Periodismo desde el centro del mundo

«Ustedes, los humanos, tienen la curiosa costumbre de dar nombre a los seres. Río. Yo no me llamo Río. Algunos me conocen por lo turbio de mis aguas. Otros por el sutil movimiento de mis olas. Me llamo tantas cosas. Y en el silencioso ir y venir de mi corriente, los peces me escuchan. Cierra los ojos e intenta oírme también. Aún puedo gritar, llorar. Pero no sé por cuánto tiempo»

La primera vez que el Río Paraguay habló conmigo fue en un sueño, durante una bochornosa madrugada a mediados de septiembre en la ciudad de Cáceres, municipio situado en el estado brasileño de Mato Grosso, donde coexisten los biomas Amazonia, Cerrado y Pantanal. Aún no había aprendido a escucharlo con los ojos abiertos. Había llegado allí unos días antes con la misión de entender por qué el curso de agua que baña la ciudad de 90.000 habitantes junto a Bolivia se había convertido recientemente en el epicentro de una disputa legal sin precedentes en Brasil.

En julio de 2023, el Río Paraguay y todos los demás seres más-que-humanos de la ciudad recibieron el derecho a ser sujetos de derecho. A estar en la ley y ser protegidos por su propio valor, y no solo por su utilidad para la humanidad. Pero en un mundo en el que únicamente los humanos se consideran sujetos, este derecho no tardó en retirarse.

Con más de 2.600 kilómetros de longitud, el río Paraguay nace en el municipio de Alto Paraguay, en Mato Grosso, y se extiende por el estado de Mato Grosso del Sur y luego Bolivia, Paraguay y Argentina, cortando las fronteras creadas por los humanos. Parece discreto. Su superficie tranquila, en gran parte plana y a veces amarronada, hace que sea fácil confundirlo con otros cursos de agua menores. Es necesario suspenderse en el tiempo, en sus orillas, que bordean la Amazonia y que bañan y dan vida al Pantanal, para que cada uno de los sentidos se agudice con su potencia. Para que el Río se haga presente, hay que sentirlo por el olor. A veces a hierba mojada. Pero también a barro, tan intenso que al penetrar por la nariz desprende en la boca un sabor amargo. Algunos de sus habitantes, como el pez Pacú, conservan este aroma en sus entrañas.

Hay que verlo a través de sus pronunciadas curvas, que albergan en cada recodo multitud de personas-plantas, personas-animales, personas-hongos y personas-bacterias, vidas que solo son posibles gracias a su pulso de agua. Hay que escucharlo a través del canto de sus pájaros, que mezcla los gruñidos graves de los tuyuyús coral con los silbidos agudos de las espátulas rosadas. A través de las historias y leyendas de sus indígenas y ribereños, hilvanadas en recuerdos ligados a cada estación, marcadas por los períodos de crecida y sequía que han dictado el ritmo del lugar durante milenios. Hay que dejarse conmover por el divertido movimiento de los camalotes, plantas acuáticas que de vez en cuando emergen del agua en forma de ramillete, como si el río les diera un regalo de bienvenida a quienes lo observan. Cuando por fin entendemos al Río, nos convertimos en corriente. Y cuando nos convertimos en corriente, la lucha incansable por su derecho a ser Río cobra todo el sentido. Se transforma en una lucha por el derecho de les humanes y más-que-humanes a ser vida.

Entre las varias lenguas del Río, la ley

«Hace tiempo, sangré. Todo a mi alrededor ardió en llamas. Un líquido espeso, opaco, embotó mis corrientes y derramó dolor. Me vestí de cenizas, sofocando las vidas a mi alrededor. Creí que me recuperaría, pero aún se encuentran en mí las cicatrices de esa y tantas otras tragedias. Cuando las cenizas se mezclaron con mi fluir, mi lamento reverberó en el silencio de la Naturaleza herida»

El Río habla, siente y también llora. Somos nosotros los que tenemos que aprender a escuchar. Para quienes nacen corriente, como los indígenas y los ribereños, el diálogo con el Río forma parte del día a día. Vanda Aparecida dos Santos, una ribereña-corriente que dedica su vida a luchar para proteger estas aguas, recuerda la primera vez que oyó su llanto.

