Periodismo desde el centro del mundo

Yanomami en su primer parto. Las mujeres de la etnia tienen a sus hijos en la selva, acompañadas de sus madres y otras indígenas. Dibujo de la artista Yanomami Ehuana Yaira

Cuando no había napëpë [no indígenas, enemigos], cuando vivíamos solos, antes del contacto, ¡no estábamos así! Hoy en día, algunos bebés nacen antes de tiempo [por abortos espontáneos], algunas [mujeres] pierden sangre por la vagina. Mi hija perdió a su bebé. […] El lugar donde vivían nuestros antepasados estaba muy limpio, por eso estábamos bien. Ahora estamos cerca de la tierra de los blancos y por eso estamos tan mal.

Son las 3:30 de la mañana en el interior de la casa colectiva de la aldea Monopi. La voz de una anciana Yanomami, a la que no identifico, se mezcla en mitad de la noche con los sueños y el canto de los grillos en la selva. Pronuncia un discurso público conocido como hereamu, que solo tiene lugar por la noche y que profieren personas que gozan de cierta autoridad en la comunidad, normalmente hombres.

Casa colectiva en la comunidad Monopi, en la región de la misión Catrimani. La Tierra Indígena Yanomami tiene unas 370 aldeas. Fotos: Ana Maria Machado/ISA

En casa de Monopi, las mujeres mayores provenientes de distintas aldeas se alternan en sus discursos. Los que ya se han despertado escuchan y a veces comentan lo que se dice. Son las 5 de la mañana, la claridad empieza a penetrar en la maloca de techo alto y forma cónica y ya se pueden ver las más de 70 hamacas repartidas por la casa. Al menos 55 las ocupan mujeres, que se encuentran allí para participar en el 14o Encuentro de Mujeres Yanomami, que se celebra en la Tierra Indígena Yanomami desde 2008. Este año se han congregado mujeres Yanomami de 27 de las más de 370 aldeas del territorio.

Es el primer encuentro que se realiza tras el fin del gobierno de Jair Bolsonaro, cuando miles de mineros invadieron el territorio y llevaron enfermedades y hambre a los indígenas. El ambiente es de reconstrucción, pero también de inquietud. Aunque a principios de este año el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva creó un grupo de trabajo sanitario y las inspecciones ambientales han aumentado, aún queda mucho por hacer. El tema principal del encuentro de siete días es la salud de la mujer, que se abandonó durante el último gobierno.

Mujeres Yanomami, como Ehuana Yaira (izquierda), y no indígenas, como Ana Paula Pina (derecha), definen juntas las bases de las políticas sanitarias. Foto: Ana Maria Machado/ISA

‘¿Por qué sangran así nuestras vaginas?’

Las conversaciones continúan en el interior de la maloca durante toda la mañana, pero por la tarde el calor abrasador provocado por el cambio climático y El Niño hace que busquemos un claro en la selva para seguir las charlas. Una de las mujeres se levanta y habla al frente:

Antes, nuestras mujeres no tenían dolor, estaban bien. Pero aquí, cerca de donde viven los napëpë, hemos empezado a sentir mucho dolor, y eso me preocupa mucho. ¿Por qué sangran así nuestras vaginas?

A lo largo de los años, las mujeres han experimentado diversos cambios en su salud reproductiva y sexual. Debido a la falta de datos organizados, hoy en día es imposible determinar el índice de infecciones de transmisión sexual (ITS) en las aldeas del territorio, ni responder con claridad a las preguntas que tienen las mujeres. Dicen que la situación está empeorando. En los últimos cuatro años se formó la tormenta perfecta para que la salud de la mujer colapsara, al juntarse el desmantelamiento de los programas de salud y el avance de la minería ilegal en el territorio Yanomami.

La invasión minera de la tierra indígena estalló en 2019, con la combinación del aumento de los precios del oro en el mercado mundial, la reducción de las inspecciones del gobierno de Bolsonaro y las propias declaraciones del ahora expresidente alentando la minería ilegal. Miles de hombres invadieron el territorio y, en las regiones más afectadas, había prostitutas traídas de Boa Vista, pero muchas niñas y mujeres Yanomami también han acabado prostituyéndose en los últimos años. Los cuerpos de niñas de a partir de 11 años fueron invadidos y violados por moxi xawarapë, «los penes llenos de enfermedades».

En las regiones donde no hay una gran presencia de mineros y cabarés, la principal puerta de entrada a las ITS son los frecuentes viajes de los hombres Yanomami a las ciudades. Algunos se relacionan con mujeres y regresan a sus comunidades habiéndose contagiado del virus del papiloma humano, sífilis o herpes genital. «Cuando los hombres van allí, cogen vaginas malas, se contaminan», dice una señora durante la reunión.

