Periodismo desde el centro del mundo

Alto Xingú, Mato Grosso: la Amazonia enfrenta su peor sequía y los incendios más devastadores en décadas. ¿Es posible sanar nuestro planeta? ¿Cómo? Foto: Marizilda Cruppe/Greenpeace

El clima es la Naturaleza. La Naturaleza es el clima. En SUMAÚMA llevamos mucho tiempo insistiendo en la necesidad de que estos dos fundamentos de la vida se consideren un todo inseparable. Por eso nos anima saber que uno de los principales objetivos de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad, la COP-16, que se celebrará en Cali (Colombia), es reunirlos a la hora de elaborar políticas internacionales. Si se consigue, supondrá un importante cambio de mentalidad, pero debería ser solo el principio. Si la humanidad quiere salir del desastre monumental en que ha convertido nuestro planeta, las necesidades de la Naturaleza deben tener prioridad sobre las necesidades de la economía. Será un reto político mucho mayor, pero creemos que puede hacerse, y eso pondría a las naciones amazónicas donde deben estar: en el centro del mundo.

La presidenta de la COP-16, la ministra colombiana de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Susana Muhamad, ha declarado que una de las prioridades de la conferencia será unificar las agendas del clima y de la biodiversidad. Son dos caras de la misma moneda, ha dicho con razón; centrarse solo en una, como ocurre actualmente con la descarbonización y la energía limpia, es «peligroso».

Esto puede parecerles obvio a los lectores de SUMAÚMA, que pone la vida y la Naturaleza en el centro de la cobertura periodística, pero, por desgracia, no lo es para la mayor parte del mundo. Desde la Cumbre de la Tierra de 1992, el clima y la Naturaleza se han separado en cumbres de las Naciones Unidas distintas y en vertientes de negociación distintas. Nunca han recibido el mismo trato. Las COP sobre el clima están dominadas por el norte global, están abarrotadas de representantes del dinero y el poder y cuentan con una amplia cobertura de la prensa dominante de las capitales industriales. Las COP sobre biodiversidad (Naturaleza) son más pequeñas, menos frecuentes, cuentan con una presencia más equilibrada del sur global y, hasta hace poco, eran bastante ignoradas por los gobiernos y las empresas de televisión y periódicos. Estados Unidos —la mayor economía del mundo— ni siquiera es una de las partes, es un mero observador. Otros gobiernos parecen pensar que lo que salga de ahí puede olvidarse: ninguno de los objetivos de biodiversidad se ha cumplido.

El clamor para reintegrar ambas cuestiones crece entre los expertos del clima, los pensadores Indígenas y los políticos progresistas. En la Amazonia, los Yanomami y otras culturas Indígenas saben desde hace milenios que la selva y sus pueblos «sostienen el cielo». Desde 1992, los científicos del sistema Tierra han demostrado sin dejar lugar a dudas que la Naturaleza —en particular microorganismos como las bacterias— realiza gran parte del trabajo de mantener la temperatura, la salinidad, la acidez y el equilibrio químico del planeta. Esto confirma lo que el químico británico James Lovelock y la bióloga estadounidense Lynn Margulis habían especulado en su teoría de Gaia, que veía la atmósfera como una emanación de la Naturaleza, similar al aliento de un planeta vivo. «No sé si es demasiado tarde para que la humanidad evite una catástrofe climática, pero estoy seguro de que no tendremos ninguna posibilidad si seguimos tratando el calentamiento global y la destrucción de la Naturaleza como problemas separados», dijo Lovelock a quien les escribe.

La reconvergencia está cobrando ahora mayor importancia en la agenda política. Los grupos Indígenas han pedido que se incluya un enfoque conjunto en la COP-16. Lo mismo han hecho algunos ministros de Medio Ambiente de Sudamérica, como la chilena Maisa Rojas: «Debemos fortalecer la idea de ver conjuntamente la biodiversidad y el cambio climático. De lo contrario, corremos el riesgo de cometer el terrible error de encontrar una solución a la crisis climática que no haga sino agravar la crisis de la biodiversidad. Sería trágico».

Las ministras de Medio Ambiente de Chile, Maisa Rojas (izq.), y de Colombia, Susana Muhamad: el clima y la biodiversidad son ‘dos caras de la misma moneda’. Fotos: Martin Bernetti/AFP y Lenin Nolly/NurPhoto via AFP

Este «terrible error» ya se comete, una y otra vez. En nombre del suministro de energía supuestamente limpia, gobiernos y empresas han construido enormes centrales hidroeléctricas, como la de Belo Monte, que están devastando selvas tropicales; en nombre de la obtención de minerales para paneles solares y baterías, se pretende arrasar los fondos marinos profundos; en nombre de la generación de energía con bajas emisiones de carbono, la planta de biomasa de Drax, en el Reino Unido, está quemando pellets de madera procedentes de bosques antiguos de Canadá. La lista continúa.

