Al pisar el Valle del Yavarí el lunes 27 de febrero, Beatriz Matos entrelazará varios hilos de su vida. Fue allí donde se enamoró de la selva amazónica, a partir de 2004, fue allí donde se quedó maravillada con la frontera cosmopolita en la que se encuentran y dialogan varios mundos indígenas, fue allí donde conoció a Bruno Pereira y ambos fueron tomados por una pasión «arrolladora», fue allí donde construyeron una casa y donde soñaban vivir con sus dos hijos con nombres que rinden homenaje a indígenas. Y fue allí donde, en junio del año pasado, Bruno fue asesinado, descuartizado y quemado mientras realizaba una expedición con el periodista británico Dom Phillips. Es demasiado. Y Beatriz no sabe cómo va a sobrellevar tanto, porque desde que ocurrió el horror, intenta avanzar un día por vez. Pero Beatriz sabe qué hará allí. Y eso, como ella misma dice, la «anima y llena de esperanza».
En una acción organizada por la influyente Univaja (Unión de los Pueblos Indígenas del Valle del Yavarí), una comitiva liderada por Sonia Guajajara, ministra de los Pueblos Indígenas, ocupará la región, en el estado de Amazonas, para anunciar, con su presencia y sus acciones, que el Estado ha regresado. Durante el gobierno de Jair Bolsonaro, el Valle del Yavarí, fronterizo con Perú y Colombia, se entregó al tráfico de drogas y pescado, al robo de madera y a la minería ilegal. Cuando fue ejecutado, Bruno Pereira, uno de los indigenistas más importantes de su generación, estaba de baja de la Funai (Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas), porque el organismo estaba dominado por una política contraria a los indígenas y a la naturaleza. Bruno había sido destituido de su cargo de coordinador de los pueblos aislados tras llevar a cabo una operación contra la minería ilegal. Dom estaba allí para investigar para un libro que ya tenía título: «Cómo salvar la Amazonia».
Hoy, Rubén Darío da Silva Villar, conocido como Colombia, está detenido por ser considerado el cabecilla del crimen. También están detenidos Amarildo da Costa Oliveira, alias Pelado, su hermano Oseney y Jefferson da Silva Lima, sospechosos de llevar a cabo los asesinatos. Pero el crimen está lejos de estar completamente resuelto, en todas sus conexiones, y los pueblos del Valle del Yavarí siguen sufriendo bajo el dominio de criminales que se han acostumbrado a actuar libremente en los últimos 4 años.
La presencia del Estado es una demostración de fuerza y compromiso ante un desafío inmenso. Para Beatriz, antropóloga con 20 años de experiencia con indígenas y profesora de la Universidad Federal de Pará, también significa pisar el territorio que concentra el mayor número de pueblos aislados del planeta. Esta vez, como recién nombrada directora del Departamento de Protección Territorial y de Pueblos Aislados y Recién Contactados, del Ministerio de los Pueblos Indígenas. Que una riqueza cultural de esta magnitud esté tan amenazada es una denuncia elocuente de la negligencia deliberada del gobierno de Bolsonaro, cuyo genocidio de los Yanomami es, por desgracia, solo el primer horror revelado.
Esta entrevista fue realizada el pasado viernes, en línea: yo en Altamira y Beatriz en Belém. Ella preparaba su mudanza a Brasilia con sus hijos Pedro Uáqui, de 4 años, y Luis Vissá, de 3. Cuando hablaba de Bruno, alternaba los tiempos: a veces en pasado, a veces en presente. Para Bia, como es más conocida, Bruno fue, a menudo todavía es, sin duda será para siempre, en su legado en la Amazonia, en ella misma, en sus hijos. En esta entrevista, habla de su fascinación por el Valle del Yavarí, de su profunda relación con Bruno, de sus planes en su nuevo cargo. Y también lo que significó que asesinaran a su compañero en un país presidido por un hombre brutal como Jair Bolsonaro.
