La mayor cumbre del clima de las Naciones Unidas está teniendo lugar en Dubái, donde 80.000 participantes debaten cientos de cuestiones para evitar la crisis climática. Pero, a fin de cuentas, solo un objetivo importa: reducir cuanto antes las emisiones de carbono eliminando progresivamente los combustibles fósiles y erradicando la deforestación.
Todo lo demás es palabrería. Los delegados pueden hablar largo y tendido de tecnología verde, compromisos de cero emisiones netas, pagos compensatorios, estudios científicos y otras iniciativas bienintencionadas, pero nada de eso será efectivo a menos que se frene el aumento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases que calientan el planeta. Este desafío existencial, del que depende toda la vida en la Tierra, solo puede lograrse eliminando progresivamente el carbón, el petróleo y el gas y restableciendo la salud de la infraestructura climática mundial: los bosques, los océanos, los humedales y otros centros de vitalidad natural.
Si alguien aún tenía alguna duda sobre la urgencia de la crisis climática, seguro que este año terriblemente destructivo le ha hecho darse cuenta de que no podemos esperar ni un segundo más. El año 2023 ya se ha confirmado como el más caluroso jamás registrado y julio, el mes más cálido en más de 120.000 años. Las altas temperaturas han provocado sequías devastadoras en la Amazonia, inundaciones en el sur de Brasil, olas de calor en los Andes, incendios en Canadá y muerte y destrucción en muchas partes del planeta. Y esto es solo el principio. Si las emisiones de los combustibles fósiles y la deforestación siguen aumentando, las temperaturas seguirán subiendo durante décadas y recordaremos 2023 como uno de los años más frescos de nuestra vida. Pronto, no serán solo los delfines y los peces los que mueran en masa, sino también las personas. «Estamos aterrorizados», afirma un grupo de 1.447 científicos en una carta abierta difundida en la COP28. «Si queremos crear un futuro habitable, la acción por el clima debe pasar de ser algo que hacen otros a algo que hacemos todos».
Sequía devastadora: en el cauce seco de un río del estado de Amazonas, un hombre carga un bidón de agua para hacer frente a los impactos de la emergencia climática. Foto: Bruno Kelly/Reuters
SUMAÚMA se formó como respuesta a esta crisis, porque reconocemos que el periodismo de siempre no es suficiente. Como sabrán nuestres lectores habituales, tenemos la sede en la selva amazónica, lo que significa que nuestra perspectiva procede de un centro de vida y no de los habituales centros urbanos de dinero y poder. Tenemos el objetivo de amplificar las voces de la selva y criticar las falsas soluciones que ofrecen las viejas industrias, que frenan el cambio y llevan el mundo al abismo.
Este es el espíritu con el que queremos cubrir la COP28, en colaboración con otras organizaciones. Nuestro equipo de reporteros en Dubái incluye al podcaster de origen indígena y ribereño Maickson Serrão y a la veterana reportera Claudia Antunes, a la comunicadora indígena Samela Sateré Mawé y a la fundadora de la ONG Aldeas en el Medio Xingú, Daniela Silva. También nos hemos asociado con jóvenes activistas de Engajamundo, que aportarán vídeos y otros materiales desde la perspectiva de una generación cuyo futuro peligra especialmente por el colapso climático.
La primera semana de la COP28 evidencia la perentoria necesidad de una nueva perspectiva. El proceso ha sido secuestrado justamente por quienes más se benefician del aumento de las emisiones de carbono. El presidente de esta cumbre es Sultan Ahmed Al Jaber, director ejecutivo de la mayor empresa de petróleo y gas de Emiratos Árabes Unidos. Como han bromeado muchos defensores del clima, es como poner a un zorro al cuidado de un gallinero o pedirle a Drácula que dirija un banco de sangre. Pero no tiene ninguna gracia que el hombre encargado de abordar el desafío más difícil e importante de la historia de la humanidad niegue que la erradicación de los combustibles fósiles sea la única forma de limitar el calentamiento de la Tierra a 1,5 grados centígrados y afirme que, sin petróleo, volveremos a las cavernas. Estos comentarios, que los científicos han rebatido exhaustivamente, revelan la verdadera cara de la industria de los combustibles fósiles, que lleva más de tres décadas frenando el progreso.
Por eso, la decisión de Brasil de acercarse todavía más al mayor cártel petrolero del mundo, la OPEP, es aún más decepcionante. Para los esfuerzos internacionales de contener el calentamiento global, esta medida, anunciada al comienzo de la cumbre del clima, es una patada en los dientes. Es brutalmente pragmática. Brasil quiere aumentar su producción de petróleo, en contra de la opinión de la Agencia Internacional de la Energía, que considera que es imposible que la temperatura mundial no aumente más de 1,5 grados centígrados si los países perforan nuevos yacimientos. Justo cuando termine la COP28, Brasil subastará decenas de nuevos bloques de explotación petrolera. Estas medidas significarán más sequía, más sufrimiento, más muerte en los próximos años.
