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La candidata Chirley Pankará en campaña por las calles de São Paulo. Foto: Isabella Finholdt

Chirley se sienta en los escalones de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo y se enciende la pipa en una fría noche de jueves de septiembre, después de dar una charla a los estudiantes. Se siente a sus anchas en la universidad donde hizo su maestría en Educación, antes de cursar el doctorado en Antropología en la Universidad de São Paulo. Chirley Maria de Souza Almeida Santos es una de las miles de nordestinas que migraron al estado de São Paulo en los 90, huyendo de la sequía y en busca de una vida mejor.

Nacida en una aldea de la ciudad de Floresta, en el estado de Pernambuco, tiene en el certificado de nacimiento los mismos apellidos que millones de brasileños de la base de la pirámide. Pero en las urnas electrónicas, el próximo 2 de octubre, aparecerá con la designación familiar más poderosa: Chirley Pankará, una de las 30 candidaturas indígenas en Brasil que quieren estar en la primera línea de la política brasileña con el nombre de sus parientes de aldea.

La candidata del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) compite por un escaño de diputada en la Asamblea Legislativa del estado que quizás haya masacrado más a sus ancestros en la historia de Brasil. En el siglo XVI, algunos hombres blancos que no tenían dinero para comprar esclavos africanos empezaron a secuestrar a los indígenas de São Paulo, que entonces se llamaba Piratininga. Delegaban en los bandeirantes, los «pioneros» portugueses que exploraron Brasil, la tarea de capturar a los indígenas, que eran sometidos a trabajos esclavos de extracción minera. Y también se quedaban con sus tierras. El resto de la historia ya lo conocemos. Se erigió a los bandeirantes en héroes, con estatuas, museos y carreteras con su nombre, en homenaje a su «heroísmo». Hasta a la casa del gobernador le pusieron el nombre de Palacio de los Bandeirantes. São Paulo, sin embargo, no ha borrado sus raíces, con millares de indígenas viviendo en el estado.

LEGENDA E CRÉDITO EM ESPANHOL

Pues Chirley, al igual que otros indígenas que se presentan a estas elecciones por São Paulo, ha decidido retroceder en la historia y rescatar un trozo de alma de su pueblo, borrada de Brasil. Y la mejor manera de hacerlo es disputar un espacio de poder en las elecciones de este año para interferir en las políticas públicas que tengan en cuenta a esta población ignorada por la gran masa de paulistas. «Vamos a descolonizar São Paulo», afirma la candidata durante un encuentro con intelectuales en un teatro en el centro de la capital, días después de que se oficializara su candidatura, a mediados de agosto.

A su lado está Sonia Guajajara, la líder que se presenta a diputada federal por São Paulo y ha ayudado a difundir la campaña de su compañera Pankará. «Nos unimos y nos reunimos para fortalecer a los pueblos indígenas y garantizar nuestros derechos», dice Chirley, que llegó a São Paulo en 1998, cuando buscaba nuevas oportunidades para ayudar a su familia indígena, que se quedó en Floresta. La sequía, la crisis económica y la falta de reconocimiento de sus tierras le impusieron dificultades que, como hermana mayor, se vio obligada a superar. Se instaló en Mauá, en la periferia de São Paulo, en casa de unos parientes.

El primer trabajo que consiguió fue como empleada del hogar, a pesar de haber cursado magisterio en su ciudad natal. Pero, para ella, era el principio de una jornada de aprendizaje en una tierra adonde otros indígenas del Nordeste ya habían migrado. «Sentía el peso de la invisibilidad por ser nordestina», reflexiona. Al ser indígena, el peso era doble. Su espíritu inquieto y abierto  la ayudó a abrir caminos y ver nuevas perspectivas.

Desde su primer trabajo, abrazó todas las oportunidades que le llegaron, incluida una beca para cursar Pedagogía en una universidad de Mauá. Durante ocho años dirigió la escuela infantil del pueblo Guaraní en la aldea de Jaraguá para estar cerca de su cultura. Allí, donde viven más de 700 indígenas,  vio de cerca la difícil realidad de su pueblo que quiere estudiar su lengua y tener sus referencias específicas en la formación escolar. También sintió cómo el estado más rico de Brasil consigue marginar a los pueblos originarios, que viven bajo la constante amenaza de perder su territorio.

El último estudio disponible del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) muestra que en 2010 había 40.000 indígenas en el estado de São Paulo, de los cuales 3.000 viven en aldeas, en regiones periféricas del estado. «Son datos muy desactualizados», explica el antropólogo Emerson Guarani, que sugiere que el número es mayor, no solo por el crecimiento de la última década, sino porque muchos indígenas no han tenido acceso a servicios como el censo. «La pérdida de territorios indígenas y la manera como nos mira el Estado ha acabado creando islas», dice el profesor, recordando que el objetivo del Estado siempre ha sido integrar a los indígenas en el contexto urbano.

Esta es la realidad que la candidata de 48 años quiere ayudar a transformar si sale elegida. Chirley ya anduvo parte de este camino político cuando la eligieron en 2018, junto con otras 8 personas, para llevar a cabo un mandato colectivo en la Asamblea Legislativa de São Paulo. Entre ellas estaba la actual candidata a diputada federal Erika Hilton y la periodista negra Monica Seixas, que lideraba la denominada Mandata Activista.