Bia sigue de luto, y no podía ser de otra manera. Pero hay algo en ella que llama la atención incluso a través de una pantalla de ordenador: es una mujer muy vivaz, cuyos ojos brillan con frecuencia y cuya voz alterna distintos matices. Todo ese carisma será esencial para lo que le espera en Brasilia.
Beatriz entre indígenas Matsés de la aldea Nova Esperança, en Valle del Yavarí, durante una investigación de campo para su doctorado, en 2011. Foto: archivo personal
SUMAÚMA: ¿Qué ocurrirá este lunes en el Valle del Yavarí?
Beatriz Matos: La Univaja [Unión de los Pueblos Indígenas del Valle del Yavarí] y el Ministerio de los Pueblos Indígenas están organizando una acción para anunciar que el Estado va a retomar el lugar. Es una señal para los indígenas, para la región, de que el Estado estará presente y las instituciones deben respetarse, de que estamos comprometidos a reanudar la protección del Valle del Yavarí. La Univaja también entregará al pueblo Korubo, de reciente contacto, una embarcación que será la unidad de salud móvil. Era un proyecto de Bruno y Lucas Albertoni [médico especializado en salud indígena], que crearon el proyecto, diseñaron el barco. Bruno fue varias veces a Santarém para ver cómo iba la construcción del barco. La Univaja entregará este barco a la Sesai [Secretaría Especial de Salud Indígena]. Es una concretización más del trabajo que hacía Bruno y también otras personas. Será un momento muy bonito. Pero es eso: una acción para decir que el Estado ahora está presente. Tenemos que hacer frente al crimen organizado que se está apoderando de las tierras indígenas, no solo en el Valle del Yavarí, sino en todo el país. Tiene que ser una acción interministerial, porque estamos luchando contra el tráfico internacional.
¿Cómo se hará?
Es muy complejo enfrentar al crimen organizado, y se necesitan especialistas para ello. Es una locura, porque se trata de la misma red [criminal] que hay en Río de Janeiro, en São Paulo, donde también causa la muerte de jóvenes negros. Es algo de gran complejidad. Pero lo que podemos garantizar es que las fuerzas de seguridad del Estado protegerán a la población. Que respetarán la diversidad de modos de vida que existen allí. Si el beneficio del tráfico [de drogas] es mucho mayor [que el de las actividades comunitarias tradicionales], tiene que haber más represión para que el riesgo sea mucho mayor. Hay que reducir la ecuación riesgo-beneficio. El riesgo [de infringir la ley] tiene que ser mayor que el beneficio [obtenido del delito].
¿Qué sientes al volver al Valle del Yavarí?
No lo sé… no he vuelto a ir. Será un viaje rápido, porque no puedo estar más de un día lejos de los niños. Y también por mi seguridad. Trabajo en el Valle del Yavarí desde noviembre de 2004. Conozco bien la región, conozco a indígenas de varios pueblos, he dado clases, he hecho proyectos, estoy segura de que mucha gente quiere hablar conmigo, rendir homenaje. Es un lugar que amo, que adoro, donde construí casi toda mi vida profesional, allí conocí a Bruno, el padre de mis hijos, creo que nos enamoramos en gran parte por una pasión común [por el Valle del Yavarí]. Teníamos la fantasía de vivir allí con los chicos. Teníamos ese sueño, tenemos una casa allí. Así que habrá muchas emociones contradictorias. Y [la visita] tiene este carácter de justicia, de reparación. Alessandra [Sampaio, esposa del periodista británico Dom Phillips] estará.
Beatriz y Alessandra Sampaio, viuda de Dom Phillips, durante el acto interreligioso celebrado en la Catedral da Sé, en São Paulo, el 16 de julio de 2022. Foto: Sérgio Silva
¿Cómo sientes todo esto en tu interior?
Son tantas cosas… ¿Les digo a los chicos que voy al Valle del Yavarí? Porque saben que su padre murió allí, que nunca volvió de allí. Lo saben muy bien. Ambos conocieron el Valle del Yavarí cuando estaban en mi vientre. Y también será la primera acción que emprenderé en el cargo… Desde que todo eso ocurrió, vivo un día por vez. Intento pensar solo en la maleta que estoy haciendo, en lo que tengo que dejar, en lo que tengo que sacar de la nevera. Pero la verdad es que estoy ansiosa.
