Periodismo desde el centro del mundo

Uma sumaúma na floresta amazônica perto de Marechal Thamaturgo, Acre.

Más de dos mil millones de árboles han sido asesinados en la selva amazónica desde que Jair Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil. Procesa este dato. Dos mil millones de árboles.

Una matanza de esa magnitud es casi imposible de conceptualizar. Vamos a desglosarla. Piensa en dos árboles de tu vida: quizás aquellos con los que creciste y que asocias con tu familia, o esas bellezas otoñales que hay en tu jardín o parque favorito, o los que están en tu calle y destellan vida y color cuando pasas por delante de camino a la tienda, o los gigantes que te han protegido del sol o te han cobijado de la lluvia.

Luego, en tu mente, multiplica esos dos árboles primero por diez, luego por cien, luego por mil. Siéntate un rato en esa arboleda e imagínate toda la vitalidad que alberga: pájaros, insectos, musgos, líquenes, pequeños animales, riachuelos. Luego, toma esos dos mil árboles y multiplícalos por mil, y piensa cuántas horas te llevaría pasear por ese bosque de dos millones de árboles que acabas de crear. Pero aún no has terminado. Por último, toma ese bosque y vuelve a multiplicarlo por mil, y detente y maravíllate ante la inmensa existencia que suponen dos mil millones de árboles.

Dos mil millones de árboles en cuatro años. Normalmente, cuando hablamos de deforestación, ignoramos números como este, números de vidas. En su lugar, hablamos de hectáreas, o de kilómetros cuadrados, o de campos de fútbol, o lo comparamos con el tamaño de Manhattan o del País de Gales. Yo también la he descrito así durante más de diez años. Pero la deforestación de la Amazonia no debe medirse únicamente en términos que son más propios de un negocio inmobiliario. Esta tierra está viva. Más viva que cualquier otro lugar del planeta. Está repleta de plantas, rebosante de insectos, llena del canto de los pájaros, el croar de las ranas y el chillido de los monos. Por eso, cuando hablamos fríamente de la deforestación, deberíamos tener claro que es una matanza de vida, una masacre de naturaleza.

Dos mil millones de árboles en cuatro años. De media, es más de un millón de árboles cada día, 57.000 cada hora, 950 cada minuto o 15 cada segundo. Eso no se podría hacer con un hacha o una motosierra, ni siquiera con una excavadora. No es de extrañar que terratenientes tengan que utilizar el fuego. Un fuego que, aunque esté lejos y no se vean las llamas, crea una neblina en el cielo durante la temporada de quemas. Los pilotos de los aviones se ven obligados a volar por encima el humo. Los partidos de fútbol a veces tienen que suspenderse porque la visibilidad es muy mala. Ayer por la tarde había una neblina de este tipo aquí en Altamira. El mes pasado vimos un incendio en el horizonte tan intenso que creó su propio rayo.

Dos mil millones de árboles en cuatro años significa que los incendios se han convertido en algo habitual. La impunidad es mucho mayor ahora que el presidente ha destruido los organismos de protección del medio ambiente y ha dado luz verde a los madereros, mineros y ladrones de tierras públicas, todos ilegales. Bajo el mandato de Bolsonaro, la deforestación es un 86% mayor que en los ocho años anteriores. Para los que prosperan entre llamas y humo, ha sido una época dorada, pero claramente temen que esté llegando a su fin. Con Bolsonaro en segundo lugar en los sondeos, hay prisa por quemar, por si los votantes eligen a un presidente con menos afición por los incendios provocados. Como SUMAÚMA informó en su primera edición, el mes pasado se produjeron 33.116 incendios en la Amazonia, el peor agosto desde que Bolsonaro llegó al poder. Este mes va en camino de ser aún más devastador, con 22.487 incendios en los primeros diez días de septiembre.

Dos mil millones de árboles en cuatro años. Mientras los incendios arrecian, ¿cuánta vida se extingue? SUMAÚMA pidió al respetado Instituto del Hombre y del Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon) que estimara el impacto en la selva amazónica. Según Paulo Barreto, investigador jefe del instituto, el número de árboles de al menos 10 cm de diámetro que probablemente hayan sido destruidos o afectados por el fuego y la deforestación desde Agosto de 2018 es de entre 2.200 y 2.600 millones. El número de monos muertos, heridos o afectados de alguna forma está entre 1,6 millones y 3,8 millones, mientras que el número de aves que han perdido el nido, el hábitat o la vida está entre 78,1 millones y 89,9 millones.

