Era el séptimo día de Davi Kopenawa en Río de Janeiro. En el lugar donde se concentraban los miembros de la escuela de samba Acadêmicos do Salgueiro antes de volver a entrar en el sambódromo, el 17 de febrero, para desfilar entre las seis primeras clasificadas en el Carnaval de Río, el líder y chamán Yanomami fue acosado para otra foto y otra entrevista. Se quejaba de tener que estar «repitiendo, repitiendo», pero al final cedía: sonreía y se abrazaba a los miembros de Salgueiro, que se le acercaban para hacerse fotos con más timidez que los antropólogos, indigenistas y camarógrafos que allí se encontraban.
Para los Yanomami, la imagen de cada persona —pei utupë— forma parte de ella. Es la imagen que se desprende del cuerpo en un sueño, es el reflejo y la sombra de cada uno, y también la imagen reproducida en una foto o un vídeo en la televisión. En una época en que las fotos tomadas con celulares dominan los acontecimientos sociales, Kopenawa parece haberse convertido en un objeto que todo el mundo quiere fotografiar, publicar y compartir. Alguien le dijo que su utupë estaba cansada de que se la quitasen a cada rato. El chamán de 70 años cambió su semblante serio por una sonrisa perspicaz, hizo un gesto con los dedos como si jalara algo invisible de los celulares y dijo con buen humor: «¡No! ¡Estoy recuperando mi utupë!».
Concentrados en la televisión, que reproducía constantemente imágenes del carnaval, parte de los Yanomami descansan en la casa donde se alojó la comitiva amazónica
Davi Kopenawa suele ser cáustico con las grandes metrópolis donde vive el «pueblo de las mercancías». La efusiva energía del Carnaval de Río contrastaba con el silencio y la calma de la tierra-selva Yanomami. Maldecía el contaminado Canal del Mangue, que emanaba un olor a agua podrida justo al lado de donde los Yanomami esperaban para poder desfilar. El canal, construido en el siglo XIX para recibir las aguas de los arroyos que desembocaban en un manglar que se terraplenó, cruza la avenida Presidente Vargas, donde se concentran las escuelas, en el centro de Río.
La ciudad es una «selva estropeada», decía Kopenawa. «Aquí se paga por todo, y lo que Omama [el creador de los Yanomami] nos dejó es gratis», sentenció. Por eso estaba allí, para defender esa herencia, «el derecho a nuestra selva, el derecho a cuidar de nuestra agua limpia», a punto de volver a subirse a la carroza llamada «Por un Brasil con tocado», la sexta y última de las que ilustraban el samba Hutukara, el nombre del primer cielo que se derrumbó, según la cosmogonía Yanomami, formando la tierra actual, cuyo nuevo cielo se esfuerzan por sostener desde entonces.
Políticos, chamanes y artistas de la selva
El libro La caída del cielo, del que son coautores Davi Kopenawa y el antropólogo Bruce Albert, fue la principal fuente de inspiración de la canción que llevó al sambódromo la cosmovisión del pueblo Yanomami y su resistencia al genocidio. Sin embargo, según especialistas en el Carnaval de Río, como Mauro Cordeiro y Luiz Antonio Simas, la escenografía del desfile no llegó a los pies de la fuerza del tema y del samba-flecha de Salgueiro, que todo el mundo cantaba. Tras una apertura impactante, con el grupo de vanguardia encabezado por la actriz y bailarina Cleia Santos, y la belleza de los gigantes que representaban a los Yanomami y animales, el desfile terminó sin la perfección técnica ni el momento catártico en el que todos concluyen que la escuela «seguro que gana».
Una de las fallas de Salgueiro fue reunir en una sola carroza a los trece indígenas que vinieron desde territorio situado en la selva amazónica, entre los estados de Roraima y Amazonas. Para muchos, eso significó dos días de viaje, cruzando ríos y carreteras hasta llegar a Manaos o Boa Vista para tomar el avión a Río. Desde las gradas, resultaba difícil distinguir a los Yanomami entre los adornos de plumas y los no indígenas que iban en la carroza como «destacados», como se denomina a los componentes ataviados con lujosos disfraces. Entre ellos había un hombre que vestía un hermoso traje de avispa, en alusión al origen del nombre Kopenawa en lengua yanomam, pero que bailaba en lo más alto de la carroza, muy por encima de Davi y de los dos chamanes que le acompañaban, haciéndose notar más que el principal líder Yanomami, al que todos esperaban ver pasar por el sambódromo.