En los discursos de las mujeres mayores, siempre hay mucha preocupación por la salud de sus hijas y nietas durante el embarazo.

«Estoy muy preocupada por las enfermedades, los bebés no nacen bien (…). Nuestros hijos nacen podridos. ¿Acaso es por las enfermedades? Pienso en ello con tristeza».

Los relatos de mujeres sobre abortos espontáneos son innumerables. Sus cuerpos expulsan a los bebés mucho antes de tiempo y dan a luz a niños con malformaciones, bebés que nacen muy delgados y que, cuando sobreviven, están constantemente enfermos. Las mujeres mayores son unánimes al afirmar que antes, cuando eran jóvenes, no estaban tan estropeadas. Solo un estudio en profundidad podría describir los motivos de tantas malformaciones fetales y abortos espontáneos —algo que no ha hecho el Ministerio de Salud—, pero las infecciones de transmisión sexual y el mercurio que utiliza la minería ilegal podrían guardar relación. Un informe elaborado por la Policía Federal en 2022 sobre la contaminación de los ríos de la Tierra Indígena Yanomami reveló que cuatro tienen niveles de mercurio 8.600% superiores al máximo estipulado para el agua potable.

El desafío de reconstruir el programa de salud de la mujer a partir de los escombros es enorme. En los últimos años, las pruebas ginecológicas rutinarias, como el Papanicolau, esencial para detectar el cáncer de cuello uterino, han desaparecido de los puestos de salud de la Tierra Indígena Yanomami. Sin la prueba, algunas mujeres descubren que tienen cáncer demasiado tarde. También se han descuidado los controles prenatales. El Ministerio de Salud recomienda que se hagan al menos seis consultas durante el embarazo, pero entre 2020 y 2022 solo el 4,6% de las embarazadas, de media, siguieron este protocolo y el 38,2% no pasó por ninguna consulta, según los datos que ha obtenido SUMAÚMA a través de la Ley de Acceso a la Información. Una buena atención prenatal es esencial para detectar problemas durante la gestación, lo que reduce el número de muertes de madres y fetos.

En las tardes calurosas, el calor hace que la reunión se celebre en medio de la selva, donde se está más fresco. Fotos: Ana Maria Machado/ISA

El regreso de la minería ilegal

Este año asistieron al encuentro cuatro mujeres de la región de las sierras. Es una de las más afectadas por la minería ilegal, el hambre, la desnutrición y la malaria. Ahora, habiendo transcurrido casi un año del gobierno de Lula, los mineros han empezado a volver con fuerza, como nos cuenta Simone, una líder fuerte de la región.

«Los mineros acaban de volver y por eso estoy llorando. Soy chamana y por eso lo digo. Los mineros han vuelto para ensuciar mis aguas, para reventar mi suelo y hacer agujeros de nuevo. ¿Por qué actúan con ignorancia? Ya arruinaron a mi pueblo Yanomami, lo llenaron de lombrices, enfermedades, diarreas, arruinaron a los niños. Hicieron morir a muchos de los míos. […] Los mineros no nos ayudan, solo hacen hijos [en nuestras mujeres]».

El regreso de la minería ilegal también significa que la salud de los Yanomami se está deteriorando de nuevo. Mientras el precio del oro sigue subiendo en las bolsas de valores de todo el mundo, alcanzando un máximo histórico en diciembre de 2023, las aguas de los ríos de la Tierra Indígena Yanomami vuelven a estar cada vez más embarradas y llenas de mercurio. Veo a los niños de Monopi divirtiéndose en el agua para refrescarse el cuerpo estos días absurdamente calurosos. Las mujeres hacen el trayecto a través de la selva llevando ollas y botellas llenas de agua turbia por el barro y probablemente contaminada por el mercurio. Y es el agua que tienen para beber y cocinar. El río es vida en estas comunidades. Solo el 13,1% de las aldeas dispone de infraestructuras de abastecimiento de agua y en muchas no hay arroyos limpios, lo que les obliga a beber agua contaminada.

Muchas de las mujeres presentes en el encuentro se quejaron de que el pescado es insípido, como cuenta una líder de la región de Haxiu: «Mis hijos tienen hambre de carne, comen pescado podrido y todos tienen diarrea». Mientras habla en medio de la casa, mantiene a su bebé de pocos meses agarrado al pecho. Uno de los riesgos de la contaminación por mercurio es el daño neurológico en los bebés. El metal se transmite a través de la placenta y la leche materna. Muchos de estos problemas solo se hacen evidentes a medida que los niños crecen.