Visto así, la propuesta de Muhamad llega con retraso, como detallamos en esta edición con un análisis de Jaqueline Sordi, y aún puede encontrar resistencia por parte de las naciones ricas y las empresas que prefieren seguir marginando la Naturaleza. Lo mismo puede decirse de otras iniciativas que ha acogido la presidencia colombiana de la COP-16, como un mayor reconocimiento de las cuestiones relativas a las Tierras Indígenas y la necesidad de un mayor apoyo financiero internacional a la Naturaleza. Por supuesto, las viejas industrias fósiles se opondrán. No importa. Muhamad tiene razón al exigir más integración y más ambición.

La situación lo requiere. Vivimos tiempos desesperados. Se calcula que en América Latina y el Caribe la fauna silvestre ha disminuido un 95% desde 1970. Ha sufrido la peor deforestación del planeta y suele ser donde se asesina a más defensores del medio ambiente. La Amazonia sufre una sequía récord y los peores incendios en más de una década. Esto forma parte de un patrón mundial. Los científicos han descubierto que la selva, las plantas y el suelo están tan debilitados y degradados que casi han dejado de absorber carbono. Los resultados son aún preliminares, pero puede ser un horrible indicio de que la naturaleza está perdiendo su capacidad de mantener la atmósfera habitable.

No basta con gritar «crisis» y «emergencia», aunque ambas son alarmas adecuadas. Lo más importante es que pensemos de forma imaginativa y audaz cómo podemos restablecer la salud de nuestro planeta. ¿Qué tratamiento necesita la Tierra? ¿Cómo puede la humanidad (especialmente la parte rica y más culpable desde el punto de vista ambiental) convertirse en el remedio, en lugar de la enfermedad?

SUMAÚMA insta a Muhamad y a su homóloga brasileña, Marina Silva, a ir mucho más lejos. En lugar de buscar la solución en el problema, buscarlo en otra parte. Fijarse en las fortalezas megadiversas de Brasil y Colombia. Fijarse en la sabiduría de los pueblos Indígenas. Poner la Amazonia en el centro del mundo, en vez de en la periferia. No solo equiparar la Naturaleza con el clima, sino situarla en el centro de la cuestión, convertirla en la base de la economía. Imaginar, por ejemplo, una moneda mundial basada en fundamentos ecológicos y no en el poder político y militar, como ocurre actualmente con el dólar estadounidense. Esa norma ecológica reconocería al instante a Brasil y Colombia como superpotencias ecológicas, junto con muchas naciones de África y Asia. El norte global industrializado tendría que invertir en selvas tropicales, humedales, sabanas, pantanos, praderas y sistemas coralinos para fortalecer el valor de su moneda. Si lo consiguiera, todos saldríamos ganando porque el medio ambiente mundial estaría más sano. Si fracasara, se vería abocado a la pobreza, justo reflejo de su incapacidad para hacer frente a sus responsabilidades poscoloniales para con el planeta.

Esto puede sonar radical. Pero vivimos tiempos radicales. Limitarse a retocar el sistema existente no va a estabilizar el clima ni a evitar la sexta extinción masiva de especies. Y en los próximos 13 meses tenemos una oportuna alineación de estrellas políticas mundiales. Los países amazónicos de Brasil y Colombia, ambos dirigidas por gobiernos progresistas, acogerán tres de las negociaciones ambientales más importantes del mundo: la COP-16, la cumbre mundial sobre biodiversidad que se inaugura en Cali el próximo 21 de octubre, seguida de la cumbre del G20 en Río de Janeiro a mediados de noviembre —donde Lula apostará por una trifecta de temas de justicia ambiental: transición energética, desarrollo sostenible y lucha contra el hambre— y, por último, el mayor escenario de todos: la cumbre del clima de Belém, la COP-30.

El presidente colombiano Gustavo Petro, más rompedor, y el presidente brasileño Lula da Silva, más cauto y contradictorio, tienen una oportunidad única para marcar la agenda política mundial y ofrecer visiones coincidentes sobre el futuro de la Amazonia y la senda que el mundo debe tomar para alcanzar las emisiones netas cero y una abundancia positiva para la naturaleza. Para quienes buscan una solución a la policrisis mundial, todos los caminos conducen de Cali a Belém. Puede que los presidentes aún no estén alineados o suficientemente motivados, pero esperemos que sus ministras de Medio Ambiente, más inteligentes, puedan aunar naturaleza y clima de una forma nunca vista y que el mundo está pidiendo a gritos.

Árbol herido en la Tierra Indígena Baía dos Guató, en Mato Grosso: el ave sobrevuela el nido después del incendio; las crisis climática y de la Naturaleza no son problemas aislados. Foto: Rogerio Florentino/SUMAÚMA


Texto: Jonathan Watts
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones:
Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al portugués: Denise Bobadilha
Traducción al español: Meritxell Almarza
Coordinación del flujo de edición: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
Directora editorial: Eliane Brum

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