Vanda Aparecida dos Santos escucha el llanto del Río, con el que dialoga a diario

Era mediados de julio de 2020. El Pantanal sufría el peor incendio de su historia, un fuego provocado que consumió un 26% del bioma. Hacia las cinco de la mañana, Vanda se despertó por el silencio ensordecedor de los pájaros. «Pasaba algo muy raro. Siempre escuchamos al Río hablar a través del canto de su Naturaleza, a través de la fuerza de su agua. Esta vez, había silenciado una de sus conversaciones más hermosas. Enseguida me di cuenta de que el Río estaba llorando, pidiendo ayuda. La vida del Río moría ante nuestros ojos». El fuego aún no había llegado a la casa de Vanda, que vive a orillas de uno de los brazos del Río Paraguay, pero su llamada de auxilio sí.

Quien también escuchó el lamento fue Lourenço Pereira Leite, de 53 años. Él, que se autodeclara «pescador tradicional, analfabeto en letras pero versado en ríos», se preparaba para otra jornada de pesca cuando divisó a lo lejos el barranco por el que se accedía a las aguas. Cuando se acercó, se dio cuenta de que el color había cambiado. «El Río tenía rayas cenicientas. Vi que eran cenizas de verdad, de algo que se había quemado. Y, junto a ellas, miles de peces muertos. En ese momento me desesperé, lloré junto con el Río. Creí que se moría a mis pies. Pero la gente que me rodeaba me tranquilizó. Me dijeron que el Río es fuerte, que estaba herido, pero que se recuperaría. Y era verdad. El Río Paraguay es discreto, pero es fuerte, ¿sabes? Por eso soy la tercera generación de mi familia que vive en sus orillas». De hecho, el Río sobrevivió, pero las heridas de aquel incendio y de otras muchas agresiones humanas que forman parte de su historia reciente no cicatrizan. El pulso de inundación del Río Paraguay, ese ir y venir de las aguas que da lugar al proceso de inundación y sequía, fundamental para que se forme vida en el bioma Pantanal, ya no es el mismo.

Bagre lo sabe muy bien. Su compleja y delicada conversación con el Río tiene lugar en el interior del agua. Valiente depredador, hacía años que el pez recibía la alerta de la corriente cada vez que llegaba la piracema, la época de reproducción. Con los cambios de temperatura y de nivel del agua, el Río hacía su anuncio. Cuando lo oía, Bagre dejaba lo que estaba haciendo y se disponía a emprender un largo viaje. Nadaba Río arriba, a contracorriente, para desovar en una de las cabeceras recién inundadas por las lluvias de la estación. Hasta hace poco, eran el lugar ideal para el desove. Hoy, esta alerta es confusa. El Río ya no sabe señalar el momento adecuado para el desove. Sus manantiales se están secando y ese útero que generó tantas nuevas vidas se está volviendo infértil.

La instalación de pequeñas centrales hidroeléctricas, que comenzó hace más de 20 años, y el avance de la agroindustria en esas regiones —especialmente los cultivos de soja y las haciendas de ganado— han traído deforestación, veneno, erosión y sedimentación. Los manantiales del Río se están destruyendo y su caudal natural se está alterando. La crisis climática reduce los niveles de precipitaciones que han dictado el ritmo de las crecidas desde hace milenios. Un análisis del proyecto MapBiomas mostró que la superficie acuática del Pantanal se redujo casi un tercio (29%) entre las crecidas de 1988/1989 y las de 2018. Entre las principales causas están el cambio climático, la deforestación y el avance de la agroindustria, también principales responsables de una reducción de más del 15% de la superficie acuática de la Amazonia en las últimas décadas.