Durante la reunión, las mujeres hablan de los distintos métodos anticonceptivos disponibles en el sistema público de salud. Foto: Ana Maria Machado/ISA

La guerra en la Amazonia contra la explotación ilegal puede haberse enfriado, como ha ocurrido desde el inicio del gobierno de Lula, pero la codicia tiene raíces profundas y la explotación no tiene fin. Paz es un sustantivo que no parece tener cabida en la vida de los Yanomami. Algunos mineros nunca abandonaron el territorio y, desde finales de septiembre, las asociaciones Yanomami reciben relatos de que hay mineros regresando a varias regiones de las que fueron expulsados a principios de año.

‘Todos los Yanomami están llorando’

Si van a mi comunidad, verán a todos los Yanomami llorando (…) Verán que todos tienen malaria. Mi gente se quedó en mi comunidad muriendo, mi hija se quedó allí llorando, y yo vine aquí. Uno de nosotros murió, y otro también.

Este relato lo hizo una de las mujeres de la región de las sierras el primer día del encuentro. Se sospecha que las dos personas que murieron en su región tenían malaria. Dos días después de su llegada, la mujer ya no tenía fuerzas para levantarse de la hamaca, ardía de fiebre y estaba muy débil. Dio positivo en la prueba de malaria. De las cuatro mujeres y dos niños de la región de las sierras que acudieron al encuentro, la mitad tenían malaria.

Se están tomando algunas medidas para controlar la enfermedad en las comunidades, pero el desafío sigue siendo enorme, sobre todo si se tiene en cuenta que el regreso de los mineros podría imposibilitar que los equipos sanitarios llegaran a varias regiones y provocar la consiguiente falta de control de la dolencia. Los datos compilados por el Sistema de Información de Vigilancia Epidemiológica del Ministerio de Salud muestran que, entre enero y septiembre de 2023, se registraron 22.174 casos de malaria en la Tierra Indígena Yanomami, una tasa todavía muy alta para una población de poco más de 31.000 personas, , según el propio Ministerio de Salud..

La malaria debilita todo el organismo de la persona afectada, como le ocurrió a un niño de dos años procedente de una comunidad que recibe escasa atención sanitaria. El pequeño, que acompañó a su madre al encuentro, destacaba claramente entre los innumerables niños de la comunidad anfitriona. Se pasaba el día enredado en el cuerpo de su madre, chupando sus pechos delgados y marchitos. En marzo pesaba ocho kilos, pero en noviembre había bajado a seis kilos y pocos gramos. Había contraído la enfermedad sucesivas veces y tenía verminosis aguda.

El equipo sanitario, formado por una nutricionista y enfermeros, estaba muy preocupado por el niño y le ofrecía suplementos mezclados con la papilla, pero el niño los rechazaba. Se debilitó tanto que su madre lo llevó al chamán para que lo tratara. Bajo la tenue luz de algunas linternas y una hoguera, el chamán Miguel entonaba el canto de los espíritus xapiripë y pasaba las manos por el cuerpo delgado y la piel arrugada del niño, en el regazo de su madre. Me decía que la enfermedad venía de los blancos y que él no podía curarla. Se llamó al equipo sanitario y, con el consentimiento del chamán, que seguía trabajando, la enfermera decidió administrar al niño un goteo para hidratarlo.

Al día siguiente, el niño fue trasladado a un hospital de Boa Vista con su madre y su abuela, pero no sin miedo, ya que a otro niño de su comunidad unos meses antes también se lo habían llevado y regresó a la comunidad en un pequeño ataúd. Afortunadamente, tras pasar unas dos semanas en el hospital, el pequeño ya se está recuperando. Pero muchos niños no han corrido la misma suerte: según los datos facilitados por el Centro Operativo de Emergencias de Salud Pública Yanomami, entre enero y septiembre de este año murieron 29 personas de desnutrición y otras 23 de malaria. Los niños fueron las principales víctimas: de las 215 muertes registradas por el Distrito Sanitario Especial Indígena Yanomami durante este período, el 53% eran niños menores de cuatro años.

Ser resistencia

La luz del atardecer tiñe el cielo de tonos rosados, mientras varias parejas de guacamayos cruzan el horizonte. Tras la reunión, el río Arapari se llena de mujeres acompañadas de sus hijos. Es un momento feliz y me divierto con las bromas que hacen sobre hombres, vaginas y desnudez, que provocan carcajadas. Me recuerdan que la alegría, el humor y el ocio son aliados importantes, incluso cuando se vive en un territorio que parece ser el eterno escenario de la guerra del capital contra la naturaleza.

