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Edición 38 |
jueves, 18 abril, 2024 |
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Nuestra Voz
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Otro mes, otro récord de calor, otra advertencia de apocalipsis
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Jonathan Watts
Altamira, Río Xingú, Amazonia
«Dos años para salvar el mundo». Dos años. Dos.
No es una advertencia de SUMAÚMA, ni de un líder indígena, ni de una ONG ecologista, ni de un político verde, ni de un científico del clima. Es el título del discurso que pronunció la semana pasada el secretario ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Simon Stiell. Siendo lo que podríamos llamar un ministro planetario del clima, Stiell no da la voz de alarma sin una buena razón. Tiene a su disposición la mejor ciencia, décadas de estudios y planes y las computadoras más potentes del mundo para hacer proyecciones sobre cuánto se calentará la Tierra en los próximos años. Habrá asistido a todas las grandes conferencias y hablado con altos dirigentes de muchos países. Y, por todo ello, sabrá que el calentamiento global ha entrado en una fase muy peligrosa.
Todo no terminará de repente en 2026. El peligro es más un declive pronunciado que un repentino precipicio hacia el abismo. Pero si, como especie, no actuamos antes con decisión para erradicar la deforestación y la quema de combustibles fósiles, podemos despedirnos de cualquier posibilidad de limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados. Cada retraso aumenta la probabilidad de que se alcancen niveles de calentamiento realmente aterradores —por encima de los 3 grados— a finales de siglo.
La selva amazónica y su gente (humana y más-que-humana) ya están sintiendo el calor, como mostramos en esta edición. La periodista Mayra Wapichana ha escrito un potente relato sobre las llamas que devastaron los alrededores de la comunidad de Anzol, en el estado de Roraima, donde los incendios aumentaron un 285% en los primeros meses de este año, en comparación con el mismo período de 2023. Fábio Pontes, editor ejecutivo del periódico Jornal Varadouro, del estado de Acre, relata las consecuencias de una nueva inundación en Brasiléia, una pequeña comunidad a orillas del río Acre, cerca de la frontera con Bolivia.
Aquí, en Altamira, recordamos la devastadora sequía que afectó a extensas áreas de la Amazonia el año pasado. Nos despertábamos cada mañana con el olor a selva quemada, la sombría visión de una niebla tóxica que asfixiaba el cielo y noticias de delfines rosados que morían de calor y falta de agua, de incendios alrededor de Manaos, del Solimões con el menor caudal de la historia, de bueyes que morían de hambre porque los pastos se habían convertido en desiertos.
¿Puede revertirse todo esto en dos años? Por supuesto que no. Pero eso significa que debemos luchar con más ahínco. Puede que no seamos optimistas, pero somos luchadores. Esperamos que todos ustedes también. Gracias, como siempre, por su solidaridad. Ninguno de nosotros puede afrontar esto solo. |
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