Cuando Bruno y Dom fueron asesinados, el Valle del Yavarí dominó los noticieros y se convirtió en un nombre que ahora está en el imaginario de la gente. Pero la gente no puede hacerse una imagen del Valle del Yavarí. ¿Cómo ves el Valle del Yavarí y cómo elegiste esta región, entre tantas Amazonias?
Es difícil de explicar, porque, en 2003, yo era recién licenciada y aprobé el proceso de selección del CTI [Centro de Trabajo Indigenista]. Tenía que trabajar en otro sitio, pero miré el mapa y quise ir al Valle del Yavarí. Lo recuerdo claramente, mirando el mapa y queriendo ir allí. Vi el río y quise ir a esa frontera.
¿Qué es para ti la frontera, además de lo obvio?
La frontera es un lugar que concentra en poco espacio una enorme diversidad. De gente, de comida, de música, de religiosidad, de modos de vida, de posibilidades, de formas de ser. Hay millones de formas de tomar ayahuasca, hay millones de cultos evangélicos, hay millones de iglesias mesiánicas, hay millones de movimientos, hay millones de idiomas. Este diálogo es fascinante. Leticia y Tabatinga son ciudades muy interesantes. En Leticia hay indígenas de Colombia, indígenas de Perú, indígenas de Brasil. Es un universo muy cosmopolita. En Atalaia [do Norte], ese agujerito de la Amazonia brasileña, hay cocina internacional. Puedes comer un maravilloso ceviche y beber cerveza cuzqueña. Y toda esa música… El Yavarí es eso también. Es riquísimo [en diversidad], con tantos pueblos diferentes. Algo que me impresionaba mucho es que podías estar un mes sin repetir carne o pescado, ¿sabes? Es una locura, porque es un lugar que quiero muchísimo y quedará marcado para siempre por todo lo que pasó. A la vez, es una locura que haya muerto allí. Bruno tenía que morir viejito, en la pequeña casa flotante que decía que tendríamos, pero murió así. Si estuviera vivo, haría tantas otras cosas. No dejo de imaginármelo con, no sé, 60, 70 años, cuántas cosas haría, ¿verdad? Una pérdida como esa…
Bruno Pereira en 2018 durante su trabajo de campo en Vale del Yavarí. Foto: © Gary Calton 2018
¿Qué justicia merecerían Bruno y Dom, que justicia merecería el Valle del Yavarí?
Las personas que hicieron eso deben ser castigadas en el sentido de la ley, siguiendo la ley. Porque es muy cruel arrancar a alguien de su vida, de nuestra vida. Es muy cruel arrancar a un padre de dos hijos pequeños y de una hija que acaba de entrar en la adolescencia. Privarlo de nuestra historia, privarnos de él. Es una putada. Nadie se merece algo así ni nadie puede hacérselo a otra persona. Es algo realmente terrible. Así que tiene que hacerse justicia. Es importantísimo que se castigue a los cabecillas. Pero lo más importante es que no se repita. Que la gente pueda pasear con seguridad por allí, que pueda vivir en ese maravilloso lugar sin miedo, que pueda hacer su trabajo con seguridad sin que su vida se vea amenazada. Que la gente pueda vivir a su manera, con su modo de vida, como quieran vivir, sin ser amenazados ni obligados a unirse a redes criminales, sin verse obligados a convertirse en sicarios. Por eso creo que la mejor manera de hacer justicia es garantizar que la gente pueda vivir de acuerdo con su modo de vida. Porque siempre tenemos que recordar que los indígenas llevan allí mucho más tiempo que nosotros.
¿Responsabilizas a Bolsonaro de lo que ocurrió?