¿En qué está pensando el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva? A lo largo de décadas se ha forjado una reputación de demócrata progresista que defiende la igualdad social, pero la OPEP está dominada por autócratas que gobiernan algunos de los países más desiguales del mundo. Lula ha declarado que aprovechará la oportunidad para persuadirlos de que reduzcan los combustibles fósiles, lo cual parece extremadamente ingenuo. Aunque fuera una locura, sería más convincente si admitiera que muchos países son unos hipócritas que extraen más petróleo del que es compatible con el objetivo de no superar la barrera de los 1,5 grados centígrados. Entre los peores están Estados Unidos, Reino Unido, Rusia y China, que se utilizan mutuamente como excusa para no hacer nada. Desesperados por no perder ventajas competitivas, se miran temerosos unos a otros y pierden completamente de vista la amenaza compartida, mucho mayor, del colapso climático.
Contradicciones: los presidentes Lula, de Brasil, que se alineó con la OPEP durante la COP28, y Sultan Al Jaber, de la cumbre del clima, que también es director ejecutivo de la mayor empresa de petróleo y gas de los Emiratos Árabes Unidos. Fotos: Evaristo Sa y Karim Sahib/AFP
Es la fuerza de la costumbre del siglo 20. Lula, líder sindical que creció en el São Paulo industrial, pertenece a una generación de idealistas de izquierdas que se curtieron en política luchando por mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora. Y era más fácil conseguirlo extrayendo más petróleo que luchando por una igualdad real. Pero ahora los combustibles fósiles están ensanchando la brecha entre ricos y pobres: dan lucros de miles de millones a los accionistas de las compañías petroleras mientras las inundaciones, las sequías y los incendios hunden a los pobres en una miseria cada vez mayor. Muchos activistas de izquierdas de la generación más joven son conscientes de ello, pero Lula parece haberse quedado anclado en el pasado en lo que respecta al petróleo y a los proyectos de infraestructura intensivos en carbono. Su débil posición política, que lo ha convertido en rehén de un Congreso que le es hostil, no ayuda.
Es una pena, ya que Lula podría ser el líder climático que el mundo pide a gritos. Su posición es mucho mejor que la de la mayoría. Brasil es una superpotencia ecológica. El gobierno de Lula ha dado pasos impresionantes para reducir la deforestación (responsable de la mitad de las emisiones de Brasil), establecer objetivos climáticos ambiciosos, demarcar tierras indígenas y poner más líderes indígenas en cargos de poder. Ha propuesto un nuevo fondo —anunciado por la ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva— para recompensar a los países que protejan y amplíen sus bosques, y ofrecer fuentes de renta alternativas a los habitantes de la selva para que se sientan menos inclinados a dedicarse a la tala y la minería ilegal, el robo de tierras públicas y otras actividades destructivas. También es alentador que su gobierno tenga planes para impulsar energías renovables y un transporte limpio. Pero la exigencia de Lula de «predicar con el ejemplo» en la COP28 se ha visto socavada por su postura sobre el petróleo.
Pero aún no es tarde para cambiar. Brasil acogerá la COP30 en Belém en 2025 y, entonces, Lula gozará de la posición más poderosa de su vida. Será una responsabilidad enorme. En vísperas del año electoral brasileño, la pregunta es si se quedará con sus aliados e instintos petroleros del siglo XX o si asumirá un auténtico liderazgo y hará que la primera cumbre del clima en la selva amazónica sea un verdadero punto de inflexión, con la naturaleza en el centro y los combustibles fósiles en la periferia. Hoy puede parecer una posibilidad lejana, pero dos años es mucho tiempo en política y, con los peligros climáticos y de El Niño creciendo rápidamente, la definición de lo que es realista y pragmático no será la misma. Estén atentes a este espacio. SUMAÚMA seguirá de cerca los acontecimientos.
Nuestra cobertura en Dubái se lleva a cabo en colaboración con la organización internacional Global Witness (@global_witness), que desde 1993 investiga, denuncia y hace campaña contra las violaciones del medio ambiente y los derechos humanos en todo el mundo
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria della Pozza
Traducción al portugués: Denise Bobadilha
Traducción al español: Meritxell Almarza
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Flujo de edición, estilo y montaje: Viviane Zandonadi (y Érica Saboya)
Editora jefa: Talita Bedinelli
Dirección: Eliane Brum
Indígenas de Brasil en Dubái: la nación anfitriona de la COP es una de las que más se beneficia de los combustibles fósiles que destruyen las selvas, sus pueblos y la vida en el planeta. Foto: Mahmoud Khaled/COP28