Periodismo desde el centro del mundo

Los niños y adolescentes son sujetos de derechos por ley, pero no en el día a día de Brasil. Ni tampoco en la prensa. En la Amazonia, son las mayores víctimas, junto a los no humanos, de los proyectos destructores de gobiernos y corporaciones nacionales y transnacionales. Son también las mayores víctimas del crimen organizado, los grileiros (ladrones de tierras públicas), los madereros y la minería ilegal (y también de la legalizada). Si a los adultos afectados apenas se les escucha, a los niños se les ignora.

En Altamira, sede de SUMAÚMA, los niños son quienes más han sufrido el impacto de la construcción de la central hidroeléctrica de Belo Monte, en el río Xingú.

Nunca se les ha escuchado. Ni el Gobierno ni las empresas les preguntaron qué pensaban de que se demolieran y/o quemaran sus casas, de que se inundaran sus islas, de que las márgenes de los ríos desaparecieran, de que fueran arrojados a la periferia de la ciudad en barrios hechos de materiales ordinarios y con un concepto arquitectónico que desprecia totalmente la vida a la que estaban acostumbrados. Nadie les preguntó qué opinaban de perder la selva, de tener que alejarse del río y de los arroyos para vivir en el cemento y la aridez. Tampoco les preguntaron cómo se sentían al ver que sus padres enfermaban porque les arrancaban la vida de repente, que sus padres pasaban hambre, que sus padres no tenían río para pescar, que sus padres no tenían futuro, lo que a menudo tenía como consecuencia el alcoholismo y la violencia doméstica. Tampoco nadie les preguntó si querían vivir en un ambiente trastornado, con un repentino aumento de la población y un incremento del crimen organizado que convirtió a Altamira, en 2015, año en que se concedió la licencia de funcionamiento a la hidroeléctrica, en la ciudad más violenta del país.

Nadie les preguntó a los niños de Altamira ni a los niños del Xingú. Cuando, a principios de 2020, poco antes de la pandemia de covid-19, algunos adolescentes empezaron a suicidarse en serie en la ciudad, el costo de Belo Monte para la nueva generación quedó patente: 9 personas, de entre 11 y 19 años, se quitaron la vida entre los meses de enero y abril de aquel año; el número de intentos de suicidio durante el mismo período fue varias veces mayor. En aquel momento, la juventud organizada de Altamira escribió una carta pública a las autoridades: «Dicen que somos el futuro del país, pero ¿cómo podemos ser el futuro si no tenemos un presente?»

El efecto de Belo Monte en una década de trastorno acelerado del paisaje y de la vida de las personas puede compararse a una crisis climática localizada. Lo que sucedió en Altamira puede indicar el futuro próximo de las nuevas generaciones si la selva amazónica llega a un punto sin retorno, si el calentamiento global no se controla.

SUMAÚMA tiene como premisa fundamental de su proyecto periodístico escuchar a los niños y adolescentes. No solo en reportajes sobre ellos y con ellos, sino también a partir de una escucha transversal. Ellos tienen cosas que decir sobre casi todos los temas tratados. Empezamos con este vídeo, una colaboración con la organización Aldeias, que también tiene sede en Altamira y pretende ser un puente entre los niños de la ciudad y los niños de la selva que restaure la vida y la imaginación de los futuros.

Es importante decir que una ciudad amazónica es una ruina de la selva. Quienes están en la periferia son mayoritariamente pueblos de la selva expulsados por los proyectos del Gobierno, por corporaciones o por el crimen organizado, y convertidos en pobres sin identidad, dependientes de programas sociales. O son migrantes pobres que llegaron atraídos por las grandes obras, como la carretera Transamazónica, construida en los años 70, o la hidroeléctrica Belo Monte, en la década de 2010. El puente está dentro de los niños y adolescentes, pero se destruyó violentamente. Aldeias nació para intentar restaurar este puente y empezó su jornada en el barrio Santa Benedita. SUMAÚMA pretende restaurar este puente con periodismo. Nuestro periodismo tiene en consideración las infancias, en plural, y no solo una infancia, como si solo fuera posible tener una única realidad en un planeta tan diverso de experiencias.

Con la coordinación de Daniela Silva, activista de los movimientos de mujeres negras, de jóvenes y de defensa de la selva, los también activistas Joaka Barros y Soll, del colectivo de cultura urbana y periférica Reação de Rua (Reacción de la Calle), grabaron en vídeo las reivindicaciones que le hacen al presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva 7 niños y 4 adolescentes de las periferias de la ciudad. Ambos raperos son jóvenes periféricos que recrean a través del arte los puentes rotos cotidianos. Los niños escuchados hablan de mejorar la escuela, las calles, las casas, del precio elevado de la comida, de la falta de plazas y parques para jugar, y piden el fin de la destrucción de la selva.

Incluso cuando piden que se proteja la selva, quieren una Amazonia con muchas frutas, señal no solo de lo que perdieron —o únicamente conocieron a través de los recuerdos de padres y abuelos— sino también de lo que no tienen hoy. Por lo menos dos de los niños son huérfanos de padre y madre, que murieron en la espiral de violencia urbana que Belo Monte trajo a Altamira. Apartados en barrios periféricos, algunos niños hasta hace poco ni siquiera sabían que vivían en la Amazonia, y al menos uno conoció el río que baña la ciudad cuando ya tenía 9 años, habiendo nacido en Altamira. La precariedad y el precio del transporte urbano convierten a las familias pobres en exiliadas.

Los niños se dirigen directamente a Lula. Para quienes viven en la Amazonia, en otros enclaves de naturaleza, como el Cerrado y el Pantanal, y en los centros de resistencia urbanos, que son las favelas y los barrios humildes, como el Complejo de la Maré, de Río de Janeiro, es evidente que, al igual que la emergencia climática, el cuidado de las infancias debe atravesar toda la política del gobierno, de todos los ministerios. O no habrá futuro más allá del suicidio, como alertaron los 9 muertos de Altamira en menos de 4 meses con su acto extremo.

Esta es la contribución de SUMAÚMA al equipo de transición del nuevo Gobierno de Lula, que todos aquellos que fueron violentamente afectados por Belo Monte esperan que sea realmente nuevo.


Traducción de Meritxell Almarza

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