Lourenço Pereira Leite lloró al ver miles de peces muertos. Solange Ikeda explica que el pulso del Río Paraguay crea el Pantanal

Esta conversación, a veces agradable, a veces tensa, con las aguas del Río Paraguay también forma parte de la vida cotidiana de Isidoro Salomão, un ribereño del Pantanal de 50 años que nació río incluso antes de nacer persona, y que hoy coordina, junto a Vanda, uno de los principales movimientos en su defensa: el Comité Popular del Río Paraguay. «El Río me gestó. Cuando estaba embarazada, mi madre estuvo suspendida en estas aguas durante más de un mes, cuando el camión que la transportaba a ella y a su familia cayó y fue arrastrado por la corriente. Nací a orillas del Río y nunca me he alejado de él. El Río es un corredor de vidas, es muchas vidas. Acoge el agua de la lluvia y acoge también nuestro cuerpo. Por eso llevamos décadas luchando para mantenerlo vivo, para que sus pulsos de agua, que son también pulsos de vida, sigan siendo tan intensos como deben ser».

Estos pulsos son, por cierto, una de las principales características del Río Paraguay, que le confieren esa personalidad discreta y potente a la vez. «Para entender al Río y su movimiento, hay que entender que forma parte de un sistema compuesto por zonas de altiplano y de llanura. En el altiplano, las zonas altas, se encuentran los manantiales, que en época de lluvias derraman sus aguas hacia una gran cuenca: la llanura del Río Paraguay. Pero esta región de tierras bajas es muy diferente: el Río es muy sinuoso, lleno de curvas, por lo que el agua fluye muy lentamente, dando lugar a las crecidas anuales tan típicas de la región. Forman un ciclo hidrológico único y, en consecuencia, un bioma único, el Pantanal», explica Solange Ikeda, profesora de la Universidad Estatal de Mato Grosso.

A quien le encantan estos pulsos de inundación es a Pacae, un árbol que ha encontrado un lugar acogedor para echar sus raíces en los sinuosos recodos de las orillas del Río. Al ritmo que dicta el agua, hunde parte de su cuerpo y luego ve como se seca el suelo. Es casi una danza lenta, con movimientos que solo un dúo sintonizado durante toda una vida puede dominar. Y que ahora corre peligro de cesar, amenazada por el avance del proyecto de una gran hidrovía, que pone en riesgo los meandros del Río donde viven los pacaes desde hace siglos.

Conocido como el megaproyecto de la Hidrovía Paraguay-Paraná, también amenaza la vida de Salomão, Vanda, Lourenço, Bagre y tantos otros que están arraigados allí. La idea es antigua. Se concibió en la década de 1980 y su principal objetivo es abaratar y facilitar la exportación de materias primas, como la soja, desde Brasil a los países vecinos por medio de barcazas. Pero para que estas embarcaciones puedan descender el río con mayor velocidad y menor coste económico (ya que para la Naturaleza el coste es inmenso), hay que enderezar las curvas del río y remover y dragar el suelo para acelerar el caudal.

Isidoro Salomão nació río antes incluso de nacer persona, y hoy protege las aguas del Paraguay

«Eso acabaría de matar al Río Paraguay. Primero, porque existe la intención de transportar pesticidas, que podrían contaminar aún más las aguas. Segundo, porque sin las curvas podría seguir siendo un curso de agua, pero no sería el Río que conocemos hoy. No habrá más inundaciones, no habrá más vida en el Pantanal», afirma Salomão, que, junto con Vanda, lleva décadas coordinando movimientos de base para proteger al Río.

Solo en esa región, ya han ayudado a formar 13 comités populares, uno para el Río Paraguay y otros 12 para cada uno de sus afluentes. A la lucha de la comunidad se han unido activistas, investigadores y profesores de universidades de Brasil y Sudamérica. «Tenemos varias iniciativas con otros países para que cada región proteja el Río a su manera. Al fin y al cabo, él es Naturaleza, no tiene fronteras», afirma el ribereño.