Los chamanes Manoel (izquierda), Kopenawa (centro) y Pedrinho en lo alto de la carroza. Sobre ellos, un salgueirense con un destacado disfraz de avispa, o kopena en lengua yanomam
Los Yanomami que estaban presentes eran los que destacan en la política, las artes y el chamanismo. Kopenawa, presidente de la Hutukara Asociación Yanomami, invitó a los dirigentes de las principales asociaciones de la tierra indígena, con quienes mantiene buenas relaciones diplomáticas. Asistieron los líderes de tres asociaciones de las regiones del Alto y Medio Río Negro, en Amazonas —Otávio Ironasiteri, João Figueiredo y Julião Komixipiweitheri—, así como Júlio David Rodrigues, que representaba a los Ye’kwana, el otro grupo étnico que vive en el territorio, y Carla Lins, profesora y presidenta de la Asociación de Mujeres Yanomami Kumirayoma. En el grupo también estaban Dário Kopenawa, hijo de Davi y vicepresidente de la asociación Hutukara, y Geraldo Kuisithēri, que representó a su pueblo en la Cumbre de la Tierra de la ONU que se celebró en Río de Janeiro en 1992, el mismo año en que se homologó el territorio Yanomami.
Davi Kopenawa también eligió a dos chamanes, Manoel y Pedrinho, para que participaran en la mayor fiesta popular de Brasil. Manoel es un respetado chamán de la comunidad de Hemarapiwei, en la región del río Demini. Conoce poco el mundo de los napëpë y su canto grave reverbera el mundo chamánico, donde recorre paisajes desconocidos para los no indígenas. En la concentración en el sambódromo, sus ojos seguían el movimiento de los cuerpos ataviados con coloridos trajes inspirados en el chamanismo. De hecho, Pedrinho, el hijo del suegro de Kopenawa, que era un gran chamán, dijo que los trajes que vio le recordaron las imágenes de los xapiri que ve en las sesiones chamánicas, cuando bajan engalanados para ayudar a los chamanes a cuidar de los enfermos y de la tierra-selva.
En un momento en el que el arte y el cine Yanomami están en plena ebullición, el trabajo de los artistas plásticos Joseca Mokahesi y Ehuana Yaira inspiró las carrozas y los trajes de Salgueiro. Las delicadas flores que dibuja Mokahesi aparecían enormes en las faldas de las bahianas y el artista se alegró de reconocer sus rasgos reproducidos de forma amplificada. Las traducciones que hace Mokahesi del mundo de los xapiri se inspiran en los cantos y descripciones chamánicas que escucha desde que nació. Si ahora han bailado en el Carnaval de Río, en abril su creación irá más lejos: se expondrá en la Bienal de Venecia, la principal muestra de arte contemporáneo. En lo alto de la carroza, observador y poco bailarín, estaba el cineasta Morzaniel Ɨramari, que en 2023 ganó el premio al mejor cortometraje en el festival de documentales Es Todo Verdad con la película Mãri hi: El árbol de los sueños, que llegó a ser candidata a representar a Brasil en los Oscar.
En enero, Salgueiro le pidió a Ehuana Yaira que pintara la imagen del indigenista Bruno Pereira y del periodista Dom Phillips, asesinados en 2022 en la Tierra Indígena del Valle del Yavarí. Fue la primera gran pintura que realizó la artista Yanomami, que se ha alejado de los dibujos con rotuladores y empieza a aventurarse con la pintura acrílica. La obra, que llevaban los indigenistas que formaban el ala «Amigos de los Yanomami», cerró el desfile. La indignación se exorcizó entonces con la alegría. En lo alto de la carroza, donde había exponentes de otros pueblos, como Ailton Krenak y Daiara Tukano, también se encontraba Alessandra Sampaio, esposa de Dom Phillips, que se emocionaba.
En el desfile de las escuelas campeonas, Ehuana y la enfermera Clara Opoxina, que este año cumple 12 años trabajando con los Yanomami, optaron por recorrer el sambódromo a pie. Entre los aplausos de las gradas, Ehuana bailó con los brazos abiertos, con la misma fuerza y entusiasmo que la impulsan en las danzas del reahu, la fiesta que los Yanomami celebran para procesar las cenizas de sus muertos, junto a visitantes de otras aldeas.