Responsabilizo a Bolsonaro y también a [Marcelo] Xavier [presidente de la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas en el momento del asesinato de Bruno y Dom]. Bolsonaro dijo que no deberían estar en el Valle del Yavarí porque por allí había que ir con escolta armada. [«En esa región, generalmente se va con escolta, ellos fueron a la aventura, lamentamos que haya ocurrido lo peor», dijo el entonces presidente, el 9/6/2022]. No lo olvido. ¿Cómo puede decir eso el presidente de un país sobre cualquier territorio que esté bajo su jurisdicción? Si hay un lugar en el que se tiene que ir con escolta armada, entonces, como presidente, tiene que intervenir con el Ejército, con la Policía Federal, con la Fuerza Nacional. No es otro país, es el país del que era presidente. [El Valle del Yavarí] se volvió así porque se dejó que los criminales se apoderaran de él. Pero allí hay una escuela, una familia, niños, ese río es una avenida por donde pasan los barcos, es una avenida. Cuando Bolsonaro dijo eso, me sentí como una madre de familia que vive en [la favela carioca] Rocinha escuchando que alguien en la televisión dice que ese lugar es peligroso, que está lleno de delincuentes. Menuda afrenta, ¿no? Está hablando de donde vivo con mi familia, mi hijo, donde mis hijos van a la escuela, donde mi madre utiliza el hospital. ¿Cómo puede alguien, una autoridad, decir con tanto descaro que es un lugar peligroso, que la gente no debería vivir allí, si hay quien ha vivido allí más de 40 años? Es lo que sentí cuando dijo eso. Por ese lugar [donde fueron asesinados Bruno y Dom] he pasado más de 100 veces por trabajo. En barco, por la mañana, por la tarde, por la noche. Pero dejaron que las cosas llegaran a este punto por negligencia, porque el gobierno de Bolsonaro no hizo cosas básicas. Es lo mismo que estamos viendo ahora con los Yanomami, su negligencia está quedando clara ante el mundo.
Beatriz Matos durante el trabajo con los pueblos Matis y Korubo en Valle del Yavarí en 2015. FOTO: ARCHIVO PERSONAL
Vivir lo que viviste es terrible en cualquier circunstancia, pero creo que debe de haber una tortura adicional cuando la máxima autoridad del país hace declaraciones como esa. ¿Cómo te impactó cada una de las frases brutales de Bolsonaro y también de [Hamilton] Mourão [entonces vicepresidente de Brasil] y [Marcelo] Xavier?
Fue lo mismo que debieron de sentir los familiares de las personas que murieron de covid-19 y tuvieron que ver a Bolsonaro bromeando, imitando a una persona sin aliento en la televisión. Es increíble que una persona haga eso. El día que se descubrieron los cuerpos, aún creía que Bruno aparecería. Pensaba: «Bruno es muy fuerte», porque Bruno medía casi dos metros, era un tipo grande. Y yo que pensaba que Bruno estaba vivo, que simplemente había perdido el barco y estaba esperando a que pasara alguien, como había ocurrido antes. Entonces aparecieron la ropa y la mochila. Y los delincuentes mostraron dónde los habían enterrado. Ese día fue cuando realmente me derrumbé. Y ese día hubo una manifestación de motos de Bolsonaro aquí en Belém. Fiesta y fuegos artificiales de Bolsonaro en la calle. Parecía una pesadilla. Cualquiera, por muy imbécil, ignorante y ridículo que fuera, al menos fingiría conmoción. Diría al menos que lo sentía, ¿sabes? Pero el tipo convocó una manifestación de motos. Cuando ocurrió todo, estuve literalmente 10 días sin dormir. Dormía una hora y me despertaba. Y él [Bolsonaro] dijo algo aún peor, dijo que los ríos allí están llenos de pirañas y que a esa altura… [«Según todos los indicios, si los mataron a los dos —espero que no—, están en el agua. Y en el agua quedará poco, se los comerán los peces. No sé si hay pirañas en el río Yavarí…», dijo Bolsonaro el 13/06/2022]. Dijo eso, ¿sabes? Mira que hay gente mala en este mundo, pero a este nivel… ¿Cómo hemos llegado al punto de elegir presidente a alguien así? Cuando se celebró la primera vuelta [de las elecciones presidenciales de 2022] y vi la cantidad de votos que obtuvo, me dio un ataque de llanto.