Desde la década de 1990, Salomão y Vanda celebran varias veces al año reuniones de la Escuela de Militancia, creada para difundir los preceptos de una visión sistémica de la Naturaleza, que considere el todo y no solo los fragmentos, y de armonía con el medio ambiente. Los encuentros suelen tener lugar en sus casas, pero durante la pandemia se celebraron en línea. En esas ocasiones, el Río tenía una cámara solo para él y participaba en las reuniones como un miembro más; de hecho, como el principal integrante del grupo. Compartiendo la pantalla de la computadora con los rostros de los otros participantes, sus movimientos, sonidos y colores dictaban el ritmo de los encuentros y advertían de la urgencia de encontrar una solución. «Todos nos quedábamos en silencio un rato mirando el movimiento del agua. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene que aprender a escuchar el Río. Es él quien nos dice dónde le duele», cuenta Vanda.

Para dar paso a las barcazas, las curvas del Río Paraguay tendrían que desaparecer

La fuerza de la lucha de esta comunidad, movida por la fuerza del Río, ha dado sus frutos. El 14 de noviembre de 2000, por ejemplo, una manifestación contra el megaproyecto paralizó la ciudad de Cáceres. Ese día, el entonces gobernador del estado de Mato Grosso, Dante de Oliveira, se encontraba en el municipio para participar en una audiencia pública sobre el proceso de concesión de la licencia ambiental al puerto de Morrinhos, que sería la cuna de la Hidrovía Paraguay-Paraná. La resistencia popular fue tal que, poco después de esta gran manifestación, se suspendió el proceso de concesión de la licencia ambiental al puerto. El logro fue tan celebrado que ese día se convirtió oficialmente en el Día del Río Paraguay. «Fue un derecho que conquistamos para el Río. Se lo merece. Se convirtió en el primer río de Brasil en tener su propio día. Todos los años hacemos una gran celebración. El Río nos llama y nosotros respondemos, él nos acoge y eso nos reconforta», relata Vanda.

Pero en esta misma ciudad, que el Río acoge y donde es acogido, hay gente que insiste en darle la espalda. No aceptan de ninguna manera convertirse en corriente. Y, por eso, no renuncian a la idea de matar la vida poco a poco. Actualmente, según investigadores, no hay ningún proyecto oficial para la construcción de la hidrovía en el estado, pero, desde 2018, la aprobación de licencias individuales para puertos en diferentes lugares del Pantanal ha reavivado la alarma de que se lleva a cabo este megaproyecto. Algunos investigadores creen que se trata de una forma de construir gradualmente la estructura de la vía fluvial. En enero de 2022, por ejemplo, el Consejo de Medio Ambiente del Estado de Mato Grosso concedió una licencia preliminar para la construcción del puerto de Barranco Vermelho, en Cáceres. El objetivo principal sería transportar granos (soja) hacia el sur a través del Río Paraguay, que tendría que ser modificado en algunos tramos —incluso en áreas vírgenes y conservadas del bioma— para soportar el flujo de embarcaciones.

Vanda, Salomão y el grupo de activistas ya estaban atentos a estos movimientos y llevaban tiempo preparándose para este nuevo capítulo de la lucha. En el ir y venir de reuniones, viajes y contactos a favor de la protección de las aguas, se toparon con una idea que llevaba décadas navegando por el mundo: la comprensión de que la Madre Tierra es un ser vivo y que todos sus seres, humanos o más-que-humanos, están intrínsecamente interconectados y, por lo tanto, necesitan el mismo nivel de protección. Esta comprensión ha llevado a grupos de diversas partes del mundo a luchar por incluir la protección integral de la Naturaleza en la legislación de los distintos ámbitos de gobierno, lo que pone más trabas a los proyectos que podrían perjudicarla.

«Nuestro acercamiento al grupo de abogados que trabajan con la perspectiva de los derechos de la Naturaleza se produjo de forma orgánica, a través de encuentros y conversaciones con los colectivos. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que teníamos una herramienta jurídica muy interesante para ayudarlos en esta lucha», cuenta Mariana Lacerda, abogada de la empresa PesquisAção, que actuó como asesora jurídica de los comités populares en la articulación del proceso que convirtió a Cáceres en la sexta ciudad brasileña en reconocer los derechos de la Naturaleza por ley.