El grupo obtuvo 149.844 votos en las elecciones pasadas, el décimo mejor resultado de entre los diputados estatales de São Paulo. «Fui codiputada, pero no participaba en las sesiones plenarias, solo en la elaboración de proyectos», explica Chirley mientras camina, con el tocado en la cabeza, y hace campaña en un viaducto de la zona oeste de São Paulo. Aunque estuviera en los bastidores de la Asamblea Legislativa, trabajó para elaborar 7 enmiendas que afectan a las comunidades indígenas. También creó un proyecto importante, la introducción del Agosto Indígena en el calendario oficial del estado, con un mes entero dedicado a actividades relacionadas con los pueblos originarios. Una iniciativa a priori sencilla, pero que ponía en evidencia su invisibilidad. Chirley desea que los indígenas estén en la agenda del Estado en todas las áreas en que pueda ser considerados. Desde las escuelas indígenas que respeten el conocimiento y la enseñanza de sus lenguas hasta la prioridad en salud y las cuotas en la educación y el empleo. Cuando se reconocieron las tierras de su aldea Pankará, en 2003, el Gobierno construyó un puesto de salud y una escuela, lo que incentivó la economía local y generó empleo y renta para los indígenas. Esta integración es la que Chirley desea para los pueblos originarios de São Paulo.  Pero no solo ellos. La agenda de la periferia, y de las mujeres, es lo que la alienta en su camino. “Todos los que sufren la desigualdad”, dice. ¿Y podría una mujer en la política hablar también por los hombres? “Los hombres llevamos siglos haciéndonos leyes, ahora podemos hacer leyes que las contemplen”, dijo a los estudiantes de la PUC en la conferencia en la que habló junto a la diputada federal Samia Bonfim, candidata a la reelección.

Emprender este camino de candidata en solitario no es fácil. Empezando por el presupuesto disponible para su campaña electoral, de solo 15.000 reales (unos 3.000 dólares). «Si cuentas el abogado y el material de campaña, ya no te queda nada», afirma. Sin dinero propio que pueda destinar a la campaña, cuenta con otro capital poderoso, que se ha multiplicado durante este período: la empatía de otras mujeres que se presentan para el cargo de diputada federal. Entre ellas, las candidatas Sonia Guajajara, Sâmia Bonfim y Erika Hilton, que se ofrecen a divulgar su material de campaña y el nombre de Chirley Pankará junto con el suyo. También incluyen a la colega en todos los eventos que organizan, para que se presente como una opción de diputada estatal para sus electores. Como tienen más recursos disponibles, las candidatas a diputada federal ayudan a aumentar la exposición de Chirley.

El indígena Makko, del pueblo Karao Jaguaribara. Foto: Isabella Finholdt

 

Otros voluntarios abrazan la campaña, como los indígenas Makko, del pueblo Karao Jaguaribara, e Isabela Kariri, que llegaron de Río de Janeiro para ampliar los esfuerzos de Chirley. No importa si son de familias indígenas diferentes. Fortalecer a un hermano es fortalecer a toda la comunidad, incluso las que hoy son más vulnerables, en la Amazonia.

De sus credenciales para el cargo, una que a la candidata Pankará le gusta recordar es que es nieta de Madre Bó, una partera, curandera y artesana del pueblo indígena Pankará de la ciudad de Floresta. Madre Bó, que falleció en 2021, influenció los pasos y las decisiones de Chirley con relación a su misión en la vida. «Ella cuidaba de todos en mi comunidad, siempre estaba dispuesta a ayudar. Quizás por eso yo he seguido esta trayectoria política, de pensar en el otro, en el colectivo», dice Chirley. Por vocación, empezó a participar en movimientos a favor de los indígenas y de la conservación de la naturaleza, y en todo tipo de proyectos sociales dedicados a los más vulnerables. «Sé lo que es la inseguridad alimentaria, porque ya la he vivido. Ahora quiero ayudar a los demás a que no pasen por lo mismo», reflexiona.

La candidata quiere fortalecer el camino de las mujeres indígenas que empezó con Joênia Kapichana, del partido Red de Sostenibilidad, elegida diputada federal en 2018, y con Sonia Guajajara, que ese mismo año fue candidata a la vicepresidencia de la República en la lista electoral de Guilherme Boulos, del PSOL. Sonia y Boulos consiguieron poco más de 600.000 votos, menos del 1% del total, pero lograron espacio y proyección. Ahora quieren llegar a Brasilia como parlamentarios. Es allí donde quiere estar Guajajara, junto con Joênia, para hacer frente a los ruralistas, uniéndose a las diputadas y a los diputados vinculados a los movimientos negros, feministas y sin tierra. Chirley apunta hacia la asamblea legislativa de São Paulo, donde puede ser una flecha más en el corazón del racismo heredado de los bandeirantes.

Traducción de Meritxell Almarza

Chirley Pankará durante un acto de campaña en el viaducto Minhocão, en São Paulo. Foto: Lela Beltrão.

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