Parecía que había tenido suerte. Al final de una achicharrante mañana en Belém llegaba a la sede de la Cumbre de la Amazonia empapado de sudor, tras haber seguido la marcha de la sociedad civil el primer día del encuentro de jefes de Estado. Y, en la puerta, me encontré con el cacique Raoni. Lo que parecía una oportunidad para entrevistar al líder histórico que me había hecho llorar en enero, cuando subió la rampa del Palacio del Planalto con Luiz Inácio Lula da Silva, se convertiría en una jornada surrealista, en la que acabé siendo testigo involuntario del maltrato del presidente al nonagenario Kayapó (y pagando su almuerzo).
Llevaba tres años intentando entrevistar a Raoni, pero sus asesores siempre me mareaban y ya había desistido. Cuando me lo encontré, acompañado de otros cuatro indígenas, fui a hacerle el pedido en persona. Patxon Metuktire, nieto e intérprete del cacique, me la negó, pero me pidió que les acompañara: Raoni quería entrar en la cumbre para intervenir en la sesión plenaria, pero no tenía credencial. La mía, de periodista, podría serles útil si al anciano le impedían la entrada en el Hangar, el centro de convenciones de Belém donde Lula recibía a los líderes de los países amazónicos el 8 de agosto. Con la eterna esperanza de conseguir la entrevista, acepté.
Los militares de la garita lateral del Hangar, por donde entraban las delegaciones de los países amazónicos y la prensa, reconocieron a Raoni inmediatamente. Nos indicaron que nos dirigiéramos a un segundo puesto de control en el garaje del recinto, por donde las delegaciones accedían al pleno. Caminando con dificultad, el anciano subió una rampa mucho más modesta, la que daba acceso a la entrada, y se quedó allí. Los guardias de seguridad, aturdidos por la visita sorpresa, avisaron por radio a los organizadores del evento. Y, mientras tanto, agasajaron a Raoni. Le ofrecieron agua, una silla, ir al baño. Uno de los empleados quiso hacerse una selfie. «¡Mi bisabuelo era indígena!».
Al cabo de unos minutos, el secretario de Relaciones Político-Sociales de la Secretaría General de la Presidencia, Wagner Caetano de Oliveira, bajó a recibir a los Kayapó. Le acompañaba el secretario de prensa del Palacio del Planalto, José Chrispiniano, que me fusiló con la mirada: lo último que necesitaba en ese momento de potencial aprieto era tener a un periodista cerca. De nada sirvió protestar diciendo que estaba allí por casualidad; a partir de ese momento, ya me habían incluido en la delegación Kayapó.
Caetano explicó a Raoni cómo funcionaría: le llevarían a reunirse con Lula y los demás jefes de Estado —sin prensa— y ambos hablarían durante cinco minutos. El cacique se levantó inmediatamente de la silla y regañó al secretario: no quería que lo recibieran. Quería discursar en la sesión plenaria, como había hecho tres días antes, en la inauguración de los Diálogos Amazónicos, la parte de la cumbre dedicada a la sociedad civil. Caetano respondió que vería lo que podía hacer.
A Lula le irritó el pedido. La cumbre ya había empezado con retraso, el presidente no sabía qué diría Raoni en su intervención y temía que lo avergonzara ante los demás presidentes. En ese momento, decidió que no recibiría al Kayapó. Allí comenzó una operación para tomar el pelo al cacique, que duraría otras cuatro horas.
Hacia el mediodía, Caetano bajó a hablar con nosotros (a esas alturas, ya éramos «nosotros»). Dijo que todo iba con retraso y sugirió que fuéramos a comer mientras los líderes pronunciaban sus discursos de apertura. Que volviéramos a la una y Lula recibiría a Raoni antes de irse a almorzar. Pero que no llegáramos tarde, porque entonces el presidente se iría a comer. «Y entonces, como ustedes son amigos, le pide que le deje hablar en el pleno». Pero ¿dónde podíamos almorzar? Sugerí llevar a Raoni a la sala de prensa, donde se servía el almuerzo todos los días (nunca antes en la historia de este país se había tratado tan bien a los periodistas). «¡Nooo, demasiado acoso!», fue la respuesta. No insistí. Nos sugirieron tomar un Uber para comer en la ciudad. Patxon se puso firme: quería una furgoneta del evento. De acuerdo, tú ganas, tendrás la furgoneta. «Periodista, tú te vienes con nosotros», determinó. ¿Almorzar con Raoni? ¿Quién soy yo para negárselo?
Subimos a la furgoneta acreditada y fuimos a comer a contrarreloj. Teníamos que salir, sortear el tráfico de Belém, almorzar y volver a tiempo a la una de la tarde. Allí nadie conocía la ciudad excepto el conductor, que, ajeno al apremio, sugirió Mangal das Garças, un parque a media hora del Hangar.