Tras meses de coordinación entre organizaciones en defensa del Río Paraguay y diferentes sectores, el 17 de julio de 2023 la Cámara Municipal aprobó por unanimidad un proyecto que modificaba su ley orgánica, firmado por 10 de los 15 concejales de la ciudad y de autoría del concejal Cézare Pastorello. En la sesión, considerada «histórica», las gradas estaban abarrotadas y hubo incluso aplausos, algo muy poco frecuente en la región.

Ese día, algunos de los artículos de la ley orgánica, considerada una constitución municipal, se modificaron para que todos los elementos de la Naturaleza, y no solo los humanos, tuvieran derechos. En cierto pasaje del artículo 1.º de la ley, por ejemplo, se afirma que la ciudad tiene el objetivo de «desarrollarse, sobre la base de su autonomía política y administrativa, (…) en armonía con la naturaleza». El artículo 204.º estableció en un apartado que correspondía al poder público «defender el derecho a la integridad, entendido como el derecho de todos los elementos de la Naturaleza a mantener sus funciones ecológicas y a desarrollarse libremente, sin interferencias humanas perjudiciales».

De este modo, explica Mariana Lacerda, Cáceres se sumaba a las ciudades brasileñas que habían elevado el nivel de protección no solo del Río, sino de todo un bioma. En este caso, el bioma Pantanal. «Todas las demás leyes, proyectos y políticas públicas tendrían que adaptarse a este nuevo nivel de protección, con lo que se crearía una barrera a la aprobación de nuevos proyectos y obras municipales potencialmente perjudiciales. Por ejemplo, a menudo es necesario que la municipalidad certifique que los grandes proyectos de construcción, como puertos e hidroeléctricas, cumplen la Ley de Uso y Ocupación del Suelo, que es la que define lo que está permitido y lo que no en los entornos públicos. Con una ley orgánica que otorgue derechos a la Naturaleza, por el potencial daño que causarían estas construcciones al medio ambiente, probablemente no se aprobarían. Sería una nueva forma de pensar y de relacionarse con la Naturaleza», afirma.

Embarcando rumbo a un cambio de mentalidad

“Creen que, como los humanos, me deslizo solo y silencioso por las entrañas de la tierra. Pero soy mucho más que una simple corriente. En el fluir de mis aguas, se encuentra no solo mi historia, sino el pulso de miles de vidas”

En Cáceres, el cambio de la ley orgánica molestó a gente poderosa. La misma gente que se resiste a convertirse en corriente. Para que se entienda: a aquellos que no han nacido río, como Salomón y Vanda, dejarse guiar por el ritmo de las aguas les puede sonar poético, pero implica una inmersión profunda —y a veces dolorosa— en la conciencia. Una inmersión de cuerpo entero, que incluye el alma. Hay que morir como uno (el humano) para renacer como incontables (la Naturaleza). Significa desplazar la mirada para entender que el centro del mundo no está en tu propio ombligo, sino diluido en todos los ombligos del mundo. Para entender que la vida humana es solo una más en una maraña de vidas interdependientes, y que todas tienen el mismo derecho a existir. Hace tiempo que el planeta y los pueblos-naturaleza nos lo vienen advirtiendo, y la crisis climática que hoy vivimos es la manifestación más explícita de que la perspectiva antropocéntrica e individualista que domina el pensamiento occidental es incompatible con cualquier vida.

La idea de llevar esta perspectiva al ámbito del derecho, una visión que rompe con el propio origen de este sistema de normas creado para ordenar las sociedades, encuentra resistencia, pero también moviliza a miles de personas en diversas partes del mundo. Son profesionales y académicos que, desde hace unos años, se dedican a llevar al ámbito jurídico la idea de que la crisis sin precedentes que hoy vivimos puede ser una oportunidad para repensar la relación entre la persona humana y su entorno. Y la legislación es una vía fundamental en este proceso (más información en el último texto de esta página).