¿Y en la segunda vuelta?
Librarme de eso, al menos en parte, para mí es realmente otro mundo. Y, en mi caso y en el de mi familia, [si hubiera ganado Bolsonaro] no sé qué sería de nosotros. No sé qué sería del Valle del Yavarí, de los indígenas, de la universidad pública.
¿Vas a demandar a Bolsonaro?
Voy a estudiarlo con calma. Quiero hacerlo, pero necesito evaluar el costo personal que acarrearía. Tengo dos niños pequeños. Si solo fuera yo…
En 2015, a pedido de Funai, Beatriz realizó un diagnóstico sobre el intercambio de territorios entre los pueblos Matis y Korubo en el Valle del Yavarí. Foto: archivo personal
Te mudas a Brasilia para asumir el departamento que se ocupa de los pueblos aislados y recién contactados en el Ministerio de los Pueblos Indígenas. Habitarás otro ecosistema que también tiene sus peligros, dentro de un gobierno que fue elegido con un frente amplio donde hay varios enemigos notorios de la Amazonia, de los diversos biomas y de los pueblos indígenas. ¿Cómo te estás preparando para estos enfrentamientos internos?
Esto me recuerda una escena de La misión [película de 1986 de Roland Joffé, que tiene lugar durante una incursión de curas jesuitas en la Amazonia brasileña]. Un personaje dice que al lado de las bestias del Vaticano o de la corte, esa selva no es nada, ¿verdad? Es algo así. Pero quiero hablar con personas que hayan tenido experiencia de gobierno. Y también sé que no estoy sola. Hay un grupo de personas que ni siquiera están en el gobierno, pero que militan conmigo desde hace mucho tiempo, y me aconsejo con ellas. Y también confío en mi capacidad de diálogo, porque a veces es solo cuestión de que la gente conozca para que cambie de postura. Soy profesora y creo mucho en la educación. Es una gran oportunidad y tenemos que trabajar para reforzar el ministerio y a la ministra. Para que tenga fuerza en las disputas venideras. Para que tenga la fuerza de ir a un senador y decirle: «esto no». Tengo la impresión de que la reacción aún está por llegar y será fuerte, pero también tengo la esperanza que viene del foco que Lula ha puesto en la cuestión Yanomami, porque al ir a Boa Vista creó un escudo. Fue como si dijera: «Estamos hablando de genocidio, estamos hablando de calamidad, así que le duela a quien le duela, se hará lo que se tenga que hacer. Frente amplio, sí, pero hay un límite».
Cuando entré en contacto contigo para entrevistarte y mencioné lo difícil que debía de ser trasladarte a Brasilia, después de todo y con dos niños pequeños, me comentaste que sí, que era difícil hacerlo sola, pero que estabas animada y esperanzada. ¿Por qué?
Solo el hecho de que Bolsonaro no haya sido reelegido ya nos da mucha esperanza. Pero, además, creo que realmente hay una postura gubernamental diferente sobre la cuestión indígena. Así lo indica la constitución de este Ministerio de los Pueblos Indígenas, que es algo realmente histórico, inédito en Brasil y de gran fuerza política. Tenemos una ministra, mujer, indígena, una persona que se forjó en las trincheras, una persona que ahora tiene el estatus de ministra, que está en esta posición ante las otras instancias del propio gobierno. Eso ya es una diferencia gigantesca. Antes estábamos trabajando en el OPI [Observatorio de los Pueblos Aislados] para que la política no se destruyera totalmente. Ahora podemos hacer todo lo que hemos estado discutiendo y soñando. No solo la reconstrucción, sino también la construcción de una nueva política para los pueblos aislados o recién contactados.
Tu nombramiento para cuidar de los casos aislados es muy simbólico, también, en tu vida personal. Porque Bruno tenía un cargo similar en la Funai, [el de coordinador general de pueblos aislados y recién contactados], que el gobierno de Bolsonaro le quitó debido a la presión de los ruralistas. Y ahora, después de todo, vuelven Lula y el Partido de los Trabajadores y tú asumes este cargo. ¿Cómo es esto para ti?
