes de la selva sigue siendo catastrófica. En la Vuelta Grande del Xingú, una región extremamente impactada por la central hidroeléctrica de Belo monte, la empresa minera canadiense Belo Sun lleva años presionando para abrir lo que vende como «la mayor mina de oro a cielo abierto» de Brasil.
En los tribunales se está librando una enorme lucha para impedir que la empresa se establezca legalmente en esta región donde viven pueblos indígenas y poblaciones ribereñas. Pero Belo Sun ya lleva años presente en la región, reclutando y presionando a los residentes. Si consigue instalarse, en contra de todos los dictámenes científicos, que demuestran que el daño al ecosistema podría ser irreversible, la minería será legal. Pero el barniz de la ley no podrá encubrir la montaña de residuos, en su mayoría tóxicos, que dejará tras de sí Belo Sun, equivalente a dos veces el tamaño del Pan de Azúcar, el famoso peñasco de Río de Janeiro. Detener el avance de Belo Sun es la gran lucha de este momento en el Medio Xingú. Desde el 7 de diciembre, Canadá acoge la Conferencia sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, pero el pasivo socioambiental que este país deja por el mundo es enorme. La imagen de buen chico que tiene Canadá dista mucho de la realidad.
Sangre, deforestación, contaminación, enfermedades, hambre y muerte es todo lo que trae el oro, que pasa por un largo ecoblanqueo para convertirse en fetiche en las joyerías. ¿Seguro que esto es lo que la gente quiere ponerse en el cuerpo? ¿Cómo exhibirlo sabiendo el coste humano y medioambiental que ha causado?
Si no es por compasión, que sea por egoísmo: la minería legal e ilegal está llevando a la Amazonia y a otros enclaves de naturaleza estratégicos para enfrentar el colapso climático a un punto sin retorno. Si se llega a ese punto, todas las criaturas del planeta estarán condenadas a un futuro hostil. En el caso de la Amazonia, el punto sin retorno que prevén los científicos se alcanzará cuando se haya destruido entre el 20% y el 25% de la selva. Hoy ya se ha deforestado el 17% y se ha degradado otro 17%.
El oro desempeña un papel fundamental en esta corrosión acelerada, con efectos en cadena. La ganadería, que proporciona la carne que se bañará en oro para comensales como Ronaldo, es otro vector de devastación forestal y emisión de gases de efecto invernadero. El menú del restaurante Nusr-Et dice que su carne es wagyu —que significa que su genética es japonesa—, pero esta carne también se produce en Brasil, que la exporta a Qatar. Es decir, existe una posibilidad razonable de que esa noche Ronaldo y sus amigos se alimentaran de animales que pastaban en tierras deforestadas de la Amazonia brasileña.
Carne y oro: el fenómeno de la imbecilidad no podría haber elegido peor. Ronaldo fue criticado por lucirse en el restaurante Nusr-Et con un chuletón bañado en oro que cuesta 7 veces el sueldo mínimo en Brasil. Los jugadores de la selección que lo acompañaban estaban representando en ese momento a un país en el que 33 millones de personas pasan hambre. La escena que protagonizaron es obscena, en el sentido más profundo de la obscenidad. Entonces Ronaldo reaccionó diciendo que quería inspirar a las personas a que se esforzaran para llegar a su mismo nivel. ¿En serio? ¿Eso es a lo que las personas hambrientas deben aspirar? ¿A comer y, con suerte, cagar oro?
Su comentario ante las críticas es un festival de errores factuales y éticos: «La selección brasileña y los futbolistas tienen la gran responsabilidad de transmitir el bien, y la gente está confundiendo el fútbol con la política, con el discurso del odio. La gente está muy perdida. Hoy en día no ves a la gente discutiendo de fútbol, es solo opinión, se creen que lo saben todo, y el discurso de odio es constante. Si alguien come carne bañada en oro, es problema suyo. […] No tiene nada de malo, incluso puede inspirar a otras personas».
Como bien escribió la excelente periodista brasileña Milly Lacombe, Ronaldo apeló a la meritocracia, la mentira perversa de que basta esforzarse para llegar a lo más alto. ¿Esforzarse como los migrantes que murieron construyendo los estadios para el Mundial en la dictadura corrupta de Qatar? ¿Esforzarse como las empleadas del hogar que hacen una jornada extenuante para cobrar, si tienen la «suerte» de tener un jefe mínimamente honesto, el sueldo mínimo? ¿Esforzarse como los millones que hacen trabajillos por cuatro chavos al día? ¿Es por falta de esfuerzo que 33 millones de personas en Brasil no puedan hacer 3 comidas al día? ¿Es por falta de esfuerzo que cada vez más gente tiene que esperar a los camiones que traen restos de huesos que antes solo se daban a los perros?
Tanto Ronaldo como los jugadores son hombres negros, las mayores víctimas en las estadísticas que miden la vida y la muerte. Si no supieran jugar al fútbol, quizá estarían donde están tantos chicos negros: en el cementerio, algunos por culpa de las balas perdidas de la policía que acabaron encontrando su cuerpo. Al quejarse de que «se politiza todo», Ronaldo hace la peor política. Y da el peor ejemplo. Comer oro no es un problema de una persona, como él afirma: comer oro es apoyar y legitimar una cadena de sangre, muerte y destrucción de la naturaleza.
Comer y exhibir carne bañada en oro en Qatar es un acto político tremendamente destructivo y egoísta. El mensaje es: no me importan la sangre, la explotación de la naturaleza y de los cuerpos, la destrucción de la selva y otros biomas, las enfermedades y el hambre de los niños indígenas de Brasil y de los niños negros de la República Democrática del Congo y otros países africanos. Solo importo yo, porque yo soy el mejor y quien no puede hacer lo que hago yo es porque no se ha esforzado suficiente. Lo hago porque puedo. Esta actitud, estimulada y moldeada por el capitalismo, es la que ha llevado el planeta al colapso climático y ya compromete el futuro de los niños.
Ronaldo —esperamos— cagó oro. Pero solo esparció mierda.
Traducción de Meritxell Almarza