Navegando por una jornada para renaturalizar el mundo

En todo el mundo se están probando diferentes formas de aplicación legal de los derechos de la Naturaleza. Todo empezó en 2006 en Estados Unidos, en la ciudad de Tamaqua, Pensilvania. Allí, el vertido de residuos tóxicos al alcantarillado movilizó a la comunidad local directamente afectada, que escuchó el grito de auxilio de la Naturaleza. Tras una gran presión popular, se aprobó lo que se considera la primera ley de derechos de la Naturaleza del mundo, que prohibía la contaminación y nombraba específicamente a «las comunidades y los ecosistemas naturales» beneficiarios, junto a los humanos, de los derechos garantizados por la ley. Posteriormente, otras ciudades empezaron a implementar legislaciones con los mismos principios, algunas centradas en un ente específico —destacan los ríos— y otras más generales, que abarcan los derechos de todos los seres más-que-humanos de una región, como fue el caso de Cáceres.

En 2008, Ecuador se convirtió en el primer país en reconocer los derechos de la Naturaleza en su Constitución. Dos años después, en 2010, Bolivia aprobó una ley federal que comenzó a orientar la vida de la sociedad desde una perspectiva ecocéntrica, basada en la premisa de que la vida humana necesita estar en armonía y equilibrio con su entorno. «Hoy, más de 40 países ya han implementado leyes o tienen casos judiciales que debaten el tema. Están cambiando nuestra forma de ver y pensar la Naturaleza», afirma la abogada Vanessa Hasson, directora general de Mapas, una organización internacional que promueve los derechos de la Naturaleza desde 2004, y también miembro especialista del programa Armonía con la Naturaleza, de las Naciones Unidas.

En Brasil, el primer municipio en adoptar este enfoque fue Bonito, en el estado de Pernambuco, en 2017. Otros cuatro siguieron su ejemplo: Paudalho (Pernambuco); Florianópolis (Santa Catarina); Serro (Minas Gerais); Guajará-Mirim (Rondonia); y, más recientemente, en noviembre de 2023, Alagoa Nova (Paraíba). Como consecuencia, en estos lugares se han paralizado proyectos con potencial para degradar los biomas y se han puesto en marcha otros para proteger la Naturaleza. Un ejemplo fue la interrupción de un proceso de concesión de licencia para extraer mineral de hierro en Serro (Minas Gerais), en enero de 2024. Por decisión judicial, tras la movilización de la comunidad, que utilizó como argumento los derechos de la Naturaleza en la región, se decidió paralizar el proyecto debido a su potencial de degradación de la flora y la fauna y al impacto sobre los pueblos originarios. En Guajará-Mirim (Rondonia), gracias a la aprobación de la Ley de los Derechos de la Naturaleza, se aprobó otra ley que concedió derechos al Río Komi Memem (llamado Laje en los mapas no indígenas) y llevó a la creación de un comité de guardianes del Río con el objetivo de conservar y mantener sus derechos. Recientemente, la comunidad local empezó a movilizarse para exigir que se dejaran de utilizar pesticidas en la región por su potencial para degradar el curso de agua.

«Pero tenemos que entender que el objetivo es mucho mayor. Cuando pensamos en legislación, inmediatamente pensamos en litigios, en prohibición. Olvidamos que la ley tiene tres funciones principales. La primera consiste en orientar a la sociedad; la segunda, en establecer normas prácticas, y la tercera, en sancionar. En los derechos de la Naturaleza, entendemos que el principal impacto está en la función pedagógica, en la idea de proponer una nueva forma de mirar a la Madre Tierra y a nosotros mismos, y hacer que la sociedad la interiorice», explica Vanessa Hasson.