La agenda de los pueblos aislados siempre ha sido la de Bruno. Se incorporó a la Funai en 2010 y desde entonces fue encaminándose a trabajar en este tema. En diez años se convirtió en uno de los indigenistas más importantes del país. Creamos juntos el OPI, junto con otras personas, primero como red de apoyo, luego lo oficializamos como organización. Luego tuvimos dos hijos, uno seguido del otro. Bruno estaba en primera línea, en el trabajo de campo, y yo pensaba [las acciones y los conceptos] junto con él. Tenemos un hijo de 4 años y otro de 3, así que con los embarazos llevo unos 5 años en esto de ser madre, pero nunca he dejado de trabajar ni de pensar junto a Bruno. Seguí dando clases e investigando. El grupo de personas que él organizó para pensar políticas para los pueblos aislados estaba en la transición de gobierno y ayudamos a diseñar esta parte del nuevo ministerio. Fue una invitación que no pude rechazar. Es muy interesante estar en este momento histórico, esta oportunidad de hacer las cosas que pensamos juntos.
En la confluencia de los ríos Ituí e Itacoaí se encuentra la entrada a la Tierra Indígena Valle del Yavarí, en el Amazonas, y una base de la Funai. Foto: Lalo de Almeida/Folhapress
¿Y cuáles son esas cosas?
Tenemos planes para reestructurar buena parte de las bases, incluida la parte física de las estructuras que permiten a los equipos de la Funai trabajar sobre el terreno; planes para desarrollar programas específicos para cada territorio o región donde hay grupos aislados, programas capaces de trabajar de forma diferenciada con cada pueblo, acordados con los líderes indígenas y los funcionarios. También hay que completar los estudios de identificación. Hay varias referencias de aislados que aún están en estudio o son solo información que necesitamos confirmar. En algunas regiones es necesario pasar de la restricción de uso, que es solo una etapa inicial, a la demarcación. También es necesario expulsar a los invasores. Y tenemos la situación urgente de algunas zonas. En este momento, está la emergencia de la situación de los Yanomami, donde también hay pueblos aislados y sabemos que la minería ilegal está cerca de ellos. Está el propio Valle del Yavarí, está Arariboia, está Ituna-Itatá, hay otras regiones en el norte de Pará. Todas esas áreas quedaron en situación de emergencia con el gobierno de Bolsonaro. Por eso es incluso peligroso decir que un área es más prioritaria que otras, porque estamos al borde del genocidio en varios lugares.
Este concepto de pueblos aislados es muy nebuloso para la mayoría de los brasileños. ¿Cómo se lo explicarías a la gente?
Definirlo en pocas palabras siempre es difícil. Más aún porque soy antropóloga y profesora, ya sabes… Es difícil resumirlo. De hecho, la palabra «aislamiento» nos hace pensar en una situación que en realidad no existe, que sería la de un pueblo que no se relaciona con otros pueblos, que viven solo entre ellos. Pero esta imagen es un tanto errónea, porque cuando hablamos de un pueblo aislado estamos hablando no solo en relación con la sociedad nacional, sino en relación con las organizaciones, las instituciones de la sociedad nacional. Los denominados «pueblos aislados» suelen tener relaciones esporádicas con indígenas de otros pueblos cercanos, incluso tienen relaciones históricas con ribereños, con no indígenas, o ya han tenido relaciones comerciales y de otro tipo a lo largo de la historia. El aislamiento significa que se niegan a establecer relaciones duraderas o constantes con la sociedad nacional. Ellos tienen sus propias relaciones y redes, sus propias organizaciones, que pueden ser de innumerables formas. Tienen sus relaciones rituales, sus relaciones de intercambio, sus relaciones comerciales, sus relaciones religiosas chamánicas. También se relacionan con muchos más pueblos que los humanos: con los pueblos-pecarí, con los pueblos-jaguar, por ejemplo. Pueden tener una miríada de relaciones sociales más allá de las relaciones humanas. Históricamente, los no indígenas llegan y quieren establecer ciertos tipos de relaciones que convierten a estos pueblos en parte de nuestra organización social. Pero los aislados se niegan a ello y lo demuestran de diversas maneras. Antes de la Constitución de 1988 existía una política de «integración», en la que se forzaba el contacto con los pueblos indígenas. Dabas cosas a los indígenas, hablabas con ellos, les enseñabas portugués y transformabas y limitabas las relaciones sociales de aquellos pueblos. O estaban los misioneros, que iban a convertir a los indígenas. A partir de la Constitución, entró en vigor una política de no contacto con los pueblos que se niegan a mantener una relación con el Estado brasileño. Algunos manifiestan este rechazo mediante flechas o huyendo, otros abandonan el lugar donde viven cuando ven acercarse a los no indígenas o a otros pueblos, otros colocan trampas para intentar impedir el avance de los no indígenas. Lo que debe hacer el Estado, basándose en la política de no contacto, es delimitar un territorio seguro para ellos. Es necesario comprender qué territorio están ocupando, a partir de un seguimiento que nos permita entender por dónde transitan, y luego demarcarlo.