Eran más de las tres de la madrugada del 18 de febrero y, a la salida del desfile de las campeonas, un grupo de salgueirenses del ala de los xapiri se lamentaba de que la saga Yanomami no le hubiera dado la victoria a la escuela. Uno sugirió que Kopenawa debería haber estado en la carroza de apertura, que lleva el emblema de la escuela. Otro decía que faltó mostrar el cielo cayendo, es decir, la profecía de los chamanes Yanomami, que son los responsables de sostener el cielo, pero que caerá si los napëpë siguen destruyendo la naturaleza con tanta avaricia.
Pero el agua pasada no mueve el molino. Si Salgueiro perdió puntos en las carrozas y los disfraces, el samba, la armonía y la evolución —áreas que dependen del entusiasmo y la disciplina de los que desfilan— le garantizaron el cuarto puesto y la posibilidad de volver al sambódromo entre las seis escuelas mejor clasificadas, de un total de 12. La campeona fue Unidos de Viradouro, con un samba sobre el culto a la divinidad vudú de la fertilidad, representada por una serpiente, que africanas esclavizadas en el antiguo reino de Dahomey, el actual Benín, trajeron a Brasil.
Salgueirenses y Yanomami, sentados en primera fila para ver el recuento del desfile en una pantalla gigante, celebran uno de los dieces que recibió la escuela
Los ecos del ‘Ya temi xoa’
La discusión que consumió a los cariocas aficionados a las escuelas de samba sobre cuál hizo el mejor desfile tuvo lugar lejos de la comitiva Yanomami. Dos días después del desfile, descansaban en la casa donde se alojaban, en el barrio de Vargem Pequena, en la zona oeste de Río, a más de 40 kilómetros del centro de la ciudad. En el salón, la televisión encendida mostraba imágenes de las escuelas de samba y las comparsas de carnaval. De vez en cuando, alguien canturreaba «Ya temi xoa», el estribillo del samba de Salgueiro, que significa «sigo vivo».
Tabaco y objetos de los Yanomami cerca de una estatua de la Virgen (izquierda) y en el bar de la casa donde se alojaron en Río (derecha); en el centro, Clara Opoxina en la escalera
La casa de dos plantas donde se alojaron los Yanomami pertenece a André Vaz, presidente de Salgueiro. Cuenta con un altar a San Jorge —el santo católico asociado con Ogum, el orisha guerrero en las religiones afrobrasileñas—, imágenes de la Virgen y diplomas de la escuela de samba. En la habitación más grande, que utilizaron una parte de los Yanomami, hay una enorme bañera de hidromasaje. Igor Ricardo, que se encargó de escribir la canción que se entregó a los jueces del desfile, ya conocía a Kopenawa y fue el contacto de la escuela con los Yanomami en Río. Les proporcionó camas a todos, pero los hombres prefirieron no dormir juntos en las mismas habitaciones y pidieron hamacas y cuerdas para colgarlas en la terraza, en la planta baja. Después del desfile, la bija que utilizaron los Yanomami para pintarse el cuerpo dejó marcas rojas por toda la casa, decorada en tonos blancos. «Más nos vale que gane Salgueiro, porque así el dueño de la casa no se enfadará con nosotros», comentó uno.
Joseca y Pedrinho en uno de los dormitorios de la casa, que pertenece al presidente de Salgueiro, André Vaz; Manoel inspecciona la bañera de hidromasaje
Mientras el resto del grupo charlaba en el salón y los dormitorios, Davi Kopenawa permanecía solo en la terraza. Desde allí, por encima del alto muro, se puede ver un trozo del Parque Pedra Branca, una unidad de conservación urbana. Kopenawa dijo que había visitado todo el barrio en sueños y mostró un cuenco con polvo de yãkoana, un alucinógeno que toman los xapiri —los espíritus que evocan los chamanes— y que le hace soñar más lejos.
En el desfile, la yãkoana se representó con los trajes rojo brillante de la pareja formada por el maestro de ceremonia y la abanderada, Sidclei Santos y Marcella Alves, que recibieron un 10 de los jueces. Tras el primer desfile, Marcella concedió una entrevista a la cadena de televisión Globo, en la que explicó la importancia de la sustancia que se elabora con la resina de árboles del género Virola y su relación con el chamanismo. En el sambódromo, la yãkoana desempeñó otro papel en el desfile: hizo que el chamán Pedrinho viera a los xapiri napënapëri —los espíritus de los blancos— que estaban allí. Fue en estos resquicios donde se encontraron la Amazonia y el carnaval de Río.