Guiomar (derecha) y Ehuana (izquierda) se pintan con la bija que se planta en los huertos, algo común antes de fiestas y eventos. Foto: Ana Maria machado/ISA

Y este grupo no abandona la lucha: el año pasado el Encuentro de Mujeres se celebró justo después de conocerse la victoria de Lula en las elecciones presidenciales y el ambiente era de esperanza. Redactaron una carta en la que pedían el fin de la minería ilegal, mejoras en la salud y la educación, y decían: «Lula, estamos felices de saber que serás nuestro presidente, que sabrás escucharnos y contar con nuestra participación en tu gobierno». La carta se entregó en mano al presidente cuando visitó la Casa de Salud Indígena de Boa Vista el 21 de enero de este año, un día después de que declarara la emergencia de salud pública de importancia nacional para los Yanomami, una reacción a la revelación de SUMAÚMA, del día anterior, de que 570 niños menores de cinco años habían muerto en los cuatro años de gobierno de Bolsonaro por causas que podrían haberse evitado si hubiera habido atención médica disponible.

Transcurridos más de diez meses del nuevo gobierno, poco de lo que pedían en su carta ha mejorado. Esperan respuestas más enérgicas del gobierno en la Tierra Indígena Yanomami: hay que combatir la minería ilegal, garantizar el cierre efectivo del espacio aéreo y estrangular la logística que abastece a la delincuencia. Las Fuerzas Armadas se están retirando silenciosamente de las acciones de lucha contra la minería, denuncian líderes y asociaciones Yanomami. Además, la atención sanitaria aún no ha respondido satisfactoriamente a la crisis humanitaria y muchos Yanomami siguen perdiendo la vida por enfermedades tratables y prevenibles.

SUMAÚMA entró en contacto con el Ministerio de Defensa, que no respondió por qué se retira del territorio. Solo afirmó que «el apoyo logístico prestado por las Fuerzas Armadas en el Territorio Yanomami es de emergencia y tiene como objetivo satisfacer las necesidades hasta que los organismos que tienen esta atribución como actividad final puedan implementar soluciones duraderas».

Por medio de un comunicado, el Ministerio de Salud afirmó que la operación de salud que montó el gobierno federal a principios de este año atendió más de 13.000 casos, reabrió 35 unidades de salud y envió a 117 profesionales del programa Más Médicos a la región. «Con relación a la salud de la mujer, cabe destacar que la mortalidad materna, las infecciones sexuales, las enfermedades de transmisión sexual, entre otros problemas, son efectos de la desorganización social, de la pérdida del modo de vida de los pueblos originarios, [que son] consecuencias del abandono y de la minería ilegal». La cartera ha declarado que se están llevando a cabo acciones específicas en los lugares más afectados por la invasión minera, donde se buscan casos de infecciones de transmisión sexual, cáncer de cuello uterino y mujeres embarazadas que necesiten atención prenatal. También ha afirmado que ha ampliado la administración de la vacuna contra el virus del papiloma humano a todos los jóvenes del territorio de hasta 18 años.

La reunión más hermosa de la selva llega a su fin. Varias canoas bajan ahora por el río Arapari, que encuentra las aguas embarradas del río Catrimani, que denuncian la presencia de varios mineros río arriba. Camila, que vive cerca, se lamenta por los peces y el agua contaminada que tiene que beber. A veces parece que no hay futuro en la Amazonia y es triste ver que la vida de los Yanomami y de la selva depende de la fragilidad de las decisiones que se toman en la presidencia de la República, en el Congreso Nacional y en las Fuerzas Armadas. Todavía estoy embargada por las emociones de todas las conversaciones que empezaban mucho antes de que saliera el sol.

Fue un encuentro en el sentido más profundo de la palabra. Es la tierra fértil donde echan brotes las semillas plantadas para reconstruir nuevos caminos en una tierra devastada. Vuelvo a pensar en el futuro, miro a Camila, a mi lado con la mirada serena fija en el horizonte de la selva, y recuerdo a su madre, Chiquinha, y también a Ehuana, Fátima, Simone, Irokoma, Guiomar, Salomé, Maria, Nilsia, Rita, Suhuma, Suzana y tantas otras. La resistencia también vive aquí, en la Tierra Indígena Yanomami, en la fuerza de las mujeres que dan a luz a sus hijos en la selva.


Ana Maria Machado
es antropóloga y trabaja con los Yanomami desde hace más de 16 años.


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Josane, Guiomar y la pequeña Evilene forman parte de la resistencia de las mujeres Yanomami, las más afectadas por el abandono del territorio en los últimos años. Foto: Ana Maria Machado/ISA

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