Dos mil millones de árboles en cuatro años. Estas estimaciones se calculan tomando la media de los seres que viven en una hectárea de la Amazonia y multiplicando esa cifra por 4.709.511, que es el número de hectáreas que se han quemado o deforestado en los últimos cuatro años. Para comprobarlo, le pedí a otro investigador de gran prestigio, Tasso Azevedo, coordinador general de MapBiomas, su evaluación de los daños. El resultado fue muy similar: 2.300 millones de árboles destruidos desde 2019 hasta hoy.

Dos mil millones de árboles en cuatro años. El número de muertos de otras especies es casi imposible de calcular. Los científicos creen haber identificado menos de la mitad de las especies que habitan en la Amazonia. Noemia Ishikawa, la principal micóloga de la Amazonia, me dijo que se están encontrando tantos tipos nuevos de hongos que es difícil saber cuántos más hay, lo que hace imposible calcular la pérdida. La situación de los insectos, las orquídeas, los líquenes, los gusanos y las bacterias es aún más oscura.

Dos mil millones de árboles en cuatro años, y esta estimación es conservadora, basada solo en las tierras totalmente deforestadas de la Amazonia. No tiene en cuenta la selva parcialmente degradada, que es enorme. Tampoco incluye los otros vastos biomas de Brasil: la Mata Atlántica, los humedales del Pantanal y la sabana del Cerrado. ¿Cómo podemos valorar la pérdida de esta compleja red de interacciones? Desde luego, no en términos de mercado, que tiende a valorar más los árboles muertos que vivos. En varias ocasiones, los economistas han intentado medir los «servicios ecosistémicos» que proporciona una selva viva en cuanto a reducción de carbono, purificación del agua, producción de alimentos, beneficios medicinales, provisión de hábitat y regeneración del suelo. Sus cálculos en dólares tienen un número impresionante de ceros, pero no se acercan a lo que realmente se está perdiendo. ¿Cómo se puede poner precio a un clima estable, a los ciclos mundiales del agua, al bienestar espiritual, a la interdependencia y al impacto que provoca en la salud mental saber que tus hijos heredarán un mundo degradado donde la mayor selva tropical está siendo incinerada hasta un punto sin retorno?

Dos mil millones de árboles en cuatro años. Mi amigo y colega Dom Phillips describió a Bolsonaro como «el presidente de la muerte» en un mensaje de WhatsApp que me envió el año pasado. Se refería principalmente a la respuesta asesina y despectiva del líder brasileño a la pandemia de covid-19, que hasta ahora ha provocado la muerte de más de 685.000 brasileños, uno de los peores balances nacionales del mundo. Pero Dom también temía y denunciaba el agravamiento de la destrucción de la Amazonia, la flexibilización de las leyes sobre tenencia de armas, el aumento del hambre, de la cómoda impunidad entre los delincuentes y de los casos de violencia contra los indígenas defensores de la selva y los conservacionistas. Todo son manifestaciones de una cultura de la muerte. Dom también fue víctima de esta cultura mortífera, cuando él y el indigenista Bruno Pereira fueron asesinados y enterrados en el valle del Yavarí mientras Dom recababa información para un libro que estaba escribiendo, How to Save the Amazon (Cómo salvar la Amazonia).

Dos mil millones de árboles en cuatro años. El excapitán que ha llegado a presidente se jacta de su inclinación a quitar la vida. «Soy un capitán del Ejército», dijo antes de asumir el poder. «Mi especialidad es matar». Además de las personas y la naturaleza, esta burda matonería se ha cobrado otra víctima: la reputación mundial de Brasil. Hace diez años, el mundo admiraba Brasil por ser una democracia multiétnica que crecía de forma responsable y lidiaba de verdad con la desigualdad y la destrucción del medio ambiente. Hoy, se está convirtiendo en un paria mundial gracias a la grosería de su líder. La oleada de titulares negativos que inundan la prensa desde que asumió el poder deja claro que el presidente de la muerte está matando la reputación de Brasil, junto con un número de víctimas de covid-19 del tamaño de una ciudad y el holocausto forestal de dos mil millones de árboles.

Traducción de Meritxell Almarza

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