Manoel lleva un bote de yãkoana, un polvo alucinógeno que utilizan los chamanes y que es el alimento de los xapiri, los espíritus de todos los seres humanos y más-que-humanos de la selva
Las semillas de una alianza
Davi Kopenawa habló varias veces de la «alianza» que estableció entre los Yanomami y el pueblo negro. Dijo que tardaron en encontrarse, pero que finalmente unieron sus fuerzas para luchar por el respeto y los derechos. Es difícil predecir si —y cómo— se desarrollará esta alianza. André Vaz, presidente de Salgueiro, dijo que el pueblo Yanomami tendrá su «eterna gratitud» y que la escuela «siempre defenderá esta bandera». Pero, en cuanto termina el carnaval, las escuelas de samba ya concentran su atención en el desfile del año siguiente.
No obstante, se plantó una semilla.
El Miércoles de Ceniza, 14 de febrero, los Yanomami fueron a ver el recuento de puntos —que se transmite por televisión— en la escuela, en el barrio de Andaraí. Salgueiro preparó una ceremonia de siembra de retoños en el único pedacito donde hay tierra en el recinto, un sucedáneo de jardín de unos 20 metros cuadrados. Muchas personas se agolparon allí para contemplar el momento. Los retoños tardaron en llegar y las señoras del ala de bahianas estaban impacientes, porque estaba a punto de comenzar la lectura de las puntuaciones de los jueces. Pero Davi Kopenawa siguió el guion y, rodeado de niños de Salgueiro, cumplió el rito.
Primero sacó los retoños de caoba de las macetas. Ehuana, a su lado, entonó un canto al jardín. Junto a los agujeros abiertos para recibir los retoños, Kopenawa golpeó tres veces el suelo con los pies. El chamán Manoel comprendió que eran los mismos golpes que daban los Koyori —la hormiga arriera—, uno de los antepasados animales de los Yanomami. Koyori fue el creador de las plantaciones y, golpeando el suelo con los pies, le decía a cada planta que brotara. De este modo, Kopenawa quería garantizar la fuerza de la fertilidad para que crecieran los árboles que son el recuerdo de un gran encuentro de carnaval.
Kopenawa y Ehuana siguieron el ritual Yanomami al plantar esquejes de caoba en la escuela de Salgueiro, evocando a la hormiga arriera Koyori, creadora de las plantaciones
Durante el recuento, los Yanomami se sentaron en primera fila. Justo detrás de Kopenawa estaba Ana Carolina Oliveira da Silva, una maestra de educación infantil que este año desfiló en el ala que representaba la cosecha de la banana, que llevan a cabo las mujeres Yanomami. Ana Carolina llamó a Clara Opoxina para abrazarla y darle las gracias por el vídeo que la enfermera publicó en sus redes sociales, en el que cantaba el samba de Salgueiro surcando un río amazónico en una barca. Después, se declaró conmovida por lo que llamó una «fusión afro-indígena». Y explicó: «No solo es una canción necesaria, sino que también señala una fusión necesaria de los que construimos todo esto. Esto es historia. Me comprometo a hacer valer cada día la oportunidad de honrar a los pueblos más allá del 20 de noviembre y del 19 de abril [Día de la Conciencia Negra y Día del Indígena, respectivamente]».
El encuentro de la tierra-selva y la favela Salgueiro le dio a la escuela un tema potente, que traspasó la burbuja del carnaval y dio visibilidad a los Yanomami en su lucha por la existencia. En los resquicios que dejaron los intereses pragmáticos de cada lado, tuvieron lugar encuentros intensos. Todos buscaron fuerza en el estribillo cantado en una lengua indígena en una tierra donde los pueblos originarios fueron exterminados y millones de africanos llegaron esclavizados: «¡Ya temi xoa!». Para seguir vivos, tendrán que unirse en las luchas comunes y en los resquicios de los encuentros para que los chamanes puedan, así, seguir sosteniendo el cielo.
Reportaje y texto: Cláudia Antunes y Ana Maria Machado
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquíria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página y finalización: Érica Saboya
Editoras: Viviane Zandonadi (flujo de edición y estilo) y Talita Bedinelli (editora jefa)
Dirección: Eliane Brum