¿Por qué crees que a Bruno le fascinaban tanto los llamados pueblos aislados?
La pasión es difícil de explicar. Es como si yo intentara explicar por qué me fascina el Valle del Yavarí. Pero hay un lado de Bruno que es más indígena, de verdad. Le gustaba mucho la selva. Le gustaba estar allí, le gustaba rastrear animales, le gustaba plantar. Le gustaba aprender de los indios, eso de los signos, de oír cantar a los pájaros. Qué pájaro es, de qué especie, esta conversación íntima que los indígenas mantienen con la selva. A Bruno le fascinaba todo eso. Este trabajo con los grupos aislados, de hacer expediciones, le ponía mucho en su elemento. Yo incluso me enfadaba [se ríe]. En plan, se pasaba un mes fuera sin echarnos de menos, ¿sabes? Y no, no nos echaba de menos, porque tenía un compromiso espiritual y existencial con todo aquello. Esa relación es también un poco lo que me atrae, ¿sabes?, estas otras alternativas de vida. Esos otros mundos posibles. Incluso los indígenas piensan a veces en los aislados como posibilidades de volver a estarlo. De volver a vivir en la selva. Ya viven en la selva, pero cuando hablan de volver a la selva es en este sentido, el de rechazar toda la basura que les hacemos pasar. De estar lejos de esta mierda, ¿sabes? Hay pueblos que se niegan y eso es una potencia muy grande. Es muy fascinante. Son potencialidades de vida. Con eso no quiero hacer una proyección de lo que nos interesa a nosotros. Es decir, una sociedad perfecta y demás, esa autonomía frente al capitalismo… Es importante decir que este rechazo también implica decisiones difíciles, como morir de enfermedades que podrían curarse. Y que muchos están acorralados, arrinconados, amenazados de muerte. También existe esta dimensión. Pero es hermoso tener otro mundo posible. Y ellos están resistiendo. Y nosotros tenemos que garantizar que puedan seguir teniendo agua limpia, un lugar por donde transitar, garantizar que no tengan que pagar con sus vidas el precio de rechazar [al Estado].
Bruno era conocido por su obsesión por el trabajo. ¿Cómo les afectaba eso en la vida personal cotidiana?
Estaba muy obsesionado, pensaba en ello todo el día. Había días en los que le decía: «Bruno, hablemos de los niños, hablemos de música». Pero no, él estaba muy obsesionado. En plan, el teléfono sonaba a las 3 de la mañana y se despertaba para contestarlo. Esta cuestión [de los aislados] está llena de urgencias, ¿sabes? Era su pasión. Me llevo a Bruno conmigo, me llevo a todo este colectivo que construyó [el OPI]. Estoy totalmente segura de que él ocuparía ese puesto. Por lo que creo que es una forma de mantener vivo a Bruno.
Traducción de Meritxell Almarza
Fotografía de archivo fechada el 9 de octubre de 2019 donde aparece el indigenista brasileño Bruno Araújo Pereira. Foto: Daniel Marenco/EFE