Exultantes por la victoria conseguida hasta el momento, los Kayapó tuvieron que enfrentarse a otro problema: ¿quién pagaría el almuerzo? La pregunta en portugués fue seguida de una serie de consideraciones en la lengua Kayapó. Entendí una sola palabra —«periodista»—, y entonces me quedó claro por qué Patxon había insistido en que les acompañara.
Tras 15 minutos en el tráfico, le dije al conductor que nos dejáramos de Mangal das Garças y buscáramos otro sitio donde pudiéramos comer en 15 minutos y volver. Ya era más de mediodía. El conductor dijo que conocía un lugar donde servían platos combinados rápidos y deliciosos. «Cualquier cosa a estas alturas», le dije. Y así fue como el gran Raoni Metuktire, recibido por reyes y presidentes de todo el mundo, acabó almorzando en un bar común de Belém, de esos que sirven agua filtrada en botellas de refresco usadas. Como adiviné correctamente, me tocó pagar la cuenta.
De vuelta a la furgoneta, le pregunté a Raoni qué quería decirle a Lula. «Quiero decirle que trabajemos juntos por la Amazonia», respondió. Si el presidente lo hubiera sabido, no le habría dado la espalda al cacique.
Llegamos al Hangar a la una y cinco, puntuales para los estándares brasileños. Patxon pidió que avisaran a la Secretaría General. Con el calor insoportable de la tarde, los guardias nos llevaron a un lugar fresco, una sala en la zona trasera del Hangar donde el personal de seguridad estaba almorzando. Allí acomodaron a Raoni, con agua, café y un televisor donde podía ver la cobertura del evento al que quería asistir. Caetano bajó al cabo de un rato para decir a los Kayapó que Lula, desgraciadamente, ya se había ido a almorzar con los líderes amazónicos. El cacique tendría que esperar a que le recibiera.
Por determinación de la Secretaría General de la Presidencia, Raoni esperó a Lula en una sala para empleados del centro de convenciones de la Cumbre de la Amazonia. Foto: Claudio Angelo
Permanecimos en la sala más de tres horas. Aproveché el privilegio para hacer la entrevista que llevaba tres años esperando. Un periodista colombiano que se había perdido en el Hangar y, por casualidad, había acabado en la entrada de las delegaciones se coló en la sala y consiguió una exclusiva (al menos alguien tuvo suerte ese día). Angustiado, Raoni se levantó varias veces, salió, fumó su pipa, volvió. Patxon empezó a amenazar con marcharse: Raoni tenía que tomar un avión a las 17:40. Y el almuerzo de Lula que no terminaba.
Pasadas las 15:30, cuando la comitiva se disponía a irse, llegó la noticia: un grupo de ministros bajaría para reunirse con el cacique. El secretario general de la Presidencia, Márcio Macêdo, acudió a la sala acompañado por Sônia Guajajara (Pueblos Indígenas), Nísia Tridade (Salud, que parecía tan emocionada como yo por conocer al cacique), Marina Silva (Medio Ambiente y Cambio Climático) y su secretario ejecutivo, João Paulo Capobianco. En ningún momento se invitó al líder indígena a subir, ni que fuera a alguna antesala de la reunión de presidentes. Allí, entre azulejos, termos y microondas, parte del primer nivel del gobierno federal recibió al mayor líder indígena de Brasil.
Tras más de tres horas de espera, el Palacio de Planalto envió a secretarios y ministros a hablar con Raoni. Lula no apareció. Foto: Solange Barreira/Observatorio del Clima
Macêdo se disculpó: Lula estaba en reuniones bilaterales con otros presidentes y, a fin de cuentas, no hablaría con los Kayapó. Raoni reaccionó con buen humor: «La próxima vez que nos veamos le voy a dar un tirón de orejas». Reiteró que se trataba de una agenda muy importante y que los ministros debían mantenerse firmes para detener la deforestación y la minería ilegal en tierras indígenas. Y aprovechó la ocasión para hacer pequeñas reivindicaciones: una carretera para facilitar la venta de las semillas de sarapia que recolectaba una aldea; asistencia sanitaria en el territorio Kayapó; el nombramiento de un indígena a la Funai (documento que Macêdo confundió con una carta a Lula y prometió llevárselo al presidente).
Al negarse a romper el protocolo, Lula no solo faltó al respeto a un anciano y maltrató al aliado cuya foto adorna la portada de la página de Flickr de la Presidencia de la República. También perdió la oportunidad de tener una imagen poderosa en la Cumbre de la Amazonia, de un símbolo de la propia Amazonia hablando a los jefes de Estado de la región y demostrando que los gestos que hicieron los países de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica a los pueblos indígenas en la declaración final de la cumbre no eran solo letras en un trozo de papel. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, pronunció el único discurso del día alineado con las necesidades de un bioma próximo al colapso y un planeta en emergencia climática. Aislado al cantar las verdades a sus homólogos, Petro sin duda habría agradecido la presencia de Raoni en aquel acto.
*Claudio Angelo es Coordinador de Comunicación y Política Climática del Observatorio del Clima y colaborador de SUMAÚMA
Verificación: Douglas Maia
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página: Érica Saboya