Por lo que a Ecuador respecta, la fórmula parece funcionar. Natalia Greene, vicepresidenta de la Coordinadora Ecuatoriana de Organizaciones para la Defensa de la Naturaleza y el Medio Ambiente (CEDENMA), afirma que, 15 años después del cambio en la Constitución, la percepción del tema en el país ya es muy diferente a la que se tenía a principios de siglo. «Creo que la ley puede cambiar el imaginario de la gente. Es lo que buscamos. No se trata simplemente de cambiar una ley, sino de tener leyes que cambien el sistema [también de pensamiento]. En Ecuador, por ejemplo, ya no se cuestiona si la Naturaleza tiene derechos o no. Es un hecho consumado. Lo que se cuestiona es por qué estos derechos no están garantizados. Y eso tiene un alcance fenomenal, que puede ampliarse a escala mundial», afirma. De hecho, lo que antes parecía una conquista improbable para un grupo de mujeres indígenas Kukama del distrito de Parinari, provincia y región de Loreto, en Perú, se ha convertido recientemente en una realidad. En marzo de 2024, tras muchos años de lucha, consiguieron aprobar una ley que reconoce como sujeto de derecho al Río Marañón, un curso de agua que baña la región y que desde hace tiempo sufre con los constantes derrames de petróleo del Oleoducto Norperuano.

Con la fuerza de la contracorriente resisten las aguas

“Durante mucho tiempo he presenciado atónito las cicatrices que las manos humanas han ido dibujando en mis orillas, rectificando mis curvas, anulando mis singularidades. Ya no. Alzo la voz por encima del sonido del agua. Es hora de recuperar el protagonismo de mi —que también es nuestra— historia”

En Cáceres, el Sindicato Rural, que agrupa a gran parte de los latifundistas de la región, no estaba nada entusiasmado con esa idea de cambio de paradigma. Por eso, en cuanto sus miembros supieron que el proyecto de ley se había aprobado, redactaron un documento en el que sugerían que la propuesta podría ser inconstitucional. El documento exigía la «derogación inmediata» de la enmienda a la ley orgánica. «A pesar de la competencia legislativa concurrente para legislar en materia ambiental, la Federación es responsable de legislar sobre normas generales, mientras que los estados y municipios tienen una competencia legislativa restringida a complementar las normas generales que dicta la Federación», decía el documento enviado a mediados de julio al presidente de la Cámara, Luiz Landim, del Partido Verde de Mato Grosso. Este argumento no tiene mucho sentido, explican los especialistas en derecho. El artículo 225 estipula que «todos tienen derecho a un medio ambiente ecológicamente equilibrado, (…) imponiéndose al poder público y a la colectividad el deber de defenderlo y conservarlo para las generaciones presentes y futuras». En Brasil, los estados y municipios pueden ser más restrictivos que las leyes federales, no más liberales. «Es decir, la protección de la Naturaleza puede y debe ser mayor que la que dicta la Constitución. No había inconstitucionalidad, tanto es así que ya se ha hecho algo similar en cinco ciudades brasileñas y no ha habido impugnación. El Supremo ya ha dictado varias sentencias que despejan cualquier duda a este respecto: los estados y municipios tienen competencia concurrente con la Federación para legislar, siempre que sea de forma más protectora para el medio ambiente», explica Vanessa Hasson.

Aun así, la propuesta fue respaldada por el concejal conservador Flávio Negação y cuatro concejales más, que presentaron una nueva enmienda a la ley orgánica para derogar los pasajes modificados. Menos de un mes después de que la histórica sesión en la Cámara Municipal llevara a Cáceres a las páginas de los periódicos de todo Brasil por sus avances en la protección del medio ambiente, los derechos de la Naturaleza fueron revocados en la misma cámara por 11 votos a 2 en la primera vuelta y por 10 a 2 en la segunda. Solo el concejal Cézare Pastorello y la concejala Mazéh Silva, ambos del Partido de los Trabajadores, votaron en contra de la derogación. Al menos 6 votos a favor fueron emitidos por los mismos concejales que, solo unos días antes, habían firmado el proyecto de ley en defensa de los derechos de la Naturaleza. SUMAÚMA entró en contacto con Flávio Negação, que no quiso conceder una entrevista. «Estamos indignados, pero todo esto también nos da más fuerzas para continuar nuestra lucha. La lucha por nuestra vida, que es también la vida de todo el Pantanal», dice Salomão.

Antes de dejar Cáceres, me despedí del Río con Vanda y Ahmad, el fotógrafo que venía conmigo. Desde la barca, divisé un bagre saltando a lo lejos. Parecía saber adónde iba. Dos tuyuyús coral caminaban por la orilla del río, gruñendo muy alto, en una disputa sonora con los gritos de los buitres. Nos detuvimos y Vanda empezó a tararear también. Cantó una oda al Río, que unía historia, tradición, amor y ancestralidad de la vida del Pantanal. Todo ello mientras el sol se ponía sobre el horizonte. Pensé que, además de discreto y potente, el Río Paraguay es muy inteligente. Es capaz de adentrarse en las entrañas de los peces, en los sueños de los humanos e incluso de cambiar una de las bases de la estructura social: la ley. El Río no desiste de ser vida, de acoger vidas. Ahora ya no tenía que cerrar los ojos para oír su voz. Reverberaba por todas partes, en una mezcla de sonidos que se resumían a un simple y potente deseo: el Río Paraguay solo quiere el derecho a ser Naturaleza.

“Mis aguas no solo reflejan la luz del sol, también son un espejo de vuestra existencia, vuestras elecciones y acciones. Basta una pausa en mi lecho para escuchar las historias que lleva mi corriente y los futuros que anhela. Basta escucharme para que podamos fluir hacia un futuro posible”


‘SOMOS MULTIPLES’

Cuál es la diferencia entre derecho ambiental y derechos de la Naturaleza?

Las reflexiones sobre la importancia de debatir los derechos de la Naturaleza en el ámbito jurídico surgieron en el transcurso de otros movimientos sociales que cobraron protagonismo a partir de la década de 1980 y que, ante la percepción del colapso climático y de la biodiversidad, empezaron a cuestionar la construcción secular de conceptos que vinculan desarrollo con dominación y que parten del principio de que la evolución solo ocurre a partir de la separación entre el humano y la Naturaleza.

Esta propuesta desafía los cimientos de la sociedad occidental, asentada en la visión cartesiana que nos sitúa como observadores externos del entorno en el que vivimos. Es desafiante porque confronta la idea de que el humano (y especialmente el hombre) es el centro y la Naturaleza, un «recurso», una visión que ha prosperado porque durante mucho tiempo ha sido conveniente —y muy rentable— para la minoría que domina el sistema político-económico mundial. Al fin y al cabo, nos daba una falsa sensación de control sobre la Madre Tierra.

A diferencia de las premisas del derecho ambiental, que se basan en la idea de que la Naturaleza es un recurso apropiable —y también susceptible de ser protegido por el ser humano para garantizar su bienestar—, la corriente de los derechos de la Naturaleza propone un paradigma ético-jurídico que defiende la tesis de que la Naturaleza tiene un valor intrínseco, y no la entiende como objeto de los derechos humanos.

Así, el movimiento por los derechos de la Naturaleza busca conectarse con los saberes ancestrales e indígenas, que reconocen la interdependencia de todos los elementos naturales, ya sean animales (incluidos los humanos), vegetales o minerales, que son sujetos de derecho y no objetos. ¿Y cómo funciona en la práctica? La abogada Vanessa Hasson, directora general de Mapas, una organización internacional que desde 2004 promueve los derechos de la Naturaleza y las políticas públicas necesarias para hacerlos realidad, explica: «De varias formas. La Naturaleza es múltiple, somos múltiples, y también deberían serlo las formas de protegerla».


 


Más-que-humanes es un proyecto fruto de la asociación entre SUMAÚMA y el proyecto Derechos Más que Humanos (MOTH), una iniciativa de Clínica de Defensa de los Derechos de la Tierra de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York (NYU)

Reportaje y texto: Jaqueline Sordi
Fotos: Ahmad Jarrah
Concepción y edición: Talita Bedinelli
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Verificación: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Maria Jacqueline Evans y Diane Whitty
Montaje de la página y acabado: Natália Chagas y Viviane Zandonadi
Coordinación del flujo de edición: Viviane Zandonadi
Coordinación del proyecto Más-que-humanes: Talita Bedinelli (SUMAÚMA) y Carlos Andrés Baquero-Díaz (Universidad de Nueva York)
Dirección del proyecto: Eliane Brum (SUMAÚMA) y César Rodríguez-Garavito (Universidad